Amin Maalouf, un libanés universal
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A lo largo de su obra, que abarca la novela y el ensayo, el autor de León el Africano y Samarcanda ha trazado una cartografía clave para entender la historia, la riqueza cultural y la diversidad de identidades que conviven en Medio Oriente, región siempre codiciada por las potencias mundiales
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POR CARLOS MARTÍNEZ ASSAD
Ser árabe, ser levantino, ser libanés, ser cristiano, ser minoría en una sociedad pluricultural y ser exiliado no es algo fácil de digerir ni de entender cabalmente, lo que quizás explique que el más reciente libro de Amin Maalouf, El naufragio de las civilizaciones (Alianza editorial, España, 2019), sea poco entendido, tal como lo revelan las reseñas publicadas. Éstas han dejado de lado lo fundamental del autor que es la esencia de su ser, de su pensamiento, de su forma narrativa profundamente enraizado en la cultura libanesa de la que forma parte.
Cuando menos en lo publicado a partir de su visita a México, invitado por la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, Jalisco, ni en las entrevistas ni en las reseñas se ocuparon de la importancia que el autor dedica al mundo árabe y musulmán como se manifiesta en la primera mitad de su libro, para entender el mundo. Eso no es extraño a la luz de toda su obra donde predomina sobre lo que allá sucede o a lo que ha dado lugar. Tanto su ficción como su ensayo están atravesados por historias y conflictos acontecidos en ese su mundo.
De su trabajo periodístico llegó a su primer libro, Las cruzadas vistas por los árabes (1983), un ensayo histórico fundamentado en los cronistas árabes para desmitificar la idea que de esas guerras y trastocar la argumentación de la “maldad” de los árabes islámicos. Mostró que lo religioso de rescatar el Santo Sepulcro de Cristo sólo fue el móvil de las pretensiones expansionistas y anexionistas de una Europa que se expandía e invocando el nombre de Dios los cristianos europeos se creyeron con el derecho de matar.
Con León el Africano (1986), su primera novela, el autor tendió puentes entre el mundo árabe y el europeo, entre el islam, el judaísmo y el cristianismo al contar la vida aventurera de Hasan, hijo de Mohamed El Alamín. Obstinado en el mundo árabe, el personaje verá la caída de Granada y el fin de la dominación árabe en al-Andaluz, captando uno de los momentos más significativos para entender el silencio que vino después sobre una civilización floreciente que en ocho siglos hizo tantas aportaciones al mundo. Por eso Hasan realizará una recorrido en el que nacido musulmán, es luego bautizado y presenciará el Renacimiento italiano que marcará el cambio cultural que se dio en el mundo. Desde esta novela está más que clara la intención de Maalouf sobre el multiculturalismo como algo que daría vida a toda su escritura.
En Samarcanda (1988) invocará al poeta Omar Jayyám siguiendo la pista de su desaparecido poemario de los Ruba’iyyat. En su narrativa está clara su intención de narrar el viaje como fuente del conocimiento en lo más acendrado de la cultura árabe, con el género de la Rihla de antigua data, frecuentado desde la antigüedad por lo árabes como fuente conocimiento. En su atractiva forma narrativa llevó al lector a conocer el lujo de la corte de Persia y el autoritarismo de los poderosos en una región enriquecida por el comercio de la seda procedente de la India. Así queda definido el comercio como un eje de la economía de la región.
Vendría luego Los jardines de Luz (1991), en la que Maalouf decidió reivindicar la vida de Mani y de sus seguidores, los maniqueos, estudiando un pasaje escasamente conocido de la historia de esa religión que mezcló un cristianismo primigenio, judaísmo, las enseñanzas de Zoroastro y de Buda. Y aunque no es mencionado se debe a san Agustín, el más fuerte rechazo a una religiosidad que profesó y de la que luego renegó, considerando a los maniqueos juntos con otros considerados infieles.
Maalouf dio luego un paso en firme con La roca de Tanios (1993), su novela más libanesa no solo por transcurrir la historia en su territorio sino porque aunque se ubica en tiempo del dominio del Imperio Otomano, cuando la escribía Líbano salía de un periodo de guerras de casi dos décadas, por lo que el escritor debió abandonar el país. La historia ocurrida durante el siglo XIX no es sólo la de la viva memoria del anciano Gebrayel en la aldea de Kfayabda, y la del itinerario del joven Tanios, protagonista que sale de Líbano a Chipre para volver al encuentro de su destino. Para Maalouf es importante mostrar un pueblo desgarrado como el suyo, con comunidades rurales con capacidad de sobrevivir adaptándose a las circunstancias más difíciles. El impacto en el público y en la crítica hizo que por esta novela recibiera el Premio Goncourt, el más emblemático de las letras franceses. La biografía de Maalouf vinculada a antepasados que ejercieron la educación podría explicar en parte la historia narrada con cualidades que le permitirían ser el mejor texto que para llevar a las aulas para que los jóvenes conozcan la historia del Líbano cristiano.
