Compromiso e interés no es igual a madurez: la violinista Anna Göckel en México

Jul 2 • Miradas, Música • 808 Views • No hay comentarios en Compromiso e interés no es igual a madurez: la violinista Anna Göckel en México

 

La violinista realizó cinco conciertos en el Centro Cultural Universitario, en los cuales interpretó piezas del romanticismo mexicano acompañada de la OFUNAM, sonatas de Johann Sebastian Bach en dos recitales solistas y a Maurice Ravel junto a la Orquesta Juvenil Universitaria 

 

POR IVÁN MARTÍNEZ
Las últimas semanas de junio, el Centro Cultural Universitario recibió a la violinista francesa Anna Göckel (1992) para lo que fue una especie de residencia. Cinco conciertos alrededor de ella en los que se mostraría como una ejecutante completa, de amplio rango: un concierto romántico mexicano olvidado al frente de la OFUNAM el 18 y 19, la integral para violín solo de Bach en dos recitales el 22 y 23, y finalmente la Tzigane de Ravel, con la Orquesta Juvenil Universitaria el domingo 26. Göckel fue conocida en México por una corta residencia anterior con el ensamble del Cepromusic, donde había mostrado interés también en la música contemporánea, al hacer el Graal théâtre para violín y ensamble de Kaija Saariaho.

 

Acudí al primero de los conciertos con la OFUNAM. El programa, encomendado a la batuta huésped de Ludwig Carrasco, ameritaba doble interés, pues comenzaba con una de aquellas nueve piezas comisionadas por la Universidad para acompañar las nueve sinfonías de Beethoven durante el pandémico 2020 pendientes de ver la luz: Umbral, de Marcela Rodríguez. Pieza cortísima, de estructura débil, que está construida a partir de un par de gestos sobresalientes, pero no alrededor de un discurso completo; es decir, de contenido más bien pobre, sino es que completamente anodino. Pero ya se sabía: estreno no siempre es igual a novedad.

 

Sí fue novedad la segunda obra en el programa, el Primer Concierto para violín de José F. Vázquez, personaje no muy bien recordado por la Historia, cuyo gran mérito reside en haber fundado lo que hoy es esta orquesta (tema aparte y pendiente de revisar por la musicología nacional son las controversias alrededor de esos acontecimientos, pero méritos seguro que los hay). Como compositor permaneció en el olvido y, de hecho, bien cuentan las breves pero concisas y bien redactadas notas de programa que recientemente se encomiendan a Montserrat Pérez Lima, este concierto sólo se había tocado en dos ocasiones anteriores: su estreno en 1939 (se escribió en 1921) y su reestreno en 2013, entonces a manos del mismo Carrasco, quien esa ocasión fungió como solista y quien se ha encargado de revisarlo y editarlo.

 

A primera oída no es una mala obra, pero es entendible no sólo el por qué tardó su estreno, sino el por qué, tras 1939, nadie se interesara en volver a tocarlo: tiene su base en un romanticismo tardío, sino es que trasnochado, que luchaba contra las vanguardias de la primera mitad del siglo: la orquesta de enfrente, por esos mismos años, estaba estrenando en México fragmentos la Lulú de Berg, los conciertos para piano o violín de Copland, Honegger, Prokofiev y Ravel, no poco Varese y prácticamente todo Stravinsky; mientras que esta novedad seguía sonando anacrónicamente obscura, con atmósferas que pueden ser atrayentes y abundantes pero que resultan frías y que, sobre todo, aunque fuese palpable el material del que surge, éste no resulta muy original o constante para que se lograra con él un discurso entero que hiciera interesante la obra en su narrativa toda.

 

Es valioso el rescate, y bien dicen que honrar, honra: es un acierto de la OFUNAM rendir homenaje a su fundador. Habla bien de Carrasco, quien se ha vuelto un verdadero campeón en el rescate y la divulgación de tanta música necesitada de una segunda oportunidad. Y Göckel como solista se lució, o al menos el director la hizo lucir: ambos brindaron una ejecución con compromiso casi apasionado, por momentos incluso emocionante. Pero la de ella, aunque domina las herramientas de su técnica, no posee aún una paleta rica de recursos. Fue correcta y contundente, pero no imaginativa. Y ésta no es una obra maestra, sino el rescate de una reliquia que no ocupará los lugares prominentes del repertorio mexicano para violín y orquesta como hacen los de Ponce y Chávez —y desde ya, también el de Gabriela Ortiz —; quizás en el futuro, otros solistas encuentren recónditos otros espacios fugaces para mayor lucimiento. Y quizá lo merezca.

 

Que ella sea comprometida y apasionada en lo que hace, pero que sus recursos sean limitados, aunque esos pocos los domine, fue la descripción que me quedó más clara tras escucharla el miércoles 22, durante la primera parte de su ejercicio bachiano. Esa tarde, tocó las primeras dos sonatas y la primera de las partitas.

 

La Primera Sonata BWV 1001, permitió conocerle su mejor lado: no siempre ortodoxa, la tocó con fantasía e imaginación. Incluso contundencia y carácter. Me parecía que aunque era una violinista joven, había atención a la arquitectura de la obra y autenticidad en su lectura; que había una concepción orgánica y entera de la Sonata. No del todo madura, pero donde había una visión. Y eso la fue haciendo interesante. La expectación fue cayendo en el camino de la Primera Partita BWV 1002: los movimientos lentos se iban quedando, perdiendo constancia, y los rápidos pudieron haber sido más claros, más precisos en su articulación. La concepción toda parecía no muy entendida como un todo. Iban apareciendo los malos vicios de la juventud. Tocó el turno de la Segunda Sonata BWV 1003, y ya era muy tarde para salir corriendo en medio de la obscuridad de la Sala Chávez: quien sí corrió fue ella misma, barriendo ya sin pudor muchos pasajes en sus segundo y cuarto movimientos. Perdiendo el control de su concentración, de aquella imaginación que me había parecido escuchar en la Primera.

 

Antes de comenzar a tocar, Anna Göckel había dicho algunas palabras sobre su idealización de las seis obras de Bach: “Con Bach, incluso la música no litúrgica es música sacra”, fue lo más maduro que expresó y lo mejor de su visita. No soy religioso, pero ciertamente la música de Bach requiere una concentración y un estudio particular para llevar a cabo un ciclo así, una madurez casi espiritual que —incluso si se tuvieran las herramientas técnicas todas dominadas — fue evidente no tenía. No regresé la segunda noche, ni a la Tzigane del domingo 26: “fue incluso peor”, me confió un valiente.

 

FOTO: La violinista Anna Göckel /Música UNAM

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