La primera obra de arquitectura moderna en México

Nov 28 • destacamos, principales, Reflexiones • 8157 Views • No hay comentarios en La primera obra de arquitectura moderna en México

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La colonia del Valle de la Ciudad de México fue escenario del primer edificio que cambió el rostro urbano de nuestro país, como expone el capítulo de este libro, publicado por Arquine y del que publicamos este adelanto

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POR JUAN MANUEL HEREDIA

Doctor en Arquitectura. Twitter @guk_camello

“¿Cual fue el primer edificio moderno? Esta pregunta comúnmente se considera superflua, pero si reconocemos que algo ocurrió en torno a la Primera Guerra Mundial, que una nueva forma de pensar, manifestada en un nuevo estilo, surgió en ese momento, entonces debe existir un edificio en el que ese estilo se hizo evidente por primera vez. Lo que buscamos es un edificio tan distinto a aquellos que le precedieran que establezca una arquitectura nueva como hecho, no como posibilidad. Muchos edificios por azares sociales o tecnológicos, o por ciertos deseos que podrían ser manifestados por vía negativa (por ejemplo “ornamentar es pecado”) parecieran anticipar la arquitectura moderna, pero no eran aún arquitectura moderna. Son absolutamente diferentes a ella en espíritu e intenciones. No han descubierto la “idea” esencial, aquel momento en que los malestares y los rechazos son remplazados por una concepción global y propositiva”.
Peter Smithson, 1959

 

Durante sus trayectos diarios desde su casa en el pueblo de San Ángel, a la calle de Madero en donde trabajaba, el joven arquitecto Juan O’Gorman muy a menudo atravesaba la Colonia Del Valle, una de las nuevas zonas residenciales de la Ciudad de México. Corría el año de 1930 y aquella zona reiniciaba su proceso de urbanización después de la larga pausa ocasionada por la Revolución Mexicana. Además de alguna que otra construcción rural, lo que el paisaje ofrecía a la vista eran casas recién construidas esparcidas entre sembradíos de alfalfa y maíz. La comunidad suiza fue una de las primeras en asentarse en esa “colonia” y su presencia se hizo sentir rápidamente con la construcción en 1927 del Club Suizo en un predio localizado sobre Avenida Gabriel Mancera, una de las principales arterias comunicando el sur con el centro de la ciudad. A su paso por dicha avenida, O’Gorman no podía dejar de observar una obra en construcción en la esquina de la calle de San Borja que se erigía solitaria en medio de terrenos desocupados. A medida que se terminaba O’Gorman podía apreciarla con más claridad y discernir su uso: un par de casas idénticas, unidas entre sí, dispuestas de forma simétrica o “en espejo”, ocupando el frente del terreno y dejando un amplio jardín trasero. Una vez concluida era imposible pasarla por alto y dejar de observar el contraste que hacía con la arquitectura neocolonial, campestre y Art Decó que empezaba a pulular en la colonia.

 

Por esos años O’Gorman comenzaba a realizar sus primeros trabajos independientes y aquella edificación debió haberle sorprendido por mostrar una sensibilidad muy similar a la suya: una arquitectura de gran simplicidad, sin ningún tipo de ornamentación, pero con cierto énfasis en la volumetría y con un aire de formalidad que hacía recordar las obras de su muy admirado Le Corbusier.

 

Ya que muy pronto O’Gorman comenzaría a trabajar en una serie de proyectos hoy en día considerados pioneros de la modernidad arquitectónica mexicana, es posible que esas casas le hayan servido de inspiración directa para sus trabajos. Diseñadas por los arquitectos suizos Hans Schmidt y Paul Artaria, las casas de hecho representan el primer ejemplo de arquitectura moderna de México.

