“Hay que abolir este sistema prostitutivo”

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En su novela Las malas la escritora argentina Camila Sosa Villada narra la vida en la travestidad desde el día a día de un grupo de prostitutas. En entrevista, habla de cómo esta obra autobiográfica significa una defensa de la identidad travesti frente a la violencia y la intolerancia. Las malas fue acreedora del Premio Sor Juana 2020 que entrega la FIL de Guadalajara

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POR GERARDO ANTONIO MARTÍNEZ
En un parque céntrico de la ciudad de Córdoba, Argentina, un grupo de prostitutas travestis encuentra a un recién nacido abandonado en una de las jardineras. La tía Encarna, protectora y consejera de todas ellas, adopta bajo su techo a ese niño. Lo nombran “El Brillo de sus Ojos”. A partir de la narración que Camila Sosa Villada (Córdoba, Argentina, 1982) hace de la relación que esta familia crea alrededor del niño, ella cuenta su propia historia de construcción identitaria, la vida de sus compañeras acosadas por la violencia y la intolerancia. Además de los horrores del abandono, la enfermedad y soledad; pero también del amor, el deseo y la solidaridad.

 

El resultado es Las malas (Tusquets, 2019), su primera novela, que escribió a lo largo de los años en los que ejerció la prostitución, a la par de sus estudios universitarios, una época en la que tuvo que sortear una doble identidad para no ser rechazada por su familia y por una sociedad intolerante a otras identidades. Las malas es la novela más hermosa que muchos pudimos haber leído este verano. ¿Por qué? Porque narra sin ninguna cursilería la búsqueda del amor, ese amor hacia los otros y el amor propio, el entendimiento y la defensa de una identidad disidente frente a la “normalidad”, la hipocresía y la incomprensión.

 

Hace dos semanas, el jurado del Premio Sor Juana 2020, que entrega cada año la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, decidió otorgarlo a Camila Sosa Villada. “Su texto es rudo y a la vez hermoso, este extraño equilibrio lo convierte en una obra sobresaliente, cargada de lirismo, rabia y redención”, expresó el jurado integrado por Ana García Bergua, Ave Barrera y Daniel Centeno Maldonado.

 

Las malas no es la primera obra de corte autobiográfico que escribe Camila Sosa Villada. Ya en 2009, la compañía de teatro argentina Banquete escénico estrenó la obra Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, en la que su autora intercaló su testimonio personal con fragmentos de La casa de Bernarda Alba, Yerma y Doña Rosita, de Federico García Lorca. Desde entonces ha construido una carrera que viaja entre la actuación en cintas y series televisivas, y la literatura. Es autora del libro de poesía La novia de Sandro (2015) y el ensayo autobiográfico El viaje inútil (2018).

 

 

Hay una naturaleza muy interesante en cada uno de los personajes. Todos están en busca del amor.
Hay un impulso que en el caso de las travestis es la travestidad. Esto es tan poderoso, tan innegable, tan inevitable, que alcanza para vivir toda una vida. Luego ese impulso es constantemente regulado por la vida misma, por la política, por la sociedad, por la familia, los clientes, por las personas que te contratan o te dejan de contratar para que tú atiendas un kiosko, o limpies una casa o seas una enfermera, o cuides a una anciana o anciano. Los impulsos de las travestis, en general me da la sensación, son el puro impulso de la travestidad. Va mucho más a allá de pensar que es sólo ponerse una falda o sólo pintarse la boca. No es sólo eso porque ya estamos viviendo en un mundo donde los maricas, las colas, los maricones se ponen falda, se pintan la boca y no son travestis. Creo que ese deseo alcanza para escribir un libro, para escribir mil libros, muchas historias. Todo lo demás está regulado por el afuera.

