Aparecieron dos hombres
POR GUILLERMO NÚÑEZ JÁUREGUI
Hay, por supuesto, una trama. Son dos amigos: uno de ellos asesina a un policía, en plan justiciero (pues se trata de un policía corrupto) y el otro le acompaña, a regañadientes, en sus “aventuras” (hay un proyecto anarquista, eliminarán a quien les parezca corrupto, pero antes huirán de la ciudad hacia la provincia). Si la literatura es una práctica que busca resolver problemas a través de distintas estrategias, apuntemos aquí cuál es la pregunta principal que busca contestar Los ácratas (2012) de Rodrigo Garnica: ¿cómo escribir una novela que siga el modelo de Bouvard y Pécuchet, de Flaubert, pero también de Mercier y Camier, de Beckett?
Las estrategias pronto se vuelven evidentes. La principal: evitar la forma en que Beckett problematizó la legibilidad de Flaubert. Y así, si en la novela del francés estábamos ante una sátira filosófica —un par de burgueses, tímidos empleados de oficina, se retiran al campo para emprender una vida en la que abunde la sabiduría (se nos presenta un desfile de tristes empresas: se pasa de la agricultura a la historia, de las bellas artes a la medicina, de la devoción al escepticismo, de la alquimia a la pedagogía, etcétera)— acá estamos, también, ante una especie de sátira filosófica. Pero los amigos de Los ácratas, pequeñoburgueses, más cercanos a la miseria (venden autopartes, cuando pueden) están interesados en una sola virtud: la justicia. Y como en Mercier y Camier, una serie de obstáculos les impide, primero, salir de la ciudad (los obstáculos son ellos mismos) y, más tarde, llevar a cabo su proyecto.
Es difícil pasar por alto los guiños que ofrece Los ácratas hacia sus modelos. No son precisamente sutiles: se leen dos epígrafes, uno corresponde a Flaubert, otro a Beckett. Y si allá eran Mercier y Camier, acá son Marcelo y Carmelo. Si más allá los personajes de Beckett se han corregido las formas de hablar, acá se hace con insistencia («¿Te acuerdas de Fidel Velázquez?, preguntó Carmelo; él fue obrero, subió por sus propios meritos. Méritos, corrigió como siempre Marcelo»). O pensemos en cómo aparecen, de pronto, Bouvard y Pécuchet:
«Desde lejos subía en la atmósfera tibia un rumor confuso, y todo parecía embotado por la ociosidad del domingo y la tristeza de los días de verano.
Aparecieron dos hombres».
En el segundo capítulo de Los ácratas (el primero está dedicado a la razón por la cual huyen), se presentan Marcelo y Carmelo: «Aparecieron entre el sopor del día».
En la contraportada de la novela se apunta: Los ácratas es la historia fallida de dos descendientes de Bouvard y Pécuchet…
Mucho aparece en esta novela, principalmente la insistencia en el realismo decimonónico. Constantemente la prosa —a menudo, deliberadamente torpe— nos presenta resúmenes de la trama («Yo te propuse que hiciéramos algo para mejorar la vida de nuestros semejantes, ¿y con qué saliste? Con que un grupo que haríamos justicia y ya nos parecemos a esos monigotes que usaba un coche extraño y vivían en una ciudad rarísima, ¿cómo se llamaban? Batman y Robin. ¡Ésos!») o indicaciones estorbosas de lo que hacen los personajes («…no hay ideas con el estómago vacío, concluyó»; «…Carmelo dijo que mucho no comprendía la acción ni a su amigo y mucho menos cuanto tengo hambre, concluyó»; se concluye bastante, en esta novela). A Carmelo, el idiota de los amigos, le gusta leer novelas de Dostoievski: «¿Sabes qué es lo que más me gusta del autor? No, dime. Que escribe unas novelas larguísimas y todo el mundo las entiende. Será porque es el mejor representante de la escuela realista; se supone que habla de la realidad de todos, hizo un intento de explicación Marcelo».
Sospecho que hay una tesis en la novela (hoy también las clases bajas han sido dominadas por la ideología burguesa) pero es aplastada por su enorme legibilidad, su propósito a no resistirse ante el lector. ¿Por qué el problema planteado en Los ácratas es cómo insertarse en una tradición, y no por qué hacerlo? Sépalo, lector: esta novela fue reconocida con el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima en 2012 «por las aportaciones a la narrativa costumbrista y su actualización a la realidad contemporánea de México». De tal forma que la narrativa costumbrista necesita aportaciones y una de ellas es actualizarla a una realidad (contemporánea). Ah, los premios. El jurado estuvo formado por Agapito Maestre, Arturo Vallejo y Hernán Lara Zavala, quienes consideraron que la novela “ofrece prosa solvente” y que “no hace concesiones al lector” (lo cual, obviamente, es falso y contradictorio: Los ácratas es una concesión tras otra al lector pues su prosa, ante todo, busca satisfacerlo en su solvencia).
Rodrigo Garnica, Los ácratas, Terracota, México, 2012, 207 pp.