Algunas muertes de mi época de estudiante

Jul 9 • Conexiones • 4788 Views • No hay comentarios en Algunas muertes de mi época de estudiante

Fuegos fatuos, suicidios y sofocones

POR HUBERTO BATIS

 

En el jardín Rosario Castellanos de la Facultad de Filosofía y Letras se han dispersado las cenizas de muchos profesores. Muchos de ellos dejaron como voluntad que al morir sus cenizas fueran esparcidas en este espacio. Llegó un momento en que eran tantos que por las noches aparecían fuegos fatuos, “presencias del mas allá”, decía Ancira Escafo, una exiliada de Uruguay, quien cuidaba voluntariamente de ese espacio. También decía que las cenizas no dejaban crecer las flores.

 

En la Facultad, a todo eso se le llamaba “chismes de pasillo” que corren de boca en boca y que a veces contaban la vida de todo mundo. Entre ellos se contaban las hazañas de Salvador Elizondo, de quien se decía estaba enamorado de dos hermanas: Pina y Pilar Pellicer, que fueron destacadas actrices de cine y teatro. El padre de Salvador lo mandó a París para que se olvidara de ellas porque “quería con las dos”.

 

Pina se suicidó muy joven. Puedo asegurar que fui de los últimos que la vio con vida. Estábamos en casa de Pepita Ramos, de quien yo estaba enamorado. No sé qué discutíamos. Entonces Pina tomó una Coca Cola “gigante”, una de esas botellas que acababan de salir al mercado. Era algo notable tener una en es tamaño. Pina la agitó y nos bañó con refresco a Pepita y a mí. Eso fue un viernes en la noche. Pocos días después yo estaba caminando por la calle de Tacuba y me acerque a leer los periódicos que tenían en un puesto. Ahí me enteré que Pina Pellicer se había suicidado, se me doblaron las piernas de la impresión y caí al suelo. Me vino un mareo. Fue una conmoción muy grande porque Pina era de mis amigas más cercanas. Me metieron a una zapatería, me sentaron y me dieron agua hasta que volví en mí y me calmé. Era diciembre de 1964.

 

Pina hizo varias películas en Estados Unidos. Una de ellas con Marlon Brando que se llamaba El rostro impenetrable. Fue muy famosa. Era muy bonita, muy fina. Se murió en total soledad. Así son los suicidas genuinos: solitarios. Si no están solos siempre hay alguien que se los impide.

 

Al día siguiente fui a su entierro en el Panteón Jardín. Ahí me encontré a varios alumnos de la Facultad y al maestro Edmundo O’Gorman. Todos ellos ya están en “el más allá”. Edmundo se ligó a Pina y a Pepita al mismo tiempo y las hacía actuar mientras él observaba. Era un maestro excelente de Historia, gran intelectual y un gran seductor. Ese día en el Panteón Jardín llevaba lentes negros, como  los usan las personas para que no se les note el llanto.

 

Era extraño que asistiéramos a entierros de compañeros, porque era raro que se murieran, pero los maestros fallecían todo el tiempo porque venían del siglo XIX y ya tenían 70 u 80 años de edad. Recuerdo cuando murió Julio Torri, mi gran admiración y podría decir amigo. No fui al cementerio. No pude ir a la funeraria, porque Miguel Capistrán me invitó a visitar su casa y me enseñó la llave. Pudimos echarle un ojo a la casa en la plaza Finlay. Tenía cuadros del Tamayo joven, pinturas, dibujos de Hokusai, una biblioteca muy escogida que yo conocía muy bien. Don Julio me dejaba hojear sus libros, algunos de ellos forrados con el vestido de novia de su mamá. La cama estaba destendida y hasta la bacinica con orina vimos.

 

No sé por qué. Pero no lo dudé cuando vi que Pina iba a ser enterrada en el Panteón Jardín.

 

Tiempo después, en 1972, murió otro maestro distinguido, Justino Fernández, profesor de Historia del Arte y de Estética, gran amigo de Edmundo O’Gorman. A mí me corregía mis artículos de pintura que llevaba al suplemento México en la cultura, de Fernando Benítez, en el Novedades. Todo el mundo empezó a decir que fuéramos a su entierro, y fui en un grupo en el que iba María del Carmen Millán, maestra de varias generaciones y fundadora del Centro de Estudios Literarios con Julio Jiménez Rueda. Ella también fue secretaria de la Facultad de Filosofía y Letras cuando su director era el pedagogo Francisco Larroyo.

 

El entierro fue también en el Panteón Jardín, que era relativamente nuevo y tenía “lugares disponibles”. Había tanta gente que no nos pudimos acercar. Muchos dieron discursos en honor a Justino Fernández, entre ellos el rector Pablo González Casanova y otros. Por más que “pelábamos oreja” no oíamos nada. De repente, empezó una oleada de rumores y todo mundo se apretujó. La maestra Millán me dijo que me subiera a una tumba alta para ver qué estaba pasando, y así pude escuchar lo que pasaba, que una persona presa del llanto se había arrojado a la tumba cuando bajaron el féretro, se lanzó gritando: “¡No! ¡Entiérrenme con él!” Primero fue el escándalo, luego las carcajadas. Todo mundo empezó a reírse. ¡Qué sofocón!

 

Rosario Castellanos murió en Jerusalén como embajadora enviada por Luis Echeverría. Parece que salió de bañarse descalza y al encender una lámpara se electrocutó (7 de agosto de 1974). No supe cómo manejaron su hijo Gabriel Guerra, politólogo, y su amigo íntimo Raúl Ortiz y Ortiz, traductor de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, los funerales.

 

Se decía en los pasillos que el hijo del doctor Eduardo García Máynez se había suicidado en el baño de una preparatoria donde daba clases producto de una depresión. Eduardo, el hijo, era muy amigo mío. Yo le publicaba textos en mi revista Cuadernos del Viento, cosa que su papá me reprochaba porque los tildaba de impublicables. Por aquella época hubo una epidemia de suicidios que se reproducen como sarampión, entre ellos Joaquín, hijo de Ramón Xirau y Ana María de Icaza. También quiso suicidarse el hijo de Ricardo Guerra y Lilia Carrillo arrojándose de la azotea, pero cayó en un coche que iba entrando al estacionamiento, cerca de la Parroquia Purísimo Corazón de María, en la Colonia del Valle, y sólo resultó muy herido. El que sí lo logró fue el hijo del crítico de cine Emilio García Riera. También lo logró desgraciadamente una estudiante de Historia de apellido Cándano, cuyo nombre no recuerdo.

 

*FOTO: Pina Pellicer incursionó en el cine hollywoodense en 1961 con la película El rostro impenetrable, en la que compartió uno de los papeles principales con Marlon Brando/ Especial.

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