 

 

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Parte de ese afuera es la familia. En su caso es patente la herencia tortuosa de sus padres, quienes viven una relación en la que el engaño, la violencia, el desdén y la dependencia son los únicos nortes sobre la convivencia de pareja para un chico que va descubriendo su propia naturaleza, disidente en medio de la “normalidad masculina” que intenta imponer su padre a base de amenazas, gritos y manotazos. Escribe Camila: “En las noches de infancia escuchaba a mis papás pelearse a golpes. Todo es espejo: busco la violencia, la provoco, estoy sumergida en ella como un baño bautismal. Soy una prostituta que anda por las calles de noche cuando las mujeres de mi edad duermen en sus camas. Camino por la calle, incluida en los planes de la violencia pero también en los planes del deseo. Participo de eso repitiendo la violencia que me vio nacer, el acostumbrado ritual de volver a los padres, de volver a ser los padres, de resucitar todas las noches ese muerto. Las noches en que mi mamá llora mientras espera a su esposo, las noches en que los clientes no llegan, los amantes engañan, los chongos golpean. Las noches de mi mamá fumando a oscuras, mirando las sombras. Las noches de meterse en el cuerpo todo lo que nos expanda, todo lo que nos endurezca, la armadura de la sombra…”

 

 

¿Hay una condena a las mujeres que trasciende a la clase social?
Me da la sensación que es una herencia profundamente femenina de las mujeres, de su familia, de su madre sobre todo; y luego de las travestis con que la protagonista de Las malas se encuentra en ese parque una noche y de quienes termina siendo amiga. Ella va aprendiendo a estar en el mundo a través de lo que le llega de esas mujeres que, por supuesto, es a través de la oralidad.

 

 

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Nacida en el pueblo de La Falda, de la provincia de Córdoba, Camila Sosa Villada también narra en Las malas su proceso de descubrimiento durante la adolescencia: vestirse a escondidas auxiliada por amigas cómplices por ese deseo de convertirse. Sus empeños por aprender a coser retazos de tela y los pequeños delitos que también sumaron a la construcción de su identidad: “El par de medias robado a mi abuela, el vestido que cosí con una cortina que olía a matamoscas, el maquillaje que descartaban mis compañeras, mis primas, mi mamá. El perfume que me escondí en el bolsillo cuando se distrajo la mujer de la farmacia. Los zapatos que logré comprar a escondidas después de dos años de ahorrar cada moneda que me daba mi papá para el recreo. Era una ladrona, sí. ¿Qué otra cosa tenía? ¿De qué otra manera hacer posible aquel ritual, si no era a través de robos, engaños, mentiras? No podía haber sobrevivido sin esos pequeños crímenes a la propiedad privada de quienes me rodeaban […] Camila está hecha de pequeños delitos”.

 

 

¿Es el precio de tener una identidad?
En Argentina, cuando empecé a prostituirme en el año 2000, el hecho de ofrecer sexo en la vía pública era y sigue siendo motivo de detención en muchos lugares. Ser travesti, en ese momento, era un delito. Yo podía ir al supermercado que estaba a una cuadra de mi casa y cuando salía de hacer mis compras, me encontraba con la policía esperándome afuera. Me llevaban hasta la comisaría, me tomaban declaración de lo que estaba haciendo en el supermercado. En Las malas abordo los pequeños delitos de una manera más poética, pues ella va robando ropa de sus tías, de sus amigas, va robando corpiños porque no tiene otra forma de hacerlo. Su madre y su padre no van a comprarle ropa interior de mujer, no van a comprarle una falda, no van a comprarle zapatos. La única manera que ella encuentra para hacerlo es con esos pequeños robos que no le hacían daño a nadie, pero que eran delitos al fin.

 

 

Hay una frase muy reveladora: “Se ejerce la prostitución como una consecuencia”. ¿Consecuencia de qué?
Es consecuencia de un identicidio, un genocidio. Son las consecuencias visibles de toda una orquestación detrás de las vidas de las travestis, que van empujando y acorralando cada vez más en un callejón que sólo permite la prostitución a las mujeres trans. Es consecuencia de un plan orquestado a la perfección. Desde el primer día que nace un ser humano hasta su muerte, sus padres, sus amigos, sus maestros, sus maestras van a enseñarle que las travestis son peligrosas, son malas, enfermas, pecan, que ponen en descontento a Dios. Tienen miles de maneras para acusarnos de cosas terribles que nunca hemos cometido. Y la prostitución es donde más se ve cómo eso puede arruinar la vida de una mujer.

 

 

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La protagonista de Las malas parece tener una conciencia muy clara del capital corporal de quienes se prostituyen. Pero no sólo de quienes recurren a esta actividad, sino de toda persona que vende su fuerza de trabajo: “Se derrumbaría le economía, la existencia salvaje devorará todas las normas si las putas no dieran su amor. Sin las prostitutas, este mundo se hundiría en la negritud del universo”.

