Obituario múltiple

Jul 26 • Miradas, Música • 2537 Views • No hay comentarios en Obituario múltiple

 

POR LUIS PÉREZ SANTOJA

 

El mundo de la música recibe un nuevo y contundente mazazo. En un corto lapso de este año, fallecen cuatro eminentes directores.

 

El primero, por supuesto, fue Claudio Abbado (1933-2014), de quien se escribió mucho en su momento y cuya muerte se presentía cercana desde que dejó su lugar en la Filarmónica de Berlín, pero su promisoria recuperación y su iluminada época final con sus orquestas juveniles, la Mahler y la Mozart, y la insuperable del Festival de Lucerna, hacían olvidar su posible trascendencia.

 

En las últimas semanas, perdimos a Rafael Frühbeck de Burgos (1933-2014), a quien siempre relacionaremos con la música y las orquestas españolas, aunque fue director de varias orquestas en Italia, Japón y sobre todo en el mundo germano, y quien estuvo en México en varias ocasiones, tanto con orquestas mexicanas como con su querida Nacional de España.

 

Otro deceso lamentable fue el de Franz-Paul Decker (1923-2014), cuyo nombre dirá poco a la mayoría, pues nunca fue una “estrella”, pero sí un gran director, de “la vieja guardia”, que se refugió en orquestas canadienses, además de Rotterdam, Nueva Zelanda y Barcelona. Pocos recordarán que, en 1971, dirigió a la OFUNAM en un concierto inolvidable para mí, pues además de fugarme de mi cama de convaleciente de hepatitis para ir, representó mi primer enfrentamiento a Bruckner, en todos los sentidos, pues Decker dirigió su Novena Sinfonía y se ganó al final una emotiva “diana” por parte de la orquesta, emotiva tradición con la que la OFUNAM premiaba entonces a algunos directores que habían hecho un gran trabajo de preparación y a los que el público mostraba su entusiasmo con aplausos interminables; después de seis o siete salidas a escena para saludar (algo impensable con nuestro público actual) la orquesta “premiaba” al director con su “diana”. Decker fue uno de ellos.

 

De Claudio Abbado se presentía cercana su muerte desde que dejó su lugar con la Filarmónica de Berlín, pero cuya promisoria recuperación y su iluminada época final con sus orquestas juveniles la Mahler y la Mozart y la insuperable del Festival de Lucerna, hacían olvidar su posible trascendencia. Se lloró tanto su muerte y se escribió tanto en esos días, que hoy no nos corresponde más que un efusivo y melancólico recuerdo (incluyendo mi afortunada oportunidad de verlo en el primer concierto que escuché con la Filarmónica de Berlín, en esa ciudad en 2006, en compañía de Anne Sofie von Otter y del actor Bruno Ganz).

 

Rafael Frühbeck de Burgos (1933-2014), nacido en esta última ciudad, aunque hijo de alemanes, ambos de igual apellido, adoptó el nombre de su ciudad natal. Siempre lo relacionamos con la música española, en grabaciones y conciertos con los grandes cantantes de España y a quien tuvimos la suerte de escuchar en México en varias ocasiones, sobre todo con su querida Orquesta Nacional de España, de la que fue su director muchos años y en varios periodos. En su larga carrera estuvo al frente, cronológica o simultáneamente, de instituciones musicales como las orquestas de Bilbao (en su juventud), Düsseldorf, Montreal, Washington, Yomiuri de Japón, Sinfónica de Viena y Opera Alemana de Berlín, la famosa Sinfónica de Radio Berlín y la Nacional de la RAI Italiana y la Filarmónica de Dresde a las que dirigió hasta tiempos recientes.

