Terremotos y patrimonio cultural: una historia de horror

Mar 17 • destacamos, principales, Reflexiones • 42475 Views • No hay comentarios en Terremotos y patrimonio cultural: una historia de horror

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El especialista en patrimonio mundial y autor del libro La destrucción cultural de Iraq comparte algunos episodios en los que los sismos han acabado con monumentos arquitectónicos y el patrimonio cultural de ciudades como Jericó, Lisboa, Tokio, Alejandría, San Francisco y Puerto Príncipe

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POR FERNANDO BÁEZ

El 19 de septiembre de 2017 no va ser una fecha más en la historia de México: va a tomar tiempo para que la psiquis colectiva asimile el terremoto devastador de 7. 1 grados en la escala de Richter que sufrió el centro y sur del país. El saldo plausible es de 369 muertos, miles de heridos y daños en viviendas que necesitarán 100 mil millones de pesos para reparación y reconstrucción. El balance oficial es que este sismo —junto con otro que le precedió el 7 de septiembre— ocasionó daños parciales o totales en mil 821 inmuebles declarados patrimonio cultural. Otro efecto fueron las decenas de bibliotecas arrasadas, como la que encontré en San Gregorio, Xochimilco, al sur de la Ciudad de México. En Oaxaca pude ver bibliotecas aplastadas. La mirada dolorosa de sus pobladores, desamparados por el oportunismo electoral, no me impulsó a hacer las entrevistas que suelo hacer en esos casos.

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Mientras visito la Ciudad de México y los pueblos del interior para cumplir una agenda de actividades relacionadas con mis tareas, el 16 de febrero se repitió otro terremoto de 7. 2 grados unas horas después de abandonar la sede de EL UNIVERSAL y haber conversado con Julio Aguilar, editor cultural, sobre el efecto de los sismos sobre la herencia monumental mexicana.

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Este texto intenta exponer casos históricos para informar a los lectores sobre los efectos que podría ocasionar otro evento catastrófico en el país. Sugiero a los lectores prestar más atención a las crónicas que a aquellos “profetas del desastre” que hacen pronósticos sin ningún aval científico.

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El primer episodio que conocí de primera mano fue el sismo que se registró el 12 de enero de 2010 en Haití, adonde llegué el 21 de enero con un grupo de bibliotecarios con propósitos estrictamente humanitarios. El sismo de 7.5 grados, perceptible también en Cuba y en República Dominicana, acabó con 175 mil vidas humanas y dejó sin techo a millón y medio de habitantes. La magnitud del sismo fue equivalente a la explosión de 200 mil kilos de dinamita dentro de un granero. Como supe después, este fatal evento tenía antecedentes calamitosos en 1751 y 1770.

Militares franceses rescatan Serment des ancetres (Juramento de los ancestros), de Guillaume Guillon Lethiere en el palacio presidencial, luego del sismo que sacudió a Haití en enero de 2010. / AP

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La última vez que había estado en Haití fue en 2002, cuando visité la Biblioteca Nacional en busca de datos sobre el arruinado Palacio de Sans Souci y la ciudadela de Lafèrriere —construidas por el autoproclamado rey Henri Cristophe—, cuyas ruinas tantas nostalgias nos dejan. Ocho años después encontré por doquier escuelas derrumbadas y decenas de bibliotecas particulares bajo toneladas de escombros. Una de las más afectadas fue la librería Pléiade, la más grande de la ciudad y un centro de presentación de libros.

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A este desastre se sumó la caída de sitios como el Museo de Arte, Champs de Mars, Angulo Auto Rues y Capois. El casco histórico de la ciudad de Jacmel, que estaba a punto de ser declarado Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), se vino abajo. Con éste se perdió uno de los modos de vida de sus habitantes, cuya economía dependía de los viajes de cruceros. Para marzo de 2010 el debate haitiano más difícil era cómo evitar la demolición de los edificios de los siglos XVIII y XIX dañados por el sismo.

