Caminar hacia el éxito de espaldas: Joan Manuel Serrat en el Zócalo
El cantante catalán, autor de un repertorio que ya es parte de la tradición musical del mundo hispano, dio su último concierto en la Plaza del Zócalo como parte de su gira de despedida tras 57 años de trayectoria
POR ROBERTO FRÍAS
Vamos a decirlo desde un principio, por honestidad y buenas maneras: nunca he sido fan de Joan Manuel Serrat; quizá la desidia, las afinidades o el descuido. En realidad eso no tiene importancia. Mi acompañante sí, es una escucha muy cercana, de esas que se saben todas las canciones, que han ido a muchos de sus conciertos y que incluso, una que otra vez, lo han saludado o hasta han podido robarle un abrazo. Y en varias ocasiones, hemos comentado las canciones de Serrat (la valentía y poesía de sus letras o cierta soltura que a mí me parece casi cursi y que a ella le parecen verdades, aunque esto tampoco importa para lo que nos reúne hoy); también se ha hablado de sus arreglos musicales, que ahí donde alguien podría decir que son vitales o jazzísticos, yo querría decir que a veces me recuerdan cierta música setentera espabilada y televisiva. Pero todo esto lo pensaba yo antes del día de ayer, que nos encaminamos al Zócalo de la Ciudad de México para escuchar uno de los conciertos de la gira El vicio de cantar, con la que el cantante ha querido despedirse del público y resumir su carrera de 57 años.
En los días previos habíamos escuchado de nuevo casi toda su discografía. Y el día del concierto, mientras comíamos tortilla española y calamares a la romana en conocido restaurante español del Centro para honrar al cantante, recordaba yo la historia de Serrat: su padre, un plomero anarquista; su madre, una mujer que había perdido a sus padres y a casi 30 familiares en la guerra civil española. El matrimonio, ya en Barcelona, sería uno de muy pocos recursos en el Poble Sec, y en ese contexto, en los años cuarenta, en una ciudad rota y represaliada, que le daba la espalda al mar y cubierta de tizne, habría de crecer Serrat. Y cómo no cantarle entonces a la melancolía, a las pérdidas de la guerra, a los amores, a los recuerdos familiares y a la felicidad altísima de estar vivo, pues. Y cómo no volverse entonces un defensor de causas, de derechos, de cierta congruencia personal que va claramente por la izquierda.
Pensaba yo todo esto cuando íbamos por Madero, que no estaba más llena de lo habitual en un viernes que amenazaba con lluvia. Pensaba en mi propia historia como nieto de exiliados catalanes, en mi colegio también de exiliados, donde nos hacían cantar el himno de Riego junto al de México y nos hicieron memorizar “Cantares” hasta el hartazgo. Pensaba en mi bisabuelo que trataba de hablarnos en catalán creyendo que mi abuela nos lo había enseñado bien y, como no, no le entendíamos nada. En mi propia abuela que no soportaba ruidos excesivos o súbitos porque pensaba en el estruendo de los aviones que bombardeaban Barcelona.
La plancha del Zócalo aún más hermosa, si cabe. Cielo nublado y poco a poco las luces. La firma de Serrat en el medio del escenario, en una gran pantalla roja. La primera sección, cercana al escenario, reservada para personas de la tercera edad y con sillas, aunque no había nada que los protegiera de la lluvia, ni baños, y a muchas de esas personas parecían faltarles un par de décadas para solicitar la credencial del INAPAM. La gente se va juntando hasta que dos tercios de la plaza quedan ocupados por los que vienen a ver al gran monstruo de la cançó. Y aunque sea este el concierto de Serrat, las clases sociales siguen existiendo, y ya asoman por las terrazas y las habitaciones del Gran Hotel y del Majestic quienes han querido pagar su buen dinerito por verlo con exclusividad pero desde lejos. Desde la alcaldía, también asoman los funcionarios, supongo que Claudia Sheinbaum vigila y disfruta al mismo tiempo. Quizá Beatriz Gutiérrez Müller lo vea discretamente entre los visillos del Palacio Nacional.
Y en eso comienza. Serrat aparece en el escenario como si nada. Sí, claro, saluda y mira al público pero da la impresión de que anduviera por su casa, de camino al refrigerador, relajadísimo y sonriente. Se le ve cansado también, pero un cansancio como de años, su melena ahora es de poeta viejo, se notan los estragos de los cánceres que lo han aquejado. Pero al mismo tiempo es de una vitalidad sorprendente. Sube y baja por el escenario, que domina a ciegas. Canta, con menos voz, es cierto, pero con la misma intensidad musical y poética y con el mismo timbre tan inusual, que le ganase muy pronto la fama.
Ya es de noche y llueve ligeramente. El cuadro todo de su concierto es alucinante: la enorme bandera de México, la mucha gente encapuchada por impermeables de plástico naranja y verde y transparente. El escenario donde Serrat se multiplica en pantallas, y la Catedral de México detrás. Digna escena para despedirse de esta ciudad que le ha dado a Serrat todo tipo de refugios y alegrías, así como él se los ha dado a quienes abarrotaban, cada vez que venía, la sede de turno.
Conforme va cantando me doy cuenta de que lo he escuchado toda mi vida, a mi manera, como el rumor de fondo de un río pero constante y acaudalado. Con las 23 canciones que interpreta me doy cuenta que su vida musical cifra mi vida, y supongo que la de muchos más a quienes habrá acompañado felizmente. De la república española, a los exiliados, a la defensa del catalán, a los amores dolientes o interminables, a la vuelta del gracejo español, a la fuerza del pasado familiar, al poder del barrio, al interminable Mediterráneo, Serrat es mucho más que un cantante y un compositor, es un fenómeno cultural que trasciende la música misma. Sin duda es triste que se despida de la escena, pero no se acaba.
Cuando escucho las canciones ahora, me doy cuenta que Serrat ha hecho la proeza de no dejar de mirar hacia sus principios y hacia su pasado, y que para hacerlo debía caminar de espaldas, hacia el éxito pero sin dejar de mirar el origen. Quizá la mejor manera de ser congruente con uno mismo. Y mientras caminamos de vuelta por Madero, con la tribu de Serrat, le sonrío a mi acompañante, creo que voy a revisitar esa discografía muy pronto.
FOTOS: El cantautor catalán interpretó 23 temas de su repertorio en este su último concierto para su público de la Ciudad de México, tierra que también fue su refugio/ Cortesía: Martha Irene Delgado Parra
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