Aprendiendo geopolítica con la socialité
DULCE MARÍA LÓPEZ VEGA
Debemos agradecer a la multimillonaria galerista y editora de la revista Garage, Dasha Zhukova, la explicitación estética de un sistema que sigue haciendo estragos en el mundo. La compulsión que la llevó a retratarse sentada sobre una silla que representa a una negra causó revuelo.
Y aunque después de las protestas suscitadas tanto Zhukova como los editores del sitio web donde se publicó la imagen pidieron disculpas y declararon estar lejos de toda intención racista, los espectadores no dieron cabida al subterfugio.
El retrato apareció en el sitio Büro 24/7 (www.buro247.com) para ilustrar una entrevista en la que la galerista rusa responde a preguntas sobre arte, arquitectura y business sin una sola mención a la escena en la que posa. Y, coincidencia o no, se publicó el día que se conmemora a Martin Luther King.
En esa foto poderosa vemos a Zhukova sentada sobre la silla diseñada por el artista noruego Bjarne Melgaard. Blanca, joven, delgada, despreocupada, vestida de manera casual son los atributos que aquí aparecen como sinónimos de elegancia y bienestar. Mientras la escultura de una negra, que aparece en postura incómoda para servir de asiento, lleva un atavío de domina que la estiliza, la erotiza y hace pasar la escena como lúdica, cuando sabemos que “el componente sexual ha representado uno de los campos de la violencia contra el indigenado” (Mbembe).
Zhukova posa de manera relajada como si el equipo fotográfico la hubiera encontrado en el momento cotidiano de consultar el tocador. Ese tocador es un mueble de diseño de “sobriedad universal” (Wiky) en acero y madera. Ambos materiales han sido moldeados de tal suerte que hacen de él un símbolo de potencia y lujo, pues para realizarlo la alta tecnología fue puesta al servicio de la producción limitada. Así, su mesura es engañosa, pues tiene como principio un costo excesivo, el derroche.
La industrialización aparece también como efecto de la racionalización, como nuevo cartesianismo en donde importa la separación de los sentidos: la madera, que es un material frecuentemente usado por su valor táctil, y por lo tanto, por valorar la presencia corporal, es en este mueble formada rigurosamente por una máquina. Es también a través de esa estilización estricta que se alude a lo impoluto como valor moral.
Y es precisamente la doble moral de la estética moderna —la que publicita un mundo libre—, lo que evidencia la presencia de la negra. La ilusión de lo blanco (el estado de civilización que promete el desarrollo—siempre deshaciéndose de su historia—), se exhibe aquí junto con la esclavitud.
Este contraste revela el horror que la utopía del confort borra siempre de la escena. Ese horror falsamente separado de lo que se nos vende como bienestar: la explotación, el expolio, el crimen que siguen siendo requeridos para el lujo y su remedo. Una estética de la apropiación mediante la violencia, la instrumentalización radical de todo lo viviente.
La manera en que se concibe el confort está ligada a la manera en que se conciben las relaciones sociales y el comportamiento que se busca tener en ellas. La elegancia natural del mueble-negra no invita al reposo, sino a posar, acomodándose sobre las racializadas. Es decir que tal confort (la eficacia-el placer-el prestigio) ha funcionado como espejismo, ha tenido un efecto narcótico (Khiari), que impide ver la violencia endémica del sistema.
Así, el interiorismo y el arte al crear fascinación han sido también mecanismos estéticos que aseguran la continuidad del dominio. Justo lo que Camnitzer califica como nuevo estilo colonial.
Hubo una serie de muebles de Allen Jones, que data de 1969, en la que la sirvienta sexy era blanca. Con ella se ponía en evidencia la cosificación y el uso sexual de “la mujer”. Pero al poner a una negra Melgaard muestra la realidad de la subalternización, la división sexual y racial del trabajo. Los colores de piel de quien aparece sentada y la que hace de silla son la marca de que hace falta corresponder a un fenotipo para alcanzar plenamente lo que se presenta como éxito. Hasta el feminismo de la blanquitud se ha servido de tal situación en su construcción, como teoría y como práctica. Mujer es mujer blanca (Lugones).
Y “negra” es sexualidad salvaje, es decir naturaleza, esa que es“recursos” y a la que hay que civilizar por la fuerza, apropiarse de ella.
Uno de los éxitos del capitalismo es presentar como natural a su víctima. La negra aparece aquí como actuando con consentimiento. Y eso es parte del ocultamiento, pues, a pesar de que nunca han faltado los buenos subalternos, también ha habido siempre muchas en la práctica del cimarronaje.
Sin haberse cancelado el régimen de raza y género —esas dos ficciones con las que se ha sometido a la mayor parte de la humanidad—, la condición negra es algo que a todos atañe. Esta que ha sido la base de la modernidad hoy se extiende por todo el planeta: “Por primera vez en la historia de la humanidad, la palabra Negro no está ligada solamente a la condición impuesta a la gente de origen africano durante la época del primer capitalismo (depredaciones de diversos órdenes, desposeimiento de todo poder de autodeterminación y, sobre todo, del futuro y del tiempo, esas dos matrices de lo posible). Es esta nueva fungibilidad, esta solubilidad, su institucionalización como nueva norma de la existencia y su generalización a todo el planeta lo que llamamos devenir-negro del mundo” (Mbembe).
La foto que protagoniza Zhukova nos regresa toda la violencia del lyfe style de la modernidad, esa que día a día hace estallar el housing de toda“negra” del mundo.
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