Breve incursión por el territorio literario de los Balcanes

Nov 25 • destacamos, principales, Reflexiones • 2497 Views • No hay comentarios en Breve incursión por el territorio literario de los Balcanes

 

Una aproximación a algunos autores de referencia de esta región multinacional y heterogénea que ha logrado marcar el canon literario en Europa

 

POR HÉCTOR ORESTES AGUILAR

Para Mariana Pirc

Una palabra vale por más de mil imágenes: acuñada desde la diplomacia pública y cultural, la noción de “imagen-país” es clave para entender cómo cada nación exporta sus imagotipos hacia el resto del mundo; cómo busca —a través de la proyección, por todos los medios posibles, de sus señas de identidad más seductoras, populares y aceptables— darse a conocer o difundir lo antaño conocido como idiosincrasia; cómo intenta conferirse credibilidad, acumular “poder suave” y hacerse de una amplia reserva de prestigio internacional, en palabras de los teóricos estadounidenses en la materia. La construcción de imagen-país se produce como respuesta a la estigmatización, a los estereotipos impuestos desde civilizaciones hegemónicas, o contra patrones culturales colonialistas. También, de forma más aguerrida e incluso agresiva, como propaganda de valores nacionalistas y patrióticos.

 

Esta reflexión se desprende de cómo ha sido organizada la trigésimo séptima edición de la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), pues este año no presenta a un país invitado, sino a un organismo comunitario: la Unión Europea (UE), carente de imagen-país unificada por razones obvias, pero sí poseedor del descomunal peso identitario de las culturas integradas en esa entidad colectiva.

 

Una delegación de voces literarias del Viejo Continente acude anualmente a la FIL Guadalajara desde 2011, cuando el Festival de las Literaturas Europeas —fundado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y la UE en 2007— trasladó su IV edición de varios foros de la Ciudad de México al espacio ferial jalisciense, con la intención de alcanzar una mayor visibilidad y asistencia de público a sus presentaciones. Esta medida, promovida desde la agregaduría cultural de la Embajada de Alemania en México, cuando la Bundesrepublik fue país invitado, no llegó a ser del todo fructífera en un principio, por la abrumadora cantidad de actividades desarrolladas durante la FIL que, en realidad, minimizan el impacto de un ciclo literario dentro de una feria librera. Sin embargo, con el correr de los años, el Festival se consolidó como una ocasión extraordinaria para los lectores de nuestro país: creció en el número de países involucrados, llevó a creadores de un nivel cada vez mayor y fue generando un público cautivo a través de las múltiples actividades extra muros de la Feria, como las lecturas en colegios y universidades o los encuentros masivos con comunidades lectoras.

 

A lo largo de doce años, 23 países de la UE han participado en el Festival de las Letras Europeas de la FIL. De los 113 escritoras y escritores asistentes a Guadalajara para leer en público, conversar, polemizar e incluso ofrecer talleres, ocho han sido de Alemania; seis de Austria; uno de Bélgica; uno de Bosnia; uno de Bulgaria; tres de Croacia; uno de Dinamarca; dos de Eslovaquia; siete de Eslovenia; doce de España; siete de Finlandia; diez de Francia; dos de Hungría; cinco de Irlanda; ocho de Italia; nueve de Países Bajos; siete de Polonia; seis de Portugal; cuatro de Reino Unido; dos de República Checa; cuatro de Rumania; dos de Serbia y siete de Suecia. Considerando esta notable cantidad de visitantes distinguidos, es previsible la coronación de la presencia de la Unión Europea en la FIL Guadalajara con una “imagen comunitaria continental” absolutamente fuera de serie.

 

Nuevas voces de la “Otra Europa”

 

El desembarco europeo de 2023 en México nos ofrece, también, la oportunidad de reflexionar sobre uno de los fenómenos más importantes para las culturas de la UE en nuestro siglo: la difusión global de obras provenientes de un espacio multinacional, heterogéneo y excluido sistemáticamente del canon de Occidente, designado por nosotros, con cierta morosidad, con el nombre de los Balcanes.

 

A diferencia de la idea de “Europa central” —esa Mitteleuropa teorizada por mentes tan disímbolas entre sí, de Friedrich Naumann a Claudio Magris y de Timothy Garton Ash a Milan Kundera, sobre la que se ha debatido hasta la saciedad en clave histórico-política o bien en clave literaria; incluso homologando a la región con el Imperio Habsbúrgico, como Magris se cansó de enseñarnos—, sobre la realidad y el mito de las palabras “los Balcanes” no contamos, al menos en español, con escritos referenciales de claridad definitiva acerca de su significante, y menos si mencionamos el sintagma “literatura de los Balcanes”, muy ambiguo para quienes nos acercamos a tal acervo desde nuestra lengua. De forma práctica, mi queridísima amiga Mercedes Monmany, en su monumental e ineludible Por las fronteras de Europa (Galaxia Gutenberg, 2016), recopilación de casi mil 500 páginas de reseñas y artículos críticos, agrupa a los escritores centroeuropeos con los balcánicos, a quienes aprecia, acertadamente, como piezas de un mosaico cultural. A su manera, sin frasearlo explícitamente, Mercedes recurre a lo que muchos de nosotros hicimos durante decenios: pensar a los balcánicos como una parte constitutiva de la así llamada, entre otros por Philip Roth, “la Otra Europa”.

