Beny Moré: de Cuba y de México

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Este 24 de agosto se cumplió el centenario del nacimiento de Beny Moré, músico y cantante cubano que desde su llegada a México en 1947 dio una nueva proyección a la música caribeña que lo ha convertido en un clásico de la música popular latinoamericana

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POR AGUSTÍN SÁNCHEZ GONZÁLEZ

Tenía apenas 43 años la madrugada en que murió.

 

Los héroes mueren jóvenes.

 

“La realidad es nacer y morir”, cantó a dúo con Pedro Vargas en una canción de Arsenio Rodríguez, que evoca la obra de teatro de Pedro Calderón de la Barca.

 

Y como un sueño, como un cuento de hadas, hace cien años, el 24 de agosto de 1919, en Santa Isabel de las Lajas, una pequeña población de la provincia de Cienfuegos, nació un príncipe que ya no era tal, pues había perdido la corona que generaciones atrás le perteneció debido a que a sus antepasados, los negreros, esclavistas, los habían arrebatado de sus tierras, echado como animales en un barco, hacinado, y llevado a una isla paradisíaca que se llama Cuba.

 

Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez es el nombre de quien, dadas las anteriores circunstancias, nunca sería un rey conga; el haz de luz que manaba desde que nació y su talento lo llevaron a convertirse, en cambio, en el sonero mayor, en el bárbaro del ritmo, en el más grande sonero que ha visto la humanidad.

 

Desde niño mostró un enorme talento que le permitió experimentar la música en diversos espacios. Por sus orígenes africanos, su abuelo había sido esclavo, a Beny le tocó convivir en los toques y guateques de sus congéneres, en los que se impregnó de los ritmos y sabores de la música de los negros; convivir con ellos nutrió sus sueños y le permitió crear las maravillas que compuso a pesar de nunca haber pisado una escuela de música.

 

En alguna ocasión —cito de memoria—, Eduardo Galeano afirmó que la raza más esclavizada, más humillada, los negros, fueron capaces de crear la música más libre, refiriéndose al jazz. Aunque el Beny no fue jazzista sí fue un creador que, con una formación autodidacta, creó una música libre, abierta, sin prejuicios, con sonoridad y ritmo, que por ello ha pasado a la historia, ha sido motivo de poemas, películas, canciones y, sobre todo, una vida eterna.

 

Sus primeros años en Cienfuegos y luego en La Habana tuvieron poco éxito; su tenacidad lo llevó a participar en varios conjuntos y empezó a hacer radio, lo que significó un gran paso.

 

Ciro Cueto, integrante del mítico Trío Matamoros, autor de clásicos como “Son de la Loma”, “Lágrimas negras”, “El paralítico”, entre decenas de interpretaciones más, lo escuchó en un bar y quedó encantado. Gracias a su talento (y al azar) en un concierto que daría el Trío Matamoros en la CMQ, se enfermó el cantante y le pidieron su colaboración. Ya no lo soltaron, se quedó con ellos e incluso grabó varias de sus canciones, como “La penicilina”, “Qué será eso”, entre varias más.

 

En 1945, Bartolo Moré viajó a México, en una gira con el Trío Matamoros.

 

Como muchos artistas y personajes cubanos su vida y su historia se bifurca entre Cuba, lugar de nacimiento, y México, donde comienza su consagración. No es rara esta situación de personajes, como sucedió con los poetas José María de Heredia o José Martí, que tuvieron una presencia fuertemente arraigada en nuestro país y cuya obra no sólo está presente en la cultura mexicana, sino que hicieron importantes contribuciones, como el caso de Heredia, quien escribió “En el Teocalli de Cholula”, que es considerado el primer poema con tema prehispánico.

 

Al terminar la gira, el Trío regresó a Cuba, pero el Bárbaro se quedó en México. Sabía que en una agrupación como el conjunto de Miguel Matamoros nunca destacaría como solista.

 

En México nació Beny Moré.

 

En Cuba se quedó Bartolomé, o Bartolo, como entonces era conocido. Con este nombre, por entonces, se identificaba en el caló popular a un tonto o a un burro así que se cambió de nombre.

 

Escogió Beny como homenaje a unos de sus ídolos: el trompetista norteamericano Beny Goodman, que por esos años estaba generando una revolución en el jazz y provocando furor entre quienes lo escuchaban.

 

Su tenacidad lo llevó a tocar en cualquier lugar que le permitieran. En 1947 fue contratado en exclusiva por una de las más importantes disqueras: RCA-Victor.

