Amanda Kramer y la identidad sexofluida

Jul 16 • Miradas, Pantallas • 3358 Views • No hay comentarios en Amanda Kramer y la identidad sexofluida

Ambientada en la vida nocturna de la ciudad de Manhattan en los años 50, Please baby please relata la fantasía queer de Suse y Arthur, unos recién casados que buscan entregarse a la liberación erótica

POR JORGE AYALA BLANCO 

En “Please Baby Please” (EU para Mubi, 2022), sincrético film 3 de la compositora-tecladista neoyorquina en bandas tecno-pop/rock alternativo/new wave/experimental/ambient de 61 años Amanda Kramer (tras Paris Window 18 y Ladyworld 18), con guion suyo y del actor Noel David Taylor, la ingenua pareja de recién casados integrada por el sensible clarinetista de instrumento averiado Arthur (Harry Melling) y la insatisfecha Suze (Andrea Riseborough en formidables antípodas de Mala suerte, buena suerte) presencian la callejera muerte brutal y gratuita de dos chavos golpeados por los torvos pandilleros de cuero negro Young Gents en el Bajo Manhattan nocturno de los 50s, y es como si los dos perdieran su virginidad espiritual, pues un simple cruce de miradas con el carismático implacable líder Teddy (Karl Glusman travestido con cachucha y chamarra de cuero como el primitivo Marlon Brando de El salvaje de Benedek 53) basta para erotizar de manera trastornante al frágil Arthur y socava a su ultrasensible esposa, tal como se hará evidente durante una juerga etílica con cuates en la cual, acusado de no asumir su virilidad, el Arthur confiesa su originario repudio antimachista a identificarse con las manifestaciones sensuales de ninguno de los dos sexos, y Suze se desenfrena burlona y omnicuestionante, a la deriva de una necesidad de ser también otra, algo que reforzará cual búsqueda imposible al confrontarse tiernamente con la energuménica vecina de arriba Maureen (Demi Moore imperecedera) que en la plena tardocincuentena aún engaña a un supuesto marido saliendo de bares con su amante bisexual Billy (Cole Escola), por lo que ambos cónyuges jóvenes van a sentirse forzados a acometer compulsivamente un proceso iniciático que tiene como centro el Club Ángel Azul que frecuentan el turbador homosexual de mingitorio Teddy y sus crueles Gents, con desazonantes transformaciones interiores y experiencias límite, incluso de nuevo criminales gratuitas como el degollamiento ante ellos de la afropandillera lesbiana Joanna (Jaz Sinclair), hasta la aceptación tanto por parte de Arthur como de Suze de los profundos cambios queer en sus búsquedas de una anticipatoria identidad sexofluida.

La identidad sexofluida reclama el inefable mérito de llevar hasta sus últimas consecuencias expresivas la hibridez de su condición de film-objeto sensorial y multigenérico deliberadamente fatigada e infame en todos sentidos, a partir de la invocativa/evocativa reconstrucción de época como los 50s considerados fundacionales para la liberación erótica y reducidos a la diseminación de signos más bien cinefílicos que van desde la fascinación emblemática del cuero negro que portan los Young Gents machoimplacables que se autodenominan Brandos hasta la prostitución de lujo tan clandestina cuan admirablemente ejercida por una oscareada Liz Taylor, siguiéndose por la fantasía musical camp-prequeer que coreográfica y provocadoramente estalla cuando menos se le espera a partir de una introductoria descomposición de Amor sin barreras (Wise-Robbins 61/Spielberg 21) y culminando con la parodia decadente a tres parejas nupciales en el momento de la ruptura del vínculo amoroso de otro modo sin embargo revalorativo del afecto.

La identidad sexofluida lleva al estupendo trabajo formal del camarógrafo Patrick Meade Jones más allá de los hallazgos fotogénicos del cine silente o del sonoro clásico, al incorporar como únicas dominantes la creación de atmósferas digitalizadas, ominosos campos vacíos, nieblas cerradas, colores artificiales, fogonazos al lente y esas encandiladoras luces de neón que reciclan alguna vanguardia neoconstructivista, se equiparan con la estética sulfurosa de El demonio neón de Winding Refn (16) y riman subrepticiamente con las superestilizadas hipertrofias de la música ambiental-protorockera jamás anacronizante de Giulio Carmassi y Bryan Scary, puestas sensacionalmente en relieve por una inventiva edición posvideoclip de Benjamin Shean que no teme recurrir a las viejas sobreimpresiones impresionistas o a una culminante pantalla dividida.

La identidad sexofluida se vislumbra como una urgencia vivencial que medra en todos los ánimos, prisioneros de esos asfixiantes roles sociales obligatorios que lastran desde la hombría cavernaria hasta el desahogo hamletiano del irracional incontrolable Teddy (“Todos somos tragedias andantes”) antes de cometer su atroz degüello feminicida, para acabar proponiendo una filosofía y una práctica del desdoblamiento a todos niveles: el desdoblamiento de una zarabanda identitaria que roza la danza macabra sólo porque el héroe se siente sexualmente atraído por Teddy y la heroína desearía convertirse sustancialmente en Teddy, el desdoblamiento virilista de esa Suze radical y travestida en aras de un feminismo visceral e insostenible todavía hoy porque según ella todas y todos quisieran ser el golpeador acerbo Stanley Kowalski/Brando de Un tranvía llamado deseo (Kazan 51), el desdoblamiento de las letras de las canciones todoinsinuantes (“Haré lo que sea que necesites”/ “Donde sangra la luz, por favor, cariño, por favor”), el desdoblamiento de la inteligencia de los objetos o su carencia (la carterita de cerillos a la que se superpone el radiante rostro de Teddy, las llaves siempre extraviadas e histerizantes), el desdoblamiento en segundas y terceras instancias de los diálogos (“Siento que estoy en el infierno”) con los poemas del mismo rango recitados en un show, y el desdoblamiento del repertorio actuado de temibles fantasías sexuales e inconscientes.

Y la identidad sexofluida se funde finalmente en el abrazo armónico de una nueva trinidad sensual, integrada por el beso apasionado del lastrado músico outsider Arthur al inmisericorde Teddy, a quienes se une como un propositivo apéndice amoroso Suze, en calidad de fiel adoradora de su esposo y asumida como alter ego idéntico a la figura-eje del trío, al lanzar una pícara mirada cómplice hacia la cámara.

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