Avicena y el canon de la medicina

Oct 8 • Reflexiones • 2011 Views • No hay comentarios en Avicena y el canon de la medicina

 

Siguiendo la teoría de los “humores” de Hipócrates y las cuatro causas aristotélicas, este pensador de Oriente arrojó nuevas luces sobre el cuerpo humano que sirvieron a los estudios renacentistas

 

POR RAÚL ROJAS
La historia de la medicina nunca ha progresado de manera rectilínea, ni mucho menos. Se parece más bien a tambaleantes tropezones a través de un laberinto, con múltiples vericuetos que se han tomado y abandonado antes de ir a explorar la siguiente ramificación. Un ejemplo muy relevante es el Canon de la Medicina, la famosa enciclopedia médica del polímata persa Ibn Sina, mejor conocido en Occidente con su nombre latinizado: Avicena. Nació en el año 980 en el actual Uzbekistán y murió en Hamadán, Persia. Se le ha llamado el “Aristóteles de Oriente” por la gran diversidad de sus intereses y la impresionante extensión de su obra, que abarcaría más de 200 títulos, entre ellos tratados médicos. Avicena escribió sobre filosofía, ciencias naturales, matemáticas, metafísica y hasta incursionó en la poesía. Su Canon, escrito alrededor del año 1020, se convirtió en referencia imprescindible para los médicos europeos hasta el siglo XVIII. Antes de Avicena el griego Hipócrates, llamado el padre de la medicina, y el médico romano Galeno habían delineado el paradigma clásico de la disciplina.

 

Si hay un médico legendario, ese sería Hipócrates, quien vivió en el siglo quinto antes de nuestra era. Su llamado Corpus Hippocraticum abarca 70 tratados en griego, pero se sospecha que fueron redactados por numerosos discípulos del célebre doctor. Es ahí donde encontramos el conocido juramento hipocrático, que continúa siendo utilizado. Con relación a Avicena, lo importante es que Hipócrates trata de dar, por primera vez, una explicación “materialista” de las enfermedades, como algo que no es voluntad de los dioses, sino que corresponde a un desequilibrio fisiológico. Para Hipócrates el cuerpo humano es lo que hay llamaríamos un “reactor” químico, que absorbe y procesa muy diversas substancias. De esa idea central surgió la que se llamaría después la teoría de los “humores”, que serían los diferentes tipos de fluidos que interaccionan en la fisiología del cuerpo humano.

 

Aparentemente la teoría de los humores (o jugos, como sería la traducción literal del griego) es algo anterior a Hipócrates, pero con él madura como núcleo del quehacer médico. Habría cuatro humores importantes: la sangre, las flemas, la bilis amarilla y la bilis negra. Los cuatro fluidos se mantienen en equilibrio en un cuerpo sano y en caso de enfermedad hay que restablecer su armonía. Para eso ayudan plantas con propiedades farmacéuticas o tratamientos que hoy se consideran absurdos, como sería el sangrado controlado de la persona enferma. Los cuatro fluidos corresponden a procesos fisiológicos. Por ejemplo, de las flemas se pensaba que bajaban de la cabeza a otros órganos y podían causar enfermedades. La bilis amarilla sería indispensable para el buen funcionamiento del hígado, mientras que la bilis negra era un fluido que supuestamente subyace a la depresión y melancolía. Por su parte, Galeno, quien vivió en Roma en el siglo segundo de nuestra era, retomó y perfeccionó la teoría de los humores, relacionándolos con las estaciones y asignándoles propiedades secundarias, como humedad, calor o frío.

 

Avicena escribe a casi ocho siglos de distancia de Galeno y trece de Hipócrates. Se dice que su obra era más accesible para los médicos medievales en los países árabes y europeos (a través de traducciones en latín), que los veinte volúmenes de la obra de Galeno o los ya obsoletos escritos de Hipócrates. El Canon es pedagógico y adopta muchas veces el estilo de un manual médico.

