¿Un “Don Giovanni” yoreme… o rarámuri?

Mar 23 • destacamos, Miradas, Música, principales • 1914 Views • No hay comentarios en ¿Un “Don Giovanni” yoreme… o rarámuri?

 

Una esmerada ópera concertada por Gordon Campbell, nutrida por protagonistas emergidos del Taller de Ópera de Sinaloa, brilló en el Teatro Ángela Peralta

 

POR LÁZARO AZAR

In Memoriam Jorge H. Álvarez Rendón (1946-2024)
Maestro, cronista, paradigma y entrañable amigo

 

Además de ese magno monumento que es su Tetralogía, otro de los grandes aciertos de Richard Wagner fue el término Gesamtkunstwerk que acuñó para referirse a la ópera, y que podríamos traducir como “obra de arte total”. Lo que no dijo, fue que además de tener una gran imaginación –desde un principio, al momento de componerla, hasta el momento en el que todos los involucrados en su montaje presentan su trabajo ante el público-, es que para hacer una ópera “con todas las de la ley” hay que contar, también, con mucho, mucho dinero. Basta ver qué no le dio Ludwig II de Baviera para que viera cumplidos sus caprichos…

 

Tan es así, que lo estamos viviendo con esta administración que le dio la espalda a la Cultura al acatar ese austericidio republicano impuesto desde Palacio Nacional que, de pasadita, refrenda la validez de aquél dicho que reza “cúmplase la ley… en los bueyes de mi compadre”. Como nunca antes, la producción operística de Bellas Artes ha cosechado sus más lamentables tropiezos, aunque, sin ánimo de justificarlos, ¿qué tanto más podían hacer, con tan poco presupuesto?

 

Por ello, cuando veo florecer esfuerzos institucional y geográficamente apartados de la raquítica propuesta oficial, lo menos que puedo, es elogiarlos. Más aún, considerando cuán difícil es sortear la burocracia que implica calificar para un apoyo vía estímulo fiscal (Efiartes) y convencer a un contribuyente aportante, como INBURSA, para apostar por un montaje tan imaginativo como el del Don Giovanni mozartiano que voy a comentarles.

 

Presencié la función del sábado 16 en el Teatro Ángela Peralta de Mazatlán, a donde viajé para asistir al primero de los cuatro títulos operísticos que, a lo largo del año, presentará Escena 77 Producciones, la novel compañía que capitanea Patricia Pérez Aguilar, quien siguiendo el ejemplo de antecesoras tan ilustres como Esperanza Iris o la mismísima Peralta –que falleciera a escasos metros del teatro que hoy lleva su nombre-, desempeña con admirable solvencia el doble rol de cantante y productora ejecutiva.

 

Dos poderosas razones me animaron a realizar este viaje relámpago. La primera, fue que Gordon Campbell, el concertador, despertó mi curiosidad al confiarme que ésta sería una puesta muy poco convencional, “como lo había sido aquella que, hace cuatro décadas, involucró a Eduardo Mata y Juan Ibáñez”. El programa de mano anticipaba que presenciaríamos ese mítico “último minuto”, durante el que vemos pasar nuestra existencia cual vertiginoso flashback, y a decir de Rodrigo Caravantes, el director de escena, esta adaptación “plantea el concepto de la muerte a través de una estética que retoma como inspiración a las culturas del noroeste de México”, ya que para rarámuris, yoremes, mayos, yaquis y un sinfín de etnias y civilizaciones prehispánicas, “que convergen en muchas aristas de la cosmovisión de que, la muerte, no es más que un paso para continuar”. Así sea en el infierno, que es a donde es arrastrado Don Giovanni, según el libreto de Da Ponte basado en Tirso de Molina.

