Cervantes y la violencia de género

Mar 7 • destacamos, principales, Reflexiones • 3533 Views • No hay comentarios en Cervantes y la violencia de género

/

/

POR GENEY BELTRÁN 

 

El violador cuenta la historia: “subí sin topar con nadie hasta el mismo aposento donde ella estaba durmiendo la siesta sobre un estrado negro. Era por extremo hermosa, y el silencio, la soledad, la ocasión, despertaron en mí un deseo más atrevido que honesto, y sin ponerme a hacer discretos discursos cerré tras mí la puerta, y llegándome a ella… la gocé contra su voluntad y a pura fuerza mía”.

 

 

La mujer quedó embarazada. Para esconder su estado salió de su tierra en un viaje hacia el sur, como peregrina. Dio a luz a una niña en una posada de Toledo. La dejó en manos de sus huéspedes, con la promesa de recogerla a los dos años. Nunca lo hizo; se lo impidió la muerte.

 

 

Quince años, un mes y cuatro días han pasado. La niña se llama Costanza. A los 15 años es la mujer más hermosa según cuantos varones la han visto. A ninguno, sin embargo, acepta ella en sus requiebros de amores. “Es dura como un mármol… y áspera como una ortiga”. Aunque viste siempre de labradora, no participa en las labores de la posada.

 

 

Y así hace su aparición en la posada don Diego de Carriazo; él trae las señas de reconocimiento (una cadena y la mitad de un pergamino) que coinciden con las que dejó la madre de Costanza. El hombre cuenta su historia, de donde proceden las líneas que he citado. Luego de su relato, ninguno de los escuchas tiene la oportunidad de hacer el menor comentario, pues la acción se distrae para retomar a otros personajes y líneas argumentales que desarrolla La ilustre fregona, una de las Novelas ejemplares de Miguel Cervantes (1613).

 

 

Al ser “un señor principal”, un noble, don Diego de Carriazo no espera el menor castigo. Nadie sugiere en ningún momento ninguna reprimenda, ni siquiera de palabra. Antes bien, el corregidor de Toledo ahí mismo le entrega a su hija: “vos, hermosa doncella, besad la mano a vuestro padre y dad las gracias a Dios, que con tan honrado suceso ha enmendado, subido y mejorado la bajeza de vuestro estado”. La joven ha de agradecer que será rescatada de su humilde condición. Ella “no supo hacer otra cosa que hincarse de rodillas ante su padre, y tomándole las manos, se las comenzó a besar tiernamente, bañándoselas con infinitas lágrimas que por sus hermosísimos ojos derramaba”.

 

 

No es La ilustre fregona el único ejemplo del interés de Cervantes por abordar el complejo asunto de los abusos sexuales de los varones pertenecientes a la nobleza de España. No habríamos, ciertamente, de esperar un dictamen en que de modo explícito se condenen estos hechos; la tarea de la ficción cervantina, lo sabemos desde 1605 con el Quijote, es menos emitir un juicio sobre la época y en cambio sí representar la experiencia de quienes la viven y padecen. Aun así, hay una cierta visión crítica, la propia de un espíritu sensible ante las injusticias, que no resulta difícil de advertir. Señalo esto: la ficción de Miguel de Cervantes presenta a un hombre al momento de narrar la violación que perpetró, con alevosía, contra una mujer indefensa. Para dar con el paradero de su hija, don Diego tiene que confesar su falta. No pide perdón, aclaro, pero tampoco puede esconderse en el silencio de su crimen. La novela, así, lo exhibe mediante el recurso de la omisión y del contraste. Lo digo por esto:

 

 

El narrador cervantino nada nos informa de la reacción de don Diego a la hora en que le es entregada Costanza: ¿significó algo para él, para sus adentros, el encontrar a su hija? Y, como hemos visto por la reacción de Costanza a la hora de ser presentada ante su padre, no es que la voz narrativa sea distante de las manifestaciones de la sensibilidad. Poco después, frente a la frialdad de don Diego, para quien dar con su hija sólo se traducirá en poder entregarla en matrimonio al hijo de su amigo don Juan de Avendaño, la novela de Cervantes muestra una estampa llena de ternura al hacernos ver la separación de la moza con la dueña de la posada, la mujer que ha sido su madre todos esos años:

 

 

A Costanza “se le anubló el corazón, y ella y la huéspeda se asieron una a la otra y comenzaron a hacer tan amargo llanto, que quebraba los corazones de cuantos las escuchaban… ―¿Cómo es eso, hija de mi corazón, que te vas y me dejas? ¿Cómo tienes ánimo de dejar a esta madre, que con tanto amor te ha criado?”

 

 

La mirada cervantina no se apresura, pues, en cerrar la historia sin consignar ese momento en que el apego entre la niña y la madre adoptiva habrá de verse roto. El contraste es impactante: ahora don Diego tiene una hija pero difícilmente habrá de tener la verdad de su corazón. Aunque, insisto, Cervantes no se permite nunca adjetivar a un personaje de la nobleza de una forma adversa, la ausencia de rasgos sensibles en don Diego sería, pues, parte del juicio que sobre su conducta criminal esboza la novela.

 

 

Hago este viaje a una novela publicada hace 507 años para detenerme en lo que sugiere esa representación de la sexualidad masculina en su relación con el estatuto de padre. Es, por supuesto, la de don Diego una figuración ficcional acorde con el sistema patriarcal en que vivió Cervantes. No es la conducta de este personaje algo excepcional, y sería ingenuo exigir una representación en otro sentido más laudable. Pero llama el interés su caso porque son muy pocas las instancias en que, antes de la modernidad, el arte literario de Occidente centre su búsqueda dramática en la conducta sexual de los varones y su repercusión en el ejercicio de la paternidad. Sorprende, entonces, la demoledora sutileza con que Cervantes se acerca a una realidad tan atroz en su época como lo es en la nuestra.

 

 

Ha pasado mucho tiempo desde aquellos días en que Cervantes habrá conocido a más de un Diego de Carriazo de carne y hueso, pero La ilustre fregona hace ver cómo sigue vigente esa falla de la masculinidad: hay un vínculo pernicioso entre la educación machista que manda al mundo depredadores sexuales y la incompetencia en el oficio de la paternidad. Hasta que don Diego de Carriazo no asuma ni entienda la gravedad de su conducta violenta, no habrá de poder vincularse desde la sensibilidad con ese nuevo ser que llega a su vida y se llama Costanza. Y se perderá de la impagable, espontánea experiencia de la ternura que, gracias a su amor y sus cuidados de quince años, un mes y cuatro días, cosecha la huéspeda, la verdadera dueña del corazón de Costanza.

 

ILUSTRACIÓN: EKO

« »