Críticos mutantes

Jul 26 • Miradas, Visiones • 3643 Views • No hay comentarios en Críticos mutantes

POR ANTONIO ESPINOZA 

 

Crítica y creación viven en perpetua simbiosis.

 Octavio Paz, Corriente alterna, México,

Siglo XXI Editores, 1967, p. 40.

 

Si la posmodernidad es, efectivamente, el tiempo de la diversidad y el pluralismo, la era posterior al fin de los “grandes relatos” libertarios, no queda más que asumir nuestra condición posmoderna y actuar en consecuencia. Así actuamos los participantes en el Coloquio Iberoamericano de Crítica de Arte, realizado en tres museos de la Ciudad de México (Museo Nacional de San Carlos, Museo del Palacio de Bellas Artes y Museo de Arte Moderno) los días 16, 17 y 18 de julio. Si algo caracterizó al evento, que convocó a un público ávido de respuestas, fue la diversidad y pluralidad de opiniones, las múltiples posturas sobre lo que debe ser la práctica de la crítica del arte en nuestro tiempo histórico. Artistas que ejercen la crítica, historiadores que también son críticos, críticos que también son curadores, curadores que también son críticos… mexicanos y extranjeros. Con tres directores (Octavio Avendaño, Santiago Espinosa de los Monteros y José Manuel Springer) y dos coordinadoras (Andrea Bustillos y Andrea Villers), el CICA será recordado por siempre.

 

“La crítica de arte es la Venus de Milo llevando en sus brazos la cabeza de la Victoria de Samotracia”, sentenció cruel Luis Cardoza y Aragón. La verdad es que los críticos de arte sí existimos y tenemos padres espirituales: La Font de Saint-Yenne, Denis Diderot, Gotthold Ephraim Lessing y Charles Baudelaire. Cobijados por el manto protector de nuestros ilustres progenitores, los críticos convivimos durante tres días, opinamos, confrontamos nuestras ideas aunque ciertamente debatimos muy poco. La ponencia con la que abrió el Coloquio (“Crítica, creación y creatividad”) auguraba mucho debate pues José Manuel Springer fue cuestionado en algunos puntos por Estrella de Diego y Diana Wechsler. Springer salió avante en su idea de la crítica de arte como una labor creativa, provocadora, que contribuye a abrir la lectura de la obra de arte y es un relato de su tiempo. De Diego, por su parte, se reveló como una especie de Chica Almodovar, compulsiva verbal, simpática y ocurrente, aún en su odio a Greenberg y Hirst.

 

El augurio no se cumplió. La ponencia de Orlando Britto (“En las distancias cortas”), una reflexión sobre la crítica y las nuevas tecnologías, no provocó debate alguno. Ni Ramón Almela ni Alberto García Rico ni el que esto escribe, debatimos al respecto. Expusimos nuestros puntos de vista pero sin lanzar petardos, pues estuvimos de acuerdo en lo esencial: la mutación de la crítica ante el avance tecnológico. De ahí mi idea de los críticos como zombies que van saliendo del letargo para volver a la vida y hacer una nueva crítica, aquella que frente a la realidad contundente de un concepto del arte abierto y heterogéneo, se ha transformado y ha adquirido nuevas herramientas e instrumentos para juzgar el fenómeno artístico.

 

La conferencia de Néstor García Canclini (“La crítica como legitimidad y disidencia”) versó sobre las problemáticas del arte y el ejercicio crítico en el mundo capitalista globalizado de nuestro tiempo. Una ponencia polémica fue la del crítico valenciano Joan Peiró, quien se apropió de la célebre sentencia de McLuhan (“el medio es el mensaje”) y citó varias veces a Oscar Wilde para decir que la obra de arte, en tanto totalidad cultural, es el verdadero mensaje, por lo que el mensajero sale sobrando. Peiró fue cuestionado por Maite Garbayo y María Minera, pero la polémica fuerte se desató a propósito del término “emoción” que utilizó Luis Rius Caso en su discurso. Garbayo cuestionó el término por considerarlo en desuso y lanzó un escupitajo posestructuralista contra el que esto escribe y contra Rius Caso. Lo peor fue la intervención impertinente de Pilar Villela, quien hizo parecer la refriega como una disputa de género, que no lo fue. Moraleja: las verdades absolutas no existen y las filosofías totalitarias son cuestionables.

 

Villela dictó una ponencia-performance que incluyó distintos tópicos, entre ellos la economía y la curaduría como una forma de crítica. Lo chistoso es que sus interlocutores hicieron su fiesta aparte: Gustavo Ortiz apenas habló, Chris Sharp sufrió para expresarse pues no habla bien español y José Antonio Rodríguez denunció a los críticos que no saben de fotografía y despotricó en contra de Del Conde, Tibol, Monsiváis y Poniatowska, como si con eso defendiera al arte fotográfico. Y a propósito de descalificaciones, el filósofo José Luis Barrios no se baja de su nube para aterrizar sus conceptos y dar claridad a su discurso. Su conferencia fue una reflexión filosófica que partió de la idea de crítica en Kant para proponer una crítica no metafórica (“hacer metáforas es una inmoralidad”) y sí productora de aporías, surgida desde la complejidad en crisis de nuestro mundo globalizado. Con esto descalificó a la crítica poética, que en México tiene una tradición muy rica (Paz, Cardoza y Aragón, García Ponce) y que a la fecha se sigue practicando. Son muchas las formas de hacer crítica y todas son respetables.

 

Más interesante fue la ponencia de Eduardo Abaroa, bien apuntalada por los comentarios de Mónica Mayer y Erik Castillo. Lo mejor del Coloquio fue la ponencia de la crítica argentina Graciela Speranza (“Tiempo transfigurado”), quien reflexionó sobre el tiempo a partir de un maestro moderno (Magritte) y un maestro contemporáneo (Villar Rojas) para reivindicar la práctica de la crítica que nos alumbra “en medio de la hojarasca”. Finalmente, Ana Longoni habló sobre las nuevas estrategias del arte político, Carolina Ponce de León sobre el relato unificador de la globalización en el arte y Taiyana Pimentel anunció la creación de una escuela de crítica de arte en Cuernavaca. Muy bien.

 

*Fotografía: Alberto García Rico , Antonio Espinoza, Orlando Britto y Ramón Almela hablaron de los cambios que se han dado en la crítica de arte por el avance tecnológico./ STEPHANIE ZEDLI.

 

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