Antología poética
POR HUBERTO BATIS
En 1978, cuando apareció la Antología poética que hizo Efraín Huerta para las Ediciones del gobierno del Estado de Guanajuato (224 pp., 4 mil ejemplares, 1977), escribí una nota que al Gran Cocodrilo le pareció “jugosa”. Presentaba el libro como una despedida y me invitaba a releer los corridos que recogió Vicente T. Mendoza dedicados a Bernardo Gaviño: “Adiós, Ponciano querido, / ya te dejo en mi lugar, / te encargo mucho cuidado / cuando vayas a torear”. Quiero, en su homenaje, reproducir algunos párrafos:
“Se conspiraba / se era pobre / se empurpuraba la poesía / porque queríamos ser / recelar masturbar el viento / aromar la algarabía / al pie de los murales / de Siqueiros y Orozco / Vagar / estudiar / criminalmente / … / Cafetear en el café / del chino Alfonso / y sabiamente huir / beber absurdamente / como asnos en celo / Danzar la perra danza / (Preparatoria nacional) / mentársela a Kelsen / (Escuela de Derecho) / y emprender la fuga / decisiva / con pasos de tezontle / y un hambre endemoniada”.
En la portada, verde pistache (sí, ¡verde pistache!), junto al escudo heráldico del Estado, Efraín, socarrón, chupa una colilla entre índice y pulgar y aguanta ¡un Prólogo de Rafael Solana!, quien nos cuenta cómo Huerta Romo, Efrén (luego cambiaría a Ephraím para hacer juego con su hermana Raquel), dibujaba y cantaba antes de que brotara en él la poesía, que Solana ve como hija de amor, “aunque haya tenido versos de ira y pequeños poemas de chufla” (obsérvese ese sí pequeño aunque).
El periodo energuménico, cuando Efraín soltó los demonios de la rabia y del odio “(Vengo de la tristeza / de la agria cortesía”, “pero el amor es muerte”… “esta ciudad de cenizas y tezontle cada día menos puro”… “de las mujeres asnas, de los hombres vacíos”… “sarcástica ciudad donde la cobardía y el cinismo son alimento diario”… “Te declaramos nuestro odio, magnifica ciudad, / A ti, a tus tristes y vulgarísimos burgueses, / a tus chicas de aire, caramelos y films americanos, / a tus juventudes ice creamrellenas de basura, / a tus desenfrenados maricones… te declaramos nuestro odio perfeccionado”), cuando Efraín soltó su desprecio por los “poetas publicistas” y su “enfadosa categoría de descastados, / por sus flojas virtudes de ocho sonetos diarios, / por sus lamentos al crepúsculo y la soledad interminable, por sus retorcimientos histéricos de prometeos sin sexo / o a estatuas del sollozo, / por su ritmo de asnos en busca de una flauta”, cuando Efraín juntó al odio el insomnio de“Los hombres del alba”, de “La muchacha ebria”, de sus “Cantos de abandono”y dijo “la robusta verdad de los verdaderos hombres” y comió “el negro pan del ansia”, cuando escribió “bajo el ala del ángel más perverso y vivió” la noche de fango y miel, de alcohol y de belleza, / del sudor como llanto y llanto como espejos”, cuando abjuró de “verdades convencionales hasta el asco”, y supo “la fina traición de las lluviosas tardes / en que comíamos uvas y redondos granizos”, al besar bocas que sabían “a taza mordida por dientes de borrachos”,al descubrir Efraín que su poesía era de la noche porque el día no les pertenecía a los esclavos, “tigres en guardia”; entonces, Efraín Huerta veía a “La poesía enemiga”, y la veía “muerta sin sentido” y apenas lo traía del tedio de la vida.
Atrás había dejado el poeta Huerta“el agua tibia del deseo”, “el perfecto motivo del sexo” y “la muerte / que tenemos por sueño y por amor”, y había empezado a saber —como Ezra Pound de la Usura— de la existencia del Becerro de Oro. Tendría Huerta que olvidar “el chorro de mármol de tus piernas”, “tu grupa de seda”, “la mordedura de tus dientes” de su libro Absoluto Amor (1935), para entrar al acongojado volumen que juntó sus Poemas de guerra y esperanza (1943), donde “España—según escribió García Lorca— entierra y pisa su corazón antiguo… y hay que salvarla pronto con manos y con dientes”. Huerta regresó “cansado / de gruñir como tierra malherida”, cansado de haber visto morir ensangrentados tantos“vientres prodigiosos de muchachas”, tantos “brazos prodigiosos de muchachos”,tanto dolor español: él mismo “demasiado muerto para poder, después, / ver con serenidad ramos de rosas / y hablar de las orquídeas”.
