Una doble crisis en medio de nuestro populismo

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A la contingencia de salud que se avecina se suma una recesión global que amerita decisiones de Estado eficaces y que resguarden la economía y el bienestar de un pueblo que ve en juego su futuro

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POR SALOMÓN CHERTORIVSKI

l escenario está anunciado: el sistema de salud se enfrentará, muy probablemente, a una demanda inusitada de recursos humanos, insumos médicos y financieros para los cuales ningún gobierno en el mundo está preparado y, por otro lado, a una crisis económica derivada de la suspensión cuasi completa de la actividad económica cotidiana.

 

Pocas veces en la historia moderna, hemos enfrentado un reto tan enorme, en el que se tenga prioritariamente que salvar vidas, pero al mismo tiempo intentar proteger el ingreso y empleo de millones de personas. Hoy quizá, más que nunca, se requiere de un Estado –con mayúsculas– tomando decisiones y actuando en consecuencia de la gravedad de la situación. Para hacerlo bien, se estima que dichas acciones tendrían que estar basadas en evidencia, sustentadas en el saber científico.

 

Esta pandemia nos llega al mundo y en particular a los mexicanos, en un momento de profunda debilidad del Estado.

 

Llevamos una generación, casi cuarenta años en la que el crecimiento económico que protagonizaron algunos países como China contrasta fuertemente con el aumento de la desigualdad en casi todo el orden, luego sobrevino la gran crisis de 2008-2009. Millones perdieron su empleo, sus sueldos, la hipoteca de su casa, y al cabo su esperanza. En ese escenario, el surgimiento de nuevos liderazgos, que le hablaron directo a quienes fueron ninguneados, resultó natural. “Volveremos a traer la fábricas a Detroit y para ello construiremos un muro”. Surgen pues, populismos, lo mismo de derecha que de izquierda. Trump, Bolsonaro, Duterte, Osban, y un triste largo etcétera. Todos con comunes denominadores, todos ellos son misóginos, anti-migrantes, anti-evidencia (anti-ciencia).

 

Hemos visto de manera constante la toma de decisiones de gobierno sin los más mínimos elementos de un diagnóstico, que tome en cuenta las evaluaciones disponibles, los estudios e investigaciones sobre las políticas. Por el contrario, vemos la toma de decisiones versada en prejuicios y ocurrencias. Vemos un desprecio reiterado a lo científico y técnico: y como uno de sus múltiples resultados, el abandono del presupuesto dedicado a ello.

 

Sólo como ejemplo: en Estados Unidos, Trump por cuarto año consecutivo eliminó o recortó el financiamiento de diversas instituciones científicas además de los Institutos Nacionales de Salud (The National Institutes of Health), el Instituto Nacional de Ciencia (The National Science Foundation); o Bolsonaro en Brasil recortó drásticamente el financiamiento al sistema federal de educación superior.

 

El mismo fenómeno tuvo una traducción en México. Los presupuestos para la investigación, ciencia y tecnología, están en mínimos históricos cuando más los necesitamos. Desapareció el Sistema de Protección Social en Salud y su brazo operativo el Seguro Popular, justo en la antesala de una pandemia mundial que nadie podía predecir, con un impacto directo en las capacidades del sistema para cubrir las necesidades de atención a la salud. O bien, en el área económica desapareció ProMéxico y el Instituto Nacional del Emprendedor que en estos momentos podrían haber representado una herramienta clave para el programa emergente necesario.

 

La denostación en contra de los servidores públicos es todo un signo sexenal sobre todo aquel técnico o especializado. Se repite una y otra vez, una falsa dicotomía. El ejecutivo dice que quiere funcionarios públicos 90% honestos y 10% capaces. La sociedad necesita funcionarios 100% honestos y 100% capaces. Muchos de los funcionarios con amplia experiencia y conocimiento en las áreas de salud, hacienda, banca de desarrollo, entre otros, fueron reemplazados. Funcionarios que tanta falta están haciendo en estos momentos de crisis en los que la toma de decisiones informada y una ejecución eficiente es apremiante.

 

Un elemento adicional es la austeridad mal entendida: recortes a programas presupuestarios y disminución en las compras de gobierno. El gasto gubernamental se redujo en 0.1% en términos reales durante el 2019 en comparación con el año anterior.

