Algo huele mal en Dinamarca

Ago 29 • destacamos, Lecturas, Miradas, principales • 4196 Views • No hay comentarios en Algo huele mal en Dinamarca

POR LEONARDO IVÁN MARTÍNEZ

 

Hace años uno de los más importantes epigramistas que tenemos en México escribió estas palabras: “Ha muerto Octavio. Señor de esta casa. Le sobreviven sus gatos. ¿A quién le corresponde beber el vaso de leche?”. Así suele pasar cuando muere el que reparte el queso, da las aprobaciones o, como dicen en las aulas universitarias, marca el canon. Todos quieren beber el vaso de leche. De puño y letra, última novela de Luis Arturo Ramos ahonda en el tema de la usurpación tan conocida en nuestra historia nacional.

 

Un octagenario escritor, Orlando Pascacio, encumbrado en el más alto pedestal de la poesía, cobijado por el estado y cuya palabra es capaz de destruir o apadrinar post mortem la obra literaria de cualquier joven promesa, fallece y deja un manuscrito con sus opiniones sobre la actualidad en la literatura nacional. No es casual que el ex lechero Fidel Velázquez lo haya dicho de forma inmejorable: “Todos quieren salir en la foto”. Todos quieren ser nombrados en el testamento.

 

Un mamotreto de más de 200 páginas, extraído del estudio del octagenario fallecido causa la preocupación no sólo de la viuda, albacea de su obra, sino también por los suspirantes acólitos y sedientos editores. Arizpe, detective privado, traficante de libros de viejo y falsificador profesional de autógrafos, rúbricas y dedicatorias, (que cualquier estudiante de primer semestre de Literatura identificaría como falsas) es contratado por la viuda para dar con el manuscrito. Como todo profesional, Arizpe comienza con las pesquisas. No le resulta difícil identificar que el hurto tiene fuego amigo. Las cerraduras no fueron forzadas, no falta ningún otro objeto en el estudio y no hay desacomodo en el espacio. Una operación quirúrgica, propia de alguien que conoce y tiene acceso a la casa. Aparecen los personajes intramuros: la hermana incómoda del tótem fallecido y los gemelos adoptados: Pierrot y Jean Luc, cuya afición por los carbohidratos de uno de ellos facilita su identificación; y obviamente la secretaria y amante de toda la vida de Orlando Pascacio, Ángela Villagrán, quien es señalada por la viuda mujer como la primera sospechosa.

 

Malva Villagrán, hija ilegítima de Ángela y Orlando Pascacio, recibe a Arizpe en la puerta de su casa. Intercambian de mala gana los teléfonos, y el detective promete regresar en busca de la madre. Por un acto providencial el manuscrito reaparece después de unos días. Estaba traspapelado. El detective recibe la liquidación por sus servicios y todos deberían quedar conformes, pero como todo detective de bien, Bayardo Arizpe tiene que ir más allá. No se cree la historia del manuscrito traspapelado ni la de la niña perdida en las cobijas de su cama por semanas. Arizpe sigue indagando sobre el tema y no tarda en ganarse la confianza y unos cuantos besos de Malva Villagrán; bastante sex appeal del detective, a pesar de la desconfianza que la sospechosa ex secretaria le transmite a su hija. La misma noche de la primera cita de Arizpe con Malva, Ángela Villagrán fallece en su casa. Aparece el personaje estereotípico del judicial venido a chofer de altos funcionarios, que por la antigua cercanía con la familia Villagrán agiliza los trámites funerarios. La ex secretaria se ha llevado a la tumba algunos secretos pero no tardan en invadir la casa de la difunta en busca de alguna huella incómoda. Desaparecen los audífonos con los que Ángela trabajaba en una transcripción, y tal vez algo más, por ello el detective se convierte en blanco de amenazas y madrizas para que deje de investigar.

 

Siempre hay un gemelo bueno y un gemelo malo, o por lo menos el maniqueísmo que las comadronas de pueblo han difundido funciona en De puño y letra. Uno de los dos gemelos, Pierrot, es confidente de Malva, mientras Jean Luc es cercano a la tía y a los editores que como buitres se aparecen en el estudio de Pascacio. A través de la segunda mitad de la novela se comienza a revelar una fotografía en donde el protagonista no es Orlando Pascacio y su codiciado manuscrito, sino la usurpación, la traición y la envidia de los que no fueron beneficiados por el manuscrito largamente dictado por Pascacio a Villagrán, su secretaria y “detalle”.

 

Luis Arturo Ramos es un narrador de probado estilo. Su pluma tiene un ágil manejo del ambiente, construcción de los personajes y trama. Hay ciertos momentos en la historia que parece que se sobreexpone, como se dice en la fotografía, a los personajes con una lente marcadamente carnavalesca. Los nombres de los gemelos (Pierrot y Jean Luc), tal vez no necesiten tal nomenclatura cuando la acción de los mismos personajes ya se encuentra de por sí entre lo oculto y lo excéntrico. Esto es algo que no sucede con Fuensanta, la hermana incómoda de Pascacio. Si la pariente pobre es resentida y vengativa, el nombre de la mujer a quien Ramón López Velarde quiso “como una dulce hermana” acentúa precisamente una necesaria y agridulce contradicción.

 

La Hermandad de los Lapidarios, cofradía de escritores marginales y de oficios secundarios a la que pertenecen el detective y el otro personaje que a lo largo de la historia llega a cobrar una notoriedad fundamental en la trama, el doctor Carlos Brull, merece mención aparte. La Hermandad se reúne en la cantina La Raya en Medio y semanalmente pintan en el muro de los mingitorios una frase que resume la situación poética o política del momento. Escribir de puño y letra, del mismo modo que Orlando Pascacio escribía sus ensayos, en plena época de la informática y las enciclopedias virtuales, es para los lapidarios una forma de reafirmar la cultura escrita. Pascacio, Ángela y Arizpe comparten esa predilección por la escritura a mano o con máquina de escribir. Pero, esta predilección por la mecanografía “de a dedito” que muchos de los escritores de mitades del siglo XX practicaban, ¿no se convierte a caso en nuestros días en un riesgo histórico cuando un solo manuscrito puede demostrar la versión intacta de un testamento y legado artístico? ¿No abre la puerta a usurpaciones shakespeareanas y ocultamientos en el gremio literario?

 

De puño y letra es una mirada desde la ficción de esas usurpaciones, padrinazgos y favoritismos que se dan en todos los círculos de nuestra sociedad mexicana, pero que en el gremio literario suele ser ocultado, o por lo menos disimulado por la falsa generalización de que entre los artistas forzosamente hay buenos y honrados ciudadanos.

 

Al igual que El miedo a los animales de Enrique Serna, aborda los márgenes y los rincones más oscuros en los que se escribe la historia literaria de nuestro país, tan dados a sobredimensionar los “cánones” que mercenariamente imponen en muchas ocasiones las editoriales, con más interés comercial y mercantil que artístico, y hacen que los escritores se hagan preguntas como ¿Quién saldrá en la foto? ¿Quién sí y quién no beberá del vaso de leche?

 

 

FOTO: En su novela De puño y letra, Luis Arturo Ramos aborda los vicios existen en algunos escritores que sacrifican su obra a cambio de poder y prestigio/Especial.

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