La realidad del libro imposible

Nov 14 • Lecturas, Miradas • 2150 Views • No hay comentarios en La realidad del libro imposible

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Biblioteca mínima, de Alejandro Arteaga, recibió el Premio Nacional Edmundo Valadés de ficciones breves, género que explota con maestría y tiene en los clásicos su punto de partida

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POR MOISÉS ELÍAS FUENTES

Si vivo ochenta años, cuando muera dejaré un montoncito de libros

y me llevaré a la tumba una vastísima biblioteca imaginaria

Jorge Ibargüengoitia

Despabilado lector y precavido narrador, Alejandro Arteaga (México, 1978) adelantó la edad propuesta por Jorge Ibargüengoitia y, en lugar de llevarse a la tumba una “vastísima biblioteca imaginaria”, ha preferido dar constancia, en vida, de la existencia de una selección de libros, que bien se reuniría en el anaquel de un librero, a la que nominó Biblioteca mínima (Premio Bellas Artes de Minificción Edmundo Valadés 2019), quizá porque lo minúsculo es el complemento de lo enorme. Y, como prueba de la existencia de tal selección, la constancia no es otra que la reseña inscrita en la cuarta de forros o en la contraportada. Reseñas, para ser más preciso, que testimonian la existencia de obras que nunca leeremos, por lo que tendremos que escribirlas a través de nuestras obsesiones literarias personales.

 

Nostalgia de la escritura imposible, toda vez que sólo pertenece a los muy personales devaneos creativos de todo escritor. Salvo que aquí, Arteaga no se limita a develar sus tentaciones escriturales secretas, sino que las detalla y las comparte con nosotros, es decir, nos convierte en cómplices de su transgresión.

 

¿Un libro de libros? ¿Una broma libresca? ¿El último estertor de las vanguardias o su agridulce sepultura? ¿Un libro de relatos sobre novelas –o argumentos de novela– o una novela sin relato? ¿Reivindicación y justicia de la cuarta de forros? ¿Literatura de la publicidad literaria? ¿Simple basura? Todas y ninguna.

 

Con gozoso humor, Arteaga celebra y homenajea a Cervantes y sus transgresiones a la lógica. Así, el autor de “Biblioteca mínima” es John Bernard Sick (fallido homónimo de John Bernard Shaw, porque sick es enfermo), que es además uno de los protagonistas de Sick&McFarland. Una novela pretenciosa, escrita por un tal Alejandro Arteaga (en coautoría con Alfonso Nava), quien se dice autor de un libro titulado Biblioteca mínima, volumen en que se recupera la cuarta de forros de Biblioteca mínima, libro de John Bernard Sick.

 

Y, siempre apegado a las enseñanzas cervantinas, Arteaga reseña también el plagio de Sick&McFarland, escrito por Lucio Artemio y Juan Cerbero y titulado Shit&McGuffin. Una novela apócrifa1, que, justamente, festeja el plagio:

 

Al relato de sus intentos lo acompañan las nouvelles apócrifas pergeñadas en deseosa y desvariada comunión por Lev Tolstoi y Anton Chéjov, James Joyce y Samuel Beckett, Charles Baudelaire y Edgar Allan Poe, Joseph Conrad y Herman Melville, John Cheever y Raymond Carver, William Faulkner y Carson McCullers, Dorothy Parker y Truman Capote, Juan Rulfo y Juan José Arreola, Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes, Stanislaw Lem y Herbert George Wells, J.G. Ballard y Ray Bradbury, Dashiell Hammett y Ernest Hemingway, John Shit y Bear McGuffin.

 

En la forma y en el fondo de esas historias desplegarán a su manera la crítica más mordaz y la reverencia más honesta al estilo de quienes, a su parecer, habitan el suntuoso continente literario.

 

Estas mancuernas narrativas son, en efecto, crítica y reverencia: crítica, porque la creación literaria está hecha de la constante revisión del pasado, revisión que es actividad creativa; reverencia, porque toda nueva voz literaria está hecha de muchas voces, de muchos pasados, así sean las voces de unos tipos apellidados Shit y McGuffin.

 

Pero, no sólo falsas y falsos escritores se reseñan en Biblioteca mínima, o autores con nombres que remiten a escritores existentes (José Agrimensor evoca a José Mancisidor), sino que de pronto nos sorprende encontrar los nombres de Daniel Sada y Juan Rulfo, presentes en la biblioteca con dos títulos dignos de sus respectivos estilos narrativos: “Yerma substancia” y “Los difuntos”, representaciones de esos libros hipotéticos que, seguramente, Arteaga querría que los autores hubieran escrito.

 

En el caso de Rulfo, Arteaga no sólo homenajea la obra literaria del autor, sino que también homenajea al papel del narrador como voz viva del campo mexicano y sus habitantes: olvidados los muertos, invisibilizados los vivos:

 

Melitón Dionisio, luego de perder a su madre en las últimas escaramuzas de la Revolución, huye de su pueblo hacia la Ciudad de México en busca de su tía Zenaida. Una vez en la metrópoli, se emplea como aprendiz de fotógrafo. Víctima de su ignorancia, e inmiscuido en un falso robo, termina preso en la cárcel de Lecumberri donde más tarde reconoce entre los celadores a un paisano, Librado Anguiano. Su coterráneo afirma haber frecuentado a su padre, don Simón Dionisio, escribano en el polvoroso pueblo de San Gabriel, cuya historia más afamada sostiene que varios difuntos se le aparecían en el llano grande, de vuelta a su jacal, con la dolorosa petición de que les escribiese cartas y recados para sus parientes vivos.

 

Guiño de ojo cabalístico, Arteaga hilvana treinta y tres reseñas en las que se alternan el humor negro y la crítica social, la reflexión moral y el devaneo onírico; la teoría literaria y la irreverencia renovadora; el homenaje a la tradición literaria y el discurso narrativo auto paródico. Treinta y tres contraportadas en que Arteaga inscribe su fidelidad al libro como objeto que da cuerpo a las intangibles palabras, al tiempo que refrenda que la escritura literaria es la búsqueda de ese libro imaginario, imposible, mas no por ello irreal.

 

Nota:

1. Shit significa mierda en inglés y, al igual que en español, el sustantivo se utiliza como sinónimo de mentira y/o de estupidez. En cuanto a McGuffin, es, en el cine, el pretexto para el desarrollo de un argumento, tal como lo definió en su momento Alfred Hitchcock.

 

FOTO: Alejandro Arteaga: Biblioteca mínima, INBAL-Instituto Sonorense de Cultura-Rythm&Books, 80 pp./ Especial

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