Cortés y la conquista como empresa particular

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Una vez concretada la Conquista de México, el capitán extremeño Hernán Cortés emprendió una serie de negocios que reconfigurarían la economía colonial de la corona española y del comercio mundial

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POR ANTONIO GARCÍA DE LEÓN

 

Cuando Cortés deje de ser un mito y se convierta en lo que es realmente —un personaje histórico—, los mexicanos podrán verse a sí mismos con una mirada más clara, generosa y serena.
[Octavio Paz, El Laberinto de la soledad]

 

Con motivo de los 500 años de la conquista y fundación de la Nueva España se ha desatado una argumentación que ignora muchas de las evidencias sobre la conquista y su principal protagonista, Hernán Cortés, capitán aventurero de variadas facetas —un Jano bifronte de pasado feudal y futuro capitalista—, empresario, urbanista y colonizador mudado en cruel villano por la leyenda Negra y por la irrupción de la conciencia criolla y el nacionalismo. Ya decía Braudel que “un actor, sea príncipe, monarca o simple hombre de negocios, puede ganar en el corto plazo para perder en el largo”1. Y es que después de la caída y rendición de la capital azteca, se consolidó un territorio, no como tierra arrasada, sino como un antiguo sistema tributario capturado en su cúspide por los conquistadores, intentando desde 1521 un nuevo emplazamiento a partir de la fundación de ciudades y el despliegue del comercio, la agricultura, la manufactura y la agroindustria.

 

La Corona española, desde un principio, estaba interesada en legitimar, bendecir y absorber para sus intereses los logros territoriales y económicos de una entre varias conquistas de la expansión europea de la época, que eran un entramado complejo de intereses particulares que terminarían por conformar el imperio español y otros imperios del Viejo Mundo. En la realidad de aquellos años trataba de poner sucesivamente bajo su control un proceso desatado de navegación, conquistas, poblamientos, migraciones forzosas y aprovechamiento de nuevos territorios en donde la iniciativa privada, con todos sus mecanismos de financiación y sed de ganancias, primaba sobre los intereses generales y veía de manera más real y prometedora la naciente redondez del mundo.

 

Así, la conquista de América, ingrediente indispensable de la primera globalización, fue una empresa exitosa que resultó en términos generales rentable en el mediano y largo plazos, dependiendo de créditos concedidos con elevados intereses, a veces tan altos que terminaron por arruinar a muchos emprendedores que fueron los que iniciaron la conquista de reinos y territorios, como sería el caso de Hernán Cortés. Se trataba de un escenario paulatinamente mundializado en donde la gestión del trabajo libre y esclavo, como empresa europea, vinculó al mercado africano con la misión americana de conquista, poniendo las bases de la “economía atlántica”. La agricultura, el comercio, las minas, la ganadería y la obtención de fuerza de trabajo eran dinamizados por una estructura reticular de prestamistas grandes y pequeños en los dos lados del Atlántico. Esto permitió que desde un primer momento, los colonos recurrieran a mecanismos de crédito que permitieran financiar con préstamos la mayoría de las empresas de búsqueda de oro de superficie y minas de plata, la organización de la propiedad de la tierra, la producción de azúcar, trigo, cebada y otros cereales, o bien, el comercio y la expansión hacia el norte minero y otras expediciones de conquista. En este contexto, los vínculos que mantenía Cortés con Lomellini y otros prestamistas, entre ellos con los banqueros alemanes de Carlos V —en especial con los Welser—, le permitieron contratar varios cargamentos de esclavos de Guinea y Cabo Verde para sus ingenios azucareros 2. Desde su estancia en Cuba, como alcalde de Baracoa, cultivaba vínculos de financiación con varios de los genoveses asentados en Sevilla —Marini, Usodimare y Lomellini—, para hacer posible la empresa de la conquista de México. Recordemos que uno de sus capitanes más leales ante sus adversidades haya sido Luis Marín —o Marini—, que tuvo en México una destacada actuación como conquistador, prestamista en las empresas de astilleros de la Mar del Sur, miembro del Cabildo de la ciudad de México y encomendero en Coatzacoalcos 3.

 

Así, desde el periodo inicial, Cortés intentó organizar la “Nueva España del Mar Océano” —como la bautizó desde su ascenso al Altiplano—, bajo la forma de un Reino lo más autosuficiente posible, algo que concibió al darse cuenta de la diversidad de nichos ecológicos, temples, climas y alturas que distinguían al nuevo territorio de todo lo anterior conocido en el Caribe insular, y del potencial que para la fuerza de trabajo representaban las densas sociedades mesoamericanas. Al ser limitado en su poder por la Primera Audiencia enviada por la Corona y por el primer virrey, decide trasladarse a España, en donde obtiene con gran esfuerzo político la merced perpetua del emperador, la concesión real conocida como el Marquesado del Valle: un Estado dentro del otro, con relativa autonomía y que concentra para sí más de 60 pueblos de indios y sus tributos (incluyendo esclavos indios que eran comunes en la primera fase de la colonización) y las mejores tierras agrícolas de la Nueva España, distribuidas desigual y discontinuamente en la parte central del virreinato: Coyoacán y Tacubaya en el valle de México, el valle de Toluca, Charo en Michoacán, el valle de Cuernavaca y cuatro villas anexas, el valle de Oaxaca y la ciudad de Antequera, la región de Jalapa del Marqués y Tehuantepec en el Istmo y el territorio discontinuo de una antigua provincia tributaria de los aztecas en el Golfo de México (La Rinconada, Cotaxtla y Los Tuxtlas), contando además con acceso directo al puerto de Veracruz, cuyo cabildo fuera fundado por él desde abril de 1519 y que permitirá el flujo de sus propias mercancías de ahora en adelante.