 

Franz-Paul Decker (1923-2014) es un nombre que dirá poco a la mayoría de los melómanos, pues nunca estuvo ante los reflectores de las “estrellas”. Era uno de los pocos directores de la “vieja escuela” que aún vivían y en activo; fundamentalmente bruckneriano, también fue un excelente intérprete de Mahler y R. Strauss, pero también de Shostakovich y de las óperas de Wagner; en los países y orquestas que lo tuvieron como titular eran usuales las versiones de concierto de las óperas wagnerianas y con grandes cantantes como Jon Vickers o Jessye Norman. Pocos recordarán que, en 1971, dirigió a la OFUNAM en un concierto inolvidable para mí, pues además de fugarme a escondidas de mi cama de convaleciente de una severa hepatitis para ir a ese concierto, representó mi primer enfrentamiento a Bruckner, en todos los sentidos, pues Decker dirigió su Novena Sinfonía (además del Concierto No. 1 de Liszst con Yuri Boukoff) y “se ganó”, por cierto, una emotiva “Diana” por parte de la orquesta, que en esos tiempos era una emotiva tradición con la que la OFUNAM premiaba a algunos directores que habían hecho un gran trabajo de preparación en los ensayos y/o, con los que el público mostraba su entusiasmo con aplausos interminables y que la orquesta tocaba después de 5 o 6 salidas a escena para saludar (hoy impensable con nuestro público actual que apenas aplaude para dos o tres salidas, excepto ante un eventual “encore”). Aunque nacido en Colonia, Alemania, buena parte de su carrera internacional la hizo con la Sinfónica de Montreal (sucesor de Zubin Mehta) y con otras orquestas de Canadá, además de ser titular en Rotterdam, Wiesbaden, Barcelona y Nueva Zelanda; con esta última, hay algunas grabaciones en la marca Naxos. Con un rigor y exigencia de mayor excelencia, eran famosos sus enfados con las orquestas durante los ensayos e, incluso en conciertos, que llegaba a detener tras una evidente falla. Curiosamente, también era venerado por los mismos músicos a los que regañaba, pues los elevaba al más alto nivel musical posible.

 

Tal vez el más notable de estos directores sea Lorin Maazel (1930-2014), y por ello extraña la relativa difusión que se hizo de su muerte. Maazel fue un director de enorme trascendencia, por ser de los que expresan en casi cada obra un concepto personal, que lo ubica junto a directores como Furtwängler, Klemperer, Bernstein, C. Kleiber o Celibidache. (“Maazel puede hallar detalles novedosos hasta en el Bolero de Ravel”, exclamaba alguien al escucharlo dirigir la obra con la Orquesta Nacional de Francia en la Sala Nezahualcóyotl). Simultáneamente fiel a la partitura y original en su expresión de la misma, Maazel fue un director brillante e intenso que podía ir de lo frenético a lo expansivo, de la grandilocuencia al susurro. Perfeccionista absoluto, exageraba sus exigencias con los músicos, pero estos sentían la necesidad de cumplirlas por la confianza y respeto que les inspiraba.

 

Entre sus más de 300 grabaciones, es difícil seleccionar las mejores: ballets como Romeo y Julieta de Prokofiev y Daphnis et Chloé de Ravel; óperas como Porgy and Bess de Gershwin, en su primera grabación completa, o su conmovedora Madama Butterfly de Puccini y el singular resumen orquestal de la Tetralogía de Wagner conocido como El anillo sin palabras. Su ciclo Mahler con la Filarmónica de Viena incluye la única versión grabada de la Tercera Sinfonía que yo denominaría “épica” y la Octava Sinfonía es la más lenta en discos, lo que equivale a matices insospechados y una grandiosa majestuosidad que no ha sido igualada. Después de esporádicas grabaciones de sinfonías de Bruckner (la Tercera con la RIAS de Berlín y unas esplendorosas Séptima y Octava con la Filarmónica de Viena), Maazel grabó, finalmente, una integral en una temporada Bruckner con la Orquesta de la Radio Bávara, que de inmediato adquirió un estatus de culto y que los brucknerianos buscan con fervor. Gran straussiano, su última grabación de los principales poemas sinfónicos de Richard Strauss, con la misma orquesta, es una lección de originalidad y gran concepto monumental. Recientemente, tuve la sorpresa de recordar y redescubrir su excepcional —si no la mejor— Quinta Sinfonía de Prokofiev, impactante en los LP de acetato, pero hoy editada en esas colecciones previstas por las disqueras como Deutsche Grammophon para que permanezcan ignoradas por el gran público.