 

“¿Cual fue el primer edificio moderno?”, se preguntaba en 1959 el arquitecto inglés Peter Smithson. Admitiendo el desdén que su pregunta podía generar en algunos, Smithson inmediatamente elaboraba y diferenciaba dos tipos de modernidad arquitectónica: por un lado edificios que materializaban una “idea esencial” de modernidad, y por el otro aquellos que sólo la exhibían ya fuera por “azares tecnológicos o sociales” o por “vía negativa”, es decir como resultado de coyunturas que rebasaban el control y las intenciones de los arquitectos, o mediante la simple eliminación de decoración de sus superficies. A pesar de reconocer lo difícil que resultaba describir aquella idea esencial, Smithson caracterizaba el espíritu que la acompañaba como:

 

 

“Un incremento de la confianza del hombre en sus potenciales y en su inherente nobleza. [Una] nobleza que, se sentía, necesitaba de una nueva forma de vida para encontrar su cauce –un nuevo ambiente físico”.1

 

 

Aunque ésta no era del todo una definición, el énfasis antropológico de Smithson era claro. Para él la modernidad en arquitectura implicaba un reconocimiento de la condición humana tanto en sus aspectos más trascendentes y de mayor alcance (“sus potenciales”) como en sus más íntimos, fraternales y solidarios (“su nobleza”), un reconocimiento radical en el doble sentido de algo “extremo” como de algo que va “a la raíz”. Su distinción entre una modernidad azarosa y otra esencial también implicaba dos formas de concebir la arquitectura, por un lado, la manifestación fortuita o superficial –un mero reflejo– de coyunturas culturales, técnicas o políticas, y por el otro la subsunción de esas mismas circunstancias dentro una racionalidad más comprensiva (“global”) y articulada, propia de un pensamiento arquitectónico. Lejos de ser superflua, su pregunta tocaba un problema fundamental pero poco tematizado al interior de la disciplina pero que otros arquitectos más veteranos que él ya se habían planteado con anterioridad.2 El problema giraba en torno a una definición de modernidad que fuera más allá de retóricas estilísticas y llegara a lo que podría considerarse el núcleo de la arquitectura en tanto actividad social y simbólica.

 

La pregunta “¿cuál fue el primer edificio moderno?” también se ha ido formulado en otras latitudes, y algunas veces de forma más local, aunque de igual modo considerada superflua por algunos. En 1964, por ejemplo, el historiador mexicano-venezolano Israel Katzman calificaba de ingenuos a aquellos que trataban afanosamente de encontrar “la primera obra contemporánea de México”.3 Para él, el desarrollo de la arquitectura moderna mexicana debía entenderse más como una evolución que como algo iniciado repentinamente por el surgimiento de alguna obra que marcaran una clara línea divisoria entre dos épocas.4 Los intereses clasificatorios y explícitamente estéticos de Katzman, sin embargo, le impedían llegar a preguntas más profundas como aquella que Smithson intentaba formular. De hecho, la pregunta y las premisas de este último, bien podrían aplicarse –con todas las salvedades necesarias– al contexto mexicano.5 En efecto, en México uno también podría distinguir entre dos modernidades: una, la manifestación automática de un Zeitgeist, y otra, en donde preocupaciones éticas y culturales tomen precedencia sobre lo expresivo o lo estético. Y en este rubro no han faltado candidatos para ocupar el puesto del “primer edificio contemporáneo o moderno de México”, y el mismo Katzman se aventuró a sugerir algunos candidatos.6 Quizás hoy en día la obra que, para muchos, ocupa ese puesto es la casa que O’Gorman diseñara y construyera supuestamente para su padre en San Ángel. Como ha sido recientemente demostrado por Cristina López Uribe, este edificio, sin embargo, es posterior a las casas gemelas por al menos un año.7 Más importante es el hecho de que esta casa de O’Gorman estaba más cerca de lo que Smithson veía como una “posibilidad” y no como un “hecho”: una casa-manifiesto que servía primordialmente para ilustrar las convicciones ideológicas de su autor, pero muy limitada en términos de acoger vidas humanas concretas. Como veremos más adelante, sólo sería hasta 1933 en que la arquitectura de O’Gorman adquiriría un nivel más elevado de “facticidad”. El otro ejemplo que en los trabajos más nacionalistas de la historiografía arquitectónica mexicana ocuparía ese puesto es la Granja Sanitaria en Popotla, de José Villagrán García, de 1925. Efectivamente anterior a las casas gemelas, este edificio era sin embargo una obra en gran medida circunstancial producto de la ideología higienista de la época, pero arquitectónicamente, es decir formal y espacialmente, un simple ejercicio Art Decó, mucho menos articulado que el de O’Gorman, y cuya “modernidad” residía primordialmente en lo austero de sus superficies.8

 

