Chile: más pasión y más cariño

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Para la escritora chilena Nona Fernández, la situación política de su país se fundamenta en lo que ella denomina un neoliberalismo desatado y abusivo que ha instaurado una dictadura y que ha sumido a la ciudadanía en una realidad violenta y precaria

 

POR NONA FERNÁNDEZ 
En la madrugada del 5 de septiembre de 1970, el recién elegido presidente de Chile, Salvador Allende Gossens, se asomó en un palco improvisado de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile para dar el que sería su primer discurso como líder del país. Lo que comenzaba esa noche era un trabajo difícil. Lo sabían las y los jóvenes que, con la lucidez histórica que les caracteriza, con ese diálogo directo que siempre han tenido con el futuro, empujaban las grandes transformaciones sociales. Lo sabía Allende y lo sabían todas y todos quienes habían votado por él. El desafío avalado por las urnas implicaba cambios profundos que la oligarquía y las élites no estaban dispuestas a permitir. “Pondremos toda la fuerza creadora del pueblo en tensión para hacer posible estas metas humanas que ha trazado el programa de la Unidad Popular”.

 

Casi 50 años después, el 18 de octubre de 2019, comenzamos en Chile a transitar el vértigo de la revuelta. La interrupción por las armas de aquel proyecto inconcluso que se inauguró en 1970 dejó una grieta imposible de sellar. Una herida que es la base de la actual protesta. Las y los estudiantes secundarios, otra vez la lucidez de la juventud, saltaron los torniquetes del metro y en ese gesto se abrió la gran caja de Pandora. La ciudadanía, cansada de un neoliberalismo desatado y abusivo, instaurado en Dictadura y profundizado en los gobiernos democráticos, decidió manifestarse reclamando por la dignidad de su vida. Chile despertó, fue la consigna, porque toda esa realidad violenta y precaria del día a día, se volvió una pesadilla intolerable. Décadas de malestar subterráneo emergieron con fuerza. La revuelta de octubre cambió el escenario, los límites se corrieron, el punto de vista se amplió y con la caída de cada estatua de los supuestos próceres, evidenciamos el colapso de un orden que se vino abajo. La política dejó de estar encerrada en la Moneda y el Congreso y se activó fuera de los consensos pactados por los honorables hombres de la República. El ejercicio político resucitó en la calle, en la conversación larga de la esquina, en la sesión del cabildo de la plaza, en nuestras asambleas barriales, sectoriales, comunitarias y aparecieron nuevas ideas, propuestas, discursos, hablas, miradas que no habían sido atendidas y que, en parte, hacían eco de aquel programa anunciado en 1970. Un extraño sentimiento de comunidad comenzó a tejer lazos entre unas y otros, y el recuerdo de ese tiempo, no tan lejano, circuló como un fantasma.

 

Si bien las múltiples diferencias estaban a la vista entre el ayer y el hoy, las pancartas y los cabildos ciudadanos actualizaron ideas que se quedaron suspendidas en el año 1973 luego del golpe militar. La exigencia de los cambios que ya se habían propuesto como metas en un programa de gobierno que no pudo llegar a su fin. Otra vez se hablaba de desbaratar las diferencias sociales, de recuperar las riquezas del país para el beneficio de todas y todos, de fortalecer al Estado, de trabajar por una educación gratuita, pluralista, participativa, democrática; de establecer un sistema de salud popular, de ofrecer pensiones justas para los jubilados, de construir viviendas dignas sin reajustes que desintegren los ingresos de sus moradores, de conquistar una independencia económica. Necesidades añejas que revivieron junto a otras nuevas para mezclarse y enredarse en este presente disconforme que dialoga con el pasado para intentar encontrar un camino hacia el futuro.
Wenu Mapu es el nombre que el pueblo mapuche le da al firmamento. La tierra de arriba, el lugar donde viven los espíritus de nuestros antepasados. Todos aquellos que alguna vez pisaron el mundo y que ahora, desde allá arriba, nos protegen. El lugar donde llegan los que no trasgreden el orden natural de las cosas, convirtiéndose en halcones o cóndores del sol. Para el pueblo mapuche los muertos son los poseedores de la sabiduría, los ubican arriba porque ahí la perspectiva es amplia y se ve mucho mejor. El pasado está por encima, protegiendo y entregando luz en un ejercicio activo. El pasado es fundamental en su manera de ver el mundo y tanta bandera mapuche circulando en la revuelta social, reemplazando a las de los partidos políticos, tanta estrella Wünelfe iluminando las calles, quizá, entre otras muchas lecturas de sentido, tenga que ver con la importancia del pasado encendiendo la energía de la protesta. Naturalmente, sin que nadie lo organizara, sin que ningún partido lo mandara, sin que ningún empresario pagara, la reunión callejera revivió cantos, consignas y planteamientos que creíamos sepultados. Los tiempos se enredaron y corrieron por pasadizos estrechos, de paredes porosas y difusas que filtraron el ayer y el hoy proponiendo una energía provocadora, porfiada y desobediente.