 

Niño prodigio primero (debutó a los 9 años y a los 11 dirigió a la Filarmónica de Nueva York de la que sería titular 60 años después) y magistral director joven después, su primera visita a México fue en esa etapa, con una Sinfónica Nacional asombrada por su precoz talento.

 

Vino después su deslumbrante carrera al frente de más de 12 grandes orquestas y casas de ópera de Europa y Estados Unidos, además de dirigir continuamente a los principales conjuntos. Destaquemos que fue el primer director norteamericano (y judío) en dirigir en Bayreuth y el primer director no alemán en hacer la Tetralogía en el emblemático templo wagneriano. Dirigió muchas veces a la Filarmónica de Berlín y la Filarmónica de Viena, aunque con mayor afinidad con la segunda.

 

Pero, uno de sus “berrinches” más notorios fue cuando, a la muerte de Karajan, los berlineses nombraron titular a Claudio Abbado, pues Maazel se había creado la expectativa de que él sería el elegido; desde entonces no los volvió a dirigir.

 

Compositor en su poco tiempo libre, compuso la ópera 1984, sobre la novela de Orwell, que se estrenó en Covent Garden y después en La Scala de Milan, la Metropolitan Ópera y en la Ópera de Valencia, cuya orquesta él fundó.

 

Como violinista de buen oficio grabó el Concierto para violín, piano y cuarteto de Chausson y la Meditación de Thais de Massenet en su grabación de esta ópera.

 

Pocos recuerdan que él dirigió la parte musical de las famosas películas operísticas Carmen (F. Rossi), Otello (F. Zeffirelli) y Don Giovanni (J. Losey).

 

En México, Maazel nos visitó varias veces, desde una temprana visita, en 1972, con la Orquesta de Cleveland (Escuela para escándalos de Barber, El mandarín milagroso de Bartok y Sinfonía Número 1 de Brahms). En 1977, con la misma orquesta, nos obsequió un histórico ciclo de las nueve sinfonías de Beethoven y aun regresó con “la Cleveland” para inolvidables conciertos que incluyeron una “Sinfonía resurrección” de Mahler (con Maureen Forrester y un coro mexicano preparado por Jorge Medina), que hizo cimbrar la Sala Nezahualcóyotl. Trajo a México a la Sinfónica de Pittsburgh y compartió la batuta con Eduardo Mata, quien dirigió uno de los conciertos. Y con la Orquesta Nacional de Francia hizo maravillosos y polémicos conciertos. En el último de ellos, Maazel se despedía de la orquesta francesa —siempre estaba en pleito con los músicos o los administrativos de sus orquestas—. Desde los ensayos se había establecido un serio duelo de batuta vs. arcos, que culminaría en el concierto, con Maazel retando a sus músicos a tocar al tempo casi imposible que él imponía. Como la orquesta sí pudo con el reto, el ganador fue el público, pues escuchamos la más electrizante Quinta Sinfonía de Beethoven de nuestras vidas.

 

¡Ah! Por cierto… siempre fue uno de los músicos más “caros” y cuentan que era difícil que hiciera un descuentito. Pero en ocasiones donaba sus honorarios para alguna causa benéfica del momento, como el tsunami de 2004 en Indonesia y Tailandia, cuando dirigió el Concierto de Año Nuevo de Viena, tradición que, por cierto, Maazel contribuyó a recuperar y continuar al dirigirlos durante muchos años, después del retiro de Willi Boskovsky.

 

*Lorin Maazel (1930-2014) / ESPECIAL

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