Cord Jefferson y la hipocresía editorial

Mar 23 • destacamos, Miradas, Pantallas, principales • 5428 Views • No hay comentarios en Cord Jefferson y la hipocresía editorial

 

Ganadora del Oscar a “Mejor guion”, Ficción estadounidense realiza una parodia a través de un escritor frustrado quien, harto del status quo, satiriza y cuestiona los estereotipos afroamericanos

 

POR JORGE AYALA BLANCO
En Ficción estadounidense (American Fiction, EU, 2023), implacable debut del afroTVescritor arizoniano de 41 años Cord Jefferson, con libreto suyo basado en la novela Erasure de Percival Everett y ganador el Óscar al mejor guion (¿premio de consolación a la película más avanzada y cuestionante como en su tiempo El ciudadano Kane de Welles 41?), el rabioso afronovelista angelino cincuentón creativamente bloqueado Thelonious Monk Ellison (Jeffrey Wright explosivo y apabullante) agrede con un lenguaje racista/antirracista políticamente incorrecto a sus alumnos y es prácticamente enviado al exilio académico a la feria del libro de su Boston natal donde debe padecer el deterioro senil de su madre estoica Agnes (Leslie Uggams), la revelación de la secreta vida amorosa ilícita de su difunto padre, el infarto ante sus ojos de su lúcida hermana doctora Lisa (Tracee Ellis Ross), el desafío gay de su jocundo hermano recién salido del clóset Cliff (Sterling K. Brown), un perturbador romance demasiado tranquilo con la guapa afrovecina divorciada Coraline (Erika Alexander) y hasta el opacador triunfo de una calculadora afroescritora superventas Sintara Golden (Issa Rae), por lo que el sacudido buenazo Monk rechazado por las editoriales porque sus textos no son “suficientemente negros”, decide redactar de chiflonazo y cual burla máxima una irrisoria/autoirrisoria novela que explota con lenguaje soez todos los afroclisés y estereotipos de moda (negros raperos, drogadictos y asesinos violentos; negras jodidas y feministas que valerosamente emergen de su ghetto doble), al gusto de los blancos llenos de culpa que determinan el éxito, y le envía el resultado a su solidario agente Arthur (John Ortiz), quien, haciendo pasar el estropicio como las confesiones bajo seudónimo de un fugitivo de la justicia aún buscadísimo, logra colocarla de inmediato con una inescrupulosa editorial de bestsellers que lo convierte ipso facto en el facilista y superredituable fenómeno de la temporada, bajo el caprichoso e impronunciable título de Fuck, y consiguiendo una millonaria adaptación al cine por el infalible cineasta descerebrado Wiley (Adam Brody), generando con la colosal burla una bola de nieve capaz de arrastrar al atónito afronovelista hasta una cumbre insostenible, que será coronada por un Monk opulento y paradójicamente en pleno desastre moral, impelido a conceder como jurado (junto con su odiosa competidora Sintara) el máximo Premio Literario nacional a su propio libro-basura, aunque a la mera hora de la entrega se siente obligado a descubrir la verdad, autodelatándose, en rebeldía ética y temeraria contra esa inadmisible aunque suprema e ineluctable hipocresía editorial.

 

La hipocresía editorial maneja de manera gloriosa e intempestiva, como nadie antes en el afrocine estadounidense actual (quizá con excepción apenas del airado ensayo documental No soy tu negro de Raoul Peck 16), la paradoja intelectual, el humor autoirrisorio y la sátira desalmada carente de limitaciones y subterfugios, para poner en tela de juicio, tanto como en la picota artística, la estrechez de miras y temas de lo que en la actualidad se considera en EU la mejor ficción afroestadounidense, arremetiendo contra sus hipercomplacientes esquematismos simplistas y vilezas neodiscriminadoras-reduccionistas-sobajadoras encubiertas, haciendo que florezcan en contrapunto los diálogos agudos e incisivos (“Ni siquiera creo en las razas”/ “Pero los demás sí”// “Sólo quiero restregarles la mierda que publican”) y los méritos de un equipo técnico-creativo primordialmente femenino, en el quieto océano de imágenes deliberadamente pálidas de la fotógrafa Cristina Dunlap, bien balanceadas por la equilibradora edición de Hilda Rasula y la música de Laura Karpman más afable e insinuante que ambientadora.

 

La hipocresía editorial es respondida, en la maldita embriaguez de la condenada hora, una serie de notaciones y detalles privilegiados bajo el signo del hallazgo: el fraterno estertor postrero apenas atisbado en el espacio fractal de una sala de emergencias clínicas, el sagrado arrebato de furia en la gran librería al hallar las novelas propias relegadas al estante de los ensayos afroamericanos, la suntuosa piscina donde nada semidesnudo el invasor hermano gay en compañía de su amanerado séquito novedosamente antihomofóbico, la tristona alegoría infantil atemporal en la cima de la escalera donde el atribulado Monk pretendía reponerse de los encontronazos conceptuales conducentes a su aleve victoria inmerecida, pero sobre todo las episódicas epifanías del flechazo y la boda de la vieja afrosirvienta redonda Lorraine (Myra Lucretia Taylor) con el afropatrullero noblote Maynard (Raymond Anthony Thomas) en cuya celebración nupcial debe participar su factótum Monk para su inesperado trastorno sentimental y socavador duradero hasta los cimientos de sus ideas y creencias, las ideas que tiene y las presuntas creencias en que está, diría Ortega y Gasset.

 

La hipocresía editorial recurre en sus momentos más fuertes a una denuncia de la ficción ante sí misma, por sí misma y sólo para ella misma, tanto verbal y reflexiva como en paralelo, al eminente estilo Wes Anderson (Asteroid City 23), con enorme eficacia cuando Monk teclea el libro de éxito instantáneo ante sus altisonantes protagonistas ridícula y esperpénticamente melodramáticos sin piedad al escenificar a quemarropa el parricidio de todos tan temido-deseado, o magnificando la ficción en varios finales esplendentes, uno tras otro al autocorrector estilo rumano de Sexo desafortunado o porno loco (Radu Jude 21): el final autodelator al micrófono en los puntos suspensivos de la pantalla en negro, el final feliz de la reconciliación todoabstinente, o el final exterminador con salvaje acribillamiento policial de thriller ultraefectista.

 

Y la hipocresía editorial concluye tan acre cuan gozosamente devorándose a sí misma, tras aceptar la ansiosa soledad del genio creador.

 

 

 

FOTO: El libreto de Ficción estadounidense está basado en la novela Erasure de Percival Everett. /Especial

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