Algunas sugestiones al boxeo
El deporte y los literatos
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POR SALVADOR NOVO
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Suele suceder que aquellas actividades que fueron un día parte de la vida y que la civilización ha borrado de su agenda, pasen ornamentadas, al dominio del arte. Así el “noble arte del ataque y de la defensa” caballeresca con lanza ha sido relegado por arte pistola y de mausser, a las fiestas patrias de México. Así también la horca, descartada por la prisión perpetua, por le fusilamiento y la silla eléctrica, se refugia, majestuosa y caduca, en las novelas.
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Asimismo el toreo, pálida sombra de los circos antiguos y de luchas trogloditas, adorna sus figuras, luce capas costosas y se exhibe cada otoño. Cosa igual sucede con el boxeo, cuyos orígenes son tan oscuros como los del hombre, que le ha acompañado siempre y que , reglamentado, cuesta cada ocho días dos pesos en ring general. Nada puedo decir de las pelas de gallos, porque los ovíparos, que yo sepa, no han evolucionado hasta aceptar códigos de honor. En algo, es claro, debían ser diferentes.
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Imagino que el primer conflicto jurídico de intereses y voluntades dio lugar y origen no sólo al derecho, sino también, al boxeo sin rounds. Pero el arte estaba en pañales. Cuando hubo otras maneras de aparecer legal-tribunales, inquisición, la diaria actividad devino cosa de los domingos y cosa pública. Detalle importantísimo, se inventaron los guantes. Los griegos los usaban ya, pero pesados y dañinos. Toca a los ingleses el haberlos inventado más razonables. Jack Broughton (1705-1789), padre del pugilismo inglés, al inventarlos, llegó a ser un famoso y querido profesor de la aristocracia de su tiempo y de su país.
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Lo siguió John Jackson (1769-1845) llamado “Gentleman Jackson”, profesor de Lord Byron y conocido de Tom Moore el poeta, que se quejaba, como recientemente el canónigo Chase, de que aquel boxeador ganara tanto dinero. A Jackson se le deben ciertas modificaciones de importancia, como el juego de piernas, la distancia adecuada, etc. Tal caballero era y tan buen profesor que cuando a Lord Byron le preguntaban por qué alternaba con aquella clase de gente, éste alegaba que tenía más finos modales que muchos de sus amigos nobles. Lo cita en sus “Hints from Horace”:
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“And men unpractised in exchanging knocks.
Must go to Jackson ere they dare to box.”
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El boxing moderno data de 1866, al fundarse, a iniciativa de John G. Chambers (1843-1883), el “Amateur Athletic Club”. Chambers y el señor Marqués de Queensberry redactaron juntos las reglas que aún rigen en Inglaterra, de Queensberry, estableciendo rounds, y rigieron en los Estados Unidos hasta la fundación del Amateur Athletic Club of America. En 1969 Lord Queensberry reconoció los pesos diferentes que hoy rigen.
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El knock out, ambición moderna de todo boxeador, resultado del “tine is money”, era despreciado por los antiguos, que se complacían en exhibir su fuerza y su agilidad el mayor tiempo posible. En Norteamérica el boxeo se empezó a popularizar a principio del siglo XX. Fue el primer campeón nacional Tom Hyer (1841-1848), y le siguió James Ambrose, alias “Yankee Sullivan”. Vinieron luego Tom Allen, Jem Mace, J. Kilrain, John L. Sullivan, John Morrisey, que después de boxeador famoso, fue electo diputado al Congreso de la Unión y se cuenta que sus votos tenían mucha fuerza. El encuentro de Jack Johnson, el negro, en 1910, con James J. Jeffries, en que éste resultó vencido, marcó una fecha dolorosa para los americanos.
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Los francesesm por su parte, han evolucionado también aunque muy lentamente en esta actividad natural. Su juego data, juego romántico, de 1830, y se acerca más al pugilismo griego, pancratics, que al box sajón. En la boxe francaise se ataca con los pies. El “chausson” o Jeu Marseillais fue durante largo tiempo diversión favorita de los soldados.
