Cómo conocí a Marlene Dietrich

Dic 14 • destacamos, Ficciones, principales • 3307 Views • No hay comentarios en Cómo conocí a Marlene Dietrich

POR ANTONIO PELÁEZ

Los hermanos Francisco y Antonio Peláez Vega vivieron vidas paralelas en el arte: uno firmó sus libros de corte fantástico como Francisco Tario; y el otro desarrolló una sólida carrera como pintor. En esta carta de 1963 refiere Toño su entusiasmo por la visita a la ciudad de México de la actriz alemana Marlene Dietrich y elabora una divertida crónica de sus andanzas nocturnas en busca de ese fantasma. (Alejandro Toledo)

 

Para estas fechas ya estaréis acomodados y ambientados en Llanes. ¿Así que de nuevo en la casuca con la higuera, el balcón dando al castillo y el Sablón al lado con su peculiar ruido de niños y de olas? No está mal. ¿Cómo pinta el verano? ¿Qué gente hay?

 

En medio de esta semiparálisis espiritual de México llegó mi mayor fantasma, dopo Garbo. Como no tengo ningún complejo respecto a mi creciente infantilismo, la esperé con el ánimo más tonto y sincero. Nomás tuve la primera noticia al respecto y lo único que se me ocurrió, mi primer impulso, fue guardar los caballetes, los petates, los colores, rasurarme, bañarme y ponerme el traje más vistoso, encargar cigarros largos y caros y sentarme en el sofá victoriano, de pierna cruzada, junto al teléfono. No he vuelto a pintar desde ese día (hace una semana). Se la recibió con indiferencia y una poca de crueldad, como corresponde a los verdaderos indiferentes. Muy a tiempo hicimos reservaciones de una mesa en el Terraza Casino: Terminel, Amelia, Roberto y yo… ¡para el debut! Los cuatro de lamé negro tomamos antes una copa en mi casa y nos lanzamos al encuentro del viejísimo Ángel Azul. Cosa de cosas. Después de una larga e ilustre presentación en que no se omitieron condecoraciones otorgadas, opiniones sobre ella de las personas más distinguidas de la época, etc., etc., apareció el fantasma con el fondo de Lilí Marlene. Con un tenue vestido cuajado de piedras y un descomunal mink de medio millón de pesos. Lo que es su cuerpo, su cara, su pelo y sobre todo su estilo no cabe en una carta y mucho menos en mi pobre pluma. La sensación justa de tener enfrente al ser más bello y lujoso del mundo. ¿Cómo es posible? El público, en su mayoría, iba con la idea de pasar un rato divertido con la abuela glamour, con la antes poderosa, con la hoy tal vez grotesca Marlene… y apareció una especie de Marilyn Monroe inteligente, levemente estilizada, fosforescente; una Garbo sonriente, snob, al alcance de la mano. El público, hasta el más inculto, se paralizó. Digo inculto porque el espectáculo es cultural e histórico, y mágico, a estas alturas.

 

Todo suena a gran política, a champagne, a armisticios, a lo más exclusivo de Londres, New York, París, o a lo más criticado y dudoso de Berlín, es la sabia y decadente Europa fascinando a América, atrapando monedas de oro en canastos y riéndose un poco de sí misma. Comenzó a cantar con esa voz, con su familiar voz tan cotizada y aplaudida, con la mirada en el suelo, con los brazos sueltos, inmóvil, en un tono distraído y fastidioso a veces, malsana melancolía que nos dejó hechos trizas. La veía yo a través de los años aclamada por tres generaciones y en distintas ciudades, ponderada por las personalidades más destacadas, y en ese libro-compendio de 50 años, junto con Garbo, como la mujer tipo de este medio siglo. Volví a mi lejana adolescencia en Madrid: Capricho Imperial, El Cantar de los Cantares, Fatalidad… y sí, la misma, exacta, con una sonrisa íntima de satisfacción por haber burlado el tiempo. La acompañan tres ases: un pianista, un maquillador y un técnico de iluminación. Sí, es la misma, pero con una dignidad y un espíritu del que carecía. Cerca de nosotros estaba Dolores del Río: elegante, conmovida y pasmada. La vi lagrimear mientras Marlene tarareaba Blue Heaven.

