Carlos Miguel Prieto: entre clásicos y americanos

Jun 16 • Miradas, Música • 3802 Views • No hay comentarios en Carlos Miguel Prieto: entre clásicos y americanos

Las presentaciones de las orquestas Sinfónica de Minería y Sinfónica Nacional fueron ocasión para el lucimiento de las cuerdas, además de la disfrutable Antrópolis, de Gabriela Ortiz

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POR IVAN MARTÍNEZ

El mes pasado revivió en la Ciudad de México el Festival Mozart-Haydn, la iniciativa del director Carlos Miguel Prieto que este año presenta tres programas orquestales de la mano de la Orquesta Sinfónica de Minería en la Sala del Centro Cultural Roberto Cantoral. Asistí al segundo concierto, el jueves 31 de mayo, en el que se presentaron dos sinfonías de Haydn, la no. 49 en Sol, Hob. I:94, conocida como “Sorpresa”, y la no. 45 en fa sostenido menor, Hob. I:45, llamada “Los Adioses”, teniendo en medio como platillo estelar la Sinfonía Concertante para violín y viola en Mi bemol, K. 364, de Mozart, con la violinista Shari Mason y el violista Roberto Díaz como solistas.

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El resultado de ésta ha sido brillante. Sí, en un sentido muy genérico de calidad. Pero sobre todo musical: de sonoridad y de estilo. Es raro que lo encuentre así, porque regularmente la acústica se encarga de que el violín opaque a la viola, o los violistas de no buscar colores más vivos a los obvios y naturales de su instrumento. (Tecnicismos aparte: Mozart escribió la parte de viola en scordatura, es decir con una afinación diferente que permitiría una sonoridad más radiante que la que conocemos, obscura, de la viola; hoy no suele tocarse así, pero los intérpretes se encargan de buscar esa brillantez de otras maneras, encontrándolas según sus capacidades.)

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El equilibrio de esta interpretación fue también más allá de lo cabal: no sólo que Mason y Díaz brillaran juntos, y quizá ella lo haya hecho más, con más dirección y energía, mientras él brindó al dúo una suavidad que cohesiona y persuade. En general los movimientos externos han sonado vibrantes, y el Andante ha tenido momentos bellísimos de nobleza y reposo fascinantes, así pulcros y sin manierismos exagerados pero suficientemente embelesantes. También la orquesta lo ha hecho. Prieto ha brindado esa noche un acompañamiento perfectamente proporcionado, haciendo lucir sus cuerdas, limpias y virtuosas como una sola voz, que han servido de hábil soporte a los solistas, y permitido la exposición suficiente a sus oboes y cornos.

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Ambas sinfonías de Haydn, sin embargo, no me han parecido con iguales características. Bien puede ser que la concentración estuviera en acompañar a quien es la mejor violinista de nuestro país y a uno de los violistas más destacados de la actualidad, bien que Prieto tenga mayor afinidad por Mozart; o que eso me suceda a mí. No me dejó ninguna de las dos una sensación de satisfacción exhausta como lo hizo la Concertante. Por un lado, sentí la sonoridad un tanto densa en ambas, bien contraria a la ligereza viva y radiante del Mozart, y por otro, no todos los instrumentistas que fueron quedando al final de la Sinfonía no. 45 ofrecieron pulcritud.

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Todavía quedaba un día para dejarme llevar entre los terrenos que mejor conoce Prieto, además de Mozart: el repertorio moderno norteamericano. Para ese viernes primero de junio en el Palacio de Bellas Artes, con su otra orquesta, la Sinfónica Nacional, ofreció un programa de estrenos en México que auguraban jolgorio: además de la Antología de Zoología fantástica de Mason Bates, el Concierto para viola de Jennifer Higdon, nuevamente con Roberto Díaz, y Antrópolis, de Gabriela Ortiz.

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Decía yo de la obscuridad de la viola y de la capacidad de Díaz de hacerla sonar más brillante. Pues Higdon –quien junto a este solista ganó un Grammy a principios de este año por esta obra– se dio a la tarea precisamente de escribir un concierto que va de menos a más en riquezas, en la viveza de colores, en la plenitud de la escritura para el instrumento. Y Díaz ofreció aquí una lectura de mucha naturalidad, que parecía espontánea, como si los retos técnicos impuestos no fueran tales, y con mucha expresividad en pasajes –sobre todo del primer movimiento– muy líricos. Prieto es un buen acompañante y todos los guiños tanto armónicos como rítmicos que son tan americanos y están tan presentes por toda la partitura fueron evidenciados con confianza.

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La extensa pieza de Bates es mucho más densa de lo que podía preverse conociendo otras músicas suyas: éste es un concierto para orquesta en un solo movimiento que rebasa la media hora. Es quizá su obra más intrincada, su elemento rítmico es menos protagonista –y menos “natural” y orgánico– y al haber buscado una escritura más individual, al menos para cada familia de instrumentos, las texturas han resultado más difíciles de descifrar. No lo he dicho como algo negativo, sino para compararlo con otras piezas suyas que en años recientes han logrado una popularidad inusual para un compositor clásico, tan joven como él. La interpretación de Prieto ha sido robusta, enérgica y puntual.

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Decisión atinada, la pieza programada inicialmente como obertura fue tocada al final: Antrópolis, de Gabriela Ortiz, es un juego de su compositora, no sólo de lenguaje; una travesura que rebasa el adjetivo de divertimento, de seis minutos en homenaje a Los infiernos, el Bombay, el Tutti Frutti y el Salón Colonia. Suena a lo que quienes no conocimos esa época de la Ciudad, podemos ver en fotografías. Un jolgorio exultante que, según se registró por muchas cámaras en el público, tuvo que repetirse en la audición del domingo, obligando a la compositora a debutar como bailarina de mambo en el escenario de nuestro máximo recinto cultural. Felicidad pura, como debía ser.

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Foto:  La violinista Shari Mason y el violista Roberto Díaz interpretaron temas de Haydn y Mozart bajo la dirección de Carlos Miguel Prieto. / Lorena Alcaraz/ INBA

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