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Catástrofes como la de Haití en 2010 o la de México en 2017 –inesperadas, crueles– pueden repetirse en cualquier parte del mundo. Es posible que se esté repitiendo justo ahora. Ciudades enteras están a merced de un terremoto, un tsunami, un volcán, inundaciones o tormentas; los propios materiales de construcción no garantizan la permanencia. Hay suficientes argumentos (como la existencia de fallas tectónicas) para temer un megaterremoto en metrópolis como Washington, Los Ángeles, Nueva York, Sidney, Atenas, Roma, Ciudad de México, Tokio, Caracas, Madrid y Beijing, sólo por mencionar algunas.

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“La civilización existe por consenso geológico, sujeto a cambio sin notificación”, escribió sabiamente ese notable autor olvidado que fue Will Durant. La historia es un cementerio civilizaciones que pensaron que eran eternas, pero los desastres naturales las redujeron a simples ruinas.

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Jericó, de la que se asume es la primera ciudad en la historia del mundo, sucumbió ante terremotos en la época del Neolítico, pero hay miles de pruebas de campamentos volatilizados por sismos en el Paleolítico. Dos de los lugares más buscados han sido Sodoma y Gomorra, ciudades prósperas mencionadas en el Antiguo Testamento que habrían sido castigadas debido a sus múltiples pecados: “Yahvé hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego, destruyó estas ciudades y cuantos hombres había en ellas” (Génesis 19, 27-28). Los geólogos Graham Harris y Tony Beardow sustentan la hipótesis de que este desastre fue provocado por un terremoto y la posterior inundación bajo las aguas del Mar Muerto; otros sospechan que yacen bajo la arena.

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Las ruinas del Faro de Alejandría se desplomaron por el terremoto de 1303. De esta catástrofe tenemos el testimonio del viajero Ibn Battuta —que data de 1349—, quien ni siquiera pudo acceder a las ruinas. La última representación memorable del faro puede verse en el mosaico de la capilla de San Zenón de la Catedral de San Marcos, en Venecia, elaborado hacia el año 1201 d. C. En la pieza aparece San Marcos con otros dos pasajeros de un barco a la entrada del puerto de Alejandría con el faro frente a sus ojos. Los vestigios de este faro se pueden apreciar en el fuerte de esta ciudad, construido con parte de sus materiales en la época del sultán Kait Bey hacia 1447.

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En el año 2000 todavía se anunciaba que dos ciudades portuarias perdidas de la civilización egipcia por un terremoto habían sido encontradas bajo el agua. El arqueólogo francés Frank Goddio y su equipo advirtieron que habían localizado la ciudad de Heracleion, mencionada por Herodoto, y el barrio Manuthis de Canopus. En ambos sitios se han extraído esculturas, pedazos de templos y objetos de arte. Constantemente salen a la luz auténticas joyas.

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Desde inicios de este siglo, la hipótesis más interesante sobre la destrucción de la Antigua Biblioteca de Alejandría, atribuida erróneamente a los árabes por simple islamofobia —tomando en cuenta que salvaron el legado griego de Aristóteles y Euclides— sugiere que se debió a un sismo. Al menos 23 terremotos asolaron Alejandría entre los años 320 y 1303. Uno de los más devastadores se registró el año 365 d. C, que acabó con numerosas edificaciones. De hecho, el equipo de Goddio del Institut Européen d’Archéologie Sous-Marine, y los restos que he podido examinar, indican que lo encontrado en el fondo de las aguas del puerto son cientos de objetos y pedazos de columnas que demuestran el hundimiento en las aguas de parte de la ciudad de Alejandría tras un poderoso sismo.

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Si se trata de bibliotecas aniquiladas por sismos los casos son interminables. Para México el caso de Herculano puede ser de interés: fue una hermosa y pacífica ciudad de la Campania, en Italia, situada a unos pocos kilómetros de la fértil región de Nápoles. Vivían allí, aproximadamente, 5 mil habitantes, amantes de la buena vida, del sol y de la cultura. Hacia el año 63 d. C. sufrió un terremoto que redujo a escombros parte de las casas y mató a varios pobladores. Por desgracia fue sólo el anuncio de la erupción sobrevenida después. En el año 79 d. C. el volcán Vesubio sepultó toda la ciudad. En su testimonio, Plinio el Joven advirtió que todo quedó “cubierto como de nieve de una espesa capa de ceniza”.

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En 1752, el azar de una excavación arqueológica permitió encontrar en una villa la biblioteca particular de un pensador, con casi mil 800 rollos de papiro, escritos en griego, totalmente quemados, en pedazos, enterrados por miles de escombros producidos por las ondas sísmicas. Pertenecía a Lucio Calpurnio Pisón.

