Es la estructura, camaradas
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Las instituciones culturales están en claro declive por las políticas públicas del gobierno que desea eliminar a esa base ciudadana que apoyó el cambio de régimen
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POR FERNANDO DE ITA
Periodista cultural. Autor de Telón de fondo (Conaculta, 1999)
Ahora que parte de la gente dedicada a la producción artística está utilizando los medios a su alcance para denunciar los destrozos que está haciendo el chivo de la 4ª en la cristalería de la cultura, el contento que provoca esa protesta se diluye al ver el nulo efecto que tiene en Palacio Nacional, y por lo tanto en la Secretaría de Cultura, el descontento de artistas científicos y académicos. Como todo el que cuestiona la forma y el fondo del actual gobierno, así sea con argumentos razonados, es descalificado de facto por corrupto y enemigo del pueblo bueno, la denuncia pública no tiene consecuencia. Acaso sirva para darle un susto al Señor de Macuspana en el 21 pero como su clientela lo seguirá apoyando, el chivo terminará destrozando todo el andamiaje democrático que, por la corrupción y la impunidad imperante, costó décadas levantar.
Estoy de acuerdo en que el Aparato Cultural del Estado Mexicano se hizo desde las élites culturales y para ellas. Pero en 1946, cuando los artistas más destacados del momento le pidieron al presidente Miguel Alemán la creación del INBAL, fue para que la formación y la producción artística dejaran de ser elitistas y llegaran a otros sectores de la población. En el sexenio del presidente de la República que inició el saqueo sistemático del erario público, los grandes artistas que estaban al frente del INBAL ganaban literalmente dos pesos, como consta en la Memorias del Instituto. Carlos Chávez, Fernando Gamboa, Blas Galindo, Salvador Novo, Julio Castellanos, Julio Prieto, Enrique Yáñez, no estuvieron ahí para ser funcionarios sino servidores públicos.
Andrés Iduarte Foucher fue uno de los jóvenes que siguieron a José Vasconcelos hasta el fracaso como candidato a la presidencia de México. Fue un estudiante progresista en el París de los años 20, se hizo profesor de Historia a los 23 años en la Escuela Nacional Preparatoria, profesor de literatura hispanoamericana en la Universidad de Columbia, donde se había doctorado, y de ahí se lo trajo Adolfo Ruíz Cortines para ser el segundo director del INBAL, en 1952. Duró poco porque en 1954 permitió que la bandera soviética de la hoz y el martillo cubriera el féretro de la pintora Frida Kahlo. Su único comentario al dejar el puesto: “Lo hice por convicción”. Menciono a sus colaboradores para dimensionar el pasado con el presente: Andrés Henestrosa, Celestino Gorostiza, Pedro Ramírez Vázquez.
El éxito del INBAL como la dependencia del Estado Mexicano para el fomento de la actividad artística tendría su lastre en el corporativismo que inauguró Lázaro Cárdenas para tener a las organizaciones obreras, campesinas y burocráticas en la nomenclatura del Partido de la Revolución Mexicana, a partir de 1938. Había razones de peso para organizar a esos sectores en torno a un Presidente que intentó contrarrestar el dominio de las oligarquías con un frente popular. Pero en una de esas determinaciones que cambian la Historia de un pueblo, el Tata no dejó como sucesor al general Francisco José Múgica, redactor del Manifiesto a la Nación que leyó el presidente Cárdenas al decretar la expropiación petrolera, sino a un general de las derechas, católico confeso ligado al capital. Manuel Ávila Camacho fue, además, el primer mandatario del país en tener un hermano incómodo, un depredador poblano llamado Maximino, que gritó a los cuatro vientos que él debió ser el presidente de México antes que su hermano. Murió envenenado por un brujo de Catemaco, según la conseja popular, aunque nunca se investigó la causa de su muerte.
No es casual que el primer presidente civil del siglo XX mexicano fuera quien le puso una i al Partido de la Revolución Mexicana, i de Institucional. La Revolución Institucionalizada: el PRI. Ahí nació el paquidermo sindical y burocrático que de bebé no hizo estragos en las finanzas del INBAL porque eran más los artistas que lo dirigían que los empleados y trabajadores que los asistían. Pero esa criatura creció exponencialmente en cada sexenio y en 1970, cuando Luis Echeverría llegó al Poder, ya era parte del Sistema de Control del presidente de la República, porque la Conquista destruyó las pirámides reales de los nativos del Anáhuac, pero reforzó la pirámide simbólica del Dominio en la que el Tlatoani, el Virrey, el Presidente, eran la fuente de la supremacía de un hombre sobre el resto de los mortales. Era tan natural que las dependencias de gobierno tuvieran contratos colectivos con el sindicalismo charro; era tan lógico que esas subordinaciones al poder ejecutivo fueran fuentes de empleo para los votantes del PRI, que ni la subterránea oposición del Partido Comunista, ni la penosa oposición de la gente decente que votaba por el PAN, y mucho menos los medios informativos, tocaban el tema.
Visto desde hoy, lo grave fue que los artistas de ayer no vieran que el Aparato Cultural que se formó para apoyar la formación y la producción artística con el fin de abrirla a la sociedad, perdió su meta original y se volvió parte del control gubernamental en todas las áreas de la vida pública. Porque en lugar de mantener un pequeño núcleo de artistas en el centro de una actividad que podía llegar directamente a otros núcleos de interés cultural, los fundadores del INBAL se vieron rebasados por el avasallamiento del PRI en la vida política mexicana. Desde ahí todo pasaba por el PRI. El poeta de Aguascalientes, Víctor Sandoval, director del INBAL pero sobre todo uno de los gestores culturales más importantes del país, por las consecuencias de su trabajo, definió certeramente el compromiso cultural de los gobernadores de los estados: “Señor gobernador, la cultura es el traje de luces con el que usted puede partir plaza”. De ese grado era el patriarcado político del país. Aunque el Maestro Sandoval levantó teatros, museos, casas de cultura, escuelas de arte, con ese artificio taurino.
