Augusto Monterroso: El rebelde social y literario

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A 100 años de su nacimiento, Confabulario recuerda al escritor Augusto Monterroso, quien no sólo fue una de las figuras más importantes en la creación del género de minificción, sino también un hombre preocupado por los problemas sociales que incluso se enfrentó a dos exilios

 

POR ALEJANDRO LÁMBARRY 
En el 2012 empecé un trabajo de investigación centrado en la vida y obra del escritor centroamericano Augusto Monterroso. Un autor que me había impresionado mucho por la claridad y sencillez de su estilo, su juego lúdico con las referencias intertextuales y los géneros literarios; Monterroso había vivido en Centro, Norte y Sudamérica durante las luchas sociales contra la dictadura, la utopía socialista y el desarrollismo mexicano de mediados de siglo. Quise entender estas dos etapas de su vida.

 

Para ello consulté el archivo personal de Monterroso en la Universidad de Princeton. En total debí haber revisado más de 50 cajas llenas de cartas, diarios, borradores, dibujos, fotos y papeles personales. Descubrí la manera laboriosa con la que Monterroso escribió cada página que yo leí, de joven, en un suspiro. Descubrí cartas, diarios y cuadernos personales. Minutos antes de las cinco de la tarde, hora del cierre de la Biblioteca, guardaba mi computadora y salía a caminar. En los senderos bordeados de arces y pinos pensaba en la manera de traducir lo leído. Me acompañaban fantasmas de papel los cuales sentía reales porque creía ya entenderlos. Monterroso iba cobrando vida.

 

Augusto Monterroso vivió su infancia y juventud en Honduras y Guatemala: el traspatio de los imperios europeos y norteamericano, el botín de las empresas transnacionales bananeras y cafetaleras. A los 23 años luchó contra el sistema represivo de la dictadura de Jorge Ubico. Pintó en un muro la leyenda “No me Ubico”. Junto con su amigo Francisco Catalán, fue llevado con fuerza a la jefatura de policía.

 

“Tienen ustedes el pelo muy bonito, para que se les quite”, los amenazó el jefe de policía.

 

Ellos siguieron publicando el periódico subversivo El Espectador hasta que los arrestaron. Monterroso hablaría de una estancia en la cárcel y de cómo escapó de ahí “rocambolescamente”, para obtener asilo diplomático en la embajada de México. Lo que pasó en realidad fue que aprovecharon un descuido de los policías para salir corriendo de la jefatura. Llovía a cántaros y los policías no los persiguieron. Unos días después, Monterroso llegó a México con una bandera mexicana en la maleta, los Ensayos de Montaigne y el dinero suficiente para comprarse un par de cervezas en Tapachula.

 

En México su labor política se mantuvo. Después del gobierno de la Junta Revolucionaria, que tomó el poder de manos de Ubico y permitió a la Asamblea hacer una nueva Constitución y realizar elecciones, Juan José Arévalo ganó la presidencia. Monterroso se presentó en la embajada de Guatemala a solicitar trabajo. Ingresó a la diplomacia y fue escalando puestos hasta obtener en 1953 la categoría de vicecónsul. En ese mismo año le informaron de su cambio de plaza a La Paz, Bolivia. Monterroso dejó a su familia y a su novia en la Ciudad de México. Dolores Yáñez se encargó del papeleo necesario para contraer el matrimonio a distancia. Juan Rulfo fue su representante legal. “Chanchito, mi vida”, le escribió Dolores a Monterroso, “Rulfo es muy buena gente, pero yo creo que nosotros en este caso hubiéramos necesitado una persona más activa, él creo que entiende muy poco de prisas.”

 

En marzo del 1954, apenas había llegado su esposa a Bolivia cuando cayó el gobierno de izquierda de Jacobo Árbenz. “Renunció el Secretario de la Emb. de Guatemala” anunció El Diario de La Paz; los motivos: no servir a un gobierno impuesto por la CIA. Monterroso se exilió en la ciudad de Santiago de Chile. Allí sobrevivió con trabajos mal remunerados, pasó hambres y fue arrestado un 25 de diciembre. Vio que, al enfrentarse a la policía, un indigente perdió un zapato. Preocupado por el frío, lo recogió y corrió a dárselo. Los carabineros se lo llevaron a él también. En esas fechas, Pablo Neruda leyó en el teatro Caupolicán un texto que Monterroso escribió sobre la caída de Árbenz. “Una vez más, hace un año, mi patria se ha visto azotada por un nuevo huracán, otra vez fuerzas extrañas han arrasado con todo: con los hombres, con el maíz, con el ganado, con los libros. Y he visto a grupos de otros hombres armados hasta los dientes destrozar las sementeras y abatir sin misericordia a los campesinos, y los ríos teñirse con la sangre de mis hermanos”.

 

Cuando juntaron el dinero suficiente para pagar su transporte, regresaron a México. “Estamos más pelados que ratas”, le escribió Monterroso a su hermana. “Los libros sí me dio lástima dejarlos, porque es de las cosas que uno no repone nunca”. Sus amigos le ayudaron a ingresar a El Colegio de México y luego a la UNAM como editor y corrector de estilo. En 1957, se dio un cambio significativo: su protesta social se daría desde ahora en el campo literario. Ya no lucharía publicando periódicos de protesta, ni pintando muros, ni en la diplomacia; lo haría con la firma de comunicados y la escritura de artículos o textos breves. Después de este año sucedió también la publicación de toda su obra literaria.