Cosas similares podrían decirse de muchos otros edificios que a menudo se invocan como la primera casa o primera obra moderna de México.9 Comparado con todos ellos las casas gemelas de la Colonia Del Valle encarnaban aquella idea exigida por Smithson de forma menos azarosa o fragmentaria. En estas, la tensión entre lo universal y lo particular, entre la potencialidad y la nobleza humanas, entre el “espíritu del tiempo” y el “espíritu del lugar”, encontraban una más justa medida, esto a pesar, o quizás en virtud, de su radical otredad. Este libro pretende corregir un equívoco ya casi centenario y restituir a esas casas el lugar que deberían ocupar en la historia de la arquitectura moderna de México. No se trata, por supuesto, de otorgarle al edificio la medalla que por error no recibió, como si se tratara de una competencia o justa deportiva, sino de comprender y resituar a un proyecto construido en y para México en un triple contexto: nacional, internacional y contemporáneo. De esta forma las casas dejarían de verse cómo casi siempre se ha hecho: un caso aislado, un evento fortuito, una mera casualidad, sin verdadera significación histórica.

 

 

Notas:
1. Alison Smithson y Peter Smithson, The Heroic Period, The Heroic Period of Modern Architecture, Londres, Thames and Hudson, 1981. (En su sucesivo las traducciones de fuentes en otro idioma son del autor)
2. Ver en especial los textos de Hans Poelzig, “Fermentación en arquitectura”, en Simón Marchán Fiz, editor, La arquitectura del siglo XX: Textos, Madrid: Alberto Corazón, 1974, pp. 27-8, y “Der Architekt,” en Julius Posener editor, Hans Poelzig, Gesammelte Schriften und Werke, Berlín, Gebr. Mann, 1970, pp. 229-46 [Fragmentos en inglés en Julius Posener, Hans Poelzig: Reflections on his Life and Work, Cambridge, Mass., MIT Press – Architectural History Foundation, 1990, pp. 22-52].
3. Israel Katzman, La Arquitectura Contemporánea de México, ciudad de México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1964, p. 103.
4. Sin embargo, reconociendo la naturaleza fluida y ramificante de la historia, pero también la necesidad de la periodificación como único medio de acceder a ella, uno podría aplicar a los inicios de la arquitectura moderna ya sea nacional o internacional una lógica similar a la que Dámaso Alonso aplicaba a los inicios de la lengua española: se trataría de comprender “aquel instante en el espectro en el que ya estamos seguros de ver color amarillo y no verde,” de encontrar la lengua “que caiga ya del lado del español y no del latín.” Ver Dámaso Alonso “El primer vagido de nuestra lengua” en De los siglos oscuros al de oro, Madrid, Gredos, 1964, p. 55. Parafraseando a Alonso, se trataría entonces de encontrar aquella obra que caiga del lado de la arquitectura moderna y no de cualquier otra anterior.
5. La principal salvedad estriba en los límites inherentes a toda comparación entre la arquitectura moderna producida en Europa y la producida en América Latina (eurocentrismo, colonialidad, dependencia cultural, anacronismos, etcétera). Aun así, los intereses disciplinares de Smithson proveen de cierta base trans-histórica para intentarlo.
6. Uno de ellos era el edificio en Cinco de Mayo y Bolívar de Albert Pepper de 1922. Otro, la casa de Carlos Vergara y Jesús Roválo en Mixcoac de 1927. Ver Israel Katzman, La Arquitectura Contemporánea de México. op. cit., pp. 102-3.
7. Cristina López Uribe, “Las firmas de las primeras casas funcionalistas de Juan O’Gorman”, Bitácora-Arquitectura 30, 2015, p. 132-7. En su texto López Uribe cuestiona la versión difundida por O’Gorman en su autobiografía de que la casa fue proyectada y construida en 1929. Gracias a su descubrimiento de la firma de O’Gorman en uno de los muros de la casa, y a su cotejamiento con diversos documentos históricos, López Uribe ha constatado que la llamada casa O’Gorman fue terminada en 1931. Si bien existen al menos dos perspectivas del proyecto mostrando el año 1929, e inclusive un documento autógrafo de O’Gorman indicando el año 1928, debido al estado fragmentario de su archivo, a la falta de una catalogación sistemática de su obra, y a la manipulación de fechas por parte del arquitecto (a menudo