Kristeva y el genio femenino

Oct 22 • destacamos, principales, Reflexiones • 918 Views • No hay comentarios en Kristeva y el genio femenino

 

Clásicos y comerciales 

 

POR CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL 
En el recorrido por el pensamiento crítico contemporáneo es imposible no encontrarse con Julia Kristeva (1941), la estudiante extranjera llegada a París en el mediodía de los años 60. Llegó para quedarse, siempre en el ojo de la tormenta: semiología, postestructuralismo, psicoanálisis y feminismo, con incursiones de rigor en la novela y en la práctica de tantos géneros literarios y teóricos, al grado que de ella puede decirse (y creo que se lo tomaría a bien), como de otros polímatas: ha sido maestra en todo y doctora en nada. No una gran escritora, tampoco una teórica original, pero acaso la encarnación más viva del espíritu de una época cuyos vientos siguen impactando sobre nuestro siglo.

 

No tengo en gran estima La Révolution du langage poétique. L’avant garde à la fin du XIXe siècle: Lautréamont et Mallarmé (1974) justamente por su naturaleza escolar, es decir, vademécum de una escuela donde se encuentra, a la vez churrigueresca y simplificada, la lectura —precisamente en los términos, nada menos, de una vanguardia— de aquellos que los críticos de la revista Tel Quel (1960-1982) se habían inventado como maestros, con la legitimidad borgesiana del caso.

 

La contribución más original que los búlgaros Kristeva y Todorov acarrearon al giro lingüístico —el formalismo ruso leído en su lengua materna— no influyó lo suficiente: era mayor la resonancia de Chomsky o de Barthes, a su vez conocedores de Jakobson, quien ya estaba presente en Occidente desde hacía décadas. Bajtín, la novedad eslava, se comenzará a leer hasta la década siguiente y no aparece en la bibliografía de La Révolution du langage poétique. En cambio, ya es desquiciante la presencia de Sigmund Freud.

 

Kristeva, en la medida en que la práctica psicoanalítica se convertía en el impulso esencial de su escritura, fue abandonando el radicalismo teórico postestructuralista, asumiendo las posiciones más convencionales, pero más justas, del humanismo tan odiado lustros atrás. Empero, El genio femenino, trilogía dedicada a Hannah Arendt, Melanie Klein y Colette —publicada entre 1999 y 2002 y traducida al español por Paidós— me parece la contribución primordial (por desconcertante) de Kristeva a la crítica moderna.

 

Con mucho, el primer tomo, el dedicado a la filósofa política judía y berlinesa, es el más interesante de los tres, porque en Arendt (1906-1975) es donde se manifiesta mejor la “Política del espíritu” de Kristeva. Si El genio femenino sorprende gratamente, como veremos, por su renuencia a lo identitario, sólo en el caso de la judeidad de Arendt, encuentra Kristeva un “don” similar al de su feminidad, en una autora, quien como la psicoanalista Klein y la narradora Colette, tenía por cosa remota al feminismo desarrollado a partir de Beauvoir y El segundo sexo (1949). Curiosamente es Arendt, quien no tuvo hijos, quien da pie, dado su certera confianza en la comunidad (lo cual la aleja del individualismo extremo atribuido al liberalismo o de los excesos libertinos cuya condena la hacen pasar por conservadora), a uno de los temas más relevantes de El genio femenino, la cuestión de la maternidad como una pieza que en ese entonces Kristeva encontraba ausente en el discurso feminista. En ello y sólo en ello, en reparar esa ausencia, con nuevos verbos y declinaciones, las nuevas feministas le han hecho caso.

 

En La condición del hombre moderno, citada por Kristeva, es Arendt quien exige una “experiencia total de la natalidad” porque en cada nacimiento renace continuamente la vida misma, y con ella la vida entera del espíritu que, para la filósofa alemana, se nutre de la pluralidad de los otros, rechazando las convenciones reducidas a la Humanidad, la Unicidad, el Padre, la Madre o el Ser mismo, según la polémica discípula de Heidegger. Al milagro de nacer sólo sigue la felicidad de vivir manifiesta sólo a través del pensamiento. Y ese pensar es una empresa compartida que no admite, para Arendt, los particularismos, en los cuales estaría necesariamente incluido el feminismo viejo y nuevo.

 

El volumen dedicado a Klein (1882-1960), la psicoanalista británica de origen judeo-austriaco, me fue el más difícil de leer, no sólo por mi propia ignorancia, sino por el repelús provocado por las doctrinas autotélicas diseñadas para no ser refutadas, como lo es el psicoanálisis. Consecuentemente, Kristeva asume que el lector comparte del todo su credo y posee el instrumental teológico para desentrañarlo en todas sus minucias y patrañas. Pese a ello, se trasluce que el genio de Klein fue rechazar al patriarca Freud y poner a la madre en el centro de la formación psíquica del niño, compartiendo la savia afectiva con el padre. Como Arendt, tendría Klein una visión comunitaria de lo humano.

 

Colette (1873-1954) cierra El genio femenino. La gran escritora francesa fue, a la vez, un ejemplo de emancipación y una antifeminista; el suyo, quizá, resultó ser un feminismo platónico, no pocas veces sáfico, pendiente en tornar poco accesible el puerto de la isla de Lesbos. Consideraba que la singularidad sensible de la mujer estaba por encima de la vulgaridad guerrera de lo masculino. El derecho al voto femenino o tomar partido durante la ocupación alemana de Francia, sería, para Colette, inmiscuirse en la eterna guerra de Troya peleada por los varones. Entre 1940 y 1944, a la escritora le preocupaba asegurarse de que el mercado negro llevase, paliando la penuria de la guerra, el pan y la sal a la mesa de las necesitadas madres francesas; igualmente, la seductora de su hijastro Bertrand de Jouvenel, consideraba prerrogativa de la mujer madura la iniciación sexual de los jóvenes.

 

No pudo ser un olvido, en un espíritu tan académico como el de Kristeva, abstenerse de definir, de manera clara y contundente, qué es para ella “el genio femenino”, al cual alude a lo largo de tres tomos y mil 500 páginas. En todo caso, no es propiamente femenina esa armonía entre vida y pensamiento que encuentra en sus tres heroínas. Siendo así, sospecho que para Kristeva, como para Michelet, el verdadero genio posee los dos sexos del espíritu, lo cual, siguiendo a Arendt, se explica porque en “la diferencia originaria entre hombre y mujer está la salida de toda pluralidad”; en la lectura de Klein, habría una “bisexualidad psíquica” en la cual confiar para alcanzar la plenitud del ser humano; finalmente, en el anarquismo de derechas de Colette, la servidumbre femenina (de la que ella se liberó con absoluta determinación) y el corsé del matrimonio, son férulas destinadas a ser abandonadas cuando mujeres y hombres se entreguen, en total libertad, al reino sensible del placer. De manera oblicua, Julia Kristeva rechazó leer bajo la perspectiva del género (y de allí su importancia en la crítica literaria) y El genio femenino se inscribe en esa tradición andrógina que recorre subterráneamente el mundo desde las más antiguas religiones y mitologías.

 

FOTO: Julia Kristeva suele hacer intersecciones entre lingüística, cultura y literatura/ Especial

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