 

Cuando Monterroso publicó su primer libro Obras completas (y otros cuentos) era ya un autor maduro, complejo en el uso del humor irónico y de los géneros literarios, consciente del texto y del paratexto. En la época de las grandes novelas del realismo mágico y de la épica histórica, él optó por la literatura breve y excéntrica. La académica inglesa Jean Franco le escribió en una carta: “Tu locura puede ayudar a destruir algo en el mundo, tu locura servirá de mucho, pero tienes que explorarla”. Y luego: “en medio de esta ramplonería y feria de autoridades que es la literatura mexicana, cada frase de nuestro amigo Torres tiene la fuerza de una bomba atómica. Piensa en Erasmo y cultiva tu locura que es una locura preciosa”.

 

Una escritura loca, extraña y rebelde. Monterroso evitó a toda costa repetirse, buscó siempre innovar, romper sus propias reglas. Después de escribir cuento y minificción, intentó uno de los géneros más antiguos, la fábula. Esto pudo ir en demérito del público que en esa época se estaba formando en Latinoamérica y que pedía publicaciones regulares de novelas. Entre el primero y el segundo libro transcurrieron diez años. Ángel Rama escribió en una reseña que “Augusto Monterroso conquistó al más diminuto club de fans del continente”. El comentario debe entenderse como un elogio: buscar la experimentación y originalidad literaria más que la fama, la popularidad o el éxito comercial.

Durante un viaje a Londres, en 67, Monterroso escribió en su diario personal: “En mi interior bulle una cantidad de ideas y sentimientos para expresar con cuales no encuentro una forma. Todas me parecen gastadas, anquilosadas, ridículas o cursis. Pensar que un cuento debe tener nudo y desenlace me horroriza. Las formas demasiado modernas no puedo usarlas puesto que todo el mundo las usa. Decididamente, no encuentro mis expresiones.” Para esta fecha había escrito una de las primeras minificciones, “El dinosaurio”, la fábula abierta, y estaba en proceso de escritura del género en movimiento perpetuo: “La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo”. La suya era una escritura excéntrica porque no se dejaba atrapar por la rutina, el conformismo y la complacencia.

 

El desafío con la estructura y el tema del relato; y sobre todo, con la forma, con el lenguaje. “Yo no escribo, edito” solía decir Monterroso. Muchos creyeron que se trataba de una boutade. Pero de su única novela, Lo demás es silencio, encontré en su archivo al menos tres cajas llenas de borradores. Los primeros manuscritos de una novela que finalmente se publicó en 1976 se remontan a 1952. Eduardo Torres, pseudónimo con el que Monterroso firmó sus primeras piezas, tenía entonces el nombre de Evaristo. Para Evaristo la base de la sabiduría se construye sobre tres fuentes primordiales: la Biblia, Robinson Crusoe y la revista Selecciones. Cuando le preguntan por el libro que llevaría a una isla abandonada, responde: “La divina comedia, porque le gustaba mucho esa novela”. Monterroso jugaba ya con el humor satírico, los errores en la atribución de textos y citas literarias, y a parodiar el género de la biografía.

 

En todos sus años de escritura, Monterroso cambió sus disciplinas de trabajo. La oveja negra empezó como un proyecto lúdico. Sus primeros borradores están al reverso de unas hojas membretadas de la UNAM. Es claro que escribía en las pausas del trabajo o cuando sentía la inspiración. Jean Franco recuerda que llevaba sus fábulas en los bolsillos de su saco y las leía cuando se lo pedían, como si fueran poemas. En cambio, para Lo demás es silencio se impuso una rutina más o menos estricta. “Trabajé lo más que pude al hermano de Torres. Hoy trabajar 10 am. Después oí Mozart. Son 12 y cuarto. Work”. Para sus últimos libros, como Los buscadores de oro, salió en busca de un lugar que lo inspirara y que a la vez le permitiera trabajar; lo encontró en el Burger Boy de la avenida Insurgentes y la calle de Rafael Checa. “Un lugar muy amplio, luminoso y relativamente tranquilo”, “la temperatura es perfecta”; un lugar sin música, ni teléfono, y con amplios ventanales a través de los cuales veía pasar los autos.

 

Monterroso fue un hombre preocupado por los cambios sociales en Latinoamérica. Luchó desde temprana edad por una sociedad más justa y democrática, y sufrió severas represalias que lo forzaron a dos exilios. Al acercarse a los 40 años, ese espíritu rebelde lo llevó a una escritura precursora de lo que se llamaría minificción, creó la fábula abierta y el género en movimiento perpetuo; practicó la novela metaficcional y el libro objeto. Su obra fue compleja en las referencias intertextuales, el manejo del paratexto y la hibridez de los géneros literarios. Pero clara y sencilla en el lenguaje. De hecho, su escritura era a tal punto transparente y fluida que muchos la creyeron fácil. Cuando, en realidad, —dijo Monterroso—: “hay que pasar por mucho aprendizaje y por mucho trabajo”.

 

FOTO: El escritor Augusto Monterroso, nacido el 21 de diciembre de 1921, en Tegucigalpa, Honduras/ Crédito: Pedro Valtierra/CUARTOSCURO.COM

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