Luego vinieron los nazis (“el hombre es una agonía en pie”), y arreció “el llanto de Israel” y otra vez el odio de Efraín Huerta se volvió devastador, incendiario, purificador: “odio por centenares de razones sangre”, “llegué a ofrecer mi sangre, / mi aguda sangre de loco minucioso”. Y Huerta, que a las veces venía de Ramón López Velarde, cerró la puerta a “la zozobra” y se volvió anhelante al “infinito día del desprecio”, la “verdad perfecta”, “no el odio vulgar” ni “el llanto imperfecto”, el Desprecio con mayúscula inicial robusta.
1950, año del libro La rosa primitiva, año de volver a amar, año del “deseo muerto a vuelta de esquina”, año del propietario absoluto de “tu infierno” y de “tus odios”; año en que sólo el pueblo y la hembra encienden “cuanto hay de ti de hermoso”, porque hasta la poesía “Nos llega mutilada como ruinas del alba”; año en que se siguen rimando insomnio y odio en “el deseo cuesta arriba”.
1949-1953: Los poemas de viaje. Recuerdo haber leído por primera vez una reseña de Emmanuel Carballo sobre Huerta que me llevó con entusiasmo a la jocunda cachondería del “Nocturno de Mississipi”, en donde jóvenes negros se aman“larga y estrechamente al amparo del cielo”, tanto como es larga la vida de este poema que trajo consuelo al poeta, como trajeron consuelo, y mucho, revuelto con la ternura del papá presumido, Andrea, Eugenia y David sus hijos. Desde Praga escribe al “gran Telémaco que buscaba a su padre”, entonces con el pensamiento atravesado por una “aguja gótica”, que meses después produciría en el poema “Hoy he dado mi firma para la paz”, que según un consenso tan cruel como certero marca la noche oscura poética de este talento que se pondría humildemente al servicio de la propaganda, por ponerse al servicio de la fraternidad universal que, según eso, iba a “ahogar y aturdir al político y al industrial de guerra” con “La firma de la humildad —la del poeta”.
En Poesía en movimiento, la antología enjuiciadora de Octavio Paz et al.,esta noche oscura marca un salto entre “Problema del alma”, anterior a 1950, y“El Tajín”, que apareció como plaqueta de Pájaro Cascabel en 1963, la revista de Thelma Nava, segunda esposa de Huerta. Dice Octavio Paz que Efraín sacó partido de la situación en que José Gorostiza dejó a la poesía mexicana al volverla “callejera” cuando la mandó al diablo por “putilla”; Paz se confiesa sordo y ciego entonces, cuando Taller, a “La otra voz, blasfema, anónima, la voz maravillosa de la transeúnte desconocida, la voz de la calle”; hasta aquí todo iba perfecto, sólo que“después, Huerta escribió desafortunados poemas ‘políticos’”. En el Danubio, Efraín dejó dos o tres líneas de aquella su espléndida poesía (“y el río abriéndose y cerrándose como alas de paloma” / el tautológico y gorostiziano “la paloma volaba con alas de paloma”;por ahí utilizó el “¡qué agua tan agua!” y el río “debajo de sí mismo”).
Entonces vino Efraín Huerta comprometido de Estrella en alto (1956), que rescataba viejos poemas de hacía veinte, quince años en un intento por disfrazar sin conseguirlo el tono circunstancial y los“manifiestos líricos” que bien supo sentir —porque lo anotó— que iba a ser considerados “fuera de tono”. Este libro fue publicado por Metáfora, la revista maldecida en los años 50, que a tantos nos inició, de Jesús Arellano autor de la Antología de los 50 poetas contemporáneos de México(Ediciones Alatorre, 1952). En el Prólogo afirmaba, quién sabe para qué, Chucho:“Díaz Mirón, Othón, López Velarde, González Martínez, creemos… no han sido superados”. Su Antología, partiendo de Contemporáneos, de Pellicer exactamente, hasta Rosario Castellanos y Jaime Sabines, denunciaba (según él), un “descenso”en la poesía mexicana, en el que destacaban acaso Efraín Huerta y Octavio Paz. Los jóvenes poetas, sin crítica que orientara y adoctrinara, investigaban en obras extranjeras que “no obstante ser superiores, están hechas para temperamentos diferentes y, aunque no negamos que el arte será universal, sí creemos que debería haber una estética propia que alimentara la raíz de la poesía de México”. De esto hace un cuarto de siglo; efectivamente brillaron Huerta y Paz por sobre todos, y son ahora máximos poetas de México.
