Daniel Innerarity: Bienvenidos a la “sociedad del desconocimiento”

Jul 25 • Conexiones, destacamos, principales • 7117 Views • No hay comentarios en Daniel Innerarity: Bienvenidos a la “sociedad del desconocimiento”

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Pandemocracia, el nuevo libro del filósofo Daniel Innerarity responde a temas que la pandemia ha puesto sobre la mesa: el populismo, el poder de la información y el conflicto entre autoritarismo y democracia frente a esta crisis

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POR ELENA IRARRÁZABAL SÁNCHEZ
Hace unos años, la revista francesa Le Nouvel Observateur incluyó a Daniel Innerarity en una lista de los 25 grandes pensadores del mundo. El coronavirus recluyó a este filósofo de 60 años en su casa en el pueblo navarro de Zarikiegi, que se asoma a los Pirineos y donde escribió su nuevo ensayo, titulado Pandemocracia, y que complementa su Teoría de la democracia compleja, lanzado a principios de año (ambos de Galaxia Gutenberg).

 

Profesor de Filosofía Política, investigador en la Universidad del País Vasco y académico del Instituto Europeo, antes de la pandemia, Innerarity viajaba una vez al mes a hacer clases a Florencia. Ha sido profesor invitado en la Sorbona, Georgetown y el Instituto Max Planck de Heidelberg, entre otras instituciones. Desde España, comenta estar contento de poder salir a la montaña, que es una de mis grandes pasiones. Antes no se podía”. El año pasado escaló la cordillera de los Andes de Ecuador y cuenta que “una de mis asignaturas pendientes es, por cierto, subir el Aconcagua”. Mientras tanto, reflexiona en torno a la crisis y a la sociedad pospandemia.

 

 

Ha sido muy consultado por la prensa durante la pandemia. Y comentó con humor que le asustaban un poco “pues parecía significar que todos los competentes no tenían respuestas”.
Había allí algo de broma… los filósofos podemos hacer una cosa que alivia mucho: proporcionar una explicación de lo que pasa. Comprender no es la solución de los problemas, pero forma parte de la solución. La capacidad que tenemos de comprender el mundo es limitada, pero hemos de empujar ese límite todo lo que sea posible, a no ser que prefiramos vivir una vida pasiva y sin sentido reconocible”.

 

 

Nuestro pensamiento tiende a lo lineal y nos cuesta enfrentar la complejidad sistémica del mundo de hoy, dice su ensayo.
Nuestro modo de pensar no está a la altura de la complejidad del mundo en que vivimos. Es una tesis que llevo defendiendo desde hace años y que me ha llevado a trabajar en modos de entender y gobernar esa complejidad. La pandemia que padecemos es una muestra más de ese desajuste: no acertamos a comprenderla y a contarla de manera que tenga un sentido. La entendemos como una guerra, calificamos al personal sanitario como héroes… Nos hace falta incluso un nuevo vocabulario para nombrar esta situación. Nuestros sistemas políticos están muy mal preparados para identificar y atender a las crisis latentes y los instrumentos que tenemos para gestionarlas son locales.

 

 

Crisis climática, migratoria, sanitaria, ¿son un síntoma de la vulnerabilidad de este sistema complejo?
Ponen de manifiesto que desde hace tiempo hemos entrado en un mundo de mayor inestabilidad, en una sociedad contagiosa, con un grado de interdependencias que contrasta con unos estados pensados para gobernar en la autarquía… Seguimos pensando el mundo como un conjunto de elementos que se relacionan y no como un sistema global compuesto de elementos. Esos riesgos nos hacen tan frágiles debido a que las interacciones han adquirido, por así decirlo, vida propia. Nuestra fragilidad no es una consecuencia de lo que somos sino de lo que hacemos, del grado de reverberaciones o efectos de cascada que puede producir un sistema global de riesgos concatenados.

 

 

Ahora vivimos protestas simultáneas en distintas partes por el racismo. ¿Es parte de este sistema “contagioso”?
En un mundo donde todos se ven, donde todos se comparan, las fronteras pierden su capacidad de delimitación y reserva. Las sociedades no interactúan solamente con su gobierno respectivo; estas lógicas de convergencia ponen también al espacio mundial bajo la vigilancia social. El proceso de configuración de este espacio apunta a la formación de un nuevo sujeto, la humanidad global, que es la evaluadora última de las prácticas políticas. Con la globalización, el mundo se ha convertido en un lugar públicamente vigilado.

 

 

Gestionar el no-saber
En una reciente entrevista, una periodista del diario español El País caracterizó a Innerarity como un “pandemócrata”. Algo que no le parece tan mal, comenta divertido. “Es frecuente que nos vean mejor desde fuera, a mí no se me habría ocurrido definirme de ese modo. Pero sí, mi vida intelectual es un intento de pensar la democracia fuera de los márgenes para los que había sido concebida: para un mundo compuesto de estados más o menos autosuficientes, en sociedades relativamente homogéneas… Una pandemia es una ocasión para pensar si ese mundo común que ahora se nos presenta puede ser una oportunidad para extender esos ideales del autogobierno de los humanos libres e iguales a nuevos contextos. No es momento de reformas administrativas tímidas sino de saltos conceptuales audaces para gobernar con eficacia y justicia las sociedades complejas”.

 

 

Una sociedad que ya no parece invulnerable y donde caen las certezas.
La sociedad del conocimiento ha efectuado una radical transformación de la idea de saber, hasta el punto de que cabría denominarla con propiedad la “sociedad del desconocimiento”, es decir, una sociedad que es cada vez más consciente de su no-saber y que progresa, más que aumentando sus conocimientos, aprendiendo a gestionar el desconocimiento en sus diversas manifestaciones. Hay incertidumbre en cuanto a los riesgos y las consecuencias de nuestras decisiones, pero también una incertidumbre normativa y de legitimidad. Muchas veces el saber de que se dispone tiene una mínima parte apoyada en hechos seguros y otra en hipótesis, presentimientos o indicios. ¿Cuánto no-saber podemos permitirnos sin desatar amenazas incontrolables? ¿Qué ignorancia es relevante y cuánta inofensiva?