 

Quedó de invitarme a una fiesta que le va a dar. ¡Qué lujo que existan seres tan fuera de lo común como Marlene y qué poco es realmente lo que se paga por tan fastuosa y literaria alegría! Gana 2,500 dólares por noche. ¡Carajo! Claro, también hacen su daño a personas frágiles como yo. Terminó y quedamos aplanados, salimos en silencio, viéndonos feos, mediocres. Al día siguiente me encaminé a Matsumoto y compré cuatro orquídeas gigantes que metieron en una suntuosa caja; entré al primer bar y le escribí una especie de carta en mi mal francés. Como no salía bien, fui a buscar a Terminel para que me la completara en inglés. La depositamos junto a las flores en el hotel. Esa misma noche logré que me invitaran al espectáculo Anita Blanch, Peque, Marías y la Chacha. Por un camarero le envié un breve y sobrio recado solicitando audiencia. Porteros, guardias, impedían rotundamente la entrada a la escalera alfombrada que conducía a su camerino. A los pocos minutos un tipo se acercó a nuestra mesa y masculló en inglés: “Señor Peláez: puede usted pasar; la señora Dietrich lo espera abajo”. ¡Coño! Me levanté haciéndome el indiferente, pero empapado en sudor ante el asombro de mis cuatachos. ¿Y ahora qué digo? ¿Y ahora? ¿Y ahora?… Todo era en honor a mi infancia. Como si estuviera soñando en Marqués de Urquijo 34 o en el Colegio Cántabro. Como en un juego de trasmundo llegué al camerino, y una figura borrosa, pero atrozmente conocida, levantó la mano muy alto desde su asiento, frente a un muy grande espejo; medio llegué a oír: “Hallo, Antonio”. Le besé la mano tendida y contesté sin ninguna pretensión de aplomo: “Hallo, madame Dietrich”. Me indicó un cojín a sus pies y allí me senté. Silencio. Se rió y también medio me reí; le dije que no tenía nada que decirle. Contestó que mejor. Silencio de nuevo.

 

Entró un camarero y le sirvió una copa de champagne; me preguntó si me servían otra a mí y dije que no; ignoro por qué. Por fin le pregunté que qué solían decirle en encuentros semejantes. “Preguntarme mi edad, si me gusta el país o si a tan altas horas no estoy fatigada. Si son mujeres, me preguntan por el vestido mientras me descubren con disimulo alguna arruga de la piel. Comprenderá usted que muestre todo, pues no hay nada que ocultar. La gente tiene poca imaginación y suelen preguntar cosas que ya saben”. Sin pensarlo demasiado dije: “Es usted maravillosa”. Cerró los ojos y afirmó que sí con la cabeza; a continuación tomó un sorbo de su copa mientras se contemplaba en el espejo, como tratando de confirmar la alusión. Alargó más tarde su mano, la besé y me fui. Desde la puerta me voltée y le dije que me iba a aburrir sin verla. “Venga a verme o hábleme”. Eso he hecho diariamente y no he vuelto a agarrar un pincel. Cuando no hay plan de verla, bostezo, odio a la humanidad o doy vueltas. Es algo muy parecido al andar por la sala o andar de paseo por un libro de don Marcel. Es como haber atrapado a un fantasma. En pocos días se irá, continuará su canto, su farsa, y yo me quedaré aquí clavado tratando de pintar y oyendo Black Market, con su dedicatoria en el sobre. ¿Veis?… Por andar curioseando donde nadie me llama.

 

*Fotografía: En 1930, Marlene Dietrich actuó en “El ángel azul”, la primera película europea sonora,  dirigida por Josef von Sternberg/ESPECIAL.

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