Apropiaciones de Gabriela Mistral
El actual acceso a la obra completa de la escritora chilena permite a las nuevas generaciones conocer aspectos más políticos de su pensamiento; sin embargo, esto también trae consigo interpretaciones erróneas y descontextualizadas de su escritura
POR ROBERTO CAREAGA C.
Bototos, jeans a la cadera y una polera en la que se lee una cita de Los Prisioneros: “Nous sommes rockers sudamerican”. En una mano lleva un libro abierto, con la otra empuña una bandera negra y en el cuello, la bandera verde que pide la legalización del aborto. Es Gabriela Mistral. Imposible quizás, pero nueva. La imagen es del artista Fab Ciarolo y apareció a fines de 2019 en el frontis del Centro Cultural GAM haciéndose un espacio entre los cientos de rayados y pinturas callejeras que han proliferado tras el estallido social. Exageraba las ideas de Mistral hasta deformarlas, pero a la vez recogía un movimiento en desarrollo: la imagen de la poeta está cambiando. La poeta de las rondas para niños, solemne y sufriente, ahora también puede ser una mujer política que encarna las disidencias.
“De alguna manera se la despelucó. Ahora es más una persona de carne y hueso. Los cabros (jóvenes) no lo están haciendo para deformarla, sino que la están haciendo propia”, dice Pedro Pablo Zegers, director de la Biblioteca Nacional e investigador mistraliano de toda la vida. Y, ciertamente, uno de los responsables de los cambios que están atravesando las ideas sobre Mistral: en 2009, Zegers editó Niña Errante, un libro que mostró por primera vez las cartas que la poeta le envió a Doris Dana y confirmó lo que se había especulado durante años: que entre Mistral y Dana hubo una relación amorosa, y muy intensa. La revelación abrió las puertas para explorar con otra luz su biografía, pero el libro no vendría solo: lo acompañarían otros que han complejizado su obra.
Autora de cuatro libros en vida —Desolación, Ternura, Tala y Lagar— Mistral ha tenido una posteridad bibliográfica tumultuosa: desde su muerte, en 1957, en Nueva York, sus textos han sido la base para alrededor de 50 libros que recopilan parte de su obra, ya sea de poemas, catas, artículos o ensayos. En 2007 hubo un hito que reformuló por completo el trabajo sobre la poeta: tras la muerte de Dana, no sólo la última compañera de Mistral sino también su celosa albacea, la sobrina de esta, Doris Atkinson, decidió donar a Chile todo un enorme material mistraliano prácticamente desconocido. Llegó entonces a la Biblioteca Nacional un archivo de alrededor de 100 mil hojas, repartidas en unas 18 mil piezas. Manuscritos inéditos, copias de cartas, cuadernos privados, artículos y un mar de notas y apuntes que reconstruyen la trayectoria literaria y vital de Mistral desde su puño y letra. De ahí venía Niña Errante.
El legado mistraliano hoy está disponible íntegro a través del sitio web de la Biblioteca Nacional de Chile y de ahí han surgido numerosos libros: el investigador Luis Vargas Saavedra recogió poemas y prosas inéditas de Almácigo (2009), Baila y sueña (2012) y Caminando se siembra (2013); mientras que Diego del Pozo ha estado tras la edición ampliada de Poemas de Chile (2015) y Por la futura humanidad (2015), con artículos diversos e inéditos; Zegers también editó Yin Yin. El sobrino de Gabriela Mistral (2015), con cartas y documentos que reconstruyen la vida del niño que la poeta adoptó. Verónica Jiménez publicó poemas desconocidos en Manuscritos (2018), Gladys González recogió nuevos textos en Cuentos & autobiografías (2018), y Jaime Quezada lanzó Bendita mi lengua sea. Diario íntimo (2019). A esos títulos se suman otros que han ampliado la imagen del poeta. “Van apareciendo más y más piezas de un puzle que parece eterno”, dice del Pozo.
La ocultación
“La importancia del legado y de que sea accesible es que diversifica la imagen de Mistral. Potencialmente en la lectura de los documentos hay tantas visiones como investigadores y eso es tremendamente valioso porque durante tanto tiempo a Mistral se le leyó como la maestra rural abnegada que escribía poemas para niños. Estas lecturas no son sólo útiles, sino también necesarias para calibrar la enorme intelectual que fue”, dice la investigadora Gabriela Schütte, que acaba de sumarse a la lista de editores de la poeta al lanzar Doris, vida mía (Lúmen, 2021), libro que actualiza y completa Niña errante: recoge 183 cartas de Mistral a Dana, fechadas entre 1948 y 1956, que justamente vienen del legado. Es una selección de la correspondencia que no sólo precisa la intensidad del amor que mantuvieron, sino que también muestra las preocupaciones culturales de Mistral en sus últimos años.
Como dice Schütte, la publicación de Doris, vida mía, sintoniza con las nuevas lecturas que se han venido haciendo de Mistral. En el prólogo del libro, la escritora Alia Trabucco Zerán asegura que la hoy abiertamente conocida condición de lesbiana de la poeta “probablemente incidió de manera decisiva en su escritura, su mirada, su errancia por el mundo y en la conformación social”, y abre un nuevo diálogo de su obra con autores como Pedro Lemebel, Silvia Molloy o María Carolina Geel. “Es una capa de sentido que hunde sus raíces en su sexualidad y se añade a las dimensiones literarias y políticas más conocidas de la poeta. Que dota de intensidad a su ya excepcional biografía, la enriquece, suma y, hoy en día, se vuelve ineludible para una lectura más integral y compleja de la vida de una figura crucial de las letras hispanoamericanas”, escribe Trabucco Zerán.
