Consagración del desatino
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El privilegio de la parafernalia hace de esta versión de La consagración de la primavera un extravío artístico con cargo al erario público
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POR JUAN HERNÁNDEZ
Cuatro millones de pesos costó la producción de La consagración de la primavera, versión del coreógrafo argentino Demis Volpi, con la Compañía Nacional de Danza, estrenada en el Palacio de Bellas Artes, inspirada en el ritual mexica, en el que se ofrecía un sacrificio al dios Xipe Tótec, en la víspera del equinoccio de la primavera.
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No obstante contar con la asesoría del arqueólogo Carlos Javier González, miembro del Proyecto Templo Mayor, la propuesta artística pone en evidencia la falta de comprensión que el coreógrafo tiene de la cosmogonía prehispánica.
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Volpi opta por la banalización del significado profundo y sagrado del sacrificio, que los mexicas ofrecían para la renovación del ciclo de la vida. La obra carece de profundidad conceptual, que permita tocar la dimensión del ritual, como elemento revelador del mito.
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Nombrado en 2017, “Joven Artista del Año”, por la revista Opernwelt –una publicación alemana mensual, especializada en ópera, opereta y ballet–, el coreógrafo presenta el desollamiento –en primera instancia, de la madre tierra–, desde una perspectiva burda y superficial.
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La danza se sustituye con parafernalia y la falta de propuesta de movimiento, como lenguaje central de la puesta en escena, se disimula en el potente aparato escenográfico, de Jorge Ballina, experimentado creador de proyecciones espaciales para el teatro, la ópera y la danza.
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En la puesta en escena se hace énfasis en la forma y se muestra poca pericia en el desarrollo dionisiaco, necesario para hacer fecundo el arte de la danza. La obra queda muy lejos de obras maestras, con el mismo título, que en su momento estrenaron Maurice Béjart, en 1972; Pina Bausch, en 1975, y Marie Chouinard, en 1993.
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Volpi recurre al cliché para figurar a los guerreros, a quienes viste de pieles amarillas y motas negras, que no le hacen justicia a la iconografía prevalecientes de los combatientes precolombinos. La representación de estos personajes resulta artificial y poco creíble, en términos de la verdad que exige el acontecer de la danza; como también lo es la estilización que el coreógrafo hace de las mujeres indígenas, a las que presenta con leotardos color carne, resaltando el vello púbico y las largas cabelleras en tiras.
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Al acudir al ritual del desollamiento para la renovación del ciclo de la vida, el creador deja pasar la oportunidad de sublimarlo en un hecho poético. La propuesta se perfila en la ruta del efectismo burdo, cuando el guerrero vencedor se cubre con la piel del desollado, que intenta, sin lograrlo, ser la figuración portentosa de un dios.
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Esta coreografía, en la que se invirtieron cuatro millones de pesos, en un país en donde los recursos para el sector cultural son limitados, resulta a todas luces una desproporción. La obra no sólo llega cinco años tarde a la celebración del centenario del estreno mundial de la obra en París, tampoco es resultado de un proyecto artístico de mediano y largo plazo de la Compañía Nacional de Danza, que sigue siendo una asignatura pendiente y urgente.
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El director artístico de la CND, Mario Galizzi, beneficia a su amigo y alumno con este encargo, que poco aporta en el terreno artístico y en la consolidación, más allá de la coyuntura, de la compañía de ballet más importante del país.
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A este extravío artístico, se suma otro encargo a Volpi, quien estrenó Ebony concerto, con la CND. Coreografía de diez minutos, con música de Stravinski, que no pasa de ser un entretenimiento, con base en la destreza técnica de los bailarines, quienes realizan una ejecución oficiosa, frente a la falta de una propuesta que les permita buscar el impulso vital, que dé origen al movimiento dancístico, para la manifestación del alma humana.
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Sobre La pavana del Moro, de José Limón (Culiacán, Sinaloa, 1908-Flemington, Nueva Jersey, 1972), nos limitaremos a decir que se montó paso a paso, respetando los estándares de la Fundación de Danza José Limón, Inc., pero se dejó de lado la parte histriónica, que Limón propuso para exaltar el aspecto fundamental de su obra: la tragedia humana.
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La Compañía Nacional de Danza sigue navegando sin rumbo. A dos años de asumir la dirección artística, Mario Galizzi no ha dado a conocer el proyecto artístico, necesario para la operación de esta agrupación; pero justifica su inacción cuando dice, en entrevista con este diario que: “me han dejado hacer a cuenta gotas… es una cosa institucionalizada, es el sistema, y a veces los sistemas son perversos…” (El Universal, Cultura, 19/03/2018).
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Mientras esto ocurre, seguimos a la espera de que la CND se convierta en el referente del arte de la danza que México necesita.
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Foto: La Compañía Nacional de Danza estrenó La consagración de la primavera, con escenografía de Jorge Ballina, y Ebony concerto, del coreógrafo argentino Demis Volpi, con música de Stravinski, así como una reposición de La pavana del moro, de José Limón, con música de Henry Purcell, y la interpretación de la Orquesta del Palacio de Bellas Artes, en esta ocasión bajo la batuta del director Sylvain Gasançon, en el recinto marmóreo. Se ofrecieron cinco funciones, una con música grabada, el 10 de marzo, y cuatro con orquesta, el 11, 13, 15 y 18 del mismo mes. / Irvin Olivares / EL UNIVERSAL
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