Cerrado por remodelación: la primera columna de David Huerta en El Universal

Oct 8 • destacamos, principales, Reflexiones • 953 Views • No hay comentarios en Cerrado por remodelación: la primera columna de David Huerta en El Universal

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El 9 de octubre de 1991, El Universal publicó la primera colaboración de David Huerta dentro de la columna colectiva “La voz invitada” en la sección cultural. Esta colaboración semanal se convertiría en una columna en septiembre de 2001, titulada “Libros y otras cosas”, que mantuvo hasta su muerte el 3 de octubre de este año. A continuación, reproducimos la primera entrega de este diálogo que mantendría con sus lectores en estas páginas a lo largo de 31 años

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POR DAVID HUERTA

En la sección urbana que corre de la punta sur del Parque Hundido a la esquina de la calle Extremadura, es decir, en el lado poniente de la Avenida Insurgentes, se abría el café restaurante La Veiga, ahora “cerrado por remodelación”, lo que parece querer decir “definitivamente cerrado”. El espectáculo tristón de los tablones, malamente ensamblados, que cubren su fachada es un paisaje después de la batalla. Los antiguos parroquianos se han dispersado y distribuido en diferentes lugares del rumbo: el Sanborn’s de enfrente de La Veiga, edificado donde antes se levantaba la tintorería francesa; un café junto al Tomboy; el Lyni’s que está junto a la mueblería K2. Hubo algunos jóvenes parroquianos que intentaron, vanamente, reconstruir el ambiente de La Veiga en la terraza del café del cine París, sobre el Paseo de la Reforma. Otros emigraron francamente a las cantinas del centro.

 

La Veiga fue durante muchos años un lugar de reunión para diversos grupos de amigos de contrastantes características: hombres de negocios, periodistas, escritores, editores. Tenía el ambiente y las características de muchos cafés “del centro”, incluido el café con leche servido en sólidos vasos altos y los panes sabrosos que venían de la panadería adjunta.

 

En los años recientes se podía tomar alcohol en La Veiga, también. Las comparaciones con otros lugares de reunión famosos en el sur de la ciudad eran frecuentes: los asiduos de Coyoacán defendían la cantina La Guadalupana y los tomadores de cafés literarios afirmaban que El Parnaso o Gandhi eran mejores. La Veiga mantuvo hasta el final, inconmovible, su propio prestigio.
La desaparición de este lugar fue un hecho lamentado por todos los parroquianos. No veremos más a don Pedrito, a Sotero, a Salomón, los meseros que llegaron a convertirse en amigos y figuras de nuestro paisaje sentimental. Los lunes nocturnos encontrarán a varios vagabundos en busca de reunión en la cual discutir los partidos de fut del fin de semana. La Veiga era, en el sur de nuestra ciudad, un lugar ideal para esos encuentros amistosos, cuya magnitud les mereció el nombre de Super Lunes.

 

Uno de los secretos de La Veiga, de su atractivo, era la terraza. Desde ahí la simplona o sencilla banqueta de Insurgentes se convertía en el teatro del mundo. Uno le daba un trago a lo que estuviera bebiendo, atendía a la conversación en curso y volteaba a ver el desfile variopinto de la “avenida más larga del mundo”. Algunos celtas, que ejercían aquí de parroquianos, ensayaban su ingenio demoledor ente el mestizaje ambulante, que otros llaman “il pópolo sangrante”. Ahí en la terraza de La Veiga, en su salón interior, se forjaron y consolidaron algunas amistades para toda la vida y se fraguaron algunos proyectos fantasiosos que, milagrosamente, diremos, para no ahorrar el adverbio obligado, llegaron a buen término en este país sexenal y frustráneo.

 

La amistad, escribí: una de las tres grandes a del corazón; las otras dos son, dice Michel Tournier, el amor y la admiración. Un lugar como La Veiga era un espacio ideal de la amistad conversada, forma de la literatura, entre los “seres literarios”, en la que ésta se cumple y se disemina más bellamente. Esos seres literarios, a los que no les faltan opiniones, sino más bien todo lo contrario (rebosan de ellas), son los mismos “intelectuales de café” que los políticos desprecian y que suelen ser, a la larga, mucho mejores que ellos, en todos los sentidos.

 

Pero esto no es una diatriba contra los políticos sino una evocación nostálgica de La Veiga. El sur de nuestra ciudad ha quedado empobrecido por esta desaparición. Qué quieren ustedes: también somos seres hechos para la nostalgia; quizá la nostalgia no tiene mucho lugar en la modernidad, que solamente tiene “nostalgia del futuro”, ánimos para “el fin de la historia” y arrestos para el Nuevo Orden Mundial. En este paisaje después de la batalla, puedo decir, con muchos amigos queridos, que en La Veiga se libraron varias escaramuzas formidables, hubo risa y fervor, vida vivida en la tertulia y “en la estimación”.

 

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