Carolina Maria de Jesus: Cronista y poeta de la favela

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POR WILSON ALVES-BEZERRA

 

El 9 de mayo de 1958, los lectores del periódico paulista Folha da Noite se toparon en la portada, y después en la página 9, junto a la historieta de Periquita, con una serie de cuatro fotos de una negra de 44 años con un pañuelo blanco en la cabeza que le tapaba el cabello y destacaba su perfil bien delineado. En todas las fotos, la misma pose: la cabeza reclinada, mientras leía, escribía o simplemente miraba al piso. Las fotos estaban acompañadas por el texto del joven periodista Audálio Dantas; el título era: “El drama de la favela escrito por una de sus habitantes”.

 

En el reportaje sobre la negra recolectora de papel que sólo había ido dos años a la escuela y que leía los libros que encontraba en la basura, el reportero insistía en recalcar que “su vida no es mejor ni peor que la de los demás habitantes de la favela”. Pero ella tenía algo, sí, que la diferenciaba del resto de los vecinos: un conjunto de aproximadamente veinte cuadernos manuscritos en los cuales escribía cuentos, poemas, crónicas y un diario personal.

 

El reportero conoció a Carolina cuando fue encargado de realizar un artículo sobre la vida cotidiana de la miserable comunidad que recién se había incorporado a las márgenes del río Tietê, en el corazón de la mayor metrópoli de Sudamérica. Al encontrar a aquella mujer, él consideró que había cumplido su misión, pues la voz que podría hablar mejor sobre la realidad de la favela era la de ella, no la de ningún periodista.

 

Tanto el reportero como la entrevistada formaban parte del gran flujo de migrantes que, a partir de los años cincuenta, desde diversas partes del país iban rumbo a São Paulo en busca de oportunidades de trabajo y de mejores condiciones de vida. Ella había llegado de Sacramento, municipio del interior del estado de Minas Gerais, vecino a São Paulo; él iba desde Alagoas, el distante estado del noreste, de Tanque D’Arco, poblado donde hoy en día no viven más de seis mil habitantes. La población de São Paulo dio un salto de dos a 3.5 millones a lo largo de aquella década y el fenómeno de las favelas era la señal de que algo iba mal en el crecimiento descontrolado de la ciudad.

 

El texto de esta mujer de Minas debió haber sonado perturbador para el lector común, pues eran las palabras de una negra pobre, poco letrada, soltera, madre de tres hijos, que recogía cartón, botellas y papeles que vendía para garantizar los alimentos de la familia —yuca, arroz, frijoles, legumbres— y comida para el puerco que criaba en el fondo de la casa. Muchas veces pasaba hambre, padecía de cansancio crónico, pero, gran paradoja, nunca dejaba de escribir en sus cuadernos. En ellos registraba con parsimonia la hora en que despertaba, su estado de ánimo, el dinero que había ganado a lo largo del día, con quién había conversado, las discusiones presenciadas, alguna observación lírica sobre el paisaje, el clima, la condición miserable en que vivía y, a veces, versos.

 

La miseria, siempre asociada al ámbito rural, se mostraba en la gran ciudad. En una sociedad que hacía apología del progreso, en la metrópoli que ya vivía la cultura del automóvil, las amargas palabras de Carolina ciertamente causaban impacto: “15 de julio, cumpleaños de mi hija Vera Eunice. Yo quería comprarle un par de zapatos, pero el costo de los productos alimenticios nos impide la realización de nuestros deseos. Actualmente somos esclavos del costo de la vida. Encontré un par de zapatos en la basura, los lavé y reparé para que los calzara. No tenía ni un quinto para comprar pan. Entonces lavé tres botellas y las cambié con Arnaldo. Él se quedó con las botellas y me dio el pan”.

 

El lenguaje, aunque estaba lejos del gusto imperante, era, por un lado, la realización contingente de lo que los autores vanguardistas de los años veinte habían buscado como patrón estético: “La lengua sin arcaísmos, sin erudición. Natural y neológica. La contribución millonaria de todos los errores. Como hablamos. Como somos”, según pedía el poeta Oswald de Andrade en el Manifiesto de Poesía Pau Brasil, de 1924. Sin embargo, por otro lado, su texto incluía las marcas de quien tenía una imagen de la escritura que no era solamente la del lenguaje hablado e intentaba aproximarse a un léxico rebuscado, a una poesía fin-de-siècle que aún persistía, como veremos más adelante.

 

Era de esperarse que el reportaje del joven Audálio Dantas repercutiera y creara debates apasionados: ¿Carolina de verdad existía o era la creación de un reportero astuto? Lo que ella escribía —en caso de que existiera—, ¿era o no literatura? ¿Cómo un periódico de la burguesía se permitía publicar un texto de una casi analfabeta? Se trataba de un retrato del Brasil urbano y miserable hasta entonces inédito, narrado por una voz singularísima.

 

En dos años, los primeros diarios se volvieron libro: Quarto de despejo, diário de uma favelada (1960). Fue el surgimiento de Carolina para una comunidad de lectores impensable hasta entonces: la edición de diez mil ejemplares se agotó en una semana; la brasileña se volvió tema de reportaje en revistas alrededor del mundo: Le Monde, Paris Match, Time, Life, entre otras; fue traducida al inglés, francés, español, alemán y otros nueve idiomas. Se estima que ya han sido editados más de un millón de ejemplares de sus obras.