¿La felicidad de los hijos y la beatitud política embonaban? La novia ciudad de Praga, olvidaba aquí la novia ciudad de México (o como empezó a decirle Efraín, México City), pareció volver chocho antes de tiempo a Efraín Huerta. Parecido a un viejo verde recorre la Callejuela de los Alquimistas de Rilke, con “la lengua de fuera” por Lily la católica, a la que no pide más “porque nada me niega”. En realidad Huerta caminaba, aunque no creyera hacerlo, hacia la condenación y el martirio, “bajo la larga sombra del miedo, / siempre al pie de la muerte”.Regresa a México y en su poema a la “Avenida Juárez”: “saluda a los amigos, y los amigos / parecen la sombra de los amigos”, “los poetas tienen el seco olor de las estatuas”, “la patria es polvo y carne viva”… “el becerro de oro todo ha comprado”, “no se tiene respeto ni al aire que se respira / ni para la mujer que se ama tan dulcemente / ni siquiera para el poema que se escribe”… “todo parece perdido”, mientras por la Avenida Juárez “las tribus espigadas, la barbarie en persona, / los turistas adoradores de ‘Lo que el viento se llevó’las millonarias neuróticas cien veces divorciadas, / los gangsters y Miss Texas, / pisotean la belleza, envilecen el arte…”
La pregunta “¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?” es sólo el anuncio de “¡Perros, mil veces perros!” el poema que Octavio Paz califica compasivo como desafortunado, si bien “político” (lo pone entre comillas con veneno). Los asesinos de los Rosenberg matan de hambre y de sangre al Continente (“Chapultepec no olvida”),Guatemala, El Caribe, Asia: “Yanquis, mil veces perros, / yanquis de Wall Street! / “¡Maricones de McCarthy, rectores de Columbia, / condecorados de Corea”. De 22 poemas apenas se salva“Estrella en alto”: “En el taller del alma maduran los deseos, / crece, fresca y lozada, la ternura”…, acaso también los “Buenos días a Diana Cazadora”;“serena, rodilla al aire y senos hacia siempre”; pero todo se quiebra y se frustra: “abandono las alas rotas de este poema”. Habrá que esperar a “El Tajín” para salir de la noche oscura; quizá entonces (1963) Efraín Huerta salió a flote, y no sólo recuperó su canto sino que con ese poema alcanzó el alto sitio de pedernal y de relámpagos de la gloria: “el mar de sangre petrificada”,ahí “los muertos dan vida a sus muertos / y los vivos sepultura a los vivos”;“Puedo cortar el pensamiento con una espiga, / la voz con un sollozo, o una lágrima, / dormir un infinito dolor”. Quizá Huerta maduró entonces del todo (cuando por entero sea ruido y polvo el “país-serpiente”, sólo quedará del naufragio “el impuro templo desolado”).
Una imagen recurrente en Huerta, el cocodrilo, hace pensar en estos largos años de llanto y quietud. Para esa época Octavio Paz, Jaime Sabines, Rosario Castellanos habían dado ya lo mejor de su obra. Creo que Efraín Huerta comienza aquí su gran época de poeta longevo. Encuentro en un poema acerca de la dicha sexual el nacimiento de su aportación a la filosofía del relajo,“el poemínimo”, que luego daría a conocer a pasto por mi intermediación en aquella revista La capital (1969); se trata del texto “Sandra sólo habla en líneas generales”, y el poemínimo: “—lo virginal no quita lo caliente—”,puesto así entre guiones, casi como una travesura. El poema estaba dirigido a una putita de Polanco, “pelirroja horizontal”, con ojos “que brillan y rebrillan como santelmos a la mitad del naufragio”, vecina lejana “como de aquí a ella”, Sandra “sandrísima”.
