Alma Har’el y la paternidad perniciosa

Mar 14 • Miradas, Pantallas • 3341 Views • No hay comentarios en Alma Har’el y la paternidad perniciosa

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POR JORGE AYALA BLANCO

 

 

En Honey Boy: un niño encantador (Honey Boy, EU, 2019), socavador debut ficcional de la prominente documentalista y videoclipera musical israelita de 43 años Alma Har’el (documentales largos: Bombay Beach 11, Verdaderoamor 16, 11/8/16 17), con decisivo guion autobiográfico transferido del exactor secundario Shia LaBoeuf, el experimentado pero afectadazo actor de 22 años Otis Lort (Noah Jupe absorbente) participa en una escena riesgosa, levanta una chava fácil, se alcoholiza, se droga, madrea borrachos, choca su automóvil, riñe con la policía y es puesto tras las desesperantes rejas (“Responde la maldita pregunta, ¡por qué estoy aquí!”) y enviado por tercera amenazadora vez a una granja de rehabilitación abierta, donde se le somete a humillantes terapias cognitivas, es impelido por la agria doctora Moreno (Laura San Giacomo) a redactar sus experiencias traumáticas y por el asistente Alec (Martin Starr) a gritar su angustia en el bosque, mientras él intenta confraternizar con su estoico afrocompañero de cuarto Percy (Byron Bowers) y rememora, en efecto, cada tanto y por escrito, sus experiencias como niño actor prodigio, exacto una década antes, cuando a los 12 años el talentoso Otis (Lucas Hedges sensacional) era entrenado en extenuante forma exasperada por su patético e irritable padre exbufón de rodeo con cuatro años en alcohólicos anónimos y limpio de narcóticos aunque sobreviviendo a una estigmatizadora denuncia por acoso sexual James (LaBoeuf), al lado del cual el chavo se trasladaba en motocicleta de estudios en locación, vivía en periféricos moteles para putas, y a quien, por un lado, humillaba como a su sirviente desempleado y jodido, y por el otro, le reclamaba por su abandono acendrado y le exigía la atención de un verdadero progenitor, recibiendo bofetadas paternas muy bien ganadas, o una vejación para su obligatorio tutor caritativo arrojable a la piscina por celos rabiosos Tom (Clifton Collins Jr.) y, como únicas compensaciones afectivas, una admiración sectorial por sus graciosas actuaciones, un contrato problemático en Canadá y un dulce refugio ambiguo en las caricias de la supertímida afrovecinita puberta esquelética Ruby (la frágil roquerina FKA Twigs) que, al ser descubiertos despertando juntos, encendería de furia al padre vuelto a las drogas y pronto presumiendo sus plantíos de mariguana en los bordes de la carretera, con lo que acabarían por unirse, así también, a modo de un guion para cine que ya estaba siendo filmado en cadenas de flashbacks, el presente y el pasado de una exorcizadora glosa rememorante de la paternidad perniciosa.

 

 

La paternidad perniciosa rechaza de antemano, con destreza y finura sensible, cualquier recurso, salida o facilidad melodramática en el trazo de la mutuamente desgarradora, duradera y marcante relación padre-hijo, quiérase o no dentro de la línea intimista sublime de Karl Malden-Anthony Perkins en Venciendo al miedo (Mulligan 56), pues ninguno de los dos personajes-actores de la pareja primordial será visto en momento alguno como caricatura viviente (aunque lo sean), ni como víctima unidimensional, ni como resumen de villanía (tipo Luis Miguel, la serie) o de angelismo esencial y básico, sino como seres complejos que ostentan las huellas y cicatrices de la avasalladora e irresponsable impronta paterna en el momento mismo de producirse (los agotadores ensayos actorales hasta medianoche, las lagartijas de castigo), en el instante brutal de sus roces e inexpresables encontronazos lastimeros, en el trance de empezar a ser guardados éstos en el inconsciente.

 

 

La paternidad perniciosa se mueve así a sus anchas entre la cólera manifiesta y el dolor escamoteado, entre las prodigiosas imágenes de la fotógrafa Natasha Braier (ese debutante plano secuencia frontal de la catástrofe aérea controlada por cables, esas iluminaciones mortecinas en exteriores/interiores) y los omninsinuantes overlaps del diseño sonoro, entre el clásico vaivén de tiempos y la suprema autoconsciencia del retrato-relato al borde siempre de la histeria (“Soy un ególatra con complejo de inferioridad, un esquizofrénico profesional, qué quieres que te diga, un pedazo de mierda”), entre la condensada narración a mil por hora del videoclip (el trepidante recuento compacto de los antecedentes violentos de Otis) y llana confesión oral a cámara (la sesión de AA), entre la ironía furibunda (los ejercicios terapéuticos de nombrar cosas del entorno o los autoabrazos o las inmersiones en la piscina), entre la trama-trauma del nido-nudo de conflictos irresolubles (los aniquiladores del pobre Otis antier y después, las recaídas del padre atrapado en sí mismo) y la ficción simbólicamente liberadora.

 

 

La paternidad perniciosa replantea la práctica del cine y la función del arte en general como catarsis, terapia, posibilidad de cambio, crecimiento y exorcismo interno, camino hacia la limpieza de enervantes y la esperanza, estableciendo un extraño y conmovedor equilibrio inestable con la equivalente inestabilidad mental del actor Shia LaBoeuf que en efecto escribió el libreto fílmico durante su recuperación en un sanatorio y ahora encarna el rol-espejo de su propio padre en la vida real (tras haber protagonizado la saga Transformers e interpretado al odioso jefe de oficina vuelto inexpugnable objeto del deseo femenino en la ultramisógina Ninfomanía de Von Trier 13), señuelo y vértigo de identidades, remolino y laberinto de identidades, más allá de la autoconmiseración (“Puedes caminar sobre el agua mientras nadie te diga que no sabes hacerlo”) y el daño irreparable (“Lo único que mi padre me dio es el dolor, ¿quieres quitármelo también?”).

 

 

Y la paternidad perniciosa enarbola cual motivo recurrente el abrazo infantil a la espalda del semivencido padre pese a todo protector en los trayectos en motocicleta y acaba fundiendo en un conciliador reencuentro imaginario de payaso a payaso la abolición de las distancias geográfico-afectivas y los tiempos.

 

FOTO: Honey Boy ganó el Premio Especial del Jurado en la edición 2019 del Festival de Cine de Sundance./ Especial

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