Ciudadanías juveniles

Ago 17 • Conexiones • 2268 Views • No hay comentarios en Ciudadanías juveniles

POR ALFREDO NATERAS DOMÍNGUEZ

 

Cuando uno mira la historia de la humanidad aparecen varias prácticas y expresiones que nos han acompañado todo el tiempo y que han definido el tipo de vínculos que establecemos con las otras personas: las violencias, la modificación de los cuerpos (tatuajes, perforaciones), los procesos migratorios e inmigratorios y el uso de sustancias (las plantas de poder, la mariguana).

 

En nuestras sociedades, las y los jóvenes son protagonistas significativos de estas acciones: son los que más sufren la violencia, se alteran el cuerpo de manera divergente y no sólo instituida, migran 220 mil al año y tienden a ser criminalizados por usar drogas ilegales, como la mariguana, cuando las sustancias más utilizadas (alcohol y tabaco) no despiertan tantas pasiones ni indignación.

 

La pregunta es: ¿por qué el uso de drogas, en este caso la mariguana, se convirtió en un problema? ¿Qué molesta a las buenas instituciones y a las conciencias conservadoras cuando una parte de sus jóvenes deciden utilizar la “juanita”, “la mois”, ”la mostaza”, “la tronadora”, “la yerba” y se fuman “un porro” o se dan “un toque”, formas comunes de nombrar su uso? ¿Por qué cuando una figura del espectáculo fuma mariguana se considera “snob”, “chic”, “cool” y cuando lo hace un joven moreno y pobre se duda de su estado mental y se le trata como a un delincuente?

 

En estas valoraciones se juegan las normas convencionales, el clasismo, la discriminación, los prejuicios, los estigmas y la ignorancia; estamos ante situaciones que no ayudan en nada al establecimiento de relaciones de respeto.

 

Algunos jóvenes han empleado la mariguana circunscrita a determinadas adscripciones identitarias, lo cual no implica que pertenecer a tal agrupamiento —por ejemplo, los “cholos” o los “hip-hoperos”— defina que se tenga que ser usuario de ciertas sustancias; sin embargo, cuando se utiliza la droga, entra como artefacto cultural en la configuración de esa afiliación de identificación por su valor simbólico.

 

No hay una sola motivación para el consumo de la mariguana, sino que existen varios sentidos y significados que se pueden dar al mismo tiempo. Uno de ellos es que interpela a los poderes instituidos, a los mundos adultos, a las instituciones de control —la familia, la escuela—, y a las figuras de autoridad. Otro es que ha sido una forma de resistencia cultural que señala una distinción muy notoria en agrupamientos como los “pachucos”, los “tarzanes”, los “hippies”, los “estudiantes”, los “rastas o rastafaris”.

 

Otro más, es la intervención que se hace del propio cuerpo en la lógica de la “decisión relativa de sí”, en el entendido de que las corporalidades son espacios de lo poco que les queda a los jóvenes; la droga altera física y emocionalmente a como les de la “gana”. Asimismo, la mariguana se ha reivindicado desde un lugar que ayuda a la creatividad artística (recuérdese a los muralistas mexicanos, Rivera y Siqueiros, que se manifestaron a favor de su uso). Carlos Santana, el músico mexicano, ha expresado que la mariguana ayuda al espíritu, al corazón, al alma, y la cocaína va dirigida para activar y aumentar el rendimiento del cuerpo.

 

Aspecto igualmente significativo es la vertiente lúdica, recreativa, del goce y del placer que puede provocar el consumo de la mariguana en espacios del divertimento y la relajación, aunque como experiencia individual construida colectivamente no se exenta tener “un mal viaje”, “una mala experiencia”, ya que influye la calidad de la “yerba”, el estado físico y afectivo de quien la consume, así como el ambiente social en el que se esté y los contextos culturales a los que se pertenezca.

 

El consumo de mariguana no se convierte en problema para todos los usuarios y, como alguna vez lo mencionó un joven integrante del agrupamiento de los “rastas”,: “Mire, doctor, yo llevo 25 años fumándola y creo que todavía no se me ha hecho un problema”. Una de las grandes dificultades existentes es que el uso de mariguana se ha criminalizado: los cuerpos de seguridad del estado (policías federales, estatales y locales, militares y marinos) detienen arbitrariamente a alguien por ser sospechosamente joven, moreno, pobre y “mariguano”.

 

Esta criminalización es grave ya que si de algo están hartos la mayoría de los jóvenes es de los abusos de autoridad y de la desmedida fuerza que utilizan contra ellos tanto en los espacios públicos (la calle, el barrio) y los semiprivados (bares, “antros”, discotecas), máxime si su estética y diseño corporal están abiertamente asociados a alguna adscripción identitaria juvenil como la de los “cholos”, los “hip-hoperos”, los “patinetos” y últimamente los “reaguetoneros”, quienes están padeciendo una discriminación muy abierta (véase el informe especial sobre los derechos humanos de las y los jóvenes en el Distrito Federal, 2010-2011).

 

Hay un hecho irrefutable: los consumos de sustancias aumentan cada año, lo que cuestiona fuertemente la eficacia de las políticas que se han implantado durante más de 30 años para prevenir su uso. Así, la pregunta es: ¿cómo pensar de manera diferente el asunto de las drogas, incluyendo un viraje que defienda la práctica individual de los consumidores como ciudadanos jóvenes sin olvidar sus responsabilidades colectivas?

 

Se requiere de una decisión política que abone y apunte al hecho de que la despenalización de la mariguana es viable en virtud de que los consumos continuarán, los niveles asociados de violencia y criminalización son preocupantes —más para la población juvenil—, y se tiene la oportunidad histórica de seguir colocando a la Ciudad de México como una de las más avanzadas de América Latina y del mundo en cuanto a política social y legislación (las leyes de las y de los jóvenes del DF, del 2000; la de sociedades de convivencia, de 2006, y la de la despenalización del aborto, de 2007).

 

Las narrativas conservadoras alegan que la “población no está preparada”. Si esto es así, entonces la respuesta es muy sencilla: hay que irla preparando de ¡ya! Esto implicaría replantear la política preventiva y prohibicionista; informar a la gente; capacitar vía programas educativos a los actores y sujetos sociales que están implicados en los sistemas de salud, en la gestión cultural, en el trabajo comunitario, en la defensa de los derechos humanos, en la construcción de ciudadanías; avanzar en las reformas a la legislación; revisar los acuerdos internacionales; implantar estrategias de reducción de daños y de riesgo; regular la venta y ofrecer cobertura institucional para quien lo necesite.

 

Una decisión política y concertada con otros estados de la república (Morelos, por ejemplo), y con países como Uruguay, Argentina y algunos estados de la Unión Americana, marcaría los inicios para ir desmontando la violencia (no la resuelve, aunque sí la disminuiría), desactivar la criminalización de los jóvenes, y construir relaciones sociales democráticas y respuestas más inteligentes en función de que “un mundo con mariguana es posible”.

 

Para terminar, se requieren de las distintas voces de la diversidad de actores para seguir debatiendo, en particular de los usuarios, de las asociaciones de consumidores, de la comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, de los mass media, las universidades e institutos de investigación, los funcionarios, los intelectuales, los académicos, los políticos y los agrupamientos juveniles, porque estar a favor de la despenalización no es hacer apología, sino ofrecer espacios más civilizados de convivencia social.

 

Investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.

 

*Fotografía: En 2011 se llevó a cabo el CannaFest de Invierno, donde centenares de jóvenes acudieron a escuchar música y comprar productos derivados del cannabis/CUARTOSCURO/Saúl López.

 

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