Breve será la luz: reseña de “Ustedes brillan en lo oscuro”, de Liliana Colanzi
Ustedes brillan en lo oscuro no sólo es una colección cuentística de lo insólito, sino también una muestra de la evolución de la palabra y el lenguaje inclusivo
POR ROBERTO ABAD
La escritora rumana Ana Blandiana ha creado una poética de lo fantástico que resuena en Latinoamérica. Por un lado, sus historias, su lenguaje condensado, sus símbolos, construyen escenarios que exploran de manera orgánica la capacidad subversiva de lo irreal y, al mismo tiempo, muestran una postura política ante un Estado totalitario. En el mismo plano se encuentra la manera en que ha pensado dicho género: (la prosa fantástica) “no crea personajes y situaciones, sino universos y milagros en los que el mundo real se disuelve para volver a recomponerse en las líneas de un nuevo y revelador campo magnético” (trad. Viorica Patea).
Este campo magnético que resguarda una libertad de formas (acaso porque la literatura de imaginación exige romper, escindir estructuras), es el terreno donde se coloca Ustedes brillan en lo oscuro, de Liliana Colanzi (Bolivia, 1981). Las seis historias que componen este título, editado por Páginas de Espuma y ganador del Premio Internacional Ribera del Duero 2022, escenifican de manera paulatina un enigma sobre la dicotomía naturaleza-ser humano. Con vistazos a la narrativa de lo insólito y, en un par de casos, a la ciencia ficción, la apuesta de Colanzi expone —más que un aliento fragmentario, como se ha resaltado en varias lecturas— la posibilidad de unir fronteras entre lo dicho y lo no dicho.
En “La cueva”, relato de raíz extraña que nos muestra el paso del tiempo en una cueva ubicada en Oaxaca, suceden una serie de hechos que obedecen a una fuerza trágica causada por este espacio. Ya sea en el miedo y el sobrecogimiento de una mujer de la Prehistoria que da a luz a mellizos y ahí mismo decide quitarles la vida, o en el refugio que encuentra una joven del presente en ese hueco de murciélagos y musgo —joven que después será asesinada por su novio—, el contacto con la cueva determina un sino, se vuelve el acceso a un destino aciago, o cuando menos desconcertante, en el que los actores dominantes son el espacio y el tiempo de la trama. Sin embargo, no sólo estos van mutando de atmósfera, sino también el lenguaje: tras golpearse la panza con una piedra, la mujer de la Prehistoria se arrastra, “algo se había reventado en su interior y se le escapaba de las piernas”. Y también: “Se sabía que las hembras que cargaban bulto eran más lentas y se quedaban rezagadas”. Después, en otra línea diegética que sucede en el futuro: “El portal se dibujó en el aire y Onix Müller se materializó en la cueva. Desconcertade, miró a su alrededor: ese no parecía el puerto donde debía desembarcado. Mandó un mensaje de emergencia a sus compañeres de juego (…)”. Mucho más estimulante que el carácter episódico que desarrolla el estilo de Colanzi, se encuentra la intención de mostrar la evolución de la palabra y el uso del lenguaje inclusivo, que parece decirnos una cosa: el lenguaje avanza a la par del tiempo, a veces un poco más adelante.
Como sucedió en Nuestro mundo muerto (Almadía, 2016), los planteamientos de este libro muestran a la literatura especulativa como un territorio de incertidumbres sociales y revelan cierto énfasis en la emergencia climática o, dicho de otro modo, en las causas humanas que afectan al ecosistema. Acaso en un tenor distinto se encuentra “Los ojos más verdes”, en el que el destino de una niña se ve modificado tras llamar al teléfono que venía en su galleta de la suerte y que anticipa una cita con una presencia diabólica. O el caso de “El camino angosto”, el relato de una secta que domina a una comunidad aislada a causa de supersticiones relacionadas con la tecnología y la idea de progreso.
“Atomito” representa un puente entre estas dos nociones. Allí es posible reconocer, por ejemplo, la preocupación por los espacios que se vulneran gracias a la industria nuclear y que son mediados para su aceptación por elementos de mercadotecnia; y, a su vez, la construcción de un mundo distópico en Bolivia: “(ese cuento) se me ocurrió cuando vi una publicidad estatal del proyecto de construir un reactor nuclear en la ciudad de El Alto. Allí aparece un personaje animado que es como un superhéroe infantil, Atomito. El personaje me pareció inquietante porque hablaba de un proyecto nuclear a través de una voz infantil (…) me preocupa que la están construyendo al lado de la segunda ciudad más poblada de Bolivia, y una ciudad indígena, además”, dice Liliana en una entrevista.
El texto que da título y cierra el libro recrea un hecho en la historia cercana de Brasil: el incidente radioactivo ocurrido en 1987 en Goiania, que es considerado “el peor” desde Chernóbil. Colanzi arma una cronología propia y, con la voz ficticia de una de las afectadas y de su familia, va configurando el rompecabezas de la tragedia. Unos recolectores de chatarra entran a un hospital abandonado y roban unos cilindros, que, tras romperlos, desprenden sales que brillan… La vida de estos personajes y de los que en adelante tengan contacto con ese material hermoso y seductor se verá afectada de manera letal. Se creará un prejuicio: la gente les pregunta si brillan en lo oscuro. También dice Ana Blandiana que lo fantástico no se opone a lo real, sino que se trata sólo de su representación más llena de significados. Este conflicto, que intenta distinguir a los “contagiados de luz”, se sostiene de un eje insólito que sin embargo ocurre en un marco realista y al mismo tiempo sugerente. Es una visión que recorre también la editorial que dirige Conlanzi, Dum Dum, cuyo lema es: “Tenemos un pie en la selva y otro en Marte”.
¿Qué es lo que brilla en la narrativa de Liliana Colanzi? El silencio de lo breve, el tiempo que ocurre entre cada fragmento de sus cuentos y que de a poco va formando una narración que permite ahondar a través de pinceladas en las circunstancias de los personajes —víctimas, podríamos llamarles, de contextos abrasados por cierta crisis—, que nos remontan en ocasiones a aspectos de la vida primitiva, como la sobrevivencia. Luego viene el lenguaje, el control de la frase (que emerge como un cuerpo etéreo, sin alterar la superficie). Y, no menos relevante, el rigor de conjugar lo fantástico y lo insólito en un plano de linderos difusos.
FOTO: Liliana Colanzi fue también editora de La desobediencia. Antología de ensayo feminista (2019)/ Páginas de Espuma
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