“Anita”: benditos aromas del Porfiriato

Feb 3 • destacamos, Miradas, Música • 2389 Views • No hay comentarios en “Anita”: benditos aromas del Porfiriato

 

Una magna ópera rescatada de la desgracia. México Ópera Studio presenta con maestría esta historia de amor durante la invasión francesa

 

POR LÁZARO AZAR

Para Carmen Stobl,
mi queridísima Chatis,
in memoriam.

 

Pocas veces una puesta de ópera mexicana hecha en México ha superado mis expectativas. Ha sido el caso de Anita (1902), de Melesio Morales (1838-1908), que felizmente disfruté hace unos días en Monterrey, remitiéndome a los benditos aromas del Porfiriato. Les cuento:

 

Esta ópera en un acto, con dos cuadros y libreto de Enrique Golesciani, que narra el amor que floreció entre Anita y un soldado francés a la par que nuestro general Díaz derrotó en Puebla a las tropas leales a Maximiliano durante la batalla del 2 de abril de 1867, podría decirse que era “una ópera maldita”: a principios de 1903 fue ensayada por la compañía italiana de Napoleón Sieni, pero “por problemas económicos entre el empresario y el compositor, el estreno se pospuso para el año siguiente” y nada, Morales murió cuatro años después y Anita siguió sin estrenarse hasta que Karl Bellinghausen exhumó la partitura del Fondo Reservado del Conservatorio y se la confió a la orquesta y algunos alumnos del plantel, que estrenaron partes de ella en 1987.

 

El 28 de septiembre de 2000 presencié en la Sala Nezahualcóyotl el estreno profesional de Anita, en versión concierto a cargo de la Orquesta de la Universidad de Hidalgo, concertada por Fernando Lozano. Aunque no salió a la venta, existe una grabación de aquella ocasión que nos permitió apreciar que, aquel compositor que fue tachado de conservador, incorporó aquí una banda externa, recurso empleado entonces por compositores vanguardistas como Ives y Mahler. Todavía no me repongo de que, hace diez años, en julio de 2014, atestigüé en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris el estreno mundial de la versión escenificada de Anita. De mi reseña, que titulé “El camino del infierno…” rescato un par de párrafos, para darles idea de qué fue aquello:

 

“No hallo eufemismo aplicable para nombrar los huacales que fungieron como escenografía ni qué decir de las jergas de las que debieron sacar el vestuario, que no alcanzó para todos. Ni en Gangsters contra charros se habría atrevido Juan Orol a meter un coro que hacía como que marchaba mientras hacía como que cantaba… ¡portando el uniforme de la Marina Armada de México! Cuán penoso fue constatar que todos ‘hacían como que hacían’, sin cumplir cabalmente aquello por lo cual figuraban en el programa. Ni los cantantes cantaban, ni la orquesta —también de la Marina— tocaba. Unos gemían, otros ahí medio desempolvaban sus instrumentos, dicen que parte de los cantantes eran alumnos del Conservatorio y algunos, profesionales. Imposible identificar quiénes eran peores”.

 

“En cuanto a quienes hacían borlote en el foso (…) se las vieron negras tratando de tocar algo que no fuera el Himno Nacional, que espero si se supieran, (ya que) los compases de la partitura de Nunó que aquí figuran fueron omitidos ‘por respeto a la ley’. En las ocasiones anteriores que Anita fue puesta a la consideración del público, nadie chistó ante esa evocación y —con base a la irretroactividad de la ley consagrada desde 1789— tampoco fue aplicada sanción alguna. Eso sí: cómo nos cacarearon que veríamos la versión ‘en español’. Vaya afán de Bellinghausen de enmendarle la plana al compositor…”.

 

¡Qué diferencia con lo presentado ahora por los alumnos del MOS en el Auditorio Carlos Prieto del Parque Fundidora! Hace un año montaron por primera vez Anita y lamenté muchísimo no haber podido asistir. Cuando supe que la repondrían como parte del ciclo de Ópera Mexicana con que el México Ópera Studio, que preside Alejandro Pérez, está celebrando su quinto aniversario, me anoté para verla. Fueron cuatro funciones, del 25 al 28 de enero. Presencié la primera y el ensayo general, lo cual me permitió escuchar a las tres sopranos que alternaron el protagónico.

 

Mi primera sorpresa fue que el mentado auditorio es un edificio que estuvo abandonado muchos años y, tras fungir como “Casa del terror”, ahora cobija al MOS como sede para sus clases y escenificar puestas como ésta, en la que a pesar de carecer de un foso y haber colocado a la orquesta, apretadita, en un cuartito a un costado del escenario, ésta sonó y cumplió. Y para no contar con los recursos técnicos más elementales, qué bien se las ingeniaron hasta para hacer llover durante una de las escenas. No me cansaré de repetirlo: hace más quien quiere que quien puede… y los resultados no pueden ser mejores si, además, sabe cómo hacer las cosas y es, también, un apasionado de la encomienda para la cual fue contratado. Es el caso de los codirectores del MOS: Alejandro Miyaki y Rennier Piñero. El primero tiene a su cargo la parte musical y concertó las funciones, el segundo, la parte escénica y fue el responsable del trazo de Anita; ambos han puesto muy alta la vara para otros intentos similares que —a veces más con ánimo mercantil— florecen por la República y van de San Miguel a Bellas Artes, por no hablar de tantas academias, talleres y festivales patito cuyo único afán es atrapar incautos.

 

En la primera función la epónima fue encomendada a Kathia Romero, espléndida soprano de gran fuerza escénica y vocal. Lo que pude escucharles a Valeria Vázquez y a Priscila Portales, que hicieron cada una uno de los cuadros durante el ensayo general, también fue impecable. Como Gastón D’Auvrai, disfruté muchísimo la participación del tenor Rafael Rojas y, como Rodrigo, su rival de amores con Anita, Isaac Herrera fue el único que no tuvo alternante y refrendó por qué es el “barítono titular de la tercera y cuarta generación del MOS”: conjuga intensidad, solvencia y musicalidad. Tras escuchar a Raúl Morales y Juan Carlos Villalobos, los bajos que alternaron el rol de Manuelo —el hermano de Anita—, estoy seguro de que, gracias al MOS, esta tesitura nos representará dignamente a nivel internacional y se verá que, en México, contamos con mucho más que tenores.

 

Pero, ¿saben qué fue lo mejor de todo? Oír bien cantado nuestro Himno Nacional en la escena final de Anita. Nos dejó con la piel chinita y nos quitó el mal sabor que dejó la masacre cometida por Regina Orozco y Eugenia León, dignas herederas de Florence Foster Jenkins cuando, en homenaje a Julián Carrillo, este par de Divas del Sonido Trece lo distorsionaron hasta dejarlo tan irreconocible como el país que ha devastado la 4T que las tiene en nómina. ¡Menos mal que no agarró la Shamebaum su guitarrita para acompañarlas! ¿Se imaginan? Mejor no. No sea que acaben culpándome de sus peores pesadillas, tal y como ahora culpamos a cuantos hicieron proselitismo y votaron por ya saben quién…

 

 

 

FOTO:  Anita se presentó en el Auditorio Carlos Prieto del Parque Fundidora. Crédito: Cortesía Ranniely Piñero

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