Ali Abbasi y la otredad trágica

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En Criaturas fronterizas, una agente aduanal con rasgos de troll es valorada en su trabajo sólo por sus capacidades olfativas, aun cuando tiene otros atributos que la ponen en conexión con su entorno

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POR JORGE AYALA BLANCO

 

En Criaturas fronterizas (Gräns/ Border, Suecia-Dinamarca, 2018), diferencialista opus 2 del iraní transterrado de 37 años Ali Abbasi (cortos: Policía relajándose tras el deber cumplido 08 y M de Markus 11; primer largo ya escandinavo: Shelley 16), con guion suyo, de Isabella Abbasi y John Ajvide Lindqvist basado en la novela Frontera de éste, la agente aduanal autoconscientemente deforme Tina (Eva Melander monstrificada archisegura) se pasea con solitaria melancolía por los muelles, protege amorosamente a los insectos, tolera en su cabaña al obsesivo entrenador canino Roland (Jörgen Thorsson) con quien se niega a tener contacto sexual y, pese a su figura neanderthalesca, la mujer resulta imprescindible en su trabajo, gracias a sus dotes excepcionales para oler literalmente contrabandos y husmear con sus narinas inquietas cualquier intención de hacer el mal, como las de ese detentador de pornografía infantil que mejor se la traga al pasar a revisión, pero en cierta ocasión la indiferente dama superfuncional y diferente se topa con el portador de larvas foráneo Vore (Eero Milonoff ambiguo) que exhibe las mismas revulsivas características físicas que ella y que al ser revisado se revela poseedor de vagina en lugar de pene, se deja compartir gusanos sabrosos por él, descubre que ambos comparten además cicatrices hasta en el rabo y una rara atracción por los rayos de las tormentas, inicia un nocturno romance deambulatorio a su lado para acabar penetrándolo con una extraña tripa emergente de sus hondos genitales, lo aloja en un anexo de su morada y luego dentro de ésta tras expulsar al abusivo Roland, entra en crisis luego de averiguar por su falso padre en el asilo (Sten Ljunggren) la oculta mentira de su origen (adoptada en un psiquiátrico de los 70s donde se practicaban poshitlerianos experimentos eugenésicos con trolls como ella) y, al tiempo que ayuda a su enteca amiga policía Agneta (Ann Petrén) en su investigación sobre tráfico de bebés, pronto se hará patente que éstos pequeños han sido paridos por el ambivalente adorado Vore a modo de gigantescos óvulos desechables puestos a crecer dentro de un refrigerador sellado, al tiempo que los auténticos retoños humanos deben ser sacrificados como revancha por las persecuciones sufridas por esa otra especie que ahora llama a la conflictuada Tina, para huir junto con el vengador encubierto Vore a bordo de un ferry hacia un conglomerado de trolls en Finlandia, y así cumplir con los designios de una avasallante otredad trágica.

 

La otredad trágica aglutina elementos diversos de múltiples dimensiones genéricas, o posgenéricas, y pregenéricas, al ir afirmándose sobre la marcha, a la vez o sucesivamente, como un crispado melodrama thriller noir con pedófilos sádicos y tráfico de infantes, un pavoroso y truculento neofolletón de misterio sin cesar reinventado, una fábula sin moraleja a base criaturas cuádruplemente fronterizas (entre un país y otro, entre géneros sexuales, entre entes limítrofes e inubicables, entre la pesadilla horrorífica y la distopía cienciaficcion), una apasionada cinta romántica e incluso idílica sombría allí donde menos se le esperaba con esos desnudos de la pareja empiernada en el lúgubre bosque antes del amanecer, una supravivenciada fantasía truenacocos a lo revista de historietas alrededor de una Tina neanderthal tardía y aspirante a Guasona (Phillips 19) en la que todos los espectadores pueden proyectar sus malestares psicóticos y anarcosociales, una vivisección realista aunque quasi subliminal de los crímenes contra los seres diferentes del opuesto contiguo y del cruel uso y desuso de ellos, una extraña alegoría medieval nórdico-mórbido con trolls y sustitutos e hiists cual mínimos íncubos y súcubos venidos de los confines siniestros del universo o del fondo de los tiempos, una meditación profunda y circular y tautológica y plural en torno a la otredad trágica como premisa y conclusión, o así.

 

La otredad trágica conjuga en su más alto nivel de cálculo tranquilo imágenes abismales y vertiginosas que llegan horadantes al subconsciente, merced a una fotografía cruda y seca de Nadim Carlsen, una edición tajante como guillotina de Olivia Neergaard-Holm y Anders Skov pero capaz de ponderar la caricia a un zorrito tras un cristal o crear empatía hacia la brutoirracional atracción erótica monstruosa, una música letárgica de Christoffer Berg y Martin Dirkov, y sobre todo un eficaz maquillaje prodigioso de cuatro horas por jornada (al estilo Jean Marais en La bella y la bestia de Cocteau-Clément 46) que concede una densa desazón lindante con lo grotesco medular siempre oscuro intrigante.

 

La otredad trágica acaba proponiéndose, en suma, como un cuento filosófico acerca de la diferencia y todas sus conexiones posibles, la diferencia como reconocimiento de la alteridad (Tina reconociendo a Vore), la diferencia suprema como oposición entre diferencia externa (la alteridad propia: Tina reconociéndose en Vore) y la diferencia interna (la alteridad asumida y conquistada: Tina desconociendo a Vore como único horizonte y destino), la diferencia como único, verdadero y subrepticio Theatrum Philosophicum de la crueldad de Artaud, ya “no será por tanto un teatro del inconsciente” (Derrida), sino más bien casi al contrario “un teatro de la conciencia y la lucidez manifiesta”, o séase, el relato de Abbasi no permanece “solo en el elemento de una diferencia ya mediatizada por la representación”, diría Deleuze, “un concepto de la diferencia que no se reduce a la simple diferencia conceptual, sino que reclama una idea propia, como una singularidad en la idea”, para así reapropiarse de su esencia, por encima de la repetición, su diferencia sin concepto e irrepetible.

 

Y la otredad trágica culmina como una pieza de poesía sublime con esa deshecha y desecha Tina sobreviviendo a su frágil condición intermedia de troll humanizada o bestia angelical volcando su ternura sobre un bebé de paquete foráneo con cola.

 

FOTO: Border está basada en el cuento “Gräns”, del escritor sueco John Ajvide Lindqvist. / Especial

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