 

Para ubicar esta puesta en el contexto local, se encomendó a Juliana Vascoint la creación del vestuario y la escenografía, a Agustín Hernández la iluminación y el trabajo corporal (a manera de nahuales, los personajes debían reflejar cierta “animalidad”) y a Francisco de Luna las caracterizaciones. Hasta aquí, todo pintaba muy bien… en el papel. A la hora de los resultados, estos fueron disparejos: hubo momentos, como la escena final, donde la iluminación fue de gran belleza pero, la mayor parte del tiempo, parecía déjà vu del extinto Festival OTI. En contraste con el colorido vestuario de los protagónicos, cuyo mayor mérito era que retrataba bien, la escenografía sobre la que tanto se glosó diciendo que su “geometrización se pensó con grandes bloques, significando un pequeño laberinto como el de un cementerio prehispánico”, no pasó de ser un montón de estorbosos huacales forrados de gris, que ni con una buena dosis de peyote me habrían hecho evocar las “terrazas, jardines, palacios, escaleras y balcones” donde Don Giovanni realizó sus conquistas.

 

Más que destacar el pulcro desempeño de la Camerata Mazatlán y el Coro Ángela Peralta, agrupaciones locales, me llamó la atención que, en diferentes momentos, todos los protagonistas nutrieron su formación en el Taller de Ópera de Sinaloa, algunos con mejores resultados que otros. Empecemos por las sopranos: como Donna Anna, Karen Barraza tiene buena voz, pero, dada su tendencia a gritar, fue la menos mozartiana de las tres. Patricia Pérez no solamente cantó fielmente su Donna Elvira: también fue la que más se involucró con la gestualidad encomendada a su personaje, y como Zerlina, Fernanda Osuna me sorprendió con una linda voz, que –al igual que su pronunciación- debe trabajar mucho para lograr uniformidad de timbre en todos sus registros.

 

Si ella pecó de inexperta, el Masetto de José Miguel Lora lo fue aún más; no así su tocayo, José Miguel Valenzuela, cuyo breve rol del Commendatore le bastó para dejar una grata impresión gracias a su voz profunda y aterciopelada. Héctor Valle tuvo a su cargo a Don Ottavio, personaje para el que fue escrita un aria tan bella como demandante, Il mio tesoro… que abordó con corrección y cuidados matices, y aunque nos tuvo en vilo el par de veces que estuvo a punto de quedarse sin aliento tras las notas tenidas sucedidas por dobles corcheas (compases 24 al 29 y 43 al 48), creo que, en lo que más debe empeñarse, es en superar su rigidez corporal y lograr una mayor soltura escénica, problema que no tiene Pablo Aranday, quien, desde el inicio con su aria del catálogo, brindó un chispeante y bien fraseado Leporello.

 

No sé qué celebrar más de este Don Giovanni, tan esmeradamente concertado por el Maestro Campbell: si la decisión de omitir el conjunto final –concluyendo la ópera tal y como aparece en el libreto vienés de 1788, que funciona mejor dramáticamente-, o la extraordinaria intervención de Germán Olvera, dándole vida al protagonista.

 

Si estos días se presentó en México un barítono en plenitud, ése es el Maestro Olvera. Basta ver su agenda reciente para corroborarlo: tras hacer el estreno mundial de El caballero de Olmedo en el Teatro de la Zarzuela y un exitoso Don Pasquale en la Opéra Nationale de Lorraine, cantó Het Pand der Goden, de Helstone, en el Concertgebow de Amsterdam y su próximo compromiso es La viuda alegre en el Festival de Glyndebourne; en medio de ello, se dio “el placer de regresar”, aunque, en realidad, el placer fue nuestro: no recuerdo una versión más sutil y refinada de Deh, vieni alla finestra, la célebre serenata con obbligato de mandolina del segundo acto, ni a ningún cantante con tal dominio corporal para mimetizarse con el venado que, aquí, poseía el alma de su personaje.

 

Esa fue la segunda razón por la cual viajé a Mazatlán: escuchar a Germán Olvera, y aunque mis expectativas fueron superadas con creces, no faltó quien me dijera que, ya que le habían enmendado la plana a Da Ponte, bien hubieran hecho en actualizar la trama y hacer que el NarCommendatore le disparara a Don Giovanni mientras bailaba la Danza del Venado. ¡Ni que fuera narcoserie del Pigmenio!

 

 

 

FOTO: La función de Don Giovanni el sábado 16 de marzo en el Teatro Ángela Peralta de Mazatlán. Crédito de imagen: Cortesía Instituto de Cultura de Mazatlán

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