 

En el Canon, Avicena comienza por definir el fin de la medicina que sería “identificar los estados del cuerpo humano (…) su propósito es preservar la salud cuando ya se alcanzó y recuperarla cuando se ha perdido”. La medicina sería teoría y práctica, ambos aspectos conectados a través del conocimiento. Siguiendo a Aristóteles, Avicena propone que hay cuatro tipos de “causas”: las materiales, las eficientes, las formales y las finales. Las causas materiales son las que tienen que ver con la fisiología en general: los humores, los órganos y sus “vapores”, así como los elementos físicos (tierra, agua, aire y fuego). Las causas eficientes tienen que ver con la persona y contexto específico; las causas formales con los “temperamentos” de los pacientes y las causas finales se refieren a las interacciones entre las causas materiales.

 

Según el Canon, en caso de enfermedad el médico tiene cinco “vías” para tratar de sanar a la persona: controlar bebidas y comida, vigilar el tipo de aire que respira, regular su movimiento o descanso, utilizar drogas, o bien operar. Aquí es donde la cosa se vuelve más complicada porque para sanar a una persona un médico debe siempre tener en mente el todo, es decir, los elementos, los humores, los temperamentos, las facultades, los vapores y las causas. El mismo tipo de desequilibrio humoral, por ejemplo, puede dar lugar a un tratamiento distinto dependiendo del “temperamento” del paciente.

 

Ahora bien, los temperamentos son una cualidad de las personas, pero también de cada órgano, de acuerdo con su grado de calor, frialdad, humedad y resequedad. El órgano mas caliente es, por ejemplo, el corazón junto con los vapores que exhala. Le siguen la sangre, el hígado y los músculos. Después las flemas, cabello, cartílagos y en general todo lo que no está irrigado por sangre. Los pulmones son húmedos porque son alimentados “por la sangre que transporta la bilis”, siguiendo las enseñanzas de Galeno. Y, claro, los huesos son los órganos más secos.

 

El Canon consiste en cinco libros. El primero es el más teórico, contiene la explicación de la anatomía y fisiología humana tal cual la concebía Avicena. El segundo libro, Materia Medica, lista sustancias “simples” para tratar enfermedades. El tercer y cuarto libros se ocupan de dolencias particulares de los diversos órganos, mientras que el quinto libro contiene las recetas para 650 compuestos medicinales. Es interesante leer como Avicena siempre trata de encontrar la forma en que los humores “fluyen” a través del cuerpo, y aunque muchas explicaciones son erróneas (como pensar que la bilis se produce en el hígado al recibir directamente parte del contenido estomacal), lo que tenemos aquí es una visión dinámica de cada órgano, tratando de encontrar su lugar específico en la gran maquinaria química del organismo.

 

El listado de sustancias simples en el segundo libro (que asemeja un catálogo) tiene que ver con toda la argumentación teórica. De cada sustancia se proporcionan sus diferentes características. El azúcar de caña, por ejemplo, es “laxativo” y tiene un temperamento “frío”, pero al decaer adopta un temperamento “seco”. La goma de la caña de azúcar puede limpiar los ojos. El azúcar se utiliza en caso de exceso de bilis amarilla en el estómago, previene también el vómito y puede ser un purgativo. Es la misión del médico hacer que la medicina y sus temperamentos correspondan con la dolencia y el temperamento de la persona o del órgano afectado. Es claro: todo esto suena más bien a “arte” que a ciencia. Por eso seguramente lo más importante era la experiencia del médico, quien debía seleccionar el tratamiento apropiado. El tamarindo, por ejemplo, se puede utilizar para inducir vómito, pero también para corregir el exceso de vómito. Es el médico quien decide en que fase de la enfermedad se aplican las diversas medicinas, por ejemplo, la grasa de cocodrilo que sirve para reducir el dolor producido por una mordida del mismo reptil (según Avicena).

 

Lo más intrincado del Canon es la teoría de los temperamentos y sus interrelaciones, algo que es fundamental porque de ahí se derivan los tratamientos, mientras que las secciones que tratan de la anatomía humana son muy esquemáticas. El temperamento proviene del juego de principios opuestos, como son el calor y el frío, la humedad y la resequedad. Estos principios se encuentran en contraposición, que no siempre se equilibra en el punto medio. De los tres órganos principales, uno es frío (el cerebro), otro es seco (el corazón), y el hígado es húmedo. El temperamento de las personas es modulado por su edad, por su raza, por el lugar donde viven, o por características individuales.