Un título referido a la influencia cultural e histórica de los pueblos del Mediterráneo es Las escalas de Levante (1996), en alusión con los puertos donde los fenicios sembraron sus mercancías. Para ello el novelista sigue los pasos de Ossyane ya en los tiempos modernos, que carga el peso de la historia de la familia Ketabdar, rechaza el odio racial y la discriminación porque en su esencia lleva la pluralidad de su mundo, constante preocupación de Maalouf: “Mi padre es turco, mi madre, armenia, y si pudieron permanecer codo con codo en medio de las matanzas, es porque se sentían unidos en su repulsa al odio. Ésa es mi herencia.” La historia de amor es truncada por la guerra de 1947-1948 que llevó a la creación del Estado de Israel. Como en la anterior novela, hay en esta varios pasajes y datos tan personales que sin duda se relacionan con su pasado familiar.
Con El viaje de Baldasarre (2000) cautivó con un inteligente relato construido por intercambios epistolares y notas de viajero donde confluyen las tres religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam que cambiaron al mundo antiguo y le dieron faz al moderno. Coincidente con el fin del segundo milenio, atravesado por los temores milenaristas e ideas apocalípticas, su personaje Baldasarre Embriaco recorrerá el mundo a su alcance en 1648 buscando un libro que revela El Centésimo nombre, escrito por Abu-Maher al-Mazandarani. Conocer e invocar ese nombre oculto de Dios sería la única forma de evitar el fin del mundo en el 1666, el año de la bestia, según el Apocalipsis de san Juan.
En su libro más familiar, la novela con el sugerente título de Orígenes (2004), el autor -antes de que estuviera de moda como ahora-, decidió comprometerse para no hacer explícito en qué género se ubica ese relato biográfico y prefirió dejar al lector establecer su relación con esas páginas plenas de conocimiento y de sensibilidad para asumirse como el emigrante que es, como los emigrantes que somos todos. Falsa verdadera biografía, el relato contiene muchos de los elementos para explicar la emigración libanesa y saber cómo viven e interactúan los libaneses en otras tierras. Orígenes es un libro de la memoria colectiva, de la vida de una familia de la Montaña libanesa que vive la decadencia del Imperio otomano sin negar su pasado. El autor involucra, si dar su nombre a pesar de dar su árbol genealógico a un tío que emigró a Cuba, donde además de adaptarse rápidamente, se vuelve un rico comerciante en la Habana. De inicio dice negarse a hablar de sus raíces, pero en seguida se involucra. Está su padre Botros y su abuelo Tannous casado con Sofiya; Gebrayel su tío abuelo quien tiene a Anees, la hija del predicador como consorte. Conocemos así algunas claves de la vida del propio Maalouf ya aparecidas en su novela La roca de Tanios.
En Los desorientados (2012) el narrador lleva el nombre de Adam que le pesa como un fardo, para contar en su carnet de viaje el regreso a Líbano de varios compañeros de generación que salieron a causa de la guerra que estalló en 1975. Es una novela del encuentro entre sus preocupaciones literarias y las filosóficas, preocupado por la más mortal de las inquietudes y de los itinerarios de los amigos en un escenario pesimista sobre la regresión de la cultura, un Líbano que está siendo destruido y constante referencia en sus ensayos.
Maalouf volvió a la filosofía y a la reflexión política con su libro El desajuste del mundo. Cuando nuestras civilizaciones se agotan (2009), con el cual se colocó en la problemática de su pueblo en la actualidad, con una postura reflexiva y por tanto crítica del mundo árabo-musulmán y de las desviaciones de su Líbano natal y le reprochó “la indigencia de su conciencia ética” que por lo demás extiende al Occidente. Lo mismo que las identidades que al suplantar las ideologías han hecho del predominio de lo religioso un arma radical. Cuenta cómo cuando era joven era frecuente ver las relaciones “si no igualitarias y fraternas, al menos corteses y atentas” entre musulmanes chiíes y suníes. Las minorías cristianas eran respetadas y aunque no en una situación idílica, conseguían sobrevivir.
Habían pasado diez años desde la publicación de Identidades asesinas (1998), con varias de las preguntas clave para explicarse el mundo actual cuando la civilización occidental se decidió a llevar el rumbo del planeta. “Su ciencia se convirtió en la ciencia, su medicina en la medicina, su filosofía en la filosofía, y desde entonces ese movimiento de concentración y “estandarización” no se ha detenido; muy al contrario, no ha hecho sino acelerarse, extendiéndose por todos los ámbitos y por todos los continentes al mismo tiempo. Lo que se desencadenó en Europa hace siglos se ha convertido en algo diferente.
