Cronenberg, mente asesina

Mar 15 • destacamos, principales, Reflexiones • 4500 Views • No hay comentarios en Cronenberg, mente asesina

MAURICIO GONZÁLEZ LARA

Un paseo por algunas de las cintas más emblemáticas del cineasta más importante de Canadá

 

Existen dos momentos definitorios en la formación temprana de todo cinéfilo: el primero se da en la infancia, cuando el niño ve algo que lo deja hechizado. Él ignora quién es el responsable de lo que observa en pantalla, pero queda impresionado por el espectáculo en sí. ¿A quién le importa saber el nombre del director o el guionista? El cine es cine, punto. El segundo momento sucede en la adolescencia, o un poco más tarde, en los veintes. El joven comprende que no se encuentra ante un desfile arbitrario de imágenes poderosas, sino frente a discursos, actitudes, obsesiones estéticas, declaraciones de principios. El espectador intuye responsables, firmas, autores; los exige, incluso. Comprende que el cine es un vehículo y desea saber quién o quiénes van a al volante. Los trabajos que detonan esta toma de conciencia se despliegan como un virus en la conciencia colectiva, al punto que intentamos transformar los nombres de los autores en expresiones que proyecten sus respectivas sensibilidades: “fellinesco”, “chaplinesco”, “hitchcokiano”, etcétera.

 

Si bien ha sido tierra fértil de directores propositivos (Atom Egoyan, Guy Maddin, Sarah Polley), así como uno que otro fantoche (James Cameron), Canadá solo ha producido a un realizador capaz de remitirnos a un universo único e inconfundible con la sola mención de su apellido: Cronenberg. Con una carrera que abarca más cinco décadas (sus primero cortos son de 1966), David Cronenberg, de 70 años, estrenará a mediados de año Maps to the Stars, una sátira sobre la celebridad y la cultura del amarillismo. Si bien su influencia en el arte contemporáneo es prácticamente indiscutible, Cronenberg está urgido de un éxito que le permita levantar proyectos interesantes en la industria hollywoodense. Con el fin de dar la dimensión de su importancia, presentamos este paseo por algunas de sus cintas más emblemáticas.

 

 

Mentes asesinas (Scanners, 1981)

“Hay cuatro mil millones de personas en el planeta, y 237 de ellas son scanners”. Ese es el eslogan del primer éxito de taquilla de Cronenberg, quien tras haber filmado algunas cintas de culto en los setenta (Shivers y The Brood, las más notables) buscaba un vehículo más comercial para proyectarse como un cineasta de gran escala. La película se desdobla como un thriller de espionaje en el que un telépata es reclutado para evitar que otros scanners conquisten el mundo. La historia suena a un cómic de los X-Men, pero Scanners engloba todos los elementos del primer Cronenberg: mutación de la carne, cultos underground debajo de la agobiante normalidad moderna, paranoia e inadecuación sexual. Mentes asesinas abre con una imagen memorable: una cabeza que explota. ¿Qué mejor manera de definir la obra de Cronenberg? Una fuerza que hace estallar tu cerebro. La actuación de Michael Ironside debería ser estudiada por cualquier actor que aspire a personificar un villano. Los scanners desarrollan sus poderes telepáticos a causa de un medicamento recetado a sus madres durante el embarazo. No son pocos los que piensan que esta subtrama inspiró la “teoría de la conspiración” que argumenta que las vacunas administradas por los servicios de salud pública son las responsables de condiciones como el autismo.

 

Videodrome (1983)

Max Renn (James Woods en el papel más dinámico de su carrera) es el director de un canal de televisión por cable especializado en sexo y violencia. Siempre a la busca de material polémico para sus sádicos televidentes, Max descubre Videodrome, un programa transmitido por una red pirata de manera ilegal que exhibe actos depravados y rituales snuff. Conforme intenta averiguar el origen de la transmisión, Max cae en una espiral de decadencia que lo lleva a la locura y el asesinato. Quizá este sea el trabajo más influyente de la carrera de Cronenberg. Uno: introdujo el término “la nueva carne” para referirse a las posibilidades de rediseñar al ser humano mediante la fusión de tejido y tecnología. Dos: capta con engañosa facilidad las ansiedades provocadas por las nuevas posibilidades de perversión doméstica producidas por la explosión del video en los ochenta (pornografía, registros de actos violentos). Y, finalmente, es una reflexión audaz sobre la forma en la que hemos fetichizado la televisión. Repleta de imágenes icónicas (rostros que salen de la pantalla, estómagos que se transforman en videocaseteras, múltiples motivos fálicos), la película es todo un clásico de la era del video. Cronenberg retomaría años después varias ideas de “la nueva carne” para Existenz, un filme menor que funciona bien como apéndice de Videodrome. Debbie Harry, la vocalista de Blondie, interpreta con convicción contagiosa a una sicóloga que esconde una prendidísima fascinación por el sadomasoquismo.