 

En este sentido, “los Balcanes”, como Mitteleuropa, es más una metáfora que un sustantivo dotado de referencialidad diáfana, absoluta. Por consecuencia, al hablar de literaturas de los Balcanes estamos acuñando una metáfora de segundo grado, pues podríamos agrupar en esa idea a todas las obras escritas desde Grecia hasta Eslovenia, idea irritante para muchas personas nacidas en esa exnación yugoslava, como mi viejo amigo de la Universidad de Viena, el periodista Marion Pogachnik, quien una ocasión me explicó en alemán que los eslovenos llamaban a lo mal hecho, rudimentario o rasposo simplemente balkanisch.

 

Por el contrario, las literaturas contemporáneas de los Balcanes, asequibles en traducciones editadas sobre todo en España, México y Argentina, han inyectado vitalidad, espíritu de ligereza, originalidad y potencia épica a las letras europeas. Como nunca antes, a lo largo de los dos últimos decenios, las autoras y autores de esa región han encontrado nuevos caminos para la prosa narrativa, la poesía, el teatro y el ensayo, descubriéndonos a un continente excluido dentro de otro.

 

Los significados rebeldes de la memoria

 

¿Por qué somos tan conscientes de la riqueza literaria balcánica? Un factor decisivo es el surgimiento de nuevos traductores y nuevas editoriales dispuestas a apostar por obras y autores difíciles de traducir y difundir, tanto por la excentricidad de las lenguas originales como por la complejidad de sus temas. Sin ir más lejos, mi generación y las precedentes no tuvimos acceso, en nuestros años de formación (de los años 70 a fines de los 80 del siglo pasado) a las traducciones de sellos como Acantilado, Libros del Asteroide, Minúscula, Impedimenta, Adriana Hidalgo, Sexto Piso, Automática Editorial, Galaxia Gutenberg y un prolongado etcétera, surgidas tiempo después, que de los años 90 a la fecha han desarrollado un trabajo excepcional, sumamente agradecible.

 

Un epifenómeno sorprendente del auge de las obras literarias de los Balcanes consiste en no estar escritas necesariamente en una lengua original de esa región. Hay muchos casos ejemplares de autores de raíz balcánica, como el oriundo de Sofia, Bulgaria, Ilija Trojanow, quien ha desarrollado una prolífica y des- lumbrante obra en alemán y estará en la FIL. Otra de sus compañeras de ruta, la recientemente fallecida Sibylle Lewitscharoff, a quien tuve la fortuna de traducir para la revista jalisciense Luvina, constituye también un caso ejemplar. Su novela Apostoloff (Adriana Hidalgo, 2010) es representativa de la filtración cultural ejercida por los imaginarios balcánicos sobre literaturas de mayor expansión, como el alemán. En esta especie de road novel, Lewitscharoff despliega el desparpajo y la ironía de quien ha tomado distancia crítica de sus propios símbolos de identidad nacional (pues ella ya nació en Stuttgart, en 1954) y es capaz de satirizar los estereotipos patrioteros más simplones de la imagen país de sus antepasados.

 

Rumen Apostoloff es un chofer y guía turístico con la delicada e incómoda tarea de conducir a las dos hijas de un prócer de la ginecología búlgara en cortejo fúnebre. El trayecto los lleva a lo largo de lo que una de las chicas llama, sin tapujos, “este país criminal [antaño] llamado Tracia”, atravesando varias fronteras nacionales desde Alemania, para repatriar a Sofia los restos de exiliados búlgaros de la Segunda Guerra. La voz narrativa ridiculiza a mitos como el célebre “misterio de las voces cósmicas búlgaras” o al “Renacimiento” búlgaro, la tardía liberación del Imperio Otomano en el siglo XIX, “un nombre emperifollado”, dice la voz del relato, “para un país de opereta”.

 

La novela tiene mucho de la pulsión de películas como Mi vida en ruinas (2009) y su ritmo argumental está sincopado por frecuentes referencias literarias y musicales inopinadas: Martin Amis, Allen Ginsberg, Hölderlin, Gardel, Händel… Todo, mientras el viaje se desliza en el tobogán de la memoria histórica de Bulgaria. Hay que reconocer el brillante trabajo de la traductora argentina Claudia Baricco, quien resuelve con solvencia y buenas decisiones uno de los problemas más sensibles planteado por autoras como Sibylle: por debajo del alemán, sigue latiendo con fuerza la sintaxis eslava, amén de que la inventiva léxica de quien se ha apropiado de una lengua ajena a la materna hace emerger palabras inexistentes o no lexicalizadas antes. Vale decir, estamos ante un fenómeno de enriquecimiento por partida doble: de un imaginario germánico renovado que abre la mirada y de una lengua literaria inventora de nuevas posibilidades expresivas.