Y si Europa se convirtió en centro de su reflexión, en su libro más reciente El naufragio de las civilizaciones su mirada se amplió poniendo especial atención en Estados Unidos y lo que le ha llevado a estar a la cabeza de la conducción del mundo. Para ello tiene que aceptar de inicio haber nacido en “una civilización moribunda” viendo cómo la humanidad cambiaba. Para recurrir luego a la exitosa metáfora como se ha anunciado en este libro, el Titanic como el mundo boga en esa gran nave hacia su pérdida. Con un cargado pesimismo, recuerda a través de sus páginas las turbulencias que han llevado al mundo al borde del desastre.
Se lamenta de haber llegado demasiado tarde al Levante de la época magna por una, como en el naufragio anunciando, en que sus emigrantes salen en balsas para cruzar el Mediterráneo, en alusión al desastre de las guerras en Siria e Irak. La biografía de Amin Maalouf se va engarzando con los hechos que en esa región del mundo tuvieron lugar para hablar de los cambios ocurridos desde el surgimiento del panarabismo de Gamal Abdel Nasser que desde El Cairo dictaba la política de los países árabes como Líbano, y Beirut suplantaba a la egipcia como capital cultural. Allí donde iban a refugiarse los perdedores de ese mundo en cambio constante. Líbano, un país fue ejemplar porque sus fundadores mantuvieron el equilibrio entre las comunidades religiosas predominantemente las cristianas y musulmanas pero también las judías, cuando Líbano fue conocido como la Suiza de Oriente.
Maalouf recuerda con tino la opinión de su padre cuando ante la creación de la República Árabe Unida en 1958 que reunió a Egipto y a Siria en un solo país, afirmaba “¡Cuando un país tiene el privilegio de llamarse Egipto no cambia de nombre”. Y en tono de broma añadía, ahora a los sabios que lo estudian habrá que llamarles “rauólogos” en lugar de egiptólogos. No obstante, cuando cayó, le embargó la tristeza por la ruina de un modelo prometedor con fuertes repercusiones en su país. Una tierra que, como lo dicen muchos libaneses, se convirtió en campo de batalla entre rusos y estadounidenses, israelíes y palestinos, sirios y palestinos, iraníes e israelíes en una larga lista.
Desintegradas las sociedades plurales que fueron las de Levante, han traído una “degradación moral” irreparable, que piensa en la actualidad ha afectado a toda la humanidad provocando barbaries insospechables. Y es que en efecto, el mundo árabe musulmán se ha convertido en fuente de angustias ahora que las diferencias confesionales ocupan un espacio antes invisible cuando convivían los más diferentes grupos. Así, Maalouf hace notar algo que resulta increíble que cuando predominaron los movimientos políticos marxistas cristianos, judíos y musulmanes pudieron coincidir durante cierto tiempo. Por ejemplo, judíos rusos, alemanes, polacos y rumanos coincidieron en Israel bajo la bandera del Partido Comunista encontrándose con los árabes debido a la identidad de clase más que de minoría.
El autor vive la angustia del deterioro del mundo árabe que encontró su parte aguas en 1967 cuando la guerra entre el Estado de Israel y los estados árabes unidos en torno a Egipto, culminó en una gran derrota, de la que no han logrado recuperarse; algo de tal magnitud que sólo es comparable con sufrida por Francia al inicio de la Segunda Guerra Mundial, luego de haber sido la vencedora en la Gran Guerra. El 5 de junio de 1967 nació la desesperación árabe y surgió el trauma de la derrota que tantos efectos ha generado.
Los árabes no sacaron el provecho que de su derrota hicieron Alemania y Japón que se esforzaron por separar el orgullo nacional de las glorias guerreras y dedicarse al desarrollo industrial y a alcanzar la prosperidad. Es cierto que, como lo expone, los árabes fueron engañados desde que al final de la Gran Guerra y la caída del Imperio Otomano, las potencias como Inglaterra y Francia se encargaron de distribuir los territorios a su exclusiva conveniencia. Un testimonio al alcance de la mano es el de la muy conocida película Lawrence de Arabia (1962) de David Lean, que deja ver el engaño de los británicos hacia los árabes.
Así, la merma en las posibilidades de paz siempre estuvieron negadas en el Medio Oriente y el dique de tan frágil tuvo grietas entre las que resalta la del 20 de abril de 1975 cuando la comunidad internacional no reaccionó ante la sustracción de tierras que un grupo religioso judío realizó para crear el asentamiento de Ofra en Cisjordania, en tierras de Palestina de acuerdo con los convenciones internacionales sancionadas por la ONU. La paz entre Israel y Palestina fue taponeada y la creación de los asentamientos continuó de acuerdo con los gobiernos israelíes y de la sociedad que lo permitió.