Tal fugaz heroína poética inaugura en esta Antología la sección Otros Poemas, algo así como poemas no coleccionados, cuadros nunca expuestos, canciones nunca cantadas. ¿Poemas de circunstancias los dedicados a Ernest Hemingway en su muerte, o al maxilar de Franz Kafka, el único de sus poemas que Octavio Paz consideró digno de Poesía en movimiento, de los escritos después de “El Tajín”, aparecido en aquella revista pocha-beat de Sergio Mondragón y Margaret Randall: El Corno Emplumado? Es la época de la confluencia, del encontronazo entre la poesía gabacha, y la “nacional” o europeizante; choque tan violento como el de las generaciones del alcohol y de la mota. Huerta, creo, tuvo una conciencia sombría de su papel: manejar “la humildad de nuestro lenguaje y su negra lucidez” (“Sílabas por…”) En su “Responso por un poeta descuartizado” Huerta se suelta totalmente la greña; está dedicado a Rubén Darío, o más bien a la inteligencia (“cerebro que nunca se detuvo”) y al valor del poeta (“mucho hombre… / aquí el hígado y allá los riñones”). Huerta cumple 50 años de vida; había sido poeta de vena a los 25 (“teníamos más de veinte años y menos de cien” —le dice a Octavio Paz a quien dedica su “Borrador para un testamento”)—, y vuelve ¿o empieza? a ser de nuevo el gran poeta de siempre, “desoladamente triste a la orilla del mundo” (y subraya la línea tomada del amigo). Se ve como poeta de trajes raídos, desventurado después de haber querido redimir al mundo, y anuncia su voluntad de dejar de escribir “los malditos versos / que nunca pude terminar”. Pero otra muerte, ahora la del Che Guevara lo lanzará a la “Cantata”. Una cosa es clara para el lector de esta Antología: en 30 años, Huerta, que comenzó sin vocabulario, adquirió con el tiempo el rico léxico del dolor. Otra muerte: la de Martín Luther King. En abril de 1968 entre el día 9 y el 10, en esa media noche el poeta escribió las líneas que definen la tensión interna que lo despedaza: “Se necesita ser muy hombre para no ser violento: Se necesita saber musitar un versículo”.
El poeta de las declaraciones de odio no olvida su primer rencor por la muerte de Federico el 16 de octubre de 1936: “Tendría yo que apagar con el alma / todas las risas del mundo”; las víboras cristianas” del franquismo, los “negros perros” del fascismo, los “maricas” (eso sí) de siempre abrieron por mitad del cuerpo de Federico García “el joven del infinito” y lo encontraron “lleno de rosas y gritos amarillos”. Pero muchas otras muertes de poetas, hasta la de Pablo Neruda, emponzoñaría el alma de Efraín Huerta que en su Prólogo a la Antologíaquiere Rafael Solana ver lleno de amor. ¿Cómo tal cosa? si en Mi País “hay miedo en los ojos y nadie habla / y nadie escribe y nadie quiere saber nada de nada…” “Porque al granadero lo visten / de azul de funeraria y lo arrojan / lleno de asco y alcohol / contra el maestro, el petrolero, el ferroviario, / y así mutilan la esperanza / y le cortan el corazón y la palabra al hombre”; la hipocresía grita por el orden en México “y la sucia consigna la repiten / y los micos de la prensa / los perros voz-de-su-amo de la televisión, / el asno en su curul / el león y el rotario / las secretarias y ujieres del Procurador / y el poeta callado en su muro de adobe”. Supongo que los versos de “¡Mi País, o mi país!” no son poesía aquí ni en ninguna parte: es hiel, bilis, desahogo, vómito negro; tienen un epígrafe del profeta Isaías nada menos, y claman por la venganza eterna contra los soberbios envilecedores: “los honorables banqueros, los honestos industriales, / los generosos monopolistas, los dulces especuladores / los vendepatrias / … los esbirros, / los soldadones, los delatores, y los espías”… Estamos en 1959: apenas el panorama es de “botas, culatas, bayonetas, gases…”, todavía faltan diez años para año axial de 1968.
“Indigente sexual, dormilón a rienda suelta, poeta de segunda del tercer mundo, espirisexual, viajante alrededor de mi vida y de mi muerte, completo porque faltan hombres y mujeres no le sobran, hacedor de versos de contenido sexual, no deseador de la poesía de su prójimo, arreola del camino andante, viajante por LSD Airways, canceroso para merecer su neurosis. Efraín Huerta hace que todo quepa en un poemínimo porque lo sabe acomodar.
1974: Los eróticos y otros poemas. Aquí Huerta saquea su poesía anterior para vivir de ella; el autoplagio —se sabe bien— es de poetas bien nacidos: “vertí en el vaso de tu Belleza / los disecados diamantes del olvido”, “no puedo vivir sin el reino del follaje”, “tu almendrado sexo”, “el doble universo que no me niegas” deben más a la poesía que a los trabajos amorosos, aunque Huerta presuma que va a envejecer en la Casa de los Poetas Embrutecidos por la “lección de las sábanas”, “la meridiana entrepierna”, el “goce a secas”, las “posturas incómodas”, los “míticos nectáreos seminales”, los “segundos abrazos”, los“terceros goces” de las “caderas cantoras de retórica sexual”, de las “caderas que rechinan” de la dama becqueriana, de la seductora seducidísima. (“Pensé que no debí amar tanto y tan mal”.)
