El Líbano que se formó con su cara hacia México

Abr 29 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 825 Views • No hay comentarios en El Líbano que se formó con su cara hacia México

 

Carlos Martínez Assad rastrea en su nuevo libro, Libaneses, la historia centenaria del país y las huellas migratorias

 

POR ALBERTO AZIZ NASSIF
Tan familiar y cercano me resulta este libro, Libaneses. Hechos e imaginario de los inmigrantes en México (IIS-UNAM, 2022), que siento que hago un viaje con el autor hacia el país de los abuelos. Yo también escuché esas “historias, relatos, anécdotas” de las que habla Carlos Martínez Assad, sobre el Líbano y los libaneses. Pero él se dio a la tarea de recopilar todo el material posible para armar este libro enorme, este gran viaje al país de los abuelos.

 

Comprender el mundo de los libaneses, esos inmigrantes, pueblos originarios, que tuvieron una tradición histórica y que dieron una enorme batalla entre imperios y naciones poderosas para tener, ya muy tardíamente, en 1943, su independencia, es importante. Les reconocieron su territorio que llegó a ser un espacio-nación. Esta historia de varios siglos deja huellas profundas en ese Líbano que se forma con su cara hacia el Mediterráneo, las montañas, el Valle de la Bekaa, pero que está en uno de los puntos más complicados del planeta, entre Israel (dicen allá Palestina ocupada), Siria y después Turquía.

 

Ese viaje cobra fuerza y realidad desde finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Esta larga marcha de la inmigración hacia América, Latinoamérica y hacia México de forma protagónica, ubica a esas familias libanesas que llegaban y les decían turcas, o árabes, y cuando más exacto se los nombraban como sirio-libaneses. Así empieza la reconstrucción de esos “hechos e imaginario de los inmigrantes en México”.

 

Este viaje se acompaña de muchos años de un trabajo de coleccionista, un sociólogo e historiador que reúne las piezas de este gran rompecabezas en diez capítulos, donde se narra la historia larga y centenaria, la salida y sus razones políticas y económicas; la llegada, sus dificultades en un país que atravesaba por un movimiento revolucionario; las afectaciones que sufrieron estos libaneses a manos de jefes armados, más violencia y dominación. Para internarse en un complejo proceso de adaptación, fusión y múltiples signos de hibridez. Procesos de recreación en un país que al final muestra sus caras amigables para las distintas generaciones de libaneses, los que salieron (los abuelos), la primera generación que nació en México (nuestros padres), la segunda generación (mi experiencia), todos ellos fundidos en la pluriculturalidad de este país.

 

Los capítulos del libro se despliegan con autonomía relativa unos de otros y cada uno tiene un impacto y un volumen diferente, el conjunto es una muestra de complejidad, y cada uno por separado muestra una faceta del fenómeno libanés: memoria, religiosidad, casos, reclamos, los que llegaron, sus vicios y virtudes, la modernidad, las expresiones culturales, los mexicano-libaneses y los días de guerra (“combate”, dice el autor).

 

Muchas veces platiqué con Carlos Martínez Assad de algunos de estos materiales, de nuestra común libanesidad, la de él, mucho más fuerte y orientada que la mía. Carlos se ha convertido en el gran historiador y sociólogo de estos Libaneses, en cambio, yo sólo guardo las fotos y recuerdos de mis abuelos y padres. Carlos es un libanes de tiempo completo, yo simplemente soy un observador lejano que se quiso asimilar a México, como una diferenciación de lo que vivían mis padres. Los abuelos estaban llenos de nostalgia por el bled, la tierra y la convivencia era entre ellos, se decían “la colonia”, y todo giraba en torno a esa socialización, eran los y las amigas de mis padres, todos con el anhelo de regresar a la tierra prometida, a ese imaginario que Carlos recrea, porque no era el país y la nación, sino la tierra, los recuerdos lejanos de lo que habían dejado atrás los abuelos, de esa idealización de un bled que vivía y se recreaba en sus sueños. Algunos que tenían recursos económicos podían regresar y visitar a la familia que había quedado en el Líbano. Todavía llegaron algunos de forma tardía por la guerra, como exiliados. Recuerdo que mi abuela era de las pocas que sabía escribir el árabe y por sus manos circulaban las cartas de libaneses que sólo tenían el habla, pero que acudían a la señora que hacía posible el intercambio epistolar.

 

Las historias de estos capítulos nos cuentan lo que es ser libanés, las ideas recorren de forma diacrónica, transversal, ese imaginario para reconstruir una memoria y una identidad, una libanesidad, la formación de una nación. ¿De qué está poblado este libro? De las religiosidades, pero, sobre todo, la de los maronitas que se asimilan a un catolicismo mexicano; de casos emblemáticos de inmigrantes que fueron exitosos en el tránsito; de cómo la revolución afecta a esas colonias de libaneses. Pero con mucha fuerza se narra lo que fueron los medios para construir una identidad, la importancia de varias revistas, la difusión de grandes poetas, como Gibran, orgullo y referencia profética. Pero también están los comerciantes, actividad principal de estos inmigrantes. La adecuación de los nombres propios para convertirse en nuevos nombres adaptados a la mexicanidad. Esos lugares que se poblaron desde la entrada por Veracruz o por el norte, hasta tener una expansión por el país o por una veintena de ciudades, o el barrio de La Merced en la capital y el ascenso a otras colonias como la Roma o Polanco.

 

Como en cualquier historia que se reconstruya también están los vicios y las virtudes, siempre habrá los transas, pero a su lado los libaneses ejemplares. Esa colonia libanesa que se adentró a la modernidad de México, al mismo tiempo que los nacionales, que logró una adaptación suave, pero al mismo tiempo edificó una identidad en los clubes que construyó, como el Centro Libanes de Barranca del Muerto, lugar de orgullo inaugurado en 1962. Muchas referencias de ese lugar las escuchaba desde la lejana ciudad de Chihuahua, cuando mi madre hablaba con su hermano capitalino o con otras tías, y parecía que toda la vida social estaba dentro de ese club social. Ahí queda grabada la frase que pronunció el presidente Adolfo López Mateos cuando inauguró ese centro. “Quien no tenga un amigo libanes, que se lo busque”.

 

La integración y modernidad recorren la Cultura y sus artistas libaneses en el cine, el teatro, la literatura, ahí está el mosaico de actores, dramaturgos, pero también las referencias y leyendas. Los políticos y empresarios, todos libaneses que orgullosamente, en mayor o menor medida, hacen honor al poema citado por Carlos como uno de sus epígrafes: “Ser libanés se transmite de generación en generación (…) ser libanés es tener un país que nunca he vivido, pero es el mío”.

 

Carlos cierra el libro con la letra de una canción de Emilio Mobarak, con la cual termino este comentario: “Ya ves /pequeño Líbano /el mundo te abandonó /en tu desgracia /pequeño Líbano /sólo quedaste /con tu dolor”. Así está hoy ese país imaginario de nuestros abuelos”.

 

FOTO: El paseo marítimo del Mediterráneo, en Beirut, Líbano, el 21 de abril pasado.  Crédito de imagen: Hassan Ammar /AP

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