Coincidió con ese año, el inicio de la guerra en Líbano que presenció el autor; los combates entre grupos de diferentes ideologías que rompieron la convivencia previa hicieron imposible la vida en Beirut y en prácticamente todo el país, lo que lo obligó a salir. Vendría luego 1979, un año clave en lo cuando emergió la revolución islámica que llevó al poder al ayatolá Jomeini en Irán y lo que llama la “revolución conservadora” que implantó Margaret Tatcher en el Reino Unido. Dos revoluciones coincidentes con la de Den Xiaoping en China; así como la llegada a Roma del papa polaco Carol Woytila. En solo siete meses la Curia romana, el Comité Central del Partido Comunista chino, los electores británicos y los manifestantes iraníes coincidieron en un impulso semejante. El mundo quedaba atrapado en un conservadurismo radical al que se uniría la administración de Ronald Reagan desde Estados Unidos.
En un ir y venir entre el pasado y el presente, Maalouf va hilvanando sus ideas para referirse al saqueo petrolero del Medio Oriente por parte de las potencias, para formular una de sus tesis más importantes: “El Estado no es la solución a nuestros problemas, el Estado es el problema”. Llámese China, Irak, Rusia, Gran Bretaña, Irán o Francia, en todos, se ha perdido “el sentido ascendente de la Historia, la plétora armoniosa de las culturas, la convergencia de los valores y la paridad en la dignidad de los humanos”. Aunque aclara que no minimiza los grandes progresos, ni Europa ni Estados Unidos han sabido estar a la altura del papel que les corresponde.
Aunque Levante, con todo y que fue cuna de las civilizaciones más antiguas, se ha nutrido de la Europa que lo ha influido con sus ideas, herramientas y formas de vida. Así la que considera la civilización europea se ha convertido en referencia para todo el planeta, pero están también allí sus diferencias, países diferentes, con sus culturas, sus lenguas, sus tradiciones. Elogió en particular la cultura francesa en su libro Un sillón que mira al Sena (2016), para corresponder a su ingreso a la Academia francesa, como el segundo extranjero que lo ha sido y siguiendo a los escritores franceses desde el siglo XVII al XX mostró la amplia aportación a las letras en el mundo.
Aunque considera a Europa junto a Estados Unidos, como los más importantes respecto a los destinos del mundo, la primera no pudo crear un conjunto de Estados como la evidencia el Brexit, por lo que la percibe cerca del desmoronamiento que la acerca a la idea del naufragio. Por su parte, Estados Unidos, envuelto en el frenesí de sus intervenciones, vive sus contradicciones y no ha podido -aunque sea el país que ha albergado diversas minorías étnicas y el mayor porcentaje de emigrantes-, construir un modelo para influir en el mundo.
Sobre la democracia, Maalouf avanza algunas ideas coincidentes con los críticos que la cuestionan como algo que se invoca como si tuviera los poderes taumatúrgicos para acabar con los problemas y, sin embargo: “Cada generación tiene que hallar un equilibrio entre dos exigencias: protegerse de quienes se aprovechan del sistema democrático para promover modelos sociales que acabarían con cualquier libertad y protegerse también de los que estarían dispuestos a asfixiar la democracia so pretexto de protegerla”.
El pesimismo de Maalouf en este libro contrasta con su obra de ficción, incluso la más entrañable que realizó sin alejarse de los problemas de su mundo, pero con música en El amor de lejos (2000), con la compositora Kaija Saariaho, encontró un amor imposible en Trípoli durante la Cruzadas. Con la misma compositora escribió y él se encargó de recitar Cuatro instantes (2002) para que su voz de escuchara por todas partes. En su libreto para la ópera Adriana Mater (2004) un drama brutal se desprende de las guerras actuales, encontrando otro medio para su mismo fin.
La palabra del historiador, novelista y poeta escrita y dicha por el mismo Maalouf puede escucharse por todas partes, quién sabe si su grito en El naufragio de las civilizaciones, sea escuchado por quienes deben escucharlo. La debacle que estamos viviendo según se desprende de la lectura no solamente de este libro sino de sus otros dos ensayos contemporáneos que también debieran ser escuchados, muestra hasta dónde puede llegarse con imaginación y ver hacia donde vamos si no corregimos el rumbo.
FOTO: Amin Maalouf recibió el Premio Goncourt, el más importante de Francia, por su novela La roca de Tanios en 1993./ EFE/Sergio Barrenechea
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