 

En medio, sobrevienen dos crisis que demandan acciones inmediatas y contundentes por parte del Estado. Se está haciendo tarde. Se debe atender la crisis sanitaria y lograr atenuar el crecimiento del contagio del Covid-19, “lograr que la curva se aplane”, para que con ello los servicios de salud se saturen lo menos posible y así disminuir la pérdida de vidas evitables. Y en paralelo, no después, atender la emergencia económica que se vislumbra como la más grande depresión en las últimas décadas. Para ambas se requieren medidas urgentes ¡YA!

 

En la atención de una crisis sanitaria es inescapable que el gobierno tome decisiones y las mandate a la ciudadanía, la ambigüedad no sirve. Siempre habrá tensión para la toma de decisiones, cuando se requieren medidas como el distanciamiento social que trastocan la vida cotidiana de más de 126 millones de personas. Esta tensión se manifiesta entre las recomendaciones y acciones que provienen de la ciencia y la racionalidad de los técnicos (plasmada en modelos matemáticos que muestran en fríos números el costo de vidas humanas); y el miedo que la incertidumbre genera en los ciudadanos y los actores públicos, económicos y sociales.

 

El elemento central para romper dicha tensión es que la autoridad sanitaria sea quien tome las decisiones. Es la autoridad la que tiene que mandatar cuáles son las directrices para individuos e instituciones, incluyendo qué medidas y en qué momento se deben aplicar. Si la autoridad renuncia a esta obligación se propaga la incertidumbre y cada quien asume lo que puede o le conviene hacer. Se genera anomia. Las reacciones resultan muchas veces exageradas (puesto que son tomadas bajo incertidumbre y miedo), descoordinadas y a destiempo. Por ejemplo, si en varias semanas la autoridad no indica qué se espera que hagan las universidades o empresas, es muy natural que un rector o directora general tome una determinación, y cuando esto sucede, es también muy entendible que otros actores repliquen la conducta del primero pues no podrán cargar sobre sus hombros el peso del “qué tal si pasa y no actué”. Insisto, la autoridad sanitaria es la única que puede equilibrar entre lo racional y el miedo. La ausencia de la autoridad genera un vacío que se llena rápidamente con temor ante la incertidumbre.

 

Entendiendo que es sólo la autoridad la que toma las decisiones, con directrices claras y guías para los distintos actores de la sociedad. No sólo hay que decir qué hacer, sino también ser muy claro y explicar con transparencia y precisión qué no hacer. En el ejemplo previo de las universidades y empresas era pues necesario definir con mucha puntualidad lo que se esperaba de ellas y en qué momento. Es la autoridad la responsable de determinar cuáles deben permanecer abiertas, cuáles cerrar y en qué momento, así como establecer las medidas de higiene a seguir de aquéllas que continuarán abiertas. Si no hay absoluta claridad, el resultado será la confusión y el desorden de masas como el que vimos todavía hace poco tiempo.

 

El siguiente paso, una vez que la autoridad determina las directrices, es comunicarlas con mucha claridad y con todo el alcance posible. En esta época de múltiples espacios informativos, de redes sociales, si la autoridad no llena los espacios para comunicar con precisión y claridad qué espera de cada ciudadano, otros llenan los canales y regresamos a que cada uno toma sus propias decisiones.

 

Así como es la autoridad la única que debe tomar decisiones es también fundamental que sea congruente con sus propios lineamientos. En este sentido, el sábado 28 de marzo, la autoridad sanitaria, con tono angustiante, pidió a los mexicanos que permaneciéramos en casa. No obstante, al día siguiente, el presidente continuó su gira por el norte del país esgrimiendo, claro, su excepcional “fuerza moral”.

 

Estamos ya de lleno en la fase 2 y es altamente probable que en las próximas semanas veremos incrementos relevantes en el número de casos, muy probablemente lleguemos a las decenas de miles. Con ello tendrán que aumentar las medidas restrictivas en cuanto al contacto físico. Será más importante que nunca la presencia de la autoridad con directrices claras y concretas, acompañadas de una buena comunicación y la congruencia de la autoridad misma.

 

Con la evidencia que hoy tenemos, seguramente la duración de la primera curva de bell de la epidemia en México, durará unos 100 días. Dos cosas podrían reducir la duración: la naturaleza, si se comprobara la hipótesis (aún no publicada en revistas especializadas) de que el calor arriba de 25 grados centígrados, y la humedad, hacen más difícil la transmisión del Covid-19. La otra, la ciencia, que en las próximas semanas se confirme un medicamento efectivo para contener el virus. Hoy en día, hay por lo menos, 70 medicamentos que se están probando en cuanto a su eficiencia y seguridad. Es probable que alguno de estos resulte exitoso.