Por tratar este tema he cosechado la animadversión de los empleados de las instituciones culturales, porque no separaba al sujeto de la multitud. Los burócratas y los trabajadores sindicalizados tienen todo el derecho de batallar para sostener sus logros y mejorarlos. En nombre de ese mismo atributo es que las personas dedicadas a la actividad artística tienen el derecho de reparar el suyo, mejor dicho, de ejercerlo por primera vez. De otro modo es como renunciar a una pregunta primordial: ¿Para qué se levantó este edificio, este Aparato que le da trabajo, seguridad social –por precaria que sea–, aguinaldo, jubilación y otras prestaciones a 20 mil dependientes de la Secretaría de Cultura Federal y sus ramificaciones, pero le niega lo mismo a su razón de ser; los artistas?
Aquí triunfa la figura del artista como paria que puede vivir bajo un puente y mendigar la comida. O la visión bohemia de la gente dedicada al artificio, en la que basta una botella de ajenjo para hacer una obra maestra. La realidad nos muestra a miles de artistas en paro por la emergencia, a cientos de ellos con el agua al cuello y a docenas de artistas, sobre todo adultos mayores, en estado crítico no sólo por su salud sino por su economía. De ahí que se debe volver a la vocación original de la invención de las instituciones culturales; beneficiar a los artistas sin que se pierdan las conquistas laborales de trabajadores y empleados. La cuestión es que las finanzas públicas no soportan esa carga, salvo que la destrucción de los fideicomisos, por ejemplo, sirviera para ello. Como tal cosa no va a suceder, reitero el nulo efecto que tiene, en los hechos, protestar por las veleidades de la política cultura del actual gobierno porque está claro que su timonel hará lo que le venga en gana porque su sentido de la realidad lo fabrica él mismo cada mañana.
La única forma de retornar a la orientación cultural que inició el Estado Mexicano en 1946 para apoyar la creación artística es cambiando la estructura que se levantó para ese propósito, porque a 74 años de su fundación la única comunidad que está fuera del amparo institucional es la de los artistas. Repito que empleados y trabajadores han ejercido su derecho durante este tiempo. Bien por ellos. Pero sin artistas no tiene sentido el Aparato Cultural oficial y universitarios. De ahí que la solución drástica sea una huelga general de artistas para que ni los funcionarios ni los empleados ni los intendentes tengan un pretexto para seguir cobrando el salario que no tienen quienes les dan ese trabajo. Si no hay actividad artística no hay INBAL ni Difusión Cultural de la UNAM que valgan. Me llama la atención que siendo tan simple la ecuación no se haya hecho pública entre tanto alboroto por defender lo perdido. Tanta boruca por llamar la atención del Presidente para defender las migajas que el Sistema dedica a la cultura cuando el problema de fondo es otro. Ya desaparecieron los fideicomisos, el despropósito del Bosque de Chapultepec sigue su curso. Salinas no veía ni escuchaba a sus adversarios. López Obrados los ve y los escucha para pitorrearse de ellos.
Cuando les comenté a dos queridas actrices de la tercera edad la idea de la huelga, respondieron que no hace falta implementarla porque ya es un hecho para los cientos de artistas que luego de 50 años de trabajo están en paro forzado. Llevamos años viendo cómo creadores de todas las disciplinas viven en la indigencia y son enterrados con la cooperación de sus amigos precisamente por la falta de la seguridad social y a nadie le escandaliza que la opinión pública vea este desamparo como propio de la actividad artística. De ahí que los padres les prohíban a sus hijos seguir esa vocación. Por eso cuando alguien responde, soy actor, le dicen; sí, pero en qué trabajas. Siglos de precariedad volvieron natural la dependencia de los artistas a la bondad del Príncipe. Hasta mediados del siglo XX nuestros grandes poetas sobrevivieron en tareas burocráticas y fue hasta los años 70 que ser escritor se convirtió en un trabajo profesional. Aunque no hay jubilación para esos trabajadores.
El Estado mexicano fue pionero en el apoyo a la formación, producción y socialización de la cultura. En los años 30 y 40 estuvieron en México algunos de los creadores más sobresalientes de la danza y el teatro modernos impartiendo clases. En los 60 se construyó la cadena de teatros más importante de Iberoamérica considerando que la creación artística es parte de la seguridad social. Para el año 2000 México tenía la infraestructura cultural más grande de Latinoamérica y el FONCA, tan vilipendiado por la 4ª pesadilla era un ejemplo a seguir en el continente. Pero como todos esos logros se hicieron a la mexicana, es decir, sexenalmente y por voluntad del Tlatoani, se anularon los logros y surgieron los nudos gordianos, entre ellos la defección de los artistas. Si el presidente se dignara tomar nota del abandono en que se encuentran los adultos mayores que dedicaron su vida a la creación artística, diría, sin duda, que él no los desampara, que todos ellos pueden recibir los dos mil 500 pesos bimensuales que otorga su gobierno a los ancianos. Seguramente, cuando él se retire a La Chingada, vivirá exclusivamente con esa fortuna.
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