 

Empezaron así las grabaciones acompañado por las mejores orquestas de entonces, dirigidas por los más destacados músicos del momento: Ángel “el Chino” Flores, Rafael de Paz, Arturo Núñez y Dámaso Pérez Prado —el creador del mambo— y Mariano Mercerón, entre otros.

 

El éxito llegaba.

 

Los seis años que permaneció en México consolidaron su carrera, fueron fundamentales para consolidar su estilo y convertirse en una de las luminarias del son cubano.

 

Con Pedro Vargas, “el tenor continental”, grabó cuatro canciones que están consideradas entre los mejores boleros de la historia: “Solamente una vez”, del mexicano Agustín Lara; “La vida es sueño”, del cubano Arsenio Rodríguez y dos piezas del portorriqueño Pedro Flores: “Obsesión”, y “Perdón”. Hace cinco años, en 2015, este dueto incidental fue motivo de un homenaje en el Festival Internacional Boleros de Oro, en La Habana, Cuba.

 

En México, el Beny compuso una canción clásica que es una suerte de himno de hermandad entre ambos países, que dice “Pero que bonito y sabroso bailan el mambo los mexicanos, mueven la cintura y los hombros igualito que los cubanos”.

 

Pero también hay un dato importante para la cultura chicana: el Beny se vestía como un “pachuco” al estilo de Tin Tan, con zapatos de dos tonos, con pantalones abombados con corte de tubo y arriba de la cintura, tirantes y un saco con hombreras, que parecía abrigo y un sombrero con larga pluma; parecidísimo a Germán Valdés, pero con una diferencia: portaba un bastón. (Germán Valdés, por cierto, muestra su maestría de bailarín al hacer una coreografía con la canción “Dónde estabas tú”, interpretada por Beny, en la cinta El revoltoso (1951)

 

Participa en varias películas en lo que fue la época de oro del cine mexicano: cintas como Carita de cielo (1946), Novia a la medida (1949), Fuego en la carne (1949), en donde muestra otra faceta poco destacada: un eximio bailarín, cuya cadencia es genial, y sus pasos y movimientos que, sin duda alguna, retomarán los grandes bailarines mexicanos.

 

Canta en media docena de los cabarets de moda, como El Patio, y en teatros de Revista como El Margo, el Tívoli o el Lírico.

 

En 1953 vuelve a su país. Ya no es Bartolo, ahora es el Beny.

 

Su sueño de tener una agrupación musical propia se hace realidad al fundar su propia orquesta. En Habana del Centro, boletín electrónico de la revista Extramuros, cuenta Rafael Lan que dicha orquesta se fundó con grandes músicos como Alfredo “Chocolate” Armenderos; “los integrantes oscilaban entre quince y veinte músicos… El estreno fue sensacional, espectacular, la elegancia de los músicos fue sorprendente, con trajes cruzados de cuatro botones, corbata de seda, pantalones de corte de tubo y zapatos de charol”.

 

El sueño del Beny, acompañado de lo mejor, era una realidad. Con esa agrupación recorrió la isla de Cuba y viajó por diversos países.

 

Al llegar la Revolución Cubana, en 1959, al contrario de muchos otros cantantes, como Celia Cruz u Olga Guillot, permaneció en Cuba.

 

El 19 de febrero de 1963, murió a las 21:15 debido a la cirrosis hepática que lo afectaba hacía un buen tiempo; tenía, además, un tumor en el hígado a la altura del ombligo, por eso usaba tirantes y pantalón tan largo, ya que le molestaba el cinturón.

 

Ese día, como nuca ha sucedido, cerraron sus puertas y callaron todos los cabarets de La Habana y a los funerales acudieron ríos de cubanos que fueron a despedir al hombre que los movió y conmovió.

 

El recién fallecido poeta Roberto Fernández Retamar, escribió:

 

 

Es lo mismo de siempre:
Así que este hombre está muerto!
Así que esta voz
delgada como el viento, hambrienta y huracanada
como el viento es la voz de nadie!
Así que esta voz vive más que su hombre,
y que ese hombre es ahora discos, retratos, lágrimas.
Un sombrero
con alas voladoras enormes —y un bastón!…

 

 

Pero hubo otra despedida, la de los músicos mexicanos, el cantante Tony Camargo le compuso Bárbaro del Ritmo, y en la grabación aparece la voz del Beny, la voz de quien nació hace cien años y está más vivo que nunca.

 

 

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