Cartier-Bresson, fotoperiodista cultural
POR GERARDO OCHOA SANDY
La noción de fotoperiodismo cultural articula la trayectoria de Henri Cartier-Bresson. En una aproximación inicial, la conversación con la historia inmediata a lo largo de seis décadas otorga a su obra la condición de testimonio histórico-político, donde destacan el hallazgo del momento, la novedad en los ángulos para acercase al motivo de la imagen, la arquitectura plástica de la composición. Estas cualidades, que constituyen el canon en torno al cual la crítica se reúne con unanimidad, solo las explican la idea de cultura que las alienta. La exposición en Palacio de Bellas Artes, organizada por el Conaculta en colaboración con el Centre Pompidou y la Fundación Mary Street Jenkins, espléndida revisión de su vida y obra, propicia el apunte.
El itinerario curatorial se apega a la cronología: el nacimiento de la vocación, el llamado del surrealismo, la militancia comunista, las guerras europeas, el fotoperiodismo en Magnum, los usos y costumbres de la sociedad de consumo y de masas, la etapa dedicada a la organización de los archivos, el recogimiento en la fotografía contemplativa, el retorno a la vocación por el dibujo. Cartier-Bresson aparece como un fotógrafo de su época, dotado de un instinto nato de inmediatez ante lo que lo circunda, quien aplica justo a tiempo golpe de timón que le permite sostenerse en la cresta de los eventos históricos.
Desde el arranque, sienta las bases estéticas, éticas y temáticas de su obra futura. Su indagación fotográfica va en pos de objetos, aparadores y maniquíes, cuerpos y oficios, geometrías y movimientos, contrastes entre clases sociales y luces y sombras, difuminaciones y texturas, hombres y mujeres, exploraciones y hallazgos que poco a poco conformarían su estilo. En diferentes tonalidades y con distintos énfasis, circularán a lo largo en su plástica visual.
El periodo surrealista es la fuente nutriente de su mirada cultural. Tal vez ningún partícipe de esa tradición la haya asimilado de modo tal que, trascendiéndola en su fotografía militante y en su faena en Magnum, continuó teniéndola como sustrato. El surrealismo de Cartier-Bresson no fue solo la adhesión a una de las explosiones culturales cruciales de Europa en el siglo XX, a resultas de los cismas que reconstituyeron su perfil, sino el aprendizaje de una actitud.
En Cartier-Bresson cultura es formación intelectual, convivencia con los hechos, instinto de empatía, anhelo de observador partícipe, necesidad de comprensión de las experiencias de vida de los otros. Incluso en sus facetas militante y formalista, Cartier-Bresson básicamente retrata vivencias. La cualidad central de su obra es la aprehensión del evento cultural que da sustento a los sucesos que encarnan los individuos. Lo que resulta, pues, no es consecuencia de la aplicación de una “visión artística” sino la búsqueda del otro, lo cual es a la vez su propia búsqueda. La enseñanza de Cartier-Bresson es la receptividad ante los demás. Sólo así lo “artístico” aparece con una vigorosa naturalidad.
La soledad, el desamparo, la compasión, el azoro, el duelo, el estupor, el anhelo, el enojo, el desenfado, el aburrimiento, la coquetería, la impotencia, el júbilo circulan por su infatigable registro fotográfico en París, Budapest, Viena, Sevilla, Florencia, Costa de Marfil, Valencia, Ciudad de México, Granada, Marsella, Londres, Moscú, Nueva Delhi, Shanghái, Bali, Jerusalén, Pekín, Oaxaca, Roma, Tokio, Montreal, Yakarta, Leningrado, Hamburgo, Cachemira, Monte Aso, Nueva York. En ocasiones también el amor aunque, llama la atención, solo de soslayo.
En la pobreza social vislumbra la conmoción individual. La algarabía y la placidez aparecen en el testimonio del tiempo libre. Los ceremoniales de coronación son atestiguados desde los rostros de la multitud. Detrás del maquillaje, la expresión de una prostituta delata una coquetería ancestral. En una esquina, soldados soviéticos postran la mirada sobre la belleza de dos compatriotas. La devoción imanta las exequias de un líder político y espiritual. Literalmente deglutida por equipos de alta tecnología, la especie forcejea por el control de su futuro. El consumo y los apiñonamientos de las masas son ocasión de placeres y anhelos exclusivamente humanos.
Luego de su itinerario, Cartier-Bresson se acerca a la fotografía contemplativa o, de otra manera, de la soledad. Los individuos apenas aparecen, en ocasiones solo como sombras, o acaso los acentúa a través de su ausencia. Se inclina entonces a momentos y paisajes, que delatan tal vez no una espiritualidad, pero sí una búsqueda de los asomos del alma, que facilita la vejez. Lo ratifican los dibujos de sus autorretratos, que muestran la fatiga luego de una larga jornada de vida. Desde esta lógica, su fotografía es la autobiografía de una búsqueda de comunión, con el cambiante aquí y ahora de los hechos y de los otros, y con un incierto más allá al que sólo conduce lo opuesto al miedo, que es la fe.
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