 

 

Usted cita la idea de “tecnologías de la humildad” de Sheila Jasanoff.
Eso apunta a una manera institucionalizada de pensar los márgenes del conocimiento humano: aprender a gestionar esas incertidumbres que nunca pueden ser completamente eliminadas y transformarlas en riesgos calculables y en posibilidades de aprendizaje.

 

 

No se ve fácil gestionar la incertidumbre.
En el caso concreto de la pandemia, esas “tecnologías de la humildad” deberían llevarnos a ser más modestos a la hora de juzgar a quienes toman decisiones políticas porque en buena medida estamos en un espacio inédito, sin precedentes históricos y protocolos aplicables, lo cual no significa que no exijamos de ellos el mayor esfuerzo para asesorarse y deliberar sobre las mejores decisiones.

 

 

Información y autoritarismo
“China globalizó el virus, pero nacionalizó la información”, dice su ensayo. Un aspecto clave en esta pandemia residiría en la relación entre poder e información.
Llaman la atención ciertas opiniones que ponían como ejemplo a China de modelo eficiente, comparado con el cual las democracias liberales estarían en una desventaja por tener que respetar los derechos humanos o atenerse a los formalismos democráticos. Me parece una contraposición completamente equivocada. Las democracias son mejores sistemas políticos que los autoritarismos no sólo por una cuestión de valores sino también de inteligencia. En China la información no fluye libremente y el médico que alertó de la pandemia fue detenido. En las democracias liberales tenemos contraste de información, protesta, oposición. Todo lo cual puede parecernos en ocasiones incómodo y ruidoso, pero gracias a esa diversidad de voces no cometemos los errores en los que caería quien pensara que tener la mayoría equivale necesariamente a tener la razón. Pese a sus innumerables defectos, la democracia es más inteligente que sus competidores.

 

 

¿Cómo evalúa el comportamiento de las redes sociales versus los medios tradicionales durante la pandemia?
No podemos esperar de ambas el mismo nivel de rigor, en este como en otros casos. Seguramente esta crisis sanitaria ha puesto de manifiesto lo necesarios que son buenos analistas y mediadores que ofrezcan criterio y opinión argumentadas en medio de tanto ruido.

 

 

La arrogancia
“Las situaciones de alarma no suspenden el pluralismo, sólo su dimensión competitiva”, ha dicho. ¿Es un anhelo suyo o lo ha visto concretado en algún país?
No he hecho un análisis comparativo de cómo ha funcionado estos en los diversos países, pero veo que hay algunos, como Portugal, en los que ha habido un gran esfuerzo de unidad y otros, como España, donde cada actor político está tratando de sacar provecho electoral de la presente crisis. El actual escenario de reproches es muy poco edificante. Si acusamos a quienes toman las decisiones políticas en medio de una grave crisis de no actuar correctamente cuando tenían la información necesaria, por mucha retórica adornada de modestia que utilicemos, estamos adoptando una posición de arrogancia implícita: acusamos sobre el supuesto de que sabemos que ellos sabían y no querían.

 

 

¿Estas crisis nos hacen presa fácil del populismo o revelan sus debilidades?
En un primer momento el populismo sufrió un duro golpe, precisamente porque detesta esas tres cosas que la crisis ha revalorizado el papel de la ciencia, la lógica institucional y la idea de una comunidad global. El desenlace final de la batalla ideológica dependerá de cómo y cuándo resuelvan la crisis los países que no están gobernados por dirigentes populistas. No hay que perder de vista que el populismo vive del desconcierto y la rabia que generan los problemas mal resueltos.

 

 

En Pandemocracia crítica los anuncios de Zizek sobre el fin del capitalismo.
Algunos filósofos, como Zizek, parecen dar a entender que son las catástrofes las encargadas de hacer una revolución de la que nosotros no seríamos capaces. Me parece que hay una gran pereza intelectual detrás de ciertas metáforas ocurrentes. Es evidente que nuestro sistema económico necesita reformas muy profundas, que hay que identificar correctamente, así como plantear transformaciones viables. Pero la expresión “el final del capitalismo” no nos da ninguna indicación de cómo se hace y quién lo hace, salvo esa idea vaga de que una catástrofe pudiera encargarse de ello.

 

 

¿Cómo deja la pandemia a la Unión Europea?
“Aún tenemos debates que no han acabado de cerrarse. De todas maneras, podemos señalar tres cosas que nos permiten ser ligeramente optimistas”, señala Innerarity respecto de cómo sale la Unión Europea de la crisis. “Al tratarse de una crisis más simétrica que la anterior hay una mayor conciencia de que la respuesta a la crisis debe ser mancomunada. En segundo lugar, mientras que la respuesta a la anterior crisis fue una intervención de Europa ‘excesiva’ y que produjo un gran sufrimiento social en los países del Sur, en esta lo que se ha demandado es ‘más Europa’, una mayor implicación y tal vez fortalecer alguna de sus instituciones. Es muy interesante que los europeos estemos dando por supuesto que Europa es un ámbito de solución a algunos problemas. Y finalmente, hay que destacar que temas que eran auténticos tabúes —como la mutualización de la deuda— están ahora sobre la mesa.

 

FOTO: El filósofo español en su visita a México en 2018. También es autor de Las huellas de la crisis y Política de la memoria: una ética del nunca más./ Archivo EL UNIVERSAL

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