Hirokazu Koreeda y el latrocinio familiar

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La nueva cinta del director japonés conjuga los conflictos en torno al afecto familiar y la amargura de las estrecheces económicas de sus protagonistas

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POR JORGE AYALA BLANCO 

En Un asunto de familia (Manbiki kozoku, Japón, 2018), subrepticio opus 12 del más preclaro relevo actual del gran cine familiarista nipón de 53 años Hirokazu Koreeda (Nadie lo sabe 04, De tal padre tal hijo 13), el esforzado albañil casi menesteroso y perpetrador de robos hormiga en tiendas grandes o mugres Osamu (Lily Franky) regresaba de cometer un latrocinio auxiliado a inteligentísimas señas por su hijo entenado Shota (Jyo Kairi) cuando ambos se topan con la niñita de cinco años abandonada en un balcón Yuri (Miyu Sasaki) que los conmueve y, así sencillamente, se la llevan a su casa por una noche que va a eternizarse al descubrir signos de maltrato vil en la pequeña y en virtud de que ella se integra sin mayor resistencia a la familia hechiza a la que pertenecen, integrada además por la pareja del adulto, una aletargada lavandera de servicios industriales Nobuyo (Sakura Ando), aparte de la pensionada ancianísima viuda dueña de la covacha comunal Hatsue (Kilin Kiki) y la nietastra de ésta que labora como chica de vitrina erótica Aki (Mayu Matsuoka) que se cree con padres mandándole dinero desde Australia, si bien todos subsisten gracias a las hábiles sustracciones practicadas en las tiendas, pero un dislocador accidente laboral del falso padre, el rechazo del muchacho mayor para llamarle hermanita a la chiquitirrina buscada a través de la TV por sus verdaderos parientes, el robo paterno de un bolso mediante un cristalazo automovilístico que rompe con el código ético familiar de “sólo hurtar productos en venta que aún no le pertenecen a nadie”, el deceso de la abuela en seguida exhumada y los remordimientos del chavo por orillar al delito a la pequeñuela que lo orillan a arriesgarse demasiado para ser perseguido y romperse una pierna saltando por un puente, van a dar al traste con el negocio clandestino y a motivar la caída en desgracia de todos los miembros sobrevivientes de ese diestramente concertado latrocinio familiar.

 

El latrocinio familiar mezcla delito menor y lazos afectivos en altas dosis tan transgresoras cuanto secretas, al igual que en la obra más reciente del realizador (El tercer asesinato 17), aunque en una versión subversiva sólo en apariencia infinitamente menos intrincada que ellas, y teniendo como puntos fuertes dramáticos secuencias de tan difícil concepción y realización como la multitud de actos mínimos que pueblan y enriquecen la convivencia diaria en el encierro de la pobreza (a lo Naruse de La madre 52), la ejecución siempre exquisitamente diversa de los robos excepcionales, la chantajista visita expoliadora de la vieja a un hijastro acomodado, el rito mágico-volador del diente mudado por la chiquitirrina, el tierno contacto físico entre la chava Aki de pronto maternalmente amorosa y un habitual cliente mudo fuera de la vitrina de la violencia genital, la contrastante cópula femeninamente forzada entre la pareja del padre y la madre por completo deserotizados para que se vea mejor su esplendente permanencia afectuosa, un apoteótico viaje a la playa durante el cual la anciana manifiesta su miedo a la muerte solitaria justo antes de su retorno a casa para morir a solas, la plática perdonatodo en el locutorio de la cárcel de la madre hasta entonces conyugicida impune, la aceptación del padre ladrón ante la policía de sus delictuosas limitaciones didáctico-familiares (“Es lo único que podía enseñarles”), y el jugueteo del falso padre con el chavo en una cancha nocturna haciendo que éste falte a las reglas de su orfanatorio abierto.

 

El latrocinio familiar rompe decididamente de cuajo y desde adentro con la noción misma de familia tradicional basada en exclusiva por los lazos consanguíneos o legalizados ante la sociedad, como para hacer rabiar a Lévi-Strauss, permitiendo una asunción de roles (curiosamente los mismos tradicionales) con mayor soltura, ligereza, libertad, y franca heterodoxia, prolongando antidiscursivamente, y por su evidencia misma, los planteamientos y los implícitos discursos siempre paradójicos de muchos filmes de Koreeda: ese Nadie lo sabe donde los niñitos huérfanos funcionaban como una familia autónoma sin requerir de la protección de los adultos, ese De tal padre tal hijo donde los hijos cambiados hallaban de súbito una superior armonía al amparo de la familia postiza y la biológica, ese Nuestra pequeña hermana (Koreeda 15) donde la dulcísima invasiva medio hermana sin proponérselo resignificaba los vínculos de sus medias hermanas, rumbo a este sarcástico, amorosísimo Un asunto de familia, al que una chavita recogida sirve como catalizador afectivo para transformar el conjunto de sus rudos familiares en un ente más elástico, permisivo y más humano, lo que irónica y paradójicamente se espera de la familia abierta y espontáneamente elegida, más allá de las construcciones culturales y simbólicas que suelen lastrarla.

 

El latrocinio familiar sustituye la imagen-tiempo que caracterizaba Deleuze para definir la claridad y la contundencia de cineastas con Ozu a la cabeza, por una suerte de imagen-muégano, con fotografía deliberadamente congestionada de Ryuto Kondo y música envolvente de Harumi Hosuno, para definir la confusa oscuridad misteriosa pero también la contundente luminosidad interna para rendir testimonio de los mínimos conflictos y reacomodos de la familia-muégano-latrocinio de sí misma, a través de un mar de no-historias y microhistorias decisivas que fingen intrascendencia, pese a su brillante tono menor expresivo.

 

Y el latrocinio familiar se hunde al final en la ternura remordida y en la nostalgia inextinguible e inconsolable del núcleo perfecto, ya estallado sin remedio, pero asimismo en la melancólica añoranza del delito que garantizaba la sobrevivencia moral de los allegados y demás sutilezas: ese silencio ante el entierro de la abuela bajo la casa, esa omniprobatoria fotografía playera que esgrime la policía, y ese devuelto abandono tristísimo de la niñita otra vez en el balcón.

 

 

FOTO: Un asunto de familia, nominada como Mejor película en lengua extranjera en los Premios Oscar, se exhibe en las salas comerciales de la Ciudad de México. / Especial

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