Esa tierra en crisis que fue Moldavia: entrevista con la escritora Tatiana Tibuleac

Nov 26 • Conexiones, destacamos, principales • 3138 Views • No hay comentarios en Esa tierra en crisis que fue Moldavia: entrevista con la escritora Tatiana Tibuleac

 

En El jardín de vidrio, la autora retrata una pequeña comunidad de Chisináu, la capital moldava, durante los últimos años de la URSS. A través de los ojos de una niña huérfana, se van desvelando los problemas de esta tierra, dividida entre la cultura adoptada del bloque soviético invasor y su antiguo orgullo rumano. Traducción de la entrevista: Amanda Sucar

 

POR SOFÍA MARAVILLA
La guerra en Ucrania ha tocado las heridas en la memoria de quienes vivieron en carne propia los años más severos de la antigua Unión Soviética. Cada país que otrora conformara el legendario bloque tiene su particular forma de recordar este episodio. En el caso de Moldavia, situada al norte de Ucrania, es la escritora y periodista Tatiana Tibuleac (Chisináu, 1978) quien recorre esas cicatrices a través de los fragmentarios recuerdos de la huérfana moldava Lastochka, la protagonista de El jardín de vidrio (Impedimenta, 2021).

 

Situada en los años próximos a la Perestroika, la historia comienza cuando Lastochka es adoptada por una botellera rusa, Tamara Pavlovna, quien la explotará laboralmente, sí, pero, a su particular manera, la educará como si fuera su propia hija, en medio de una comunidad habitada por llamativos personajes: héroes soviéticos que mueren en el olvido, hermosas prostitutas que padecen amores no correspondidos, niños solitarios o crueles, judíos expulsados de toda tierra prometida… seres en los que la identidad se encuentra en perpetua crisis, y que, a juicio de una servidora, “metaforizan” la realidad moldava de ese entonces, como Lastochka parece expresarlo en varios momentos de la trama, pues al mismo tiempo que está fascinada con la lengua rusa, hablada por su abusiva y orgullosa madre adoptiva, entrará en contacto con el resto de amiguitas moldavas, donde sentirá un pujante deseo por pertenecer a esa tierra a la que se le ha negado el origen… tal como ella misma, Lastochka, fue despojada de sus padres.

 

Al inicio del libro, la misma Tibuleac comenta respecto al moldavo que es una lengua “que no tuvo que haber existido”, y es que, en principio, se trata del rumano “vaciado” de sus caracteres latinos y obligado a ser escrito en cirílico… y vuelto a vaciar de esa identidad provisional al ser reclamado, durante los años de la disolución de la URSS, por los nacionalistas rumanos. Este conflicto Tibuleac lo simbolizará de la manera más hermosa: a través de la imagen del joven Radu, profesor de lengua rumana que llega a vivir a la comunidad de la pequeña Lastochka, quien se quedará prendada de él, mas siempre lo verá como un idilio inalcanzable del cual ella es perpetuamente echada desde su condición moldava.

 

 

Usted comenzó como periodista. ¿Cuándo dio el salto a la literatura de ficción?
En realidad, no creo haber dado ese salto por completo, ni sé si quiero hacerlo. Algunos dicen que mi escritura aún conserva el cinismo propio de los periodistas, y me parece que a veces todavía pretendo ser igual de justa con todos los personajes, lo que también es un rasgo periodístico. Por lo demás, recuerdo muy claramente cómo el primer libro (El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, Impedimenta, 2019) surgió por aburrimiento, por nostalgia del idioma que ya no hablaba en un país extranjero y, probablemente, por necesidad.

 

Me parece que en El jardín de vidrio hay una reflexión sobre la identidad moldava a partir de la vida de su protagonista, Lastochka, una huérfana adoptada por una anciana rusa, como si fuera una metáfora sobre Moldavia. ¿Por qué decidió escribir esta historia, y además en ese formato fragmentado?
No necesariamente pensé que sería un formato, más bien una forma de escritura, o de manera más simple, una cierta forma de recordar el pasado. Nunca logro recordar una cosa de principio a fin sin hacer todo tipo de pausas. Es como ir en un autobús, sabiendo que, aunque mi parada final es la terminal, de todos modos me bajaría en cada parada, me sentaría allí un rato y tomaría el siguiente autobús. Escribí este libro probablemente porque después del primero, en el que corrí lo más lejos posible del lugar donde nací, sentí la necesidad de regresar. Entre muchas otras cosas, escribir es para mí una forma de disculparme, de reparar el pasado, de hacer las paces con lugares y personas con las que me he peleado. Después de El jardín de vidrio no estoy segura de volver a ese ámbito de la escritura. Ahora me interesan otras cosas.

