Bajo la mirada de un teatro doloroso
POR JUAN HERNÁNDEZ
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El director Boris Schoemann (París, 1964) lleva a escena la obra Bajo la mirada de las moscas, del dramaturgo canadiense Michel Marc Bouchard, traducida al español por Pilar Sánchez Navarro, con las actuaciones de Pilar Pellicer, Antón Araiza, Teté Espinosa, Constantino Morán, Miguel Romero, Pilar Boliver, Mercedes Olea y Stefanie Izquierdo, en el Teatro El Galeón del Centro Cultural del Bosque.
Tragedia contemporánea que conmueve y asombra por la manera en que penetra en la parte más oscura del ser humano, con un manejo genial de humor ácido y, en este caso, mórbido. Con este montaje el director Boris Schoemann se hermana con la visión despiadada del mundo que tiene Bouchard y despliega una serie de recursos encaminados a fortalecer la presencia escénica de los actores, de quienes consigue no sólo verosimilitud en sus interpretaciones, sino también que sean portadores de un enigma terrible que será desvelado de manera dolorosa.
Michel Marc Bouchard, nacido en Quebec, Canadá, en 1958, es uno de los dramaturgos, digamos, preferidos por Schoemann; un tanto porque comparten un lenguaje común, de origen: el francés, y también debido al interés que tienen por llevar al teatro temáticas esenciales sobre la condición humana en el mundo contemporáneo.
Del dramaturgo canadiense el director Boris Schoemann ha llevado a escena Los endebles, El camino de los pasos peligrosos, La historia de la oca, Tom en la granja y, ahora, Bajo la mirada de las moscas, obras que si bien tienen temas distintos, ostentan un elemento en común: el misterio, cuyo descubrimiento empuja el drama a un desenlace trágico.
En Bajo la mirada de las moscas, una vez más, Michel Marc Bouchard nos pone frente a dos instintos, contradictorios e inseparables, de destrucción y de supervivencia, que forman parte esencial de la condición del ser humano. Muerte y vida, amor y odio, pasiones que se desatan y no dan tregua, para culminar de manera terrible en una historia de relaciones humanas compleja.
La anécdota de esta obra parece simple: un joven (Bruno), interpretado por Constantino Morán, decide abandonar la casa de su madre (Pilar Pellicer), luego de conocer a Dócil (Teté Espinosa). Esta decisión se opone al deseo de Primo (Antón Araiza), quien echará mano de todos los recursos a su alcance y de una crueldad pasmosa para detener la partida del joven amante.
El montaje se lleva a cabo en el interior de una casa de pisos brillantes, en donde hay dos sillones y un sofá cama negros, de un lado y, del otro, un comedor de sillas blancas. Al fondo, varias cortinas blancas son los entretelones en los que se esconde y asoma, al mismo tiempo, el misterio del drama.
Obra de Xóchitl González, la escenografía ofrece la asepsia que contrasta con el sonido de las moscas provenientes de las porquerizas que rodean la residencia, y que son una metáfora de la podredumbre del alma humana, desvelada de manera intensa en el transcurso de la puesta en escena.
Y es que se trata de personajes enfermos del espíritu, retorcidos, trastocados por la crueldad de una existencia que no da tregua y de la que no pueden escapar. En esta obra se hace mención a la eutanasia (la madre, interpretada por Pellicer, dio una dosis de morfina a su hermana enferma, con lo cual le permitió tener una muerte digna), que si bien parte de la voluntad de ayudar a bien morir, provoca dolor en el hijo (Primo), quien queda huérfano y, desde la muerte de su progenitora, se apega a Bruno, con quien establece lazos emocionales enfermizos: de amor y de odio, de ternura y crueldad. Así de contradictorio, tanto como lo puede ser el ser humano en las relaciones de apego con sus semejantes.
Antón Araiza merece una mención especial por su sobresaliente actuación. El actor despliega una serie de recursos físicos y emocionales que nos permiten ver en él las contradicciones más profundas y oscuras del ser humano. Su personaje es de excepción: es él quien lleva el peso mayor del drama. Es víctima y victimario, el que ama y odia; el que crea, a partir de su refinada educación y cultura, escenas de crueldad estructuradas, diríamos, artísticas. En ese sentido se presenta como el director de una orquesta de pasiones humanas, bajas, oscuras y también luminosas, que se expresan como una sinfonía mahleriana, despiadada, en el escenario.
Como casi todo el teatro de Michel Marc Bouchard en manos del director Boris Schoemann, Bajo la mirada de las moscas es una obra que rompe las convenciones para dejar al descubierto un aspecto terrible de lo humano, desplegado, sin concesiones, con refinado cinismo y humor ácido. Se trata de la manifestación de una visión del mundo que conmueve, asusta, cimbra y conduce a una reflexión sobre lo que somos: Eros y Tánatos, opuestos e inseparables, determinando el destino del hombre y del mundo.
*FOTO: Bajo la mirada de las moscas, de Michel Marc Bouchard, traducción de Pilar Sánchez Navarro, dirección de Boris Schoemann, con Pilar Pellicer, Antón Araiza, Teté Espinoza, Constantino Morán, Miguel Romero, Pilar Boliver, Mercedes Olea y Stefanie Izquierdo, escenografía de Xóchil González, iluminación de Víctor Zapatero y diseño sonoro de Joaquín López Chas, se presenta en el Teatro El Galeón del Centro Cultural del Bosque, miércoles, jueves y viernes, a las 20:00, sábados a las 19:00 y domingos a las 18 horas, hasta el 7 de febrero/Pili Pala/Cortesía INBA.
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