 

Antes me referí fugazmente al poder épico de las literaturas balcánicas. Esto se percibe, sobre todo, en las densas composiciones novelísticas con trasfondo histórico. Escojo tres como emblemas para su lectura inmediata. El prolífico narrador rumano Aleksandar Tišma (1924-2003) legó un sobrecogedor ciclo titulado “Ramas entrelazadas”, integrado por siete novelas, entre las cuales destaca El Kapo (Acantilado, 2004, en traducción de Luisa Fernanda Garrido y Thomir Pištelek), la historia de un tal Vilko Lamian, judío croata habilitado como Kapo o centinela en los campos de Jasenovac y de Auschwitz por los Gauleiter respectivos. El desgarrador ejercicio de memoria cursado por los lectores desemboca en una reflexión sobre el sentimiento de culpabilidad y la ruina moral transformada en miedos, paranoias y obsesiones de quienes fueron colaboracionistas, traidores y verdugos, no necesariamente involuntarios, para poder ser sobrevivientes.

 

Como se comprueba al confrontar una buena parte de las narraciones de largo aliento de autoras y autores balcánicos contemporáneos, esta preocupación por desentrañar las pulsiones secretas del pasado, sobre todo en el contexto de las numerosas guerras libradas en esa región, es un elemento común y axial. En un indescriptible dispositivo memorialístico, titulado en español Trieste (Automática Editorial, 2015), la croata Daša Drndić (1946) experimenta con un conjunto de fragmentos repletos de datos muy puntuales, incluidas fotos, listas de prisioneros y semblanzas de los oficiales nacionalsocialistas alemanes, presentados caóticamente, para recomponer años siniestros de la biografía de Haya Tedeschi, quien, como se explica en el prólogo a esta extraña composición, desmenuza la compleja maraña de su vida revelando la fragilidad de la memoria y las limitaciones de la Historia (así, con mayúscula), incapaces de agotar la realidad. Se trata de un complejo rompecabezas donde se desatan crónicas de las deportaciones de los judíos italianos desde Milán, Gorizia, y, sobre todo, Trieste, única ciudad europea con la deshonrosa fortuna de haber alojado un campo de concentración, la célebre rizziera (fábrica de arroz), dentro de sus límites urbanos. Las siguientes líneas son muy reveladoras de la crudeza y deshumanización de esas más de 515 páginas:

 

En la prisión de San Vittore había espacio libre. En el andén 21 de la Estación Central de ferrocarril [de Milán] había cada vez menos vagones de ganado que esperaban a ser llenados. Las cargas se hacían de noche, eran rápidas y eran secretas. La familia Tedeschi no sabía nada de que durante la madrugada del día 30 de enero metieron en la composición larga a 600 personas, incluyendo cuarenta niños, pequeños y algo crecidos, incluyendo a los viejos, entre los cuales la mayor era Smeralda Dina, de 88 años, que tenía más o menos la misma edad que Emma Luzzatto de Gorizia. Siete días más tarde, el 6 de febrero, ese tren llegó a Auschwitz Birkenau (…) Sólo fueron precisas unas horas para que los 500 viajeros que llegaron a destino encontrasen su tumba en las nubes

 

La gran escritora croata Dubravka Ugrešić (1949) impuso una forma bastante parecida de abordar la reconstrucción de memorias familiares a partir de documentos en la supuesta novela El Museo de la Rendición Incondicional (Impedimenta, 2022), álbum o cuaderno de notas tejido desde el exilio berlinés a consecuencia de la más reciente Guerra de los Balcanes. Con una escritura refinadísima, la autora dibuja los recuerdos de su madre y al tiempo camina la otrora capital prusiana y la “fotografía” de manera fragmentaria, estilo muy parecido al de los mejores libros de Claudio Magris, pues también integra al ensayo literario en este proyecto, que, en una de sus mejores páginas, concluye con una paráfrasis del poeta Joseph Brodsky:

 

La memoria siempre nos traiciona, sobre todo cuando está relacionada con lo que mejor conocemos. La memoria es aliada del olvido, aliada de la muerte. No os puede ayudar a describir a nadie, ni siquiera sobre el papel (…) ¿Cuántos detalles hacen falta para crear la imagen de algo?

 

Las letras de los Balcanes tienen a la memoria, su reconstrucción y la lucha contra el olvido como mascarones de proa. No son literaturas de la nostalgia al estilo de los centroeuropeos Joseph Roth, Stefan Zweig o Sándor Márai, sino de la reivindicación de las historias no escritas, desplazadas o extirpadas de los Grandes Anales. Por ello son surtidero inagotable de hallazgos conmovedores y deslumbrantes, cuyos significados rebeldes y subversivos comienzan apenas a esclarecerse para nosotros, los afortunados lectores en español del siglo XXI.

 

 

 

FOTO: Aleksandar Tišma, poeta y escritor serbio (Horgoš, 1924-Novi Sad, 2003). /Branko Lučić /Matica srpska, Novi Sad

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