 

Después de Quarto de despejo (disponible en inglés como Child of the Dark), se lanzaron también Casa de alvenaria (1961; en inglés I’m Going to Have a Little House) y Provérbios (1963). De manera póstuma, se publicaron Pedaços da fome (1982) y, primero en francés, Journal de Bitita, en 1982, y cuatro años después, en Brasil, Diário de Bitita (1986; Bitita’s Diary).

 

Ya en los años noventa, los historiadores João Carlos Sebe Bom Meihy y Robert M. Levine publicaron Meu estranho diario (The Unedited Diaries of Carolina Maria de Jesus), que recoge largos pasajes integrales que escaparon a las ediciones conocidas o que figuraron en ellas con grandes supresiones. En este, se respeta al máximo el lenguaje de la autora. Para el lector mexicano son más accesibles las traducciones norteamericanas, pues todas circulan hasta hoy en ediciones bien cuidadas.

 

La obra de Carolina Maria de Jesus ha despertado interés en gran medida por su carácter sociológico: se trata de una nueva figura en el campo social, portadora de un discurso que se contraponía al de la “democracia racial” propagado por el brasileño Gilberto Freyre en su estudio Casa grande y senzala.

 

El odio racial emergía en las páginas de Carolina con una lucidez notable, como se lee en este fragmento del 17 de noviembre de 1958, recogido por Bom Meihy y Levine, con todo y los errores de lengua registrados: “Tiempo llegará en que los blancos van a quemar a los negros cuando mueran, para que ellos no tengan derecho de ser sepultado. entendí que la única cosa que el blanco no despresia es el voto del negro.

 

Sólo en las épocas electoráles el prieto es ciudadano. Yo pienso que el prieto de Brasil debía y debe ser tratado y considerado como prehistórico. Porque él rememora un pasado de inculturas blancas” (pp. 78-79). Tal fragmento se inclina más hacia la obra del siquiatra de Martinica Frantz Fanon, autor de Piel negra, máscaras blancas, que al discurso de los optimistas que afirmaban que en Brasil no había (y no hay) prejuicios étnicos.

 

Más allá del aspecto de crónica y denuncia social que vuelven el texto de Carolina un excelente reportaje y testimonio histórico, existe también la discusión en torno a la literariedad de su texto. Al considerarse que sus diarios inauguran la literatura marginal o periférica en Brasil —hoy ejecutada por autores como el exconvicto Jocenir, el novelista y rapero Ferréz, entre otros—, es válido preguntarse en qué consiste el salto de lo testimonial a lo estéticamente relevante.

 

Los diversos diarios de la autora poseen una escritura en que se notan operaciones de lenguaje que van más allá de lo descriptivo. Sus paralelismos son desconcertantes: “Me voy a bañar y me voy a acostar. No tengo sueño porque tengo sueño durante el día. Y en la noche tengo poesía” (p.71), o “Porque quien predomina en Brasil son los blancos. Y los negros son predominados” (p. 202).

 

En medio de la descripción de lo cotidiano, el texto de Carolina contiene el rechazo a las convenciones burguesas, como el optimismo en relación con la familia y con la vida social: “Yo quise varios empleos. No me aceptaron por causa de mi lenguaje poético. Por eso no me gusta conversar con nadie” (p. 38). “Hay días en que quiero a mis hijos. Y hay días en que, si yo pudiera, me gustaría acuchillarlos y volverlos a acuchillar” (p. 39).

 

Se nota su conciencia en cuanto a su condición de escritora. Mediante su escritura, es evidente que ella lo hace en respuesta a una pulsión, pero también a un proyecto literario en el cual hay contornos definidos. En estos dos fragmentos se pueden ver sus preferencias estéticas y el carácter de denuncia de su diario: “Era 6 y media cuando João apareció. Le mandé prender el fuego. Después le di una zurra con una vara y con una correa. Y le rompí las cochinas historietas. tipo de lectura que detesto” (p. 45). “Los hombres vagabundos quieren arrebatarle el balón a los chamacos. Los niños les lanzan piedras a los huevones. Y ellos quieren golpear a los chamacos. Cuando me ve se calman, porque nadie quiere quedar incluido en mi Extraño Diario” (p. 74).

 

La oscilación entre la imagen de poeta lírica que muchas veces la autora trae de sí está en desnivel evidente con la materia de su escritura —la miseria, la violencia, el prejuicio cotidianos—. Eso marca una diferencia importante con autores como el argentino Roberto Arlt, que se complacía en describir la vida puerca. De Carolina Maria de Jesus se puede decir que tiene la doble formación de la literatura que encontró en la basura y de las voces que su sensibilidad le permitió escuchar en las calles y en la favela.

 

Un amigo le aconseja seguir el camino de las bellas letras: “El señor Manoel vino aquí. Me dijo que no escriba la pornografía, porque le quita el donaire al libro” (p. 80).

 

Cumplidos este 2014 los cien años de su nacimiento y 37 de su muerte, editorialmente Carolina resiste, sobre todo en Estados Unidos, donde todos sus libros están disponibles. En Brasil aún es objeto de estudios académicos, pero ya no circula entre el lector común; disfruta de la amarga fama de ser relegada a la limitante condición de lectura escolar obligatoria. Sin embargo, el poder de su escritura, de sus imágenes, de sus metáforas, continúa intacto, clamando nuevas lecturas.

 

Traducción de Alma Miranda

 

Nota de los editores: La traducción al castellano de los fragmentos citados de Carolina Maria de Jesus respeta las formas del original.

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