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Como Byron en Inglaterra, el voluminoso Dumas padre fue para Francia el lado atlético de la literatura. Por él sabemos que Charles Lecour combinó el primero las patadas francesas y el boxeo inglés y que abrió en París una Academia de Box en 1852, de regreso de Londres, a donde había ido a tomar lecciones de Adams y Smith. Lecour y un tal Vigneon dieron exhibiciones públicas que la policía suspendió. Francia no es para eso, Ya véis cómo un portero de restaurante puso knock out a Carpentier…
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México, si no atletas propiamente dichos, produce quienes admiren su maestría. Nos han visitado Jack Johnson y Firpo. El Frontón todos los sábados (desde hace poco todos los domingos; como las estaciones de radio, la empresa Carballido deja un día al aire), es punto implícito de reunión de México entero. Hace muy poco que los sabios consejos de amigos míos me decidieron a lo que a priori juzgaba fastidioso. Todo lo contrario, el boxeo es el más completo de los espectáculos descubiertos, porque hace un actor de cada espectador. Todos nuestros músculos siguen el dinamismo de los contrincantes, nos sentimos capaces de aconsejarlos, de competir con ellos y, ebrios de fuerza, de retar al vencedor. No pueden leerse sentados estos Pentateucos de rounds. Arrancan de la luneta, como los libros esenciales y he ahí la auténtica de su calidad. Pienso que, de seguir asistiendo, seré pronto un atleta, tanta es la gimnasia sueca que se hace con los brazos, que “al imán de sus golpes atractivo sirven los pobres de obediente acero”.
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Me dicen que para un buen aficionado son igualmente excitantes los toros y las carreras de caballos. Pero dudo que un buen aficionado pueda con éxito hacer segunda en las embestidas del de Atenco o prosperar en el galope. No hay ese obstáculo en el boxeo, en el cual se puede apostar a cualquiera de los contrincantes y seguir hipnóticamente sus gestos sin cambiar mucho de especie.
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Proposiciones honestas
Objetivamente paréceme, sin embargo, después de tres visitas que he hecho al Frontón, que el arte del boxeo necesita aún de algunas ligeras adiciones para merecer ese nombre. Aplaudo sin reservas la abolición de las patadas francesas, porque no son nada elegantes o visibles y además resultan ser coces contra el aguijón. Pero su juego de manos y sus brincos presenta un aire de familia con el baile que se acentúa en los clinch. En estos la música se impone. ¿Cuándo nacera el Wagner del box que escriba “la Hora del Ring”? Odiamos cordialmente al referee que se acerca, los separa y se va para verlos golpearse inmutable hasta que no se clinchan de nuevo o uno de ellos cae y, una vez que se puede extender el certificado médico, se une –¡traición!– al vencedor y se declara su aliado. En lugar de esto una orquesta oculta debería tocar un tempo de vals a cada clinch. La música, endulzando a los adversarios, los separaría después de la tercera figura y la música callaría hasta que, caído en el suelo, el vencido fuera declarado “out” tras la décima campanada de, digamos, la Danza de las Horas.
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El referee es figura odiosa. Con su traje blanco –como si fuera un día de campo–, se acaba de parecer a las naciones neutrales que dejan destrozarse a los otros, los separan en cuanto hay peligro de muerte mutua y se unen al triunfo, como si les correspondiera, del que se dio el bofetón mejor.
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De unir el box con el toreo, el referee debería reducirse a plantar sentadas banderillas en el costado de los contrincantes y retirarse a preparar los monosabios. Hay momentos en que un chorro de sangre sería más alivio que un “chicle pa las biles” que grita un vendedor. Desespera ver tan enteros y eludibles a los boxeadores. Lo más que les pasa es una hemorragia nasal, que muy bien puede ser de calor.
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Los descansos me parecen muy cortos y más fatigosos que la lucha. ¡Cómo les hacen tanto aire cuando sudan en esa forma! ¡Cómo les rocían la espalda con agua fría como a la ropa de almidón! ¿No hay peligro bronquial? Debería concedérseles, cuando menos el tiempo de fumar un cigarro y estirar las piernas. Paréceme, en resumen, que el boxeo tiene más posibilidades de ser una tienda de juguetes para el alma que el “chauve souris”. Pero que necesita ún de las reformas que me atrevo a proponerle.
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El Universal Ilustrado, 9 de octubre de 1924, pp. 6, 79
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ILUSTRACIÓN: Andrés Audiffred.
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