Amos Oz y las palabras

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La obra de este escritor israelí, fallecido el pasado 28 de diciembre, abarca el cuento, la novela y el ensayo, donde exploró las indecisiones personales y el juego de imposturas que es la vida

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POR ILIANA OLMEDO

Decir que Amos Oz merecía el Premio Nobel es quizá decir nada acerca de un autor cuyo trabajo no necesita del reconocimiento de la Academia para ser leído y traducido, porque Oz además de ser un novelista implacable era un intelectual que nadie logró silenciar, en ningún aspecto, y sobre todo para defender una convivencia pacífica en el Medio Oriente.

 

Con más de cuarenta de libros publicados, Oz, nacido en la añeja e histórica ciudad de Jerusalén cuando todavía era un protectorado en 1939, cuenta con una trayectoria que habla por sí misma. Amos Oz nació bajo el apellido Klausner y, como deberíamos hacer todos, construyó su propio nombre después de cambiarlo cuando empezó a publicar y también, como él mismo lo narra, para distanciarse de su padre, con quien siempre tuvo una relación tirante pero cariñosa, al estilo de las relaciones de amor profundo. Oz, por cierto, significa fortaleza.

 

Sus novelas, como sus ensayos, apelan a la tolerancia, a la solidaridad, al aprendizaje constante del otro y los otros. Amos Oz predispone al lector a la empatía. A través de sus personajes, explora los callejones de la condición humana y demuestra la dificultad para entender la propia identidad y la de los otros: sus creencias subterráneas, sus manías y singularidades, sus dolores y simpatías, sus locuras particulares. En sus novelas, la mayoría traducidas al castellano por Raquel García Lozano, muestran la crudeza de la condición humana y la dificultad para entender la difícil correspondencia entre pensar, sentir y hacer. Sus personajes se construyen y reconstruyen mientras buscan entenderse a sí mismos y quiénes son en el mundo, para qué están aquí, las razones por las que viven y por las que mueren. Amoz Oz es un novelista que se desdobla y con su experiencia se explica para despertar en el lector la premisa de la esfinge: conócete a ti mismo. Y para conocerse también hay que explorar en el lenguaje, como expone en el libro Los judíos y las palabras (2016), que escribió a cuatro manos con su hija, la historiadora Fania Oz-Salzberger. Así, también nos recuerda que somos seres mutables, indecisos, que constantemente representamos papeles en el juego de imposturas que es la vida. Por eso hay que conocerse a sí mismo para amar y, en último término, sobrevivir. El ex agente del Mossad, Yoel Ravid, de Las mujeres de Yoel (1990), por ejemplo, intenta comprender a las mujeres de su familia y el foco se traslada, como en muchas de las narraciones de Oz, a los personajes femeninos. Noa, la profesora de literatura de No digas noche (1994), trata de sostener su relación con su pareja, Teo, y superar la muerte de uno de sus alumnos. Cada uno de los dos protagonistas refiere su versión de los hechos y crea su propia narración. Así se desarrolla un continuo enfrentamiento de intereses y deseos entre la pareja que deberá encontrar la mejor manera de conciliarlos. Siempre se trata de disponer los límites y las fronteras. Y por eso algunos críticos han leído esta novela como metáfora de la relación entre Palestina e Israel. Tema al que Oz dedicó cientos de artículos y ensayos tan contundentes como el muy citado Contra el fanatismo (2006).

 

Para comprender a cabalidad el proyecto narrativo de Oz se debe leer su autobiografía, casi novela, Una historia de amor y oscuridad (2003), acaso su mejor libro y que Natalie Portman llevó al cine en 2015. Este texto construye el pasado de Oz a través de sus recuerdos, pero su preocupación de fondo es entender las razones por las que su madre, Fania, se suicidó cuando él era todavía un niño. Se trata de una exploración en la memoria, las narrativas con las que se elabora el pasado, el recuerdo y el dolor. Ese dolor que cualquier quisiera evitar, esconder y enterrar, pero que sigue ahí y persiste, al menos que, nos demuestra Oz, nos adentremos en él. Un primer esbozo del personaje de la madre es Jana, de la novela Mi querido Mijael (1987), una mujer decepcionada de su matrimonio: esposo e hijo, y de sí misma y sus propias decisiones. Esta primera novela fue el campo de exploración de la psicología de la madre sufrida y sufriente, impedida para dar afecto, que el autor tendrá que analizar sin ficción en su autobiografía.

 

Cuando mi hermana padeció depresión crónica, yo había empezado a leer Una historia de amor y oscuridad. Dos años antes había oído hablar a Oz en una charla que dio en Barcelona como parte del viaje por España que hizo a raíz del Premio Príncipe de Asturias en 2007. Ahí explicó que había escrito estas memorias porque quería entender las razones por las que su madre, Fania, se había suicidado tras años de depresión, lucha y sufrimiento para ella y para todos los que estaban a su alrededor. De pronto había caído en cuenta que por estar inmerso en su propia pérdida, que era la de su madre, había ignorado lo que ella podría haber estado sintiendo. Escribió: “Durante las semanas y meses posteriores a la muerte de mi madre no pensé ni por un momento en su dolor. Me negué a escuchar el inaudible grito de socorro que dejó tras ella y que probablemente estuvo siempre flotando en las habitaciones de la casa. No tuve ni una pizca de compasión”. Y después de adquirir esta conciencia, escribió, muchos años después, sus memorias. Ese libro que leí me ayudó a compadecerme de mi hermana y también, muchos años después, a escribir mi propia historia en una novela. Por eso no tengo palabras para expresar todo el bien y la paz que la obra de Amos Oz da a nuestras almas. Leer a Oz introduce al lector en el conflicto, se adentra en ese ruido que persiste en la cabeza y en el corazón y luego lo calla y tranquiliza. Amos Oz murió el pasado diciembre, pero sus libros están ahí, también en paz, esperando nuestra mano. Cito a Amos Oz: “los libros jamás te abandonan. Tú los abandonas a ellos a veces, y algunos incluso los abandonas durante muchos años, o para siempre. Pero ellos, los libros, aunque los hayas traicionado, jamás te dan la espalda: en completo silencio y con humildad te esperan en la estantería”. Oz nos deja su obra, su fidelidad a las palabras y sus reflexiones y al leerlo, le expresamos nuestra gratitud por enseñarnos que todavía se puede ser humano en este mundo hostil.

 

 

FOTO: El escritor israelí es autor de la novela No digas noche y del ensayo Contra el fanatismo, entre otros muchos libros.  / Rolf Vennenbernd / EFE

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