Apuntes para celebrar a Prince
POR MAURICIO GONZÁLEZ LARA
“En diciembre de 1984, compré el disco Purple Rain como regalo para mi hija adolescente. Lo escuchamos juntas cuando llegamos a casa. La primera canción, “Darling Nikki”, era sobre una fanática del sexo que se masturbaba en un hotel con una revista. El resto de las canciones eran tan o más pervertidas que esa basura. Me dio pena, luego enojo. No podía creer lo que escuchaba. El disco estaba en los primeros lugares de las listas de popularidad.
¡No podía permitir eso!”. Las palabras, tomadas del libro Raising PG Kids in a X Rated Society (1985), son de Tipper Gore, otrora esposa del entonces senador y a la postre vicepresidente, Al Gore. El enojo de Tipper rebasó lo anecdótico: un año más tarde redundó en la creación del Parents Music Resource Center (PMRC), organismo creado por la señora Gore y otras amas de casa asustadas con el fin de advertir a los padres sobre discos con contenidos profanos y letras explícitas. En los ochenta, para Tipper Gore, así como para muchas otras mentes puritanas de Washington, Prince Rogers Nelson, mejor conocido como Prince, era el demonio: un sátiro capaz de pervertir las mentes y los corazones de la juventud de Estados Unidos con canciones como “Darling Nikki”, “Do It All Night” y “Dirty Mind”. Afortunadamente, no les faltaba razón: los movimientos grasosos y exuberantes, el funk, la mirada porno, los aullidos orgásmicos, la actitud permanente de orgía. ¿Quién podría dudarlo? Prince era un dios del sexo. Todos los que crecieron bajo su influjo asocian su música e imagen con noches puercas y gozosas. Prince ofrecía libertad en una época donde la mojigatería de la derecha comenzaba a confundirse con la corrección política de la izquierda. Sin él, los ochenta habrían sido una década aséptica y carente de sudor.
Muchos amantes del rock consideran al funk como una expresión menor. Bastaba ver tocar la guitarra a Prince para saber que la razón detrás de ese desprecio es algo muy parecido a la envidia. Mientras los solos del rock “serio” son solemnes e internos, progresiones que se sueñan cósmicas y trascendentes, la guitarra de Prince era un falo vibrante que desbordaba esperma. Los guitarristas blancos más celebrados tienden a masturbarse en el escenario, es decir, a ejecutar lances de alta exigencia técnica cuya única función parece ser la de masajear su ego. Prince, en cambio, estaba infinitamente más interesado en cogerse a la audiencia. Sus despliegues en la guitarra eran explosiones lúbricas de una emotividad innegable. En ese sentido, la única competencia histórica de Prince era Jimi Hendrix. Nadie más.
El compositor de Purple Rain era sexoso, pero no sexista. A contracorriente de la cosificación a la que fueron sujetas las mujeres en la iconografía del rock ochentero, donde fungían como objetos del deseo en pueriles fantasías sadomasoquistas de hairbands estilo Poison y Warrant, las princesas de Prince eran protagonistas activas del aquelarre: Wendy and Lisa, Ida Kristine Nielsen, Rosie Gaines y Candy Dulfer, entre otras, fueron un factor sustancial en dimensionarlo como un espectáculo memorable. Ninguna, sin embargo, a la altura de la percusionista Sheila Escovedo, mejor conocida como Sheila E. La participación de Sheila durante la gira para promocionar Sign O’ the Times (1987) –y captada en la película concierto del mismo nombre– aún quita el aliento; una ejecución más cercana al jazz y la velocidad de Buddy Rich que al de la mera artesanía pop. El intérprete de Kiss tampoco fue tímido en reconocer sus influencias femeninas, sobre todo la de Joni Mitchell. “The Hissing of Summer Lawns –disco de Mitchell de 1975– es el último álbum que en verdad he amado”, solía decir en entrevistas.
El siglo XXI fue poco generoso con el nativo de Minnesota. Confundido por la ascendencia del hip hop y víctima de un impulso prolífico que escondía sus ideas más innovadoras entre decenas de horas de material poco relevante, la estrella de Prince perdió notoriedad en años recientes. La obsesión por proteger sus derechos de autor en Internet también resultó contraproducente: por increíble que parezca, muchos millennials no conocen su obra (casi no hay videos de Prince en YouTube, por ejemplo). Por eso es que su intervención en el espectáculo de medio tiempo del Super Bowl 2007 fue una revelación para las nuevas generaciones. Ahí estaba, por fin, la leyenda en su máximo esplendor. James Brown, Miles Davis, Jimi Hendrix, Marvin Gaye, Little Richard. El espíritu de todos ellos vivía en Prince: como bien señala el director Spike Lee, la síntesis de lo más cachondo que le ha dado la música negra al mundo.
*FOTO: El cantante y compositor Prince inició su carrera musical con el álbum For you (1978), al que siguieron Purple Rain (1984), entre otros/ Archivo EL UNIVERSAL.
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