Cómo afectó su vida íntima en su obra, para Vargas Saavedra, aún es algo por estudiar: “Se ha confirmado lo que era vox populi: que Gabriela Mistral era lesbiana y, asimismo, que su obra no lo es, al menos ostentosamente”, dice el investigador, que cree que en ese hecho lo que aparece es un rasgo biográfico poderoso: “Ahora se puede apreciar la formidable autoconstrucción de su imagen pública, la hábil ocultación de los aspectos reprobables según la idioscincracia de su entorno. La máscara y las máscaras que tapando a Lucila, mostraban a Gabriela. Su atrevimiento de ser como había decidido ser, contra los prejuicios ambientales. En esa sucesión de búsquedas, hallazgos, descartes y aportes, no hay una Gabriela, sino un flujo de Gabrielas. Tamaña evolución requiere conocer las fechas de cada etapa de su vida y cómo cuajaron en su poesía”, añade.
Nuevas banderas
Pero, por ahora, Vargas Saavedra no es optimista. Cree que su edición de Almacigo (que incluía 200 poemas inéditos) “no parece haber tenido impacto” y sospecha que no ha aumentado la lectura de Mistral. No está muy lejos de lo que piensa Raquel Olea, crítica literaria que trabaja con la poeta desde los años 80 y que fue una de las pioneras en hacer una lectura feminista de su obra: “Hay cambios en la imagen de Mistral, pero no en el conocimiento de su literatura y tampoco en el trabajo crítico de su producción literaria. Yo lo adjudico a que últimamente todos los trabajos sobre Mistral están más en la línea de los estudios culturales que en la de la crítica literaria. Se refieren a cómo Mistral se construyó como intelectual, hacen lecturas que tienen que ver con el género o la sexualidad”, dice Olea.
“Soy lesbiana y soy Premio Nobel”, se leía en una imagen de Mistral en una marcha del año pasado, recuerda Olea, y cree que ahí late el cambio que afecta a la poeta: “Hay un cambio, que sobre todo es una desplazamiento: se pasa del ícono mistraliano adusto, el de la maestra, la mujer sufrida, a una figura politizada. Hoy Mistral puede ser calificada de ambientalista, animalista, feminista, puede ser ligada a muchas demandas que no necesariamente la identificaban del todo. Mistral es una figura muy compleja. Y ahora se pasó desde una imagen muy conservadora a una imagen producida por la sociedad del espectáculo. Pero eso no emerge de la lectura de su obra. Mistral nunca fue activista. Su espacio político fue la escritura, en donde puedes leer pensamientos sobre lo femenino, reivindicaciones del lugar de la mujer en la cultura. Hay que seguir leyéndola”, añade.
Para Diego del Pozo, la lectura de Mistral todavía es una aspiración. “De todas formas hay que destacar que cada vez hay más charlas, reuniones, cursos y debates en torno a su pensamiento, lo cual espero sea una incipiente aproximación todavía”, dice el editor que el año pasado publicó Toda culpa es un misterio, una antología con textos religiosos y místicos de la poeta. Para él, el cambio en la imagen de Mistral se enmarca en un cambio mayor: “No creo que sea algo exclusivo a Mistral, Chile ha cambiado profundamente en los últimos años, y es lógico que haya relecturas de la historia, así como de las figuras de nuestra identidad cultural”, dice. Y añade: “Lo que sí creo es que tenemos una posibilidad más grande hoy de entender a Mistral. Ella, que fue una adelantada a su época, es una voz relevante para contribuir con el Chile que estamos construyendo hoy. Espero que empecemos a entenderla mejor, y a tomarla más en serio”.
Leer a Mistral hoy es más fácil que nunca. Dispersa por años en múltiples ediciones, en 2019 la Biblioteca Nacional de Chile inició la publicación de su Obra reunida. Hasta ahora se han publicado cinco tomos, que recogen básicamente la poesía de la escritora. Cada uno tiene alrededor de 500 páginas y se pueden descargar gratuitamente desde la página de la Biblioteca Nacional Digital.
Aún quedan por publicarse tres tomos con artículos y ensayos. Detrás del proyecto hay un equipo encabezado por Pedro Pablo Zegers, quien está especialmente entusiasmado con el redescubrimiento de Mistral: “Hay una nueva lectura y es más honesta. Más cercana, y permite que la gente tenga una mayor complicidad con ella. Eso me parece muy interesante, porque se empieza a reconocer la tremenda valía que tiene Mistral no sólo como poeta, sino también como intelectual”, dice Zegers. Y agrega: “Esta nueva generación está descubriendo a una intelectual que le parece interesante y atractiva. Sus textos sobre educación, sobre integración latinoamericana, sobre justicia social, sobre pueblos originarios, apelan a temas actuales e importantes y que mueven a la sociedad el día de hoy”.
FOTO:La escritora Gabriela Mistral (1889-1957), a su llegada al puerto de Veracruz en los años 20/ Crédito: Archivo El Universal
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