El humor y la cuadratura del círculo

Jul 16 • Reflexiones • 470 Views • No hay comentarios en El humor y la cuadratura del círculo

El autor repasa las bondades del humor como una herramienta de protesta, un vehículo liberador, pero que ahora se modera ante la corrección política

POR MANUEL ÁLVAREZ JUNCO

Bien complicado es precisar y definir el humor, aunque me atrevería a afirmar que sin excepción alguna siempre es incorrecto.

La regla fundamental de una gracia, un chiste o una burla es una vulneración, una actuación a contracorriente, di-vertida, dis-tractora, di-vergente y rompedora de las reglas que nos rodean.

Es muy posible que los discursos jocosos surjan con una intención constructiva e incluso generosa, pero se alejan de los modos del llamado “sentido común” de las personas.

Ese carácter negativo del humor supone para cualquier individuo un estupendo alivio de la presión social constante que ejerce el grupo, proporcionando una acción distanciadora y liberadora de cualquier tipo de acoso.

Cualquier sarcasmo, ironía o broma de un profesional del humor se encuentra con la barrera de la censura de la propia sociedad, defensora de todo lo considerado “normal”. Para ello, el humorista utiliza el lubricante de la complicidad, el guiño o brazo al hombro del interlocutor que indica que todo es una gracia inocua y amistosa.
Resumiendo:
1.— Su acción es claramente incorrecta porque se dirige siempre a transgredir significativamente lo socialmente establecido.

2.— Para obtener la aprobación de su mismo colectivo, utiliza una fantasía, un guiño cómplice.

Durante mucho tiempo el humor, especialmente el más social y político, quizá por su carga crítica, se ha considerado un nicho alternativo de protesta contra las injusticias, una trinchera transformadora de la sociedad, atreviéndose incluso a autocalificarse de “revolucionario”, olvidando el hecho de que ha habido unos cuantos grandes autores conservadores declarados partidarios del orden y el status quo.

Siento mucho apuntar que, coincidiendo en que el humor es indudablemente liberador, nunca puede ser revolucionario ni transformador. Su acción es sencillamente — y nada menos— , balsámica, reparadora y circunstancial, siempre cuestionadora de todo y nunca positiva y convergente. No se olvide nunca que el rasgo fundamental que lo caracteriza es la falta de seriedad y su apariencia descerebrada, desmadrada, banal, frívola, absurda y fantasiosa. Hay que recordar aquí a Miguel Mihura, que con toda razón comparaba el humor al “espejo del sastre”, ante el que uno se pasea y se observa desde fuera durante unos momentos pero inmediatamente vuelve a ser el mismo, como si nada hubiera pasado.

Esa labor crítica del humor hacia la presión social, esa que hasta no hace mucho se consideraba ferozmente crítica con lo conservador, tradicional y “de orden”, últimamente ha cambiado con la impositiva corrección de la propia izquierda.

La lucha igualitaria que siempre ha sido la bandera izquierdista ha llegado a un punto en los últimos tiempos impregnada de rigidez y radicalidad.

Mucha gente, sí, demasiadas personas —y no solo los “cuñaos de derechas”—, realizan hoy esta caricatura reductora del izquierdista: personaje que utiliza lenguaje inclusivo, impone a su interlocutor un vehemente mensaje ecologista, ateo, pacifista, vegano y feminista, inquebrantable defensor de los colectivos inmigrantes, queer, trans o LGTBI en general, condescendiente con chinos, árabes, abortistas, okupas, amable y comprensivo con culturas alternativas y causas independentistas. Y quien se atreva a no coincidir con este arquetipo izquierdista es automáticamente calificable de machista, beato, casposo, patriota, pijo o directamente fascista.

Esta enorme simplificación, radical, injusta y exagerada, ha conducido a que un militante izquierdista, progresista o woke sea considerado por la gente común como un “Pepito Grillo”, aquel personaje que no hacía más que corregir y marcar el buen camino al torpe, ingenuo e inexperto Pinocho.

Habrá que reflexionar sobre este estereotipo y reconocer que no hay nada más odioso para cada uno de nosotros que la crítica de la incorrecta, inadecuada y contradictoria vida que llevamos señalándonos el camino correcto, adecuado y coherente. Esa censura constante, esa actitud controladora, ese aire de superioridad moral, hace insufrible —y claramente contradictoria— a la izquierda para cualquiera que no sea un incondicional suyo.

Serio problema para un humorista profesional cuadrar este círculo: ser incorrecto y a la vez superar la censura de esa izquierda, antes irreverente y ahora inquisitorial

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