 

Pero de pronto, de un día para otro, en medio de ese torbellino de creatividad antigua y nueva, de ese diálogo temporal, caímos en el encierro por la crisis sanitaria y nos vimos privadas y privados del ejercicio de la calle y del estimulante intercambio en vivo. Las vidas quedaron en pausa, el intervalo se apoderó del tiempo y lo desbarató en una lógica que desafía nuestra propia neurosis por el control. Como si el virus hubiese heredado la energía caótica de la revuelta, o como si la revuelta se hubiese anticipado pavimentándole el camino, el descontrol de la naturaleza nos fuerza a ampliar la mirada, a situarnos arriba, en el Wenu Mapu, junto a nuestros antepasados que todo lo ven, y desde ahí observarnos como parte de un gran colectivo, de un universo orgánico que no gobernamos. Cayeron las estatuas de nuestros supuestos próceres en la revuelta y con ellas nuestra soberbia controladora poniéndonos en el lugar en el que la humanidad siempre se ha movilizado: el del caos. Y aquí estamos ahora, en medio de la incertidumbre, con la única seguridad de que no dominamos la naturaleza, sólo podemos seguir el orden natural de las cosas y en ese flujo quizá lleguemos a transformarnos en halcones o cóndores del sol.

 

El virus nos regala la idea de ser parte de un gran organismo cuyas piezas no son autónomas. Los seres humanos estamos enredados con la naturaleza. Dependemos de ella y también dependemos unos de otras. Nos necesitamos para sobrevivir. Planteamiento que ya habíamos asumido en sintonía con el caos natural de la revuelta. Sin caudillos, sin jefaturas, improvisamos la organización que hasta el día de hoy sostiene a muchas y muchos en un país fragilizado económicamente desde siempre y aún más por la pandemia. Ese tejido territorial, sectorial, comunitario ha marcado una gran diferencia en la vivencia de la crisis sanitaria con el resto de los países latinoamericanos. Muchos de ellos eclipsados por el modelo económico chileno, construyendo serialmente la misma jaula neoliberal de la que intentamos salir. Jaula construida y cerrada con múltiples candados luego de la suspensión por las armas de aquel proyecto anunciado esa madrugada de 1970. Jaula que comienza a desbaratarse cuando hace un año aprobamos por las urnas la idea de dejar atrás el lastre de la constitución dictatorial heredada por Pinochet, la idea de escribir en conjunto y de manera paritaria, por primera vez en el mundo, una nueva constitución. Y con la elección de Elisa Loncon, una mujer, una profesora mapuche, como la presidenta de la Convención Constitucional, convirtiéndose en una de las autoridades más importantes del país y, por sobre todo, en la de mayor legitimidad. Ella. Una mujer. Una lamngen mapuche. Después de más de 40 años comenzamos por fin a salir del mapa trazado por la dictadura cívico militar.

 

Pero claro, la historia amenaza con repetirse. Nuevamente, así como en 1970, el desafío avalado por las urnas implica cambios profundos que la oligarquía y las élites no están dispuestas a permitir. Por supuesto que este proceso constituyente es desacreditado por los poderes fácticos. Por supuesto que es invisibilizado por los medios hegemónicos y boicoteado por el propio gobierno, quien ha llegado al punto de no facilitar espacios de trabajo, ni pagar los sueldos a los equipos de los y las convencionales. La escritura de la nueva constitución se realiza con la precarización de sus propios trabajadores. Pero fue la energía expresada en las calles desde el 18 de octubre de 2019 la que conquistó ese logro y la que sigue entregando pasión y cariño a la escritura del futuro. Un futuro que le dará continuidad a muchas de las ideas lanzadas desde el palco de la Federación de Estudiantes ese año 1970. Como si un paréntesis de tiempo nos hubiera atrapado desde entonces, hoy, a ciegas, tanteando un punto donde afirmarnos, volvemos a tomar el curso de la historia.

 

Busco en el computador una fotografía de Salvador Allende aquella madrugada de 1970. Aparecen muchas y todas son diferentes. Tomas acotadas, no se ve bien el entorno, y en ellas el presidente viste ropas distintas. Supongo que ninguna es realmente de esa madrugada. Quizás era tan improvisado ese palco de la Federación de Estudiantes que la luz no daba como para fotos. O quizá sólo tengo mala suerte y no logro encontrar una que me parezca verídica. Como sea, en cada una de ellas Allende habla a la gente y con alguna de sus manos indica hacia adelante. Imagino que ahí sitúa el futuro. Que lo ve en frente, allá mismo donde está toda esa gente entusiasmada y feliz, luego de haber conseguido el triunfo en las urnas. “Les pido que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Y esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante cuando tengamos que poner más pasión y más cariño, para hacer cada vez más justa la vida en esta patria”.

 

Hoy su futuro es nuestro pasado. Sabemos cosas que en él no imagina. Mensajes que la historia nos regala para estar alertas, para que el tiempo no se pise la cola y todo se repita. Por eso seguimos mirando esta fotografía. Por eso ocupamos la lógica mapuche y la ubicamos arriba nuestro.

 

Para que nos ilumine. Y nos guíe.

 

Con más pasión y más cariño.

 

FOTO: Un hombre protesta en contra del gobierno del presidente Sebastián Piñera en la Plaza Italia. Providencia, Chile/ Crédito: Elviz González/EFE

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