 

El Canon ejerció su influencia sobre Europa a través de la primera traducción al latín, realizada por Gerardo de Cremona alrededor de 1150. Con la invención de la imprenta, la traducción alcanzó mayor difusión. Al inicio del Renacimiento comenzaron a hacerse estudios anatómicos más precisos y ya para 1527, Paracelso, a quien se considera el iniciador de la farmacéutica química, se pudo dar el lujo de condenar a la hoguera a los libros de Galeno y Avicena en un acto supremo de vandalismo médico. Y, sin embargo, eso no significa que el hueco que dejaban hubiera sido subsanado con algún otro autor. Galeno y Avicena continuaron dando la pauta en la ciencia médica todavía durante mucho tiempo.

 

Es difícil saber hoy si todos los descubrimientos atribuidos a Avicena no habían sido ya propuestos por otros autores. Se le atribuye, por ejemplo, haber descrito los síntomas de la diabetes, la circulación de la sangre a través de los pulmones y haber intuido el papel de las ratas en la difusión de la peste. De las ilustraciones anatómicas que a veces se le han imputado a Avicena, es difícil saber cuales fueron las originales, ya que diferentes ediciones en árabe difieren respecto a las láminas. Mi traducción al inglés no contiene ninguna ilustración.

 

Un ejemplo que ha sido muy comentado es el del análisis del pulso cardiaco, que Avicena desmenuza en hasta catorce tipologías: hay el pulso de “gacela”, el de ondas, el “de hormiga”, el serrado, el de “cola de ratón”, etc. El pulso de gacela, por ejemplo, es un pulso irregular, primero lento, después más rápido. En el pulso ondulado, el corazón late, o antes o después de lo que sería la periodicidad correcta. En el pulso de “cola de ratón” la variabilidad decrece o aumenta paulatinamente, a través de varios pulsos. Lo importante es que de ellos se puede deducir la “fuerza vital” que posee el corazón. Avicena relaciona además ese vigor con la flexibilidad o rigidez de las arterias. Claro que los temperamentos juegan un papel central: personas con temperamento caliente necesitan más reposo, personas con temperamento frío tienden a tener un pulso deficiente (baja presión). Curiosamente el mismo paciente puede tener un temperamento frío en un lado del cuerpo y caliente en el otro. En ese caso el pulso difiere en cada lado y de ahí Avicena deduce que no es el latido del corazón lo que propulsa a la sangre a través del cuerpo, sino la expansión y contracción de las arterias. En 1628 William Harvey demostrará lo contrario y así, aunque el Canon esta repleto de sugestivas referencias a la circulación de la sangre, Avicena no pudo identificar el mecanismo correcto.

 

Para mí lo más intrigante (y espantoso) de la medicina medieval es la práctica del sangrado medicinal, que, aunque data de los egipcios, se perfeccionó, si es posible decirlo así, con la teoría de los humores de Galeno y sus sucesores. En Europa se utilizaba para curar todo, desde la viruela hasta la gota o la epilepsia. Todavía en 1788 a la emperatriz francesa María Antonieta se le practicó un sangrado cuando estaba embarazada y George Washington murió en 1799 después de una larga sesión que posiblemente aceleró su fallecimiento.

 

Me parece que cualquier médico moderno debería leer al menos la traducción del primer libro del Canon. Por supuesto que las teorías expuestas son ya obsoletas, pero representan una especie de ventana hacia el pasado de la práctica de la medicina. Si algo sabemos hoy es que el cuerpo humano es muy robusto: muchas veces puede sanar por sí solo, si tiene suficiente tiempo. Por eso muchas prácticas médicas de la antigüedad solo servían para darle tiempo al organismo de curarse, aunque el médico tuviera después la ilusión cognitiva de haber sanado al paciente al haber equilibrado los cuatro humores hipocráticos. Leer hoy a Avicena puede tener el efecto saludable de que reconozcamos lo mucho que ignoramos sobre el cuerpo humano y la humildad con la que tendremos que aceptar, en algunas décadas más, el juicio de la historia.

 

FOTO: Detalle de un ejemplar del Canon de medicina, editado hacia 1632, donde se puede ver físicos hablando con una paciente mientras los siervos preparan las pociones/ Wellcome Library

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