 

Para aquellos que no están tan familiarizados con la historia de Moldavia, ¿podría hablarnos un poco sobre la identidad moldava y los aspectos más importantes de su historia política, y cómo estos crean el escenario social y político de El jardín de vidrio?
Es bastante ambicioso concentrar la historia de un país en tres frases. Pero si lo intentara, sonaría a algo así: en el pasado, Moldavia era parte de Rumania. En un momento estuvo bajo el régimen soviético y los soviéticos les dijeron a los nativos que a partir de ese momento no tendrían nada en común con sus hermanos rumanos. Su idioma se llamaba moldavo y se escribía con un alfabeto distinto. Hubo muchos cambios de rumbo, por supuesto, hubo una desnacionalización masiva, que continuó durante más de medio siglo. Los que no estuvieron de acuerdo fueron asesinados, deportados, destituidos de sus cargos. Moldavia se convirtió en una república independiente hace tan sólo 30 años y volvió al alfabeto latino. Pero, mientras tanto, los besarabianos no se convirtieron ni en rumanos ni en rusos.

 

En su libro encontré la idea de la lengua como forma de constitución de comunidades. Lo vemos, por ejemplo, en Tamara Pavlovna como símbolo de la lengua rusa impuesta, en los compañeros moldavos de Lastochka defendiendo la lengua de su país y los antecedentes rumanos, y finalmente también lo vemos en Radú, el chico rumano que es también el primer amor, imposible e idealizado, de Latochka, como imagen de aquello de lo que nunca será parte (específicamente del orgullo rumano). ¿Por qué utilizó estas figuras metafóricas para representar los conflictos políticos y sociales que atravesaban la Moldavia de esa época?
No son (figuras) metafóricas a propósito, son personajes reales. Y aquí podríamos comenzar una larga discusión sobre qué es un personaje real: alguien con quien viviste en un jardín o en un país, o alguien que creas para un libro, pero en realidad eres tú de mil maneras. Sólo puedo decir que El jardín de vidrio contiene muy poca ficción, realmente es mi pueblo, mi jardín, los hechos históricos del libro son reales. Incluso Morkovka es real, bendita sea. (Morkovka es la mascota de la comunidad de la protagonista).

 

Veo retratado en El jardín de vidrio un universo específicamente femenino, a la vez conformado por mujeres alejadas de los estereotipos de belleza o de ciertos comportamientos correctos: hay viejas codiciosas, prostitutas que sufren mal de amores, mujeres con enfermedades extrañas y huérfanas. ¿Por qué les prestó tanta atención a estos personajes femeninos?
¡Fueron apartadas de los estereotipos de belleza! Las mujeres de la antigua URSS estarían molestas contigo ahora. ¡Qué esfuerzo hacíamos para ser al menos un poco diferentes en esos días, cuando la industria textil se encargaba de que las mujeres tuvieran sólo cinco modelos de ropa al año, y la industria de la belleza no existía! Teníamos una crema para la cara, una crema para las manos y eso era todo. Ah, sí, había bigudi, una especie de rulos metálicos que teníamos que hervir en una olla antes de usarlos.

 

(Por otro lado), si hablamos de enfermedades, la enfermedad de Suracika no era para nada extraña, aunque en aquella época sí es cierto que muchas enfermedades parecían extrañas, sólo porque nadie sabía cómo curarlas.

 

Sobre las demás, prostitutas y mujeres codiciosas, no creo que haya ningún periodo en la historia en el que desapareciera la prostitución o la codicia. De hecho, amo a las mujeres, a todas las mujeres, en todos sus estados y formas. Mi escritura nunca trae juicios, tampoco promueve modelos morales.