 

Además, serán relevantes el número de pacientes severos que requerirán internamiento de terapia intensiva en nuestros hospitales. Hay que decirlo, ningún país está preparado para incrementos tan abruptos en la demanda de servicios. Pero también toca decirlo, a nuestro país, esta pandemia, nos regaló tres meses para prepararnos y desaprovechamos ese tiempo. Hasta el inicio de abril, no habían llegado más ventiladores mecánicos a los hospitales habilitados para Covid-19, las quejas por falta de insumos básicos para la seguridad del personal medico y de enfermería eran constantes. Tenemos una pequeña ventana de oportunidad para hacer esto rápido, un par de días quizá. Qué bueno que ya se publicó en la edición vespertina del Diario Oficial de la Federación del viernes 27 la declaratoria de acciones extraordinarias en materia de salubridad y posterior a ello el decreto con algo de detalle de las acciones y las directrices por parte de salud, pero quedó flojo.
La segunda crisis es la económica, muy probablemente de dimensiones mucho mayores que la del 2008. Requerirá de una masiva intervención del gobierno en lo inmediato. Se deben procurar asegurar los ingresos y empleos de millones de mexicanos que ya se están viendo afectados y que, para quedarse en casa, requieren de lo básico para sostenerse.

 

El inicio de la crisis sanitaria ocurrió en un momento de franca debilidad. Las proyecciones de crecimiento económico, más optimistas, oscilaban entre 0% y 1%. Estancamiento real. Los nuevos datos ante la pandemia apuntan a una clara recesión. El reporte de Crédit Suisse estima que la economía mexicana sufrirá una contracción del 4% en el 2020, otros bancos como J.P. Morgan estiman caídas mayores de hasta el 7% anual.

 

Ante la debacle económica llaman la atención la renuncia a la ortodoxia de inmensos sectores empresariales, académicos y profesionales que exigen una masiva intervención del Estado. Y los ejemplos que han dado los gobiernos de Canadá, Estados Unidos y Europa con anuncios de inyecciones masivas a sus economías, ya no medidos en porcentajes del PIB sino en meses enteros del propio PIB.

 

El gobierno mexicano, al contrario, ha decidido postergar cualquier toma de decisiones referente a un paquete económico para atenuar la recesión que tenemos enfrente. Dentro de la lógica que le ha caracterizado, esta administración ha enfocado sus esfuerzos a la reorganización del gasto sin la aportación de más recursos o apoyos económicos sustantivos.

 

Ante las dudas del gobierno, el Consejo Consultivo Ciudadano “Pensando en México” presentó un primer esbozo de propuestas ante la crisis económica que enfrentamos. Se trata de propuestas inmediatas, de corto plazo y de mediano alcance. Aquí una parte del documento “Un Plan de Contingencia: COVID-19”:

1. Que el Estado se convierta en una figura de pagador de último recurso que consiste en adquirir los bienes y servicios de las empresas durante el periodo de parálisis económica. Con ello se podrá garantizar el flujo de los negocios y el empleo de los trabajadores.
2. Postergar las declaraciones anuales de impuestos y los pagos de servicios.
3. Ampliar los montos de los programas sociales existentes, particularmente duplicar la pensión de adultos mayores.
4. Crear un enorme programa de seguro de desempleo.
5. Desarrollar un programa de ingreso para los trabajadores no asalariados y las pequeñas unidades económicas.
6. Plantear un agresivo programa de inversión en infraestructura.
7. Replantear la cartera de inversión de Pemex.
No nos estamos jugando la economía del 2020, sino la de la próxima generación, tendremos que contraer deuda y gastar, gastar y gastar. Las dos crisis, que llegaron, requieren como nunca un gobierno fuerte, que tome medidas basadas en evidencia, con servidores públicos profesionales listos para implementar las medidas y gastando recursos. Es decir, México y el mundo, requieren en estos momentos, gobiernos muy diferentes a los populismos que se gestaron en la última década. El tema es si habrá esa resiliencia o si feneceremos en medio de la terquedad.
FOTO: Aspecto de la Central de Abasto de la Ciudad de México, donde compradores y locatarios han tomado medidas para evitar contagios de Covid-19./ José Pazos/ EFE

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