 

La mosca (1986)

Este remake de La mosca de la cabeza blanca (Neumann, 1958) es el trabajo más popular del realizador canadiense. La historia de la degradación física y moral de un hombre que se convierte en mosca funciona como plataforma para desplegar el “horror venéreo” de Cronenberg, donde el miedo no radica en enfrentar un enemigo externo, sino en lidiar con turbulencias internas ligadas a la putrefacción de la carne. El terror está adentro: nosotros somos el monstruo. Varios críticos interpretaron la película como una alegoría de los temores generados por el sida, una interpretación que siempre molestó al director. Curiosamente, La mosca es una película muy cachonda, gracias a la química de Jeff Goldblum y Geena Davis, quienes fueron pareja en la vida real.

 

Dead Ringers (1988)

Elliot y Beverly son gemelos idénticos que conforman una misma personalidad: comparten costumbres, departamento, mujeres y profesión (la ginecología). El éxito laboral les ha permitido llevar una vida holgada y sin afectaciones, la cual se pone en riesgo por un triángulo amoroso. La existencia simétrica de los gemelos se trastorna y su simbiosis deviene en adicción y muerte. Dead Ringers no tiene hombres mosca, parásitos, televisiones mortales ni elementos escatológicos, y sin embargo es una de las obras más inquietantes de los noventa. La película constituye un punto de inflexión hacia un cine más frío y menos obvio en sus intenciones fantásticas. Cronenberg es demasiado inteligente para interpretar su propio cliché. Dead Ringers es un puente que lleva sus obsesiones hacia nuevos horizontes narrativos. Jeremy Irons brilla en su doble papel. Los instrumentos ginecológicos diseñados por los gemelos son el material del que están hechas las pesadillas.

 

Crash (1996)

Cronenberg no se intimida frente al reto de adaptar libros complejos. Los resultados, no obstante, han sido mixtos. El almuerzo desnudo, basado en la novela de William Burroughs, es un trabajo desigual con destellos geniales; por otro lado, Cosmópolis, inspirada por el libro de Don DeLillo, es un desastre (un valiente desastre, pero desastre al fin). Crash, por el contrario, es un triunfo rotundo. La historia es casi inexistente en términos dramátcos: James Ballard (James Spader) se involucra en un accidente de auto que lo catapulta a un oscuro territorio donde un culto de personajes extremos explora la conexión entre sexo, muerte, violencia y metal. Los temas clásicos de Cronenberg (la mutación de la carne, la relación orgánica con la tecnología, el vacío urbano, la insatisfacción existencial) se sienten frescos y pertinentes en el mundo inspirado por la novela de J. G. Ballard. La secuencia en la que Elias Koteas recrea la muerte de James Dean es todo un editorial sobre nuestra obsesión por la fama y la tragedia. Mínima, sensual, y, sí, perfecta. La idea del coche como metáfora de desconexión sentimental anticipa la limosina de Cosmópolis.

 

Una historia violenta (2005)

Tom Stall (Viggo Mortensen) vive con su mujer y su hijo en un pequeño pueblo de Indiana donde nunca pasa nada. La tranquilidad se rompe cuando unos maleantes intentan robar la cafetería de Tom. Lejos de sentirse intimidado, Stall frustra con brutalidad el robo, lo que atrae la atención de los medios de comunicación y un grupo de mafiosos que aseguran que el pacífico Tom no es lo que parece. Lo que empieza como una especie de meditación sobre la violencia inmanente a la condición humana se transforma en una película de equívocos que por momentos coquetea con la comedia. La última obra mayor de Cronenberg.

 

*Fotografía: “Still” de “La mosca”/ESPECIAL

 

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