¿Qué mexicano no conoce los poemas “Juárez-Loreto”, “Afrodita Morris” y ese magno mea culpa de las “Variaciones sobre una misma Thelma”, todos poemas ya de los años 70. En febrero de 1977 me mandó recién “este cocodrilo llamado Efraín Huerta”,con tinta verde pantano, verde Tajín, el libro Circuito Interior de J. Mortiz. Ya había el poeta perdido la voz en la mesa de operaciones del Seguro Social. “Sólo / A fuerza / De poesía / Deja uno / De ser / Un poeta / A fuerza”), pero a los 60 años vive “la primavera de la muerte” con “la garganta rota”; ahora escribe —con “el ocio bien ganado”, ladrando “como deberían de ladrar los cocodrilos”— la palabra Deseo con mayúscula como siempre, la palabra Poesía también con mayúscula porque “es una torre de funcional erección / y ay de quien lo ponga en duda”. Ahora ya se ha ido también Carlos Pellicer y el café sabe a cerveza agria, y ya duele la desnudez de las muchachas en las playas o en las camas, si bien la náusea antiimperialista es la única que no ha desaparecido.
Tiempo es de saber por fin en poesía que la Belleza es Verdad (“Junio, N. Y.”) como lo supo el viejo Platón; tiempo es ya de entonar la “apocalíptica letanía”, de enamorarse como siempre, “a lo bestia”, pero cerrando los ojos “para no llorar tanto”. Al fin que “de los poetas es el reino de los senos”, y por tanto hay que amar y mamar la inmensa ubre de la ciudad de México, que tiene ya “150 cementerios” y“10 millones de mediovivos”. Los pasos a desnivel del Circuito Interior “tienen una crueldad / de rosas gemidoras, / aplastadas / por la irrupción del tiempo… Amor se llama / el circuito, el corto, el cortísimo / circuito interior en que ardemos”. Tiempo es ya de decir siempre (“siempre quiere decir ahora”), de decir eterno (“lo infinito y los enfermo”). Tiempo es ya del“granito de anís”, que apareció en el primer poema de Huerta y pervive en el último; símbolo que por fin en la “Milonga libre en gris menor”, con un epígrafe de Baudelaire (Une nuit que j’etais prés d’une affreuse juive. Comme au long d’un cadavre un cadavre étendu), se pone de manifiesto: “una nadita de carne que se podía mordisquear / sin que el pinche mundo se detuviese”… “lamidísimo pétalo de minúscula orquídea”. Efraín el asaeteado, que tanto ha blasfemado y tanto ha amado —lo dice muy a lo hombre—, se prepara“a que lo manden muy pero muy mucho / a las espaciosas colinas / donde habitan, claro, / el olvido y la paz. / Yo suelo llamarla / la región más transparente / del Odio”. Y en odio se cierra el ciclo del amor de Efraín Huerta. “42 años de labor, pero no es el fin. Al menos eso espero”. No era.
En 1978 reunió 50 poemínimos, en el Taller Martín Pescador. Y todavía vimos si Transa poética (Era) en 80, y de pilón en 81 la reunión de sus Prólogos en Difusión Cultural de la UNAM. En la brega hasta el último día. En los Cuadernos del Cocodrilo(junio de 1957) leo Para gozar tu paz: “Crece la hierba, el río, / y el ala de la garza / es la mano de Dios que se despide. / Crece el amor en invisible grito / (quemante, activa), / y el corazón despierta / como herido de muerte. / Doblo la lenta hoja del silencio / y te apareces tú, página y perla, / con el cabello al viento / y, una cierta sonrisa de alta luna. / Suave y veloz, como el aire de junio, / beso tu cabellera de diamantes, / el tesoro escondido de tu sueño. / Y digo adiós a la violencia / para gozar tu paz, / tu dulce, tu gloriosa geografía, / por siempre detenido, / por siempre enamorado”.
¿Podría ser ese un epitafio: “por siempre detenido, por siempre enamorado”?, ¿o mejor, aquella su Gideana: “No / Habiendo / Tenido / El valor / De matarse / Decide / Que está / Muerto”? Con su tan maltratado cuerpo se enterró el juguete que le hizo su nieta Tania: ¡un cocodrilo!
Ojalá el Fondo de Cultura Económica haga cuanto antes el volumen de la Colección de Letras Mexicanas con la Obra de Efraín Huerta que le quedó a deber, si no ¡que la patria se lo demande!