sobreponiendo fechas), es claro que la casa no sólo fue construida sino diseñada con posteridad a la fecha antes tomada por sentada. En efecto, los planos ejecutivos conservados de la casa tienen sello oficial con fecha 23 de diciembre de 1930, por lo que su construcción debió haber ocupado la mayor parte del año siguiente. Por ello, resulta sorprendente que, ante tal evidencia, y como también hace notar López Uribe, Víctor Jiménez insista en que la casa O’Gorman se diseñó y construyó en 1929, y hasta diga que el sello, que el mismo ilustra en una publicación, es de 1929 cuando claramente se lee 1930. Ver Xavier Guzmán Urbiola, Víctor Jiménez y Toyo Ito, Casa O’Gorman 1929, ciudad de México, Consejo Nacional para la Cultura y la Artes, Instituto Nacional de Bellas Artes, RM, 2015, p. 29. Por otro lado, según sus arquitectos, las casas gemelas se construyeron en 1929. Esto se asienta en Paul Artaria, Vom Bauen und Wohnen, Basilea: Wepf, 1939, y Hans Schmidt, Beiträge zur Architektur 1924-1964, Bruno Flieri editor, Berlín: VEB Verlag für Bauwesen, 1965. Esa fecha es refrendada por Hannes Meyer en “El regionalismo en la edificación de la vivienda suiza” Arquitectura 7, México, 1941, pp. 30-41. El archivo de Schmidt, resguardado en el Instituto Federal Tecnológico de Zúrich (ETH) indica también que las casas se proyectaron y construyeron en 1929. Sin embargo, y como se verá más adelante, esta fecha es correcta en lo que toca a su diseño, pero resulta poco probable como fecha de construcción, y es más factible se hayan terminado en 1930. En este sentido este libro refuerza, pero matiza, la tesis de López Uribe de que “ahora, a la distancia, no hay duda de que las primeras casas funcionalistas en México son las de los arquitectos Hans Schmidt y Paul Artaria en la colonia Del Valle, de 1929.”
8. Los elogios a este complejo casi siempre señalan su falta de ornamentación. En 1952, Richard Neutra aludió al edificio de Villagrán como un proyecto pionero no sólo en México sino en América Latina. Pero su afirmación de que Villagrán “construía ‘moderno’ ya desde 1925” expresa por el uso de comillas un muy claro escepticismo. Ver el prólogo de Neutra en I. E. Myers, Mexico’s Modern Architecture, Nueva York: Architectural Book Publishing, 1952, p. 21. Teodoro González de León por otro lado afirmaba que a los jóvenes arquitectos cómo él la Granja Sanitaria “no nos dijo nada”. Ver Teodoro González de León, “Tres Experiencias con José Villagrán” en Bitácora-Arquitectura 7, 2002, p. 32. En una conversación más reciente el mismo arquitecto se refería a esa obra, quizás aludiendo a su uso, pero de forma despectiva, como “esa porquería” (Entrevista del autor con Teodoro González de León el 30 de noviembre de 2012).
9. Dos ejemplos recientes lo constituyen, por un lado, la casa que Adamo Boari construyera para él mismo en la colonia Roma en 1907. Para algunos es esta la primera obra moderna de México por usar tecnología de punta, carecer de ornamentación, y tener una terraza jardín, pero que en realidad era un ejercicio inspirado en los trabajos de la Secesión Vienesa. Ver Arturo Ortiz Struck “La Villa Boari explicada por Rafael Fierro: en Arquine blog 10 de Diciembre de 2016 (http://www.arquine.com/la-villa-boari-explicada-por-rafael-fierro/), y por el otro, aunque sólo se trate de un proyecto, el Hospital de la Asociación para Evitar la Ceguera en la colonia Doctores de Carlos Obregón Santacilia que supuestamente fue elaborado en 1924 pero que muy probablemente es posterior en vista de las inclinaciones ecléctico-nacionalistas de ese arquitecto en esas fechas. Esta nueva tesis la sugieren por separado Alejandro Bosqued Navarro, “Modernidad y eficiencia: “el sistema de escuelas primarias de Juan O’Gorman”, Tesis doctoral Universidad Politécnica de Madrid, 2015, pp. 13,15, y Kathryn O’Rourke, Modern Architecture in Mexico City, Pittsburgh, Pittsburgh University Press, 2016, p. 73. El año atribuido a este proyecto es probablemente un error de datación originado en la biografía de Obregón escrita por Graciela de Garay.

 

FOTO: Vista desde el jardín, fotografía de Hannes Meyer, circa 1941. / Especial

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