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Un episodio que describen con horror todas las crónicas disponibles es el del terremoto del primero de noviembre de 1755 en Lisboa, Portugal. En esa ocasión, además de la pérdida de miles de vidas humanas y de edificios antiguos, desapareció la Real Biblioteca de Portugal. Los libros que se lograron recuperar fueron transportados a Brasil, no sin dificultades, donde forman parte de los acervos de la Biblioteca Nacional.

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Más de siglo y medio después, el 18 de abril de 1906, a las 5: 12 de la mañana, un terremoto que duró 45 o 60 segundos acabó con 28 mil edificios de la ciudad de San Francisco, California, y dejó al menos 700 muertos. Uno de los edificios colapsados fue la biblioteca de la ciudad, famosa por contener manuscritos y piezas únicas saqueados a México por coleccionistas inescrupulosos. La llamada San Francisco Law Library, fundada en 1865, desapareció en esa catástrofe junto con 46 mil libros. Hace poco pude ver algunas fotos del desastre y me conmovieron profundamente.

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Japón también tiene un episodio de pérdida patrimonial. En el terremoto de 1923 desaparecieron 700 mil libros de la biblioteca de la Universidad Imperial de Tokio. Entre sus acervos había registros gubernamentales del siglo XIX sobre ciudades y villas japonesas. La Sala Max Muller, especializada en idiomas y religiones, las Salas Nishimura y Hoshino, donde se conservaban textos de historia y filosofía china antigua, también fueron severamente dañadas.

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En Centroamérica la pérdida de patrimonio más conocida se debió al terremoto que en 1931 destruyó la Biblioteca Nacional de Nicaragua, en la que se perdieron miles de obras, un evento que se se repitió en 1972.

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Otros casos más recientes son el terremoto de diciembre de 2003 en Bam, Irán, que acabó con toda la ciudad medieval y destruyó una colección esotérica de libros árabes que se encontraba en la biblioteca municipal. En este sismo murieron más de 40 mil personas, un hecho que no importó en Occidente, como es usual. Fue una noticia que se perdió entre notas de farándula y propaganda comercial que inunda los telediarios.

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Hace sólo dos años, en 2016, en Amatrice, Italia, 293 edificios declarados patrimonio cultural extraordinario quedaron en ruinas. A diferencia de otros casos, la Unesco y las comunidades de forma directa han trabajado siguiendo protocolos internacionales en los que participa Italia. Aún hay esperanzas de recuperar parte de lo dañado.

Vista aérea del centro histórico de la ciudad de Amatrice, Italia, luego del terremoto del 24 de agosto de 2016. /AP

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El siglo XXI ha convertido al planeta en un incontrolable depósito de ruinas, chatarras y fragmentos. Continentes, océanos, mares, ríos, montañas, desiertos, páramos, exponen millones de reliquias: 50 por ciento de la memoria del mundo ha desaparecido. Desde Atenas hasta Nueva Zelanda, pasando por los restos de lugares hundidos en el mar por terremotos y catástrofes innumerables, la tierra expone millones de reliquias. Hay decenas de miles de lugares que fueron alguna vez la representación más cabal de la sociedad y hoy son restos olvidados, mansos parajes debilitados por la incertidumbre.

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Cualquiera que tenga dudas, que visite esos templos mayas que se resisten a caer y, sin embargo, caen lentamente en pedazos ante la indiferencia de una sociedad que confía —con una ingenuidad decepcionante— en una transición digital para su supervivencia. Esta sociedad no alcanza a comprender la importancia que tiene la historia de estos monumentos que siguen recordándonos, enteros o en ruinas, que nuestra identidad depende de la capacidad para enfrentar toda adversidad para defender lo que somos y hemos sido para asumir con dignidad y claridad lo que seremos.

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FOTO: El sismo  del 18 de abril de 1906 en San Francisco, California, causó gran daño en el patrimonio histórico y cultural de esta ciudad, como la estatua del biólogo Louis Agassiz en la Universidad de Stanford. / W. C. Mendenhall – Photographs from the U.S. Geological Survey Photographic Library. Federal Depository Library.

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