La vigencia de un desconocido

Nov 16 • Miradas, Música • 2713 Views • No hay comentarios en La vigencia de un desconocido

POR LUIS PÉREZ SANTOJA

 

Leoš Janáček (1854-1928) es uno de los compositores más importantes y originales del siglo XX: creador de un estilo, un lenguaje musical e, incluso, una sonoridad propia e inconfundible; sin embargo, sigue siendo muy poco escuchado en México. Hace unos días, durante un concierto en el que la OFUNAM interpretó magistralmente su deslumbrante Sinfonietta, un buen número de personas afirmaba no haber escuchado nunca alguna obra de este compositor, cuya existencia hasta entonces desconocían.

 

Si bien Janáček no fue un autor prolífico, su catálogo es relativamente abundante. Tal vez las obras más difundidas sean algunas de sus nueve óperas: Jenůfa, Káťa KabanováDe la casa de los muertos —basada en Dostoievsky—, El caso MakropulosLa zorrita astuta —cuyos personajes principales son animales del bosque— y las desconocidísimas Destino Las excursiones del Señor Brouček, además de las nacionalistas Šárka y Comienzo de un romance, compuestas aún en el siglo XIX. Pero el compositor moravo también es autor de diversas obras orquestales, una heterogénea serie de obras de música de cámara, como sus dos cuartetos de cuerda llamados Sonata a Kreutzer y Cartas Íntimas, así como las indiscutibles obras maestras para piano (Sobre un sendero trillado, Sonata 1. X. 1905 y En la niebla); además, una abundante recopilación de canciones autóctonas de Moravia y de otros pueblos eslavos, así como numerosas obras corales en diversos formatos y géneros, siguiendo la tradición de los pueblos eslavos hacia los ensambles vocales populares, entre las que destaca la enigmática y sorprendente Misa Glagolítica.

 

En toda la música de este gran compositor, a pesar del sentido trágico de muchas de sus creaciones, encontramos un canto a la vida y una expresión de esperanza y optimismo. Janáček trascendió los conceptos de su tiempo, bifurcando por un camino propio, “nada trillado”, que no siempre coincidió con el de sus contemporáneos. Tal vez por eso aún se ubica en un lugar incierto en el gusto musical, no inmerso en el posromanticismo que absorbió en su formación, pero también lejos de las búsquedas vanguardistas del siglo XX.

 

Su estilo tiene como raíz primaria los modos fonéticos del idioma checo, incluso en las obras instrumentales. Casi toda su música está conformada por pequeñas frases con pocas notas, que se repiten varias veces antes de cambiar a otra idea musical o por temas un poco más desarrollados pero que también cambian continuamente, recurso que dificulta familiarizarse con ella; pero, cuando se logra, la recompensa es de una riqueza infinita. Y por supuesto, si algo es inconfundible en Janáček, es su sonido instrumental exultante y esplendoroso, uno de los más originales del siglo XX.

 

Con algunos puntos de contacto con Bruckner (sus orígenes campesinos, relativa pobreza en su infancia y juventud y una larga etapa de vida en la que la presencia y la música de ambos pasaron desapercibidas: el músico checo en su modesto ámbito provinciano, hasta alcanzar un tardío reconocimiento en las principales capitales musicales, y Bruckner en Viena viviendo de la enseñanza, pero sin la aceptación de los grandes teatros y orquestas), Janáček también fue “descubierto” por la fama y el prestigio hasta pasados los 60 años, con la llegada de Jenůfa a Praga y Viena, en 1916 y 1918, 12 años después de su inadvertido estreno en Brno.

 

La Sinfonietta es, en realidad, una especie de suite, compuesta por este joven y sabio creador de 71 años, que siempre fue un innovador absoluto en cada nueva empresa. La obra inicia con una fanfarria que había sido compuesta para un evento deportivo, pero que Janáček decidió utilizar y así expandir su difusión. De este modo integró la fanfarria a la Sinfonietta con todo y su inusitado conjunto de dos tubas y once trompetas, a las que se les une la docena habitual de instrumentos de metal de la orquesta. Cuando al final de la obra la fanfarria regresa casi idéntica como parte del desarrollo lógico del último movimiento parece como si la misma hubiera sido originalmente concebida para esta obra y no a la inversa, llevándonos a un final deslumbrante y poderoso. Entre las dos fanfarrias, el autor nos traslada de un toque maestro a otro, en una obra plena de las bellas melodías y el singular color folclórico de su tierra, quintaesencia de su estilo e ideas musicales.

 

Fue un gran acierto de la OFUNAM programar la Sinfonietta de Janáček —indudable reto— y nuevamente se llevó las palmas de nuestros conciertos semanales por su alto nivel interpretativo y la excelencia de la versión dirigida por Jan Latham-Koenig, quien una vez más aprovechó la extrema concentración y precisión de la orquesta.

 

*Fotografía: La OFUNAM interpretó magistralmente la “Sinfonietta” de Leoš Janáček/CORTESÍA DIRECCIÓN GENERAL DE MÚSICA DE LA UNAM.

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