 

Lo que podemos deducir es que Cortés trató de implantar en el Marquesado algunas de sus ideas rechazadas en las Ordenanzas dadas desde la ciudad de México 4 (en donde fue, entre otras cosas el primer “obligado” o introductor de carne bovina) y constituir un Estado favorecedor del mestizaje en donde la población indígena no sería necesariamente segregada en “repúblicas de indios”, sino que viviría interactuando con los españoles, los mestizos y los negros y mulatos libres y esclavos. Originalmente intentó también obtener para su Estado el control de los puertos del Pacífico, que se asociaban a su proyecto de continuar los avances hacia el Lejano Oriente, algo que finalmente no le fue concedido. Conocía bien las limitaciones de crear simples enclaves de plantación como los del Caribe insular y, por lo mismo, pretendió desarrollar un orden lo más diversificado y autosuficiente posible mientras era obstaculizado por el famoso Juicio de Residencia, que marcó muchas de sus vicisitudes desde poco antes de su primer viaje a España. Incluso sus ingenios, el de Tuxtla en el Golfo y el de Tlaltenango en Cuernavaca, no eran simples empresas azucareras, sino que se desarrollaron como unidades muy diversificadas de cultivo de caña, maíz comercial, excedentes agrícolas y cría de ganados bovino y caballar, así como de moreras, pretendiendo iniciar una industria de la seda en toda forma (algo que sería limitado después por las tendencias monopólicas de la Corona). Eran en el trópico húmedo, como lo hace notar Ward Barrett 5, “la única actividad agrícola en gran escala, con empleo de maquinaria pesada y elaborados equipos de transporte en esas zonas climáticas”. Nada que ver con los ingenios del Brasil en esa época, que surten al mercado europeo y se basan exclusivamente en la producción de azúcar y la explotación intensiva de la fuerza de trabajo esclava proveniente de África. Se da así la originaria formación de una economía de mercado interno, protocapitalista, en donde la convivencia de esclavitud y trabajo libre como estructura originaria nos obliga a tener en cuenta la discusión sobre la esclavitud considerada como excepcional, limitada y antieconómica en la Nueva España.

 

Los pueblos de su Marquesado no fueron tampoco organizados como “repúblicas de indios”, a la manera de la Nueva España, sino como “villas”, ostentando con esta denominación el mismo estatus jurídico de los primeros asentamientos españoles; lo que derivó en conflictos con la Audiencia de México y en fuertes alianzas con “señores naturales” y caciques locales indios cuyo poder no sería disminuido en la medida en que se ostentaran como leales vasallos del Marqués, un poder conferido por Cortés que los legitimará hasta después de la independencia: como sería el caso de las cuatro villas de Morelos, las villas de Santiago y San Andrés Tuxtla en el sur de Veracruz, Jalapa del Marqués en el Istmo de Tehuantepec, Charo en Michoacán y otros enclaves de nobleza indígena empoderada por estas primeras atribuciones y mercedes del conquistador. Pero después de varios pleitos, de muchos roces con la primera Audiencia y eventualmente con varios miembros de la corte, se vio obligado a partir a España a defender sus intereses por segunda ocasión, muriendo allá a finales de 1547.

 

Lo que finalmente vino a darle la razón y el sentido a su proyecto fue la crisis europea de mediados del XVI, originada en gran medida por la llegada creciente de plata americana, que se extendió causando hiperinflación por todo el viejo continente y que obligó a los virreinatos a una mayor independencia productiva al disminuir el flujo de las importaciones. Es entonces cuando gran parte de su producción de azúcar, granos y ganados, y la de otros productores (principalmente los indios), mostraron su valor y abastecieron de manera más regular a los mercados regionales de México, Valladolid, Querétaro, Puebla, Antequera, Mérida y otras nuevas y viejas ciudades, valorizando las nacientes estructuras coloniales…

 

Así, terminada en poco tiempo la conquista violenta del Altiplano, se gestó un orden novohispano crecientemente autónomo y complejo que dejaría su huella: constituyéndose en el embrión de la posterior nación pluriétnica mexicana.

 

Notas

1.- Fernand Braudel, Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-XVII. Alianza Editorial. Madrid, 1984.

2.- Charles Verlinden, «Le génois Bernardo Lomellini, homme d’affaires du Marquisat de Fernand Cortes au Mexique». Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas. No. 4, 1967. Pp. 176-184.

3.- Véase mi libro: Tierra adentro, mar en fuera. El puerto de Veracruz y su litoral a Sotavento, 1519-1821. Fondo de Cultura Económica, 2014; en especial Cap. 1: “Contornos de un litoral cautivo”.

4.- Hernán Cortés, Ordenanzas de buen gobierno dadas por Hernando Cortés para los vecinos y moradores de la Nueva España [1524]. José Porrúa Turanzas Editor. Madrid, 1960.

5.- Ward Barrett, La hacienda azucarera de los Marqueses del Valle (1535-1910). Nuestra América. Siglo XXI Editores. México, 1977. P. 18.

 

FOTO: Hernán Cortés en un retrato del siglo XVII. Museo Nacional del Virreinato./ Especial

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