 

 

¿Qué piensas de las iniciativas abolicionistas?
Hay un poema de Wislawa Szymborska que se llama “Reciprocidad”. Al final del poema dice: “Y ojalá, de vez en cuando haya odio al odio./ Porque, a fin de cuentas, lo que hay es ignorancia de la ignorancia/ y manos ocupadas en lavarse las manos”. Creo que el abolicionismo siempre cae sobre el lado de las mujeres y del lado de las travestis. Nunca cae sobre los varones, los clientes. Siempre la persecución es sobre las mujeres, sobre las decisiones que puede tomar una mujer. Todos estamos poniendo nuestro cuerpo de alguna u otra manera, siendo putas de gente con muchísimo dinero, que ni siquiera sabe nuestros nombres, que no nos conoce, para sostener el status quo de personas que viven mejor que otras. Pero de eso no se habla, no se dice que una persona puede pasarla mucho peor trabajando como minero que trabajando como prostituta. Yo he visto a mi madre llorar al limpiar una casa ajena porque era maltratada por una criatura de 10 años. ¿Por qué ella está poniendo su cuerpo aquí limpiando una mugre que no hizo? Y se está prostituyendo de alguna u otra forma. Pasa que se piensa que el sexo sólo se debe practicar para traer hijos al mundo o cuando amas mucho a alguien. El abolicionismo no se está ocupando del enemigo concreto. Se está ocupando de hacerle el trabajo a esos enemigos que son concretos. Lo que habría abolir es este sistema prostitutivo.

 

 

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Retomo dos ideas que la misma autora utiliza para describir a la condición travesti: la transparencia y el deslumbramiento. Esto mismo es lo que descubrimos en esta historia de clave autobiográfica: Transparencia porque a lo largo de una vida de hostilidad desde la misma familia, luego en el barrio, la escuela y en el ejercicio de la prostitución, la protagonista se enfrenta a la incomprensión de su identidad, lo que la arrastra a la esquivez, la huida, hacerse invisible; deslumbramiento porque al enfrentar esa esquivez, ella misma sabe que sólo frente a la transparencia le queda reconocerse en su belleza, su inteligencia y el amor. Escribe Camila: “A las travestis no nos nombra nadie, salvo nosotras. El resto de la gente ignora nuestros nombres, usa el mismo para todas: putos. Somos los manija, los sobabultos, los chupavergas, los bombacha con olor a huevo, los travesaños, los trabucos, los calefones…”

[Al leer este fragmento, durante la entrevista telefónica, leí “los travestis” en lugar de “las travestis”. La autora reconvinó el descuido. Siempre hay lecciones de entendimiento.]

 

 

¿Qué ha significado nombrar a cada una de las malas?
No nos nombra nadie en el sentido de que no estamos dentro del lenguaje siquiera. Nosotras hacemos el trabajo de decirnos a nosotras mismas: “mira, tú estás bien. Los que están mal son ellos”, “tú eres hermosa”, “tú eres parte de una población que es la población más hermosa que existe sobre el planeta”. Lo hacemos nosotras porque sabemos que eso es importante. Lo que no se nombra no existe.

 

 

¿Cuáles son los códigos de convivencia entre las malas?
Sólo te puedo hablar de los códigos de convivencia de “las malas”. Si hablara de las múltiples existencias travestis que hay sería irresponsable. Lo que hacen las protagonistas de la novela es formular alianzas que funcionan en tanto tienen ganas de que funcionen. Cuando no funcionan más se apartan, se van, se traicionan. Pero, ¿sabes?, el código es la manera en que ellas tocan el mundo. Ellas no se quedan con el trabajo de nadie, no le sacan el trabajo a nadie, no se quedan con el pan de nadie, no violan, no asesinan, no son narcotraficantes, no son dictadoras, no golpean a las mujeres. Es una manera de tocar el mundo. Con todas las injusticias, persecuciones, matanzas, insultos, la cantidad de veces que nos escupen, nos niegan nos maltratan, aun así no tomamos una bomba y se las ponemos en medio de la cara. Eso quiere decir que hay un código que los heterosexuales, las personas cis, comienzan a mirar con un poco más de curiosidad. Verdaderamente ahí está sucediendo otra cosa. Las sociedades están fracasando y deberían parecerse más a las malas.

 

FOTO: Camila Sosa Villada recibirá en diciembre de este año el Premio Sor Juana que entrega la FIL de Guadalajara./Cortesía Grupo Planeta

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