 

La maternidad está muy explorada en sus obras, pero me atrevería a decir que son maternidades conflictivas, llenas de tensiones. ¿Por qué explora este tipo de maternidad que cuestiona los arquetipos? (Por ejemplo, en la figura complicada que Tamara Pavlovna es para Lastochka, y la propia Lastochka lidiando con sus propios sentimientos al ser la madre de una niña enferma).
La maternidad siempre está llena de tensión, no necesariamente en todas las etapas, pero sí bastante. Me interesa el tema de la maternidad siendo yo una madre tardía, atormentada por todo tipo de dudas e incertidumbres. No creo en las madres ideales, en las madres mártires. No digo que no existan, sólo digo que una madre ideal muchas veces esconde a una mujer frustrada y atormentada, una madre privada de sueños y envuelta en muchos sacrificios. No hay nada glorioso en una madre mártir y la sociedad debería desmitificarlas.

 

Una madre es un ser vivo: puede ser a la vez tierna y estricta, alegre y triste. Un niño debe ver y aceptar a su madre incluso cuando grita, llora o maldice, no sólo cuando hornea pasteles. Pero así es como se remonta al periodo descrito en el libro: en ese entonces, los niños no tenían tantas expectativas de sus padres como las tienen hoy. Los niños crecían con muchas obligaciones y pocos derechos. Cuidaban de los pequeños, tenían su rol dentro de la familia. Desafortunadamente, esto trajo no sólo más independencia, sino también mucha violencia.

 

Describe situaciones complicadas que muchas mujeres, tristemente, han tenido que enfrentar: explotación, violación, decisiones límite sobre su propio cuerpo, como el aborto o la elección de ser madre soltera en una época en que eso conducía al escarnio social. ¿Cree que la situación social de las mujeres ha mejorado?
La situación ha cambiado, pero no para todas las mujeres y no en todas partes. Quizás una madre soltera esté mejor vista hoy que hace 30 años, aunque eso no significa que su vida sea más fácil para ella o su hijo. Sin embargo, el tema del aborto sigue vigente, el cuerpo de la mujer sigue siendo visto como un bien colectivo. La violación todavía se considera parcialmente culpa de niñas o mujeres. Entonces sí, estamos avanzando, pero parece que, según el principio, un paso adelante y dos pasos atrás.

 

Ha comentado que le cuesta escribir sobre el amor o la ternura. En cambio, la crueldad, la angustia, el sentimiento de orfandad ontológica están a lo largo de todas estas páginas. Sin embargo, ¿pueden el amor y la ternura tomar caminos distintos, tal vez tortuosos, a pesar de los escenarios más complicados por los que pasan las personas?
Esa vieja respuesta sobre el amor me trajo grandes problemas. Me refería entonces a las novelas empalagosas, al almibarado y exagerado camino del amor. A veces tengo la impresión de que cuando decimos la palabra amor, la gente automáticamente espera algo súper hermoso y necesariamente coronado con un final glorioso, al estilo de Hollywood. Al parecer, no puedo escribir así. Pero mis libros tienen amor en ellos. Es una forma distinta de amor, pero sigue siendo amor.

 

Hablando de temas políticos, ¿qué consecuencias sociales ha traído a su país la actual guerra entre Ucrania y Rusia?
Para Moldavia, la guerra en Ucrania no es algo abstracto y distante, no es sólo una noticia. Es una pesadilla con la que los moldavos viven todos los días y quizá, mejor que nadie, entienden la tragedia por la que están pasando los ucranianos. Los moldavos están vinculados a Ucrania casi físicamente. A través de amigos, parientes, a través de las vacaciones que pasamos allí de niños. En Moldavia, la minoría más grande es la ucraniana. Entonces no olvidemos que Moldavia habría sido el próximo país “liberado” si la resistencia de los ucranianos no hubiera sido tan fuerte. Oramos por Ucrania como lo haríamos por nosotros mismos.

En cuanto a la traducción, ¿qué opina de que su trabajo llegue al público hispano? ¿Qué puentes de comunicación se pueden construir entre una autora moldava y sus lectores mexicanos?
Creo que la literatura no tiene que ver con la geografía, sino con la sensibilidad del escritor y del lector. Si los dos se encuentran y hablan el mismo lenguaje de signos y metáforas, llaman al bien y al mal con las mismas palabras, tienen los mismos miedos y alegrías, entonces es sencillo. La literatura misma es un lugar en el mapa.

 

FOTO: En 2018, Tatiana Tibuleac recibió el Premio de la Unión Europea de Literatura por El jardín